Domingo 6º del Tiempo Ordinario. A

12 de febrero de 2012

 

 “Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad” (Eclo 15,16). Estas palabras del libro del Eclesiástico recordaban al pueblo judío que podía elegir en libertad, en contra de lo que se pensaba en el mundo griego.      

En aquella cultura, aparentemente tan libre, las personas se consideraban dirigidas por el destino. Pero el texto bíblico subraya el valor de la voluntad humana. De hecho, afirma a continuación: “Ante ti están puestos el fuego y el agua, echa mano a lo que quieras. Delante del hombre están la muerte y la vida: le darán lo que él escoja”.

El salmo responsorial pregona que es feliz quien ajusta su voluntad a la voluntad de Dios: “Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor; dichoso el que guardando sus preceptos lo busca de todo corazón” (Sal 118,1-2).

Por su parte, san Pablo escribe a los corintios que, por medio del Espíritu, Dios ha revelado su voluntad a los que le aman” (1 Cor 2,6-10).

 

LO NEGATIVO Y LO POSITIVO

Jesús no vino a abolir los mandamientos de la Ley, sino a ayudarnos a descubrir su sentido más profundo (Mt 5,17-37). Por los tres ejemplos que presenta el texto que hoy se lee, vemos que los mandamientos desvelan la importancia de los valores humanos:

• No basta con “no matar”. Hay que descubrir el valor de la vida. Es preciso respetar la vida de los demás, pero también su honor. Eso nos exige estar dispuestos a perdonar al hermano y a fomentar la fraternidad y la concordia.

• No basta con “no cometer adulterio”. Además, hay que fomentar el valor de la fidelidad en el amor y la amistad. Para eso hemos de vivir unas relaciones interpersonales que reflejen la limpieza del corazón y promuevan el respeto mutuo.

• No basta con “no jurar en falso”. Hay que amar y promover el valor de la verdad. Y vivir de forma tan coherente que baste con decir “sí” y “no” para ser creídos por los demás. Hay que mantener las promesas y creer en la seriedad de la palabra dada.

 

LA VERDADERA GRANDEZA

 Este texto se sitúa en el marco del Sermón de la Montaña, que se abre con las bienaventuranzas proclamadas por Jesús. Aquellos ideales de vida fomentan estos valores éticos y ambos indican el verdadero camino que lleva a vivir y transmitir la felicidad. Es necesario escuchar las dos advertencias de Jesús:

• “El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos”. La importancia verdadera no la dan el tener, el poder, el placer o la impostura. Conviene no equivocarse en la elección.  

• “Quien cumpla estos preceptos y los enseñe será grande en el reino de los cielos”. La verdadera grandeza se consigue cuando se vive de acuerdo con esos grandes valores humanos que son promovidos y tutelados por los mandamientos. Conviene caminar bien orientados.

- Señor Jesús, tú nos has enseñado el valor de la verdadera justicia. Es decir, el modo de ajustar muestra voluntad a la voluntad de Dios, que nos ha creado para que alcancemos la verdadera felicidad. Gracias por tu ejemplo y por tu enseñanza. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 5º del Tiempo Ordinario. A

5 de febrero de 2023

 

 “Cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”. Con esas promesas, que aparecen en el texto del libro de Isaías (Is 58,7-10), responde Dios a quienes se lamentan de haber ayunado sin ser escuchados por el Señor.

Según el oráculo divino, el ayuno verdadero consiste en partir el pan con el hambriento, en hospedar a los pobres sin techo, en vestir al desnudo y en no cerrar el corazón a los que hemos de reconocer como nuestros hermanos. El auténtico ayuno no consiste tanto en abstenerse de alimentos como en practicar las obras de misericordia.

El salmo responsorial de este domingo se hace eco de aquella profecía, proclamando: “Quien es justo, clemente y compasivo, brilla como una luz en las tinieblas” (Sal 111).

Continuando la lectura de la primera carta a los Corintios, san Pablo afirma que “nuestra fe no se apoya en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Cor 2,5).

 

LA CIUDAD Y LA LÁMPARA

 En el texto evangélico de las bienaventuranzas se dice cómo es Dios y cuáles son los rasgos que distinguen al Mesías. Pero también se expone la misión de la Iglesia y se revela la honda verdad del ser humano. A continuación, Jesús se refiere a sus discípulos por medio de una proclamación y de dos imágenes complementarias:

• “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,14). Estas palabras no constituyen un mandato. Antes de ser una obligación moral, contienen una revelación. Aquel que es la Luz hace a sus seguidores  luminosos para un mundo que con frecuencia parece caminar en las tinieblas.

• “No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte”. Para favorecer la defensa, muchas ciudades antiguas se elevaban sobre una colina. Eso ayudaba a los peregrinos a seguir el camino para encontrar en ellas un refugio seguro.

• “Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa”. Esta referencia al celemín con el que se medían los cereales, invita a los discípulos a ser testigos de la luz recibida del Señor.

 

DON Y TAREA

 De todas formas, el texto evangélico continúa con una exhortación que es válida y apremiante para todos los creyentes en Jesús.

• “Brille así vuestra luz ante los hombres”. La fe es un don gratuito de Dios. Pero la persona que lo recibe ha de recordar que es también una tarea y una responsabilidad que le ha sido confiada para que la transmita a los demás.

• “Para que vean vuestras buenas obras”. El árbol bueno ha de dar frutos buenos. Y las buenas obras no pueden quedar ocultas. Es verdad que al hacer el bien no se ha de buscar la alabanza, pero no es razonable ocultarlo siempre a los ojos de los demás.

• “Para que den gloria a vuestro Padre que está en los cielos”. Esta es la explicación de las frases anteriores. Al realizar una obra buena no se debe aspirar a conseguir la gloria personal. Los hijos de Dios tratan de anunciar y promover la gloria de su Padre celestial.  

- Señor Jesús, nosotros te reconocemos como la luz verdadera que ha venido a este mundo. Que tu Espíritu nos ayude a pensar y actuar de tal modo que nuestras palabras y nuestras obras difundan en nuestro ambiente el resplandor de tu verdad.  Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 3º del Tiempo Ordinario. A

22 de enero de 2023

 

“El Señor ensalzará el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles”. Según Isaías Dios invita a caminar en la luz al pueblo que caminaba en tinieblas (Is 9,1-4). Eso significa que Dios puede derramar su luz sobre una tierra considerada como un lugar pagano.

 Pero los que caminan en tinieblas no siempre son “los otros”, los de fuera, los lejanos. Hemos de reconocer que todos habitamos en una tierra de sombras. Y muchos de nosotros nos hemos habituado a vivir en las tinieblas. Sin embargo, esperamos que la luz brille en nuestra sociedad y en nuestra propia vida.

En la celebración de la eucaristía de hoy, el salmo responsorial nos exhorta a proclamar: “El Señor es mi luz y mi salvación” (Sal 26).  

Solo esa luz de lo alto puede lograr que no hagamos ineficaz la cruz de Cristo. Hoy también nosotros tratamos de recoger ese deseo de san Pablo (1 Cor 1,17).

 

UNA TIERRA DE PAGANOS

En el evangelio que se proclama en este tercer domingo del tiempo ordinario se repite hasta cuatro veces la mención a Galilea (Mt 4,12-23). Los contemporáneos de Jesús la consideraban poblada por gentes inclinadas al paganismo.

Pues bien, después de haber sido bautizado por Juan en el Jordán, Jesús vuelve a esa región en la que se había criado. El evangelio de Mateo subraya que de esa forma se cumple lo que había anunciado el profeta Isaías. Ese pueblo ve una luz grande. De hecho, la palabra de Jesús se convierte en luz para las gentes.  

En Galilea, las gentes comentan que Jesús se expresa con una autoridad que no era habitual. Además, su cercanía se manifiesta en la compasión con la que acoge a todos los que sufren. “Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”.

 

DOS INVITACIONES DEL MAESTRO

 El relato evangélico recoge dos de las frases que caracterizan el paso de Jesús por Galilea. Una se dirige a toda la gente y la otra a unos pocos elegidos.

• “Convertíos porque está cerca el reino de los cielos”. Estas palabras de Jesús no son una amenaza a los paganos o a los que viven al modo de los paganos. Son una exhortación para que todos se incorporen gozosa y activamente a la gran novedad y reciban la gracia que comporta la acogida al reino de Dios.

• “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Estas palabras de Jesús no son un mandamiento. No implican una obligación. Son otra invitación a algunos pescadores del lago de Galilea para que descubran el nuevo horizonte de su vieja profesión. Es un honor colaborar con el Maestro que difunde la luz y la verdad.

- Señor Jesús, nosotros te reconocemos como la luz que ilumina a todo el que viene a este mundo. En este tiempo, muchos tenemos la sensación de vivir en la Galilea de los gentiles. Sin embargo no queremos vivir lamentándonos por ello. Llámanos tú a cambiar nuestros esquemas mentales y nuestras actitudes. E invítanos a seguirte para que podamos anunciar tu salvación con alegría y esperanza. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo 2º del Tiempo Ordinario. A

15 de enero de 2023

 

“Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”. Esta es la promesa  que oye el Siervo del Señor (Is 49,6).

Este personaje misterioso se siente elegido por Dios para ser enviado a una misión universal. Su tarea no se reduce a convocar y reunir a su pueblo, sino que ha de tratar de iluminar a todas las naciones.  

El elegido por Dios manifiesta su voluntad de escuchar esa llamada y de ser fiel a ese envío. Hacemos nuestra ese fidelidad mediante el salmo responsorial: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas” (Sal 39).

También san Pablo se presenta ante los fieles de Corinto como un llamado por Dios a ser apóstol de Jesucristo. También él es consciente de que su misión se extiende a todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, que es el Señor de todos (1Cor 1,1-3).

 

LA ENTREGA DEL CORDERO

Durante el tiempo de Adviento hemos recordado una y otra vez la vocación y la predicación de Juan, el Bautista. Ahora se nos dice que, al descubrir a Jesús entre las gentes que acudían a escucharle y ser bautizadas por él, Juan pronunció unas palabras que nos resultan muy familiares: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).  

• El papa emérito Benedicto XVI dijo muchas veces que estamos viviendo el eclipse de Dios. Quien no reconoce a Dios, difícilmente reconocerá haberlo traicionado. Juan el Bautista no ignora que nuestro mundo vive en situación de pecado. Sin embargo, proclama la llegada de Aquel que puede liberarnos del pecado y de sus consecuencias.  

• Además, Juan Bautista presenta a Jesús como el Cordero del mundo. Con esa imagen evocaba la cultura pastoril de su pueblo. Y, sobre todo, aludía a las víctimas ofrecidas en el templo. Como el cordero de la pascua judía, Jesús se entrega voluntaria y libremente en expiación por el pecado del mundo. Y por nuestro pecado.    

 

HUMILDAD Y VALENTÍA

Pero hay algo más en las palabras pronunciadas por Juan el Bautista. Por una parte confiesa su ignorancia previa y, por otra, manifiesta la revelación que ha recibido del Espíritu.  

• “Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar…” El profeta declara que el bautismo que él administra es tan solo su humilde contribución para que Jesús se manifieste a su pueblo.

• “He contemplado al Espíritu… que se posó sobre él”. El desconocimiento de Juan ha encontrado ayuda en la contemplación del Espíritu que guía a Jesús.  

• “Yo no lo conocía, pero el que me envió me dijo…” El profeta no conocía a Jesús pero se sabía elegido y enviado por Dios para presentarlo como el esperado por las gentes.

• “Yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios”. Después de ver a Jesús, la ignorancia de Juan ha dejado paso al testimonio sobre Jesús, Hijo de Dios.

- Padre nuestro que estás en los cielos, como a Juan el Bautista, también a nosotros nos  has elegido y enviado. Y con la Ayuda del Espíritu nos vas guiando para que podamos anunciar a Jesucristo como Salvador y dar testimonio de su presencia en este mundo. Ayúdanos con tu gracia a cumplir esa misión con humildad y valentía. Amén.

José-Román Flecha Andrés


El Bautismo de Jesús. A

8 de enero de 2023

 

“Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido en quien me complazco ”. Estas palabras se ponen en la boca del mismo Dios. Pertenecen a uno de los poemas del “Siervo de.Señor”, que se encuentran en la segunda parte del libro de Isaías (Is 42,1-7).

Ese siervo misterioso está lleno del Espíritu de Dios, promueve el derecho y la justicia. No se presenta con violencia, sino con la fuerte suavidad de los humildes. Dios lo ha presentado como luz de las naciones y salvación de su pueblo. Ha sido enviado a abrir los ojos de los ciegos y a traer la liberación a los esclavos.

También hoy necesitamos un hombre como este. Un verdadero profeta. A él habrá que volver los ojos en el tiempo de la cultura líquida. Si lo descubrimos entre nosotros, podremos cantar: ”El Señor bendice a su pueblo con la paz” (Sal 28).

Pues bien, ante el centurión Cornelio, Simón Pedro anuncia que Jesús de Nazaret es ese hombre esperado por todos. Él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Hch 10,34-38).  

 

LA NUEVA ALIANZA

Así es. En Jesús de Nazaret se ha realizado aquel antiguo poema del libro de Isaías. En el Jordán, Jesús, es reconocido por el Padre como su Hijo predilecto. Está lleno del Espíritu de Dios. Y es enviado para liberar a todos los oprimidos por las maldades de la humanidad y por sus propios pecados.

El relato del bautismo de Jesús nos resume la continuidad y la novedad que aporta Jesús a las tradiciones de Israel (Mt 3,13-17). La antigua alianza, representada en la figura y la misión de Juan Bautista, anticipa la nueva alianza, la plenitud de la vida y de la santidad que representa Jesús de Nazaret.

Jesús no es un pecador como los que acuden al Bautista. No necesita el lavado de la purificación. Jesús no baja a las aguas del Jordán para convertirse de una vida pecadora a una vida santa. La única razón para recibir el bautismo de manos de Juan es darnos a conocer que en su vida se realiza la voluntad de Dios.

 

LA VOLUNTAD DE DIOS

De hecho, las misteriosas palabras que Jesús dirige al Bautista nos revelan el hondo misterio de la vida y la misión de Jesús:

• “Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. En el bautismo de Jesús Dios se hace presente en la historia humana. Al apoyar y garantizar la misión de su Hijo predilecto, Dios se nos revela en Jesús de Nazaret.

• “Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. La misión de Jesús comienza por la aceptación de la voluntad de Dios. Y revela que Dios ha de continuar sus relaciones de amor y de misericordia con toda la humanidad.

• “Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere”. Jesús manifiesta que asume los rasgos que se atribuían al humilde “Siervo del Señor”. El signo de su misión salvadora no es el poder sino la humildad y el abajamiento.

- Señor Jesús, al celebrar tu bautismo, queremos recordar también el nuestro. Damos gracias a Dios por habernos acogido como hijos suyos. Y te pedidmos a ti, el hijo predilecto del Padre,  que nos enseñes a cumplir siempre su voluntad. Amén.

José-Román Flecha Andrés


SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

1 de enero de 2023

 

“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz”. Esa es la fórmula de la bendición que Aarón y sus descendientes habían de pronunciar sobre los israelitas” (Núm 6,22-27). Confiadamente hacemos nuestra la respuesta del salmo: “El Señor tenga piedad y nos bendiga” (Sal 66,2).

Por su parte el apóstol Pablo presenta a los fieles de Galacia el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, aludiendo a María, la madre de Jesús: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción” (Gál 4,4).

En cuanto Dios, el Hijo vive en la eternidad. En cuanto hombre nace de una mujer en el tiempo. Esa mujer es María de Nazaret. Ella acoge en esta tierra el misterio que llega del cielo. Ella es la Madre del Hijo de Dios, tan divino que ha querido hacerse humano. Tan humano que puede revelarnos lo divino.

 

SER TESTIGOS DEL MISTERIO

El evangelio según Lucas nos invita a situarnos en las colinas cercanas a Belén. Los pastores reciben del cielo la buena noticia del nacimiento del Mesías. Y llegados a Belén,   encuentran a María, a José y al niño acostado en el pesebre (Lc 2,16).

• En medio de la noche, los pastores escuchan el mensaje celestial. Se ponen rápidamente en camino y al ver al niño transmiten el mensaje recibido. Escuchar el mensaje, buscar al Mesías y anunciar su presencia. Tres acciones que caracterizan a quienes están abiertos a los misterios divinos, que transforman a los humanos.

• Como se sabe, en el pueblo hebreo los pastores no eran aceptados como testigos ante los tribunales. Precisamente por eso resulta más sorprendente ver que son los elegidos por Dios para dar testimonio de su presencia en el mundo. Los evangelizados se transforman en evangelizadores.

 

MEDITAR EN EL CORAZÓN

Además, en el evangelio según Lucas se nos dice que “María conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). Conservar y meditar en el corazón las cosas del Señor. He ahí un mensaje que hemos de tener muy presente todos los llamados a vivir de acuerdo con el Evangelio.

• “María conservaba todas estas cosas”. María es modelo de muchas actitudes humanas y cristianas. También del interés por conservar en su memoria los acontecimientos de los que era testigo. Nosotros seremos buenos discípulos del Maestro si prestamos atención a sus hechos y a sus palabras.

• “María meditaba estas cosas en su corazón”. En una sociedad marcada por el activismo y por la prisa es difícil detenerse a meditar sobre la vida y su misterio. Para meditar es preciso saborear lo verdadero, lo bueno y lo bello. Con ello nuestro corazón podrá vivir en sintonía con Aquel que es la Verdad, la Bondad y la Belleza.

- Santa María, Madre de Dios y madre nuestra, ruega por nosotros para que la vida y el mensaje de tu Hijo llenen nuestra existencia de su luz y de su gracia. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés 


 Solemnidad de la Natividad del Señor

25 de diciembre, 2022

 

“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la paz” (Is 9,5). El profeta Isaías se refiere sin duda a un hijo del rey que acaba de nacer.

En él ha puesto el pueblo sus mejores esperanzas de paz y de justicia, de racionalidad y discernimiento. En todos los tiempos, las gentes suspiran por poder gozar de armonía social y de prosperidad. Pero con el tiempo, el pueblo de Israel vería ese poema como una profecía de los tiempos mesiánicos.

Nosotros hoy hacemos nuestras las palabras del salmo responsorial. Esperamos que la celebración del nacimiento de Jesús nos lleve a comprender que él es nuestro Señor y que en él radica la justicia. “Alégrese el cielo, goce la tierra… delante del Señor que ya llega, ya llega a regir la tierra” (Sal 95).

Pero ese don exige nuestra responsabilidad. San Pablo nos exhorta a llevar una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos (Tit 2,11-14).

 

LOS PAÑALES Y EL PESEBRE

 El evangelio que se proclama en la misa de la medianoche, nos traslada a Belén. Allí han acudido José y María para empadronarse según el edicto de Augusto. Mientras estaban allí, le llegó a María la hora del parto, dio a luz a su hijo, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre (Lc 2,1-7).

• “Lo envolvió en pañales”. Esa primera acción de María nos parece obvia. Es cierto que el evangelista no está interesado en dar otros detalles que vendrían a satisfacer nuestra curiosidad. Pero, sin duda, trata de subrayar la humanidad de ese hijo, cuya naturaleza divina había sido anunciada por un ángel.

 • “Lo acostó en un pesebre”. Ese detalle que anota el evangelista nos da cuenta de la pobreza de esa familia, descendiente del linaje del rey David. El hijo de María encuentra su lugar de acogida y de descanso en un establo de animales. El que ha de proclamar dichosos a los pobres de espíritu ha sido un pobre de nacimiento.  

 

LA POSADA

 El evangelio anota que José y María no tenían lugar en la posada, tal vez un “khan” de aquellos en los que descansaban las personas y los animales de las caravanas.

• Con todo, la piedad cristiana ha recordado siempre ese detalle para reflexionar sobre la marginalidad a la que se vio expuesto el Señor desde el primer momento de su vida. Es un particular que no puede ser ignorado.

• En nuestros tiempos son muchas las personas que no encuentran un sitio de acogida en los lugares a los que han sido empujados por sus necesidades económicas o por la persecución política.

• Por otra parte, cada uno de los seguidores de Jesús ha de preguntarse si en su vida, en su mente y en su corazón hay un espacio para acoger y hospedar al Señor que ha querido compartir nuestra suerte.

-Señor Jesús, nosotros te reconoceos como nuestro Salvador. Y queremos reconocerte también en todos los que no encuentran acogida en las estructuras de nuestra sociedad. Amén.

José-Román Flecha Andrés    


 Domingo 4º de Adviento. A

18 de diciembre de 2022

 

 “Mirad: la virgen está encinta y da a luz a un hijo, y le pone por nombre Emmanuel (que significa, Dios con nosotros)” (Is 7,14). Los reyes de Siria y de Israel se han unido para atacar al reino de Judá. En previsión de un asedio a la ciudad de Jerusalén, el rey Acaz está revisando los canales de conducción de agua a la ciudad.

En ese momento, el profeta Isaías se acerca y le anuncia que no habrá guerra. Ante la desconfianza del rey, el profeta le sugiere que pida una señal. Pero el rey asegura que no necesita pruebas. Ante su autosuficiencia, el Señor le ofrece la señal de la vida. Está para nacer un niño que se llamará Emmanuel, es decir: ¡Dios con nosotros! Y crecerá en paz.

  En el salmo responsorial resuena la promesa de la cercanía de Dios a nuestro mundo y a nuestra situación personal: “Va a entrar el Señor. Él es el Rey de la gloria” (Sal 23).

San Pablo, por su parte, nos exhorta de nuevo a creer que Jesús, descendiente de David, es Hijo de Dios y nuestro Salvador (Rom 1,1-7). Es preciso esperar y acoger su venida.

 

LA DUDA Y  LA INQUIETUD

 El evangelio de este cuarto domingo de Adviento nos presenta la anunciación del ángel a José de Nazaret, esposo de María (Mt 1,18-24). Dios le hace ver que lo ha elegido precisamente a él para tutelar la vida del Mesías.  

A primera vista nos impresiona la situación de José y las dudas que surgen en él al percibir el estado de su esposa. Es verdad que en la memoria de Israel había ya acontecimientos que denotaban que Dios intervenía de forma insospechable en el nacimiento de las personas que elegía para una importante misión.

Pero la fe y la aceptación de los planes de Dios no dejan de inquietar a aquel artesano que tenía ya un proyecto para su vida. Sin embargo, el ángel del Señor le ayuda a aceptar el don de la vida que se anuncia y el plan que Dios tiene sobre su propia existencia.

Además, el ángel le confiere el honor y la responsabilidad de poner nombre al niño que va a nacer de su esposa: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados” (Mt 1,21). Así que José ha de aceptar con fe la salvación que Dios ofrece a su pueblo y ofrecer su tutela a ese niño por el cual viene la salvación.

 

LA PRESENCIA DE DIOS

El evangelio de Mateo recuerda la antigua profecía de Isaías. Pasados los siglos, se hace realidad tanto aquella promesa de paz como la certeza de la presencia de Dios.

• “La virgen concebirá y dará a luz un hijo”. La doncella anunciada por Isaías al rey Acaz es ahora presentada como una virgen. El hijo que va a nacer de ella no es fruto del esfuerzo y de los planes humanos. El Salvador que Dios envía a la humanidad es un don gratuito que viene a redimir la pobreza y la humillación humana.

• “Le pondrá por nombre Emmanuel”. Dios había estado siempre al lado de su pueblo. Ahora se manifiesta en el hijo de María. Pero Dios se mostrará cercano no solo a su pueblo, sino a todos los pueblos y a todas las gentes, sean del origen que sean. Es más, adoptará su naturaleza y sus sueños, su fatiga y sus esperanzas.

- Padre de los cielos, en este tiempo de turbación y de dudas, de crisis y desaliento, concédenos la limpieza de María y la silenciosa docilidad de José, para que tu hijo Jesús  haga presente entre nosotros tu salvación y tu misericordia. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Tercer domingo de Adviento. A

11 de diciembre de 2022

 

 “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará, y volverán los rescatados del Señor” (Is 35,5-6). Estas promesas del profeta Isaías parecerán increíbles para todos nuestros vecinos. El ambiente no nos permite creer facilmente en los milagros.

Este “pequeño apoalipsis” constituye un hermoso canto de esperanza. El profeta anuncia a su pueblo un futuro de paz y de armonía, que se verá reflejado en el mundo creado. La tierra se convertirá en un jardín. Las enfermedades de los hombres desaparecerán. Y, sobre todo, Dios se manifestará cercano. Así que todos verán “la gloria de Dios”.  

Con el salmo responsorial nosotros celebramos hoy el milagro de una esperanza que resurge de las ruinas de los bombardeos o de la calamidad de una pandemia (Sal 145). Además, encontramos un apoyo en la carta de Santiago: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor... Manteneos firmes porque la venida del Señor está cerca” (Sant 5,7-10).

 

LAS PREGUNTAS

  El evangelio nos presenta a Juan Bautista. Tras haber exhortado a las gentes a convertirse, había sido encerrado en una mazmorra por el rey Herodes. Allí parece preguntarse si Jesús de Nazaret es el Mesías que él anunciaba o había que esperar a otro. (Mt 11,1-11).  A los mensajeros que le envía, Jesús responde con hechos cumplidos.

• “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo”. Junto al río Jordán ya se habían encontrado el Precursor y el Anunciado. Ahora ambos confían a los discípulos la responsabilidad de preguntar y de responder. Los mensajeros enviados por Juan pueden reflejar las dudas de su maestro. Pero en ellos vemos también nuestras propias preguntas.

• “Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”. Esa estupenda sanación de todas las debilidades había sido anunciada por el profetas Isaías. Jesús había dicho en Nazaret que esa era su misión. Y ahora  presenta esos hechos como la prueba de la misma.

 

Y LA DICHA

 Jesús no ignora las dudas de Juan Bautista. En su pregunta adivina la incertidumbre de los que se preguntarán por las acciones que avalan su misión como enviado por Dios. La respuesta de Jesús incluye una bienaventuranza que nos interpela a todos los creyentes.

• “Dichoso el que no se sienta defraudado por mí”. Muchos judíos esperaban un Mesías guerrero como Judas Macabeo, que pudiera librar a su puebo del dominio de los romanos. Pero la mansedumbre de Jesús defraudaba aquella imagen popular.

• “Dichoso el que no se sienta defraudado por mí”. Algunos, como los hijos de Zebedeo, habían oído a Jesús hablar del Reino de Dios y esperaban que les concediera en él los puestos más importantes. Pero Jesús les invitaba a beber su propio cáliz.

• “Dichoso el que no se sienta defraudado por mí”. En nuestro tiempo, algunos piensan encontrar la salvación en sus conocimientos o en la fuerza de su voluntad, como dice el papa Francisco. Pero Jesús nos propone solamente la sabiduría de la cruz.

- Señor Jesús, tú sabes que nuestros prejuicios e intereses nos llevan a veces a desconfiar de ti y de tu misión. Enséñanos a reconocerte como eres en realidad y ayúdanos a acogerte y anunciarte como nuestro Salvador. ¡Ven, Señor Jesús!

José-Román Flecha Andrés


II domingo de Adviento. A

4 de diciembre de 2022

 

 “Aquel día brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz. Sobre él se posará el espíritu del Señor”. Con estas brillantes promesas (Is 11,1-2), el profeta anuncia el nacimiento de un descendiente de Jesé, el padre del rey David.  

Era este un mensaje de esperanza y de confianza, puesto que sobre ese heredero derramaría el Señor sus dones. También ahora suena como un mensaje de paz que abarca a toda la naturaleza, según las imágenes que utiliza el profeta.

No es extraño que el salmo responsorial se haga eco de los mejores anhelos de la humanidad: “Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente” (Sal 71,7).

El consuelo que nos ofrecen las Escrituras junto con nuestra paciencia nos ayudarán a mantener viva la esperanza. Así lo escribe  san Pablo a los Romanos (Rom 15,4). He ahí una buena lección para este tiempo de Adviento.

 

LA CONVERSIÓN DEL HOMBRE

  Durante la primera etapa del Adviento Juan el Bautista aparece en el desierto de Judá vestido con una piel de camello que recuerda la figura del profeta Elías. Sus palabras son el eco de otro profeta que invitaba al pueblo a retornar del exilio por las nuevas calzadas que Dios le preparaba. Ahora el retorno prometido ha de ser espiritual (Mt 3,1-12).

• “Convertíos porque está cerca el reino de los cielos”. El hebreo nunca pronuncia el nombre inefable de Dios. Al anunciar la llegada del reino de Dios se proclama que el mismo Dios esta cerca. Esa cercanía no puede dejar indiferentes a los hombres. Convertirse significa revisar los valores personales y sociales y aceptar el señorío de Dios

• “Dad el fruto que pide la conversión”. Pero revisar los valores morales no puede limitarse a un ejercicio intelectual o económico. A quienes acuden a escucharle, el Bautista les exhorta a producir los frutos que exige la llamada del Señor. Presumir de pertencer al antiguo linaje de Abraham, como algunos hacen, no les dispensa de practicar la justicia.    

 

Y EL JUICIO DE DIOS

 El Bautista se presenta como un pregonero enviado por Dios. Cuando le preguntan si él es el Salvador se limita a responder que él auncia la salvación.   

• “El que viene detrás de mí puede más que yo”. Su poder esta precisamente en su debilidad. El Mesías vino entonces y viene a nosotros con un poder que deja en ridículo a los que presumen de su saber y a las estructuras orgullosas de su fuerza.  

• “Yo no merezco ni llevarle las sandalias”. El verdadero profeta nunca puede alardear de nada. El mensajero no es dueño del mensaje. También hoy, un evangelizador que no es humilde manifiesta con su orgullo la vaciedad de la misión que se atribuye.

• “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. El viento y el fuego son fuerzas benéficas, pero temibles. Con su violencia pueden arruinar nuestra casa. El Bautista sabe que el viento y el fuego de Dios vienen a purificar nuestro mundo.

• “Él tiene el bieldo en la mano”. El bieldo era usado por los labradores para aventar la paja y separarla del grano. Es una buena imagen para reflejar el juicio de Dios. El Señor ejercerá el discernimiento definitivo sobre nuestros proyectos y realizaciones.

- Señor Jesús, nosotros esperamos tu venida a nuestro mundo y la anunciamos con esperanza. Purifica tú nuestro corazón y llámanos a la conversión.¡Ven, Señor Jesús!

José-Román Flecha Andrés


Primer domingo de Adviento. A

27 de noviembre de 2022

 

 “Venid, subamos al monte del Señor”. Esas palabras de Isaías nos llaman a ponernos en camino durante el Adviento que hoy comienza (Is 2,5). En aquella profecía, el monte sobre el que se levantaba el Templo de Jerusalén se veía como la meta de una peregrinación universal. Todos los pueblos de la tierra llegarían a escuchar allí la palabra del Señor.

El salmo responsorial responde a aquel anuncio profético. En medio de las perturbaciones de este tiempo en que vivimos,  nosotros nos ponemos en camino y cantamos: “¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor!” (Sal 121,1).

Con las palabras que dirige a los cristianos de Roma, también a nosotros nos recuerda san Pablo que ya es hora de despertar para caminar por las sendas de la luz. Que el cuidado diario de nuestras cosas no fomente la distración y, menos aún, los malos deseos (Rom 13,14).

 

EL TIEMPO DE NOÉ

 Durante el tiempo del Adviento nos preparamos para la celebración de la fiesta del Nacimiento de Jesús. Además, este tiempo nos invita a recobrar la actitud y la virtud de la esperanza. Y nos exhorta a perseverar con paciencia y alegría en la espera del Señor.

Es verdad que la certeza de su manifestación está acompañada por la incertidumbre sobre el momento concreto de su aparición. En el evangelio de este domingo hasta cinco veces se repite el verbo “venir”. Y otras dos veces se anota que “no sabemos” el momento de la venida del Señor (Mt 24,37-44). La esperanza del futuro exige la atención al presente.

• Por una parte, el texto evangélico evoca el pasado que se refleja en el libro del Génesis y nos recuerda la imagen del diluvio. Las gentes vivían dedicadas a sus tareas habituales y entregadas a sus placeres. El diluvio llegó inesperadamente.

• Por otra parte, el texto evangélico mira también al futuro y nos anuncia que “cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé”. La manifestacion del Señor  revelará las actitudes más secretas de todos los hombres.

 

ESPERAMOS A ALGUIEN

La reflexión sobre la venida imprevisible del Señor comporta la invitación de Jesús a mantenernos vigilantes. “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”.

• El evangelio nos advierte que los creyentes no vivimos a la espera de “algo”, por importante o seductor que nos parezca. Nosotros vivimos esperando a “Alguien”. Nos mantenemos en vela, aguardando la manifestación del único Salvador.

• Pero mantenerse en vela exige practicar la sobriedad y la virtud de la templanza. Ya sabemos que con frecuencia se confunde la satisfacción inmediata con la felicidad que todos anhelamos. Dejarnos seducir por las voces que nos tientan cada día nos incapacita para mantenernos despiertos y prestar atención a los signos que el Señor nos envía.

• Además, nuestro Maestro nos dice que no sabemos el día ni la hora de su manifestación. Hay que superar la tentación de tratar de adivinar el tiempo futuro. Son muchos los agoreros y los profetas de calamidades. Una y otra vez difunden el temor del mañana que nos impide dedicarnos hoy a la misión que nos ha sido confiada.

- Señor Jesús, la fe nos dice que tu venida no es para los que creen en ti un motivo de temor. Es una exhortación a vivir en la esperanza. La misma ignorancia del tiempo de tu llegada es una urgente invitación a mantener la caridad. ¡Ven, Señor Jesús!

José-Román Flecha Andrés


Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. C

20 de noviembre de 2022

 

 “Tú serás el pastor de mi pueblo, Israel, tú serás el jefe de Israel”. David había reinado durante siete años sobre las tierras de Judá. Pero, recordando las palabras que Samuel le había dirigido, las gentes del norte llegaron a Hebrón para rogarle que gobernara como rey a todas las tribus de Israel  (2 Sam 5,1-3).  

Al cantar el salmo 121, nosotros evocamos la alegría de los peregrinos que subían a Jerusalén “a celebrar el nombre del Señor”. La pandemia, la guerra, la corrupción y la violencia difunden por el mundo el desencanto y la tristeza. Solo la confianza en el Señor puede devolvernos la paz que deseaban a Jerusalén los que llegaban hasta su templo.

  Los cristianos sabemos y creemos que la paz verdadera nos ha sido ganada por la sangre de Cristo. Así lo escribe san Pablo a los fieles de la ciudad de Colosas: “Por él quiso Dios reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1,20).

 

LA REPUGNANCIA A LA CRUZ

  No podemos olvidar esa alusión a la cruz de Cristo. El evangelio nos recuerda que Pilato mandó colocar sobre ella un letrero escrito en griego, en latín y en hebreo en el que se presentaba al condenado: “Este es el rey de los judíos” (Lc 23,38).

Evidentemente, esa realeza del Crucificado había de ser mal interpretada y utilizada en su propio beneficio por muchos testigos de la pasión y muerte del Galileo.

• Las autoridades y el pueblo se burlaban de él porque había salvado a otros, pero no podía salvarse a sí mismo. Por tanto, no podía ser reconocido como el Elegido por Dios.

• Los soldados que lo crucificaron despreciaban a aquel condenado que no tenía ni la aperiencia del rey de aquel pueblo que lo acusaba.

• Y uno de los dos malhechores crucificados junto a él le pedía a gritos que se salvara de una vez y de paso le salvara también a él.

Estos datos evangélicos no han perdido actualidad. También hoy a muchos sectores de la sociedad les repugna tanto la cruz como el Crucificado.  

       

EL NUEVO PARAÍSO

 Sin embargo, en medio de las burlas de las autoridades y el desprecio de las gentes, el otro condenado dirige a Jesús una súplica que recibe una profecía de gracia (Lc 23,39-42).

• “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Muchas gentes de Israel esperaban un Mesias. Este condenado descubre en Jesús un poder que no reconocen sus acusadores. No le pide que se desclave y baje de la cruz. Ha descubierto la autoridad de aquel rey de la verdad. Y le ruega que lo recuerde, como lo pedían a José sus compañeros de prisión allá en Egipto.    

• “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Jesús responde con una frase que resume lo que había prometido a sus discípulos: que estarían con él. El hombre extraviado y el Dios de la misericordia se encuentran de nuevo en el paraíso. Pero el nuevo paraíso ya no puede ser imaginado como un lugar de delicias, sino como una relación de perdón y de acogida.  

- Señor Jesucristo, te reconocemos y aclamamos como nuestro Redentor. Tu entrega en la cruz nos ha rescatado del mal y del pecado. Atrae hacia ti nuestras miradas para que podamos vivir en el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz. Tú eres nuestro Rey. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 33 del Tiempo Ordinario. C

13 de noviembre de 2022

 

 “A los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas”. Con esta promesa divina se cierra el texto del profeta Malaquías que se lee en la celebración de este domingo (Mal 3,19).

Inmediatamente antes, el profeta había anunciado también el destino que aguarda a los malvados y perversos. En el juicio de Dios serán tratados como la paja que arde en el horno. Poniendo ante los ojos de los hombres esa posibilidad, el mismo Dios los exhorta a usar bien de su libertad y a elegir siempre el camino del bien.  

Con el salmo responsorial también nosotros miramos al futuro y, llenos de esperanza,  proclamamos que “el Señor llega para regir la tierra” (Sal 97).

En esta misma línea, san Pablo exhorta a los fieles de Tesalónica a llevar una vida tranquila y laboriosa en la espera del Señor: “El que no trabaja, que no coma” (2 Tes 3,10).

 

ESPERANZA Y COMPROMISO

 

El evangelio según san Lucas recoge los elogios que las gentes de Jerusalén hacían del templo, que estaba siendo restaurado y embellecido. Ante ese entusiasmo, Jesús anuncia que un día no quedará piedra sobre piedra de aquel monumento (Lc 21,5-19).

Los discípulos le preguntan: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?” Pero Jesús no responde directamente, sino que ofrece a sus seguidores dos exhortaciones importantes:

 • En primer lugar, no deberán dejarse engañar por los falsos profetas y mesías que van a aparecer y, por tanto, han de procurar no dejarse paralizar por el miedo.

• Y en segundo lugar, han de esforzarse por aprovechar el tiempo para mantenerse perseverantes en la espera y ofrecer el testimonio de su vida.

Pues bien, también en estos tiempos de crisis surgen por todas partes personas que anuncian el fin de los tiempos. Los discìpulos de Jesús no deben inquietarse. No sabemos el tiempo de su venida. Pero hemos de vivir el presente sin miedo y sin evasiones. Nuestra esperanza ha de manifestarse en el compromiso diario con la verdad y la justicia.        

 

FRASES DE ALIENTO

 Es verdad que en el evangelio se leen unas palabras de Jesús que anuncian las guerras,  las tribulaciones y las persecuciones que todos habremos de afrontar. Tanto la historia pasada como nuestra experienca personal nos dicen que ese vaticinio se ha cumplido. Y todo nos hace pensar que se cumplirá también en el futuro. Sin embargo, no podemos olvidar las dos frases de aliento que nos dirige el Maestro:

• “Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”. Con una imagen popular, Jesús nos dice que la providencia nos acompañará a lo largo del camino. Es cierto que no nos veremos libres de las tribulaciones, pero se nos promete que nunca seremos indiferentes para Dios.

• “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. La segunda frase se refiere a los miedos que seguramente habremos de afrontar. Pero no deberemos olvidar la meta prometida. Nuestra esperanza ha de manifestarse en la fidelidad y en la constancia.  

- Señor Jesús, en la celebración de la Eucaristía, repetimos una y otra vez la invocación final del Apocalipsis: “Ven, Señor Jesús”. Envíanos tu Espiritu para que nos ayude a proclamarla con sinceridad. Al aguardar tu manifestación, queremos vivir con fidelidad el gozo de la fe, el testimonio de la esperanza y el compromiso diario del amor. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 32 del Tiempo Ordinario. C

6 de noviembre de 2022

 

 “Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú en cambio no resucitarás para la vida” (2 Mac 7,14). Así interpela al rey Antíoco IV Epífanes el cuarto de los hermanos macabeos, que fueron torturados y martirizados por aquel tirano.

Es precisamente en aquel tiempo de persecución contra los judíos cuando se afianza la creencia en la resurrección de los muertos. Hasta las gentes más sencillas han llegado a descubrir que Dios no puede negar la vida eterna a los que han dado por él la vida temporal.  

En la oración de un levita, el salmo responsorial evoca ya la fe en la resurrección: “Con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante” (Sal 16,15).

Por su parte, san Pablo escribe a los fieles de la ciudad de Tesalónica que los creyentes esperamos que el Padre celestial nos conceda amarle, manteniéndonos en fidelidad a Jesucristo y en constancia a través de todas las circunstancias de la vida (2 Tes 3,5).

 

LA MUERTE Y LA VIDA

 Ya sabemos que en tiempos de Jesús los saduceos y los sacerdotes no creían en la resurrección de los muertos. De hecho, algunos de ellos se acercaron al Maestro y le contaron una leyenda que se apoyaba en la ley del levirato (Dt 25,5) y en el recuerdo de Sara, la que sería esposa del joven Tobías (Tob 3,8).

La cuestión mencionaba a una mujer que se había casado con siete hombres. Pues bien, ¿de cuál de ellos sería esposa a la hora de la resurrección? Jesús respondió recordando que la unión conyugal tiene sentido para perpetuar la especie humana. Por tanto, en la vida eterna los llamados por Dios a la resurrección ya no se casarán.

Habitualmente pensamos que la vida termina con la muerte. Jesús sugiere que es con la muerte cuando comienza la vida verdadera. Pero esta visión de la existencia parece que no era comprendida por sus interlocutores.

 

LLAMADOS A RESUCITAR

 Al acercase a Jesús, los saduceos citaban un texto de la Escritura. Jesús recurre a otro texto muy conocido: el de la zarza que ardía sin consumirse. En ella Moisés descubrió al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob (Ex 3,6). Jesús deduce que los patriarcas continuaban vivos en la presencia del Dios. Y de esa fe extraía él dos importantes conclusiones:

• “No es Dios de muertos, sino de vivos”. Dios no puede renunciar a su poder creador ni a la misericordia que derrama sobre todos sus hijos. Para él, todos son hijos de la resurrección. El Dios de los vivos no está rodeado de muertos.

• “Para él todos están vivos”. Esa es la revelación del Dios de la vida. Y es una vibrante interpelación para los hombres. No podemos olvidar a nuestros hermanos que sufren como si ya estuvieran muertos. Si Dios ama la vida, nosotros no podemos despreciarla.

- Señor Jesús, nosotros creemos y anunciamos que tú eres el Camino, la Verdad y la Vida. Vivimos en una sociedad que parece haber optado por la cultura de la muerte. Que tu Espíritu nos ayude a comprender y confesar que estamos llamados a resucitar para vivir contigo en el amor y en la gloria. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 31 del Tiempo Ordinario. C

30 de octubre de 2022

 

 “Señor, tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes; cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan”. El autor del libro de la Sabiduría incluye en esta hermosa oración una confesión del poder de Dios, que se manifiesta precisamente en su misericordia que infunde confianza al pecador (Sab 11,23).

Nadie es indiferente a los ojos de Dios. Él ama a todos los seres y no odia nada de lo que ha creado. En en las ocasiones en las que corrige a quien se ha desviado del camino recto, Dios le está manifestando su amor  

Nosotros tratamos de meditar y proclamar esa fe en su bondad cuando repetimos con el salmo responsorial que “el Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad” (Sal 144,8).

Escribiendo a los fiees de la ciudad de Tesalónica, san Pablo indica que ni los recuerdos del pasado, ni el miedo a un futuro impensable podrán hacernos “perder la cabeza” (2 Tes 2,2).

 

TRES PROTAGONISTAS

El evangelio según Lucas se refiere con frecuencia a los pobres, a las viudas y a los pecadores. Pero incluye también el encuentro de Jesús con Zaqueo (Lc 19,1-10). Parece que se ha hecho rico, al ser jefe de los publicanos de Jericó, a los que el pueblo considera como pecadores. Pero Zaqueo evoca la imagen de tres protagonistas de la historia de la salvación.

• Zaqueo tiene el deseo de conocer a Jesús. Sale de su casa y para superar el inconveniente de su baja estatura, sube a una morera del camino. Si Dios buscó y encontró a Adán entre el follaje del paraíso, también Jesús descubre a Lázaro entre las ramas de un árbol.

• Zaqueo escucha asombrado que Jesús desea hospedarse en su casa. El que solamente deseaba “ver” a Jesús, está dispuesto a “acogerlo” con alegría. Si Zaqueo nos recuerda a Adán, también nos recuerda la hospitalidad de Abrahán que recibió a Dios en su tienda.

• Zaqueo ha aumentado las cuotas de los tributos para obtener un beneficio personal.  Ahora, promete a Jesús que va a compartir sus bienes con los pobres. Y se aplica a sí mismo el castigo que David quería aplicar al malvado que robaba la oveja de su vecino.

 

LA BÚSQUEDA Y LA SALVACIÓN

Las palabras que Jesús pronuncia ante el gesto de Zaqueo son para los cristianos un verdadero evangelio de la misericordia:

• “Hoy ha sido la salvación de esta casa”. El evangelio de Lucas menciona a otro publicano que bajó justificado del templo (Lc 18,14). En ambos casos, se dice que la salvación alcanza al que se reconoce como pecador.  

• “También este es hijo de Abrahán”. Algunos de los que se acercaban al Bautista presumían de ser hijos de Abrahán según la sangre (Lc 3,8). Jesús afirma que acogerle a él convierte a los que le escuchan en hijos de Abrahán.

• “El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Jesús había dicho eso mismo, sentado a la mesa de otro publicano llamado Mateo o Leví (Lc 5,32). El mismo evangelio de Lucas dice que el hijo pródigo se había perdido pero fue encontrado.

- Señor Jesús, sabemos y creemos que tú te anticipas a nuestro deseo de salir a tu encuentro. Acepta nuestra humilde hospitalidad, perdona nuestro pecado y ayúdanos a compartir nuestros bienes con los pobres y necesitados.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 30º del Tiempo Ordinario. C

23 de octubre de 2022

 

 “La oración del humilde atraviesa las nubes y no se detiene hasta que alcanza su destino”. (Eclo 35,12). Se ve que el autor de este texto imagina la morada de Dios en un lugar lejano pero localizable. Y nos confiesa su creencia más firme. Según él, hasta Dios llega la súplica de las personas que lo invocan en su necesidad.    

Haciéndonos eco de esa misma convicción, también nosotros abrigamos esa certeza. Y por eso, podemos proclamar la afirmación del salmista: “El afligido invocó al Señor y él lo escuchó” (Sal 33).

En este domigo se concluye la lectura de la segunda carta de san Pablo a su discípulo Timoteo. Al final de su vida, el Apóstol se muestra profundamente convencido de que el Señor es un juez justo. Por eso premiará con una corona de justicia a los que hayan aguardado con amor su misericordia (2 Tim 4,8).

 

LA ORACIÓN Y LA ESCUCHA

 

A lo largo  del evangelio de Lucas se manifiesta una y otra vez la grandeza, la belleza y la necesidad de la oración. En la parábola del fariseo y el publicano se nos indica el verdadero espíritu de la oración (Lc 18,9-14).

• En primer lugar, se transcribe con detalle la oración de un fariseo. Se muestra orgulloso de la fidelidad con la que cumple lo prescrito por la Ley y más aun. Por eso no duda en juzgar y despreciar a los que tienen fama de pecadores, como son los cobradores de tributos.  Él se considera a sí mismo muy superior a ellos.

• Además, se recoge la breve oración de uno de los cobradores de impuestos, tan odiados por las gentes. Parece que ha llegado a internalizar el desprecio que todos le demuestran cada día. De hecho, se percibe a sí mismo como un pecador. En realidad, piensa que ya solo puede apoyarse en la misericordia de Dios.  

Sin embargo, la parábola no se limita a exponer dos actitudes humanas totalmente contrapuestas. En ella se nos revela, sobre todo, la justicia de Dios. Él conoce la verdad de cada uno. Por eso, ignora la oración de los orgullosos y escucha la plegaria de los humildes.

     

SEMEJANZA Y DIFERENCIA

 Los dos personajes que aparecen en esta parábola tienen algo que los asemeja. Los dos son creyentes, y los dos suben al templo a orar. Pero tienen una imagen muy diferente de Dios y de ellos mismos. El uno se considera con méritos más que suficientes ante Dios. El otro se ve tan indigno que solo puede implorar compasión.    

• “El publicano bajó a su casa justificado y el fariseo no”. Este primer comentario de Jesús revela la justicia y la misericordia de Dios. Es preciso tener en cuenta que solo puede participar de su “justicia” y santidad quien lo reconoce como la fuente de la gracia.

• “El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. En su segundo comentario, Jesús recoge este proverbio de su pueblo, en el que se manifiesta la verdad sobre el hombre. Solo quien se muestra humilde podrá ser escuchado por Dios.

- Padre nuestro que estás en los cielos, bien sabemos que el bien que hacemos puede estar dañado por el mal espíritu con que lo hacemos. Perdona tú nuestra arrogancia y ayúdanos a reconocer en la oración nuestra verdad más profunda. Esa verdad que nos une a tu Hijo, que se humilló por nosotros hasta la muerte y una muerte de cruz. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 29º del Tiempo Ordinario. C

16 de octubre de 2022

 

 “Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec... Pero Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado” (Éx 17,8-13).

Allá en el valle, Josué y sus hombres consiguen vencer a los amalecitas. Pero el triunfo no se debe solo a sus fuerzas sino a la oración de Moisés, allá en lo alto del monte, apoyado por Aarón y Jur. Ninguna comunidad debería olvidar esa lección sobre la oración.

El monte aparece también en el salmo responsorial: “Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra” (Sal 120,1-2). El israelita dirige su mirada a lo alto de los montes, donde los cananeos adoran a sus ídolos, creados por manos humanas. Pero la fe le ayuda a mantenerse fiel al Dios creador.

 También el apóstol Pablo exhorta a su discípulo Timoteo a mantenerse fiel a las enseñanzas de las Escrituras que conoce desde su niñez (2 Tim 3,14-15).

 

LA VIUDA Y EL JUEZ

 La perseverancia en la oración es el tema del texto evangélico que hoy se proclama (Lc 18,1-8). Jesús ilustra esa idea por medio de una parábola, en la que se contraponen dos personajes y dos actitudes.

• El primer personaje es un juez realmente irresponsable. Ni teme a Dios ni le importan los hombres y mujeres de su pueblo. La observación de nuestro mundo ha hecho decir al papa Francisco que la indiferencia ante lo divino lleva casi siempre al desprecio de lo humano.

• El otro personaje es una viuda que está padeciendo desprecios e insultos de su vecino o de un pariente. Acude al juez, pero este no le hace caso. Al fin, accede a escucharla no movido por su conciencia profesional, sino por la insistencia de la pobre mujer.      

• Jesús utiliza esta parábola para hablar del hombre y para hablar de Dios. El creyente ha de perseverar en la oración. Pero Dios no se parece al juez corrupto e indolente. Dios es misericordioso para escuchar la plegaria de los necesitados y para hacerles justicia.      

 

LA FE Y LA ORACIÓN

Al final de la parábola, el evangelista pone en labios de Jesús una pregunta inquietante que, a primera vista, parece fuera de lugar: “¿Cuando venga el Hijo del hombre encontrará esta fe en la tierra?” Estas palabras del Maestro nos interpelan a todos.  

• En primer lugar, se alude a la venida del Hijo del hombre. La afirmamos en el Credo, pero la olvidamos en la práctica. El cristiano no puede olvidar la invitación a vivir esperando la venida del Señor.  

• Por otra parte, se dice que la oración no puede separarse de la fe. Muchas personas se sienten agobidas y nos piden oraciones. Pero nos preguntamos si también ellas son fieles a la oración.  Ora quien tiene fe. Y tiene fe quien se mantiene en la oración.

• Y finalmente, pensamos en todos los que se preguntan y nos preguntan todos los días dónde está Dios. Sin embargo, también Jesús tiene una pregunta. De hecho se pregunta y nos pregunta dónde está nuestra fe.

- Señor Jesús, tú sabes muy bien que somos débiles e inconstantes en la práctica del bien. Y por desgracia, la oración no es una excepción. Cuando oramos, solemos presentar ante ti nuestras necesidades. Pero la primera necesidad es precisamente la de perseverar en la oración. Concédenos el don de la constancia. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 28º del Tiempo Ordinario. C

9 de octubre de 2022

 

 “En adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor”. Naamán, un jefe de los ejércitos de Siria, había contraído la lepra. Orientado por una esclava, llegó hasta Samaría y allá fue curado por el profeta Eliseo. Su gratitud por la salud recobrada se muestra en su conversión al Dios de Israel (2 Re 5,14-17).

Con razón en el salmo responsorial nosotros podemos recordar y confesar publicamente que la salvacion tiene una dimensión universal. Tambien hoy, “el Señor revela a las naciones su salvación” (Sal 87). Si un día reveló su misericordia a un extranjero y pagano, como Naamán, también hoy puede hacerlo con los que viven en las periferias de este mundo.  

El mensaje de san Pablo a Timoteo nos invita a hacer siempre memoria de Jesucristo, es decir, a vivir con él, a morir con él y a resucitar con él a una nueva vida (2 Tim 2,8-13).

 

LA CONFIANZA

 El texto evangélico evoca la cercanía de Jesús a los leprosos (Lc 17,11-19). Según la Ley, habían de vivir apartados de las gentes. Sin embargo, parece que algunos habían oído hablar de Jesús. Diez de ellos vinieron a su encuentro, se pararon a lo lejos, como estaba prescrito y le rogaron gritando: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”.

• En primer lugar, nos llama la atención que invoquen a Jesús con el título de “Maestro”. Es como si reconocieran el valor de su doctrina, pero también el poder y la misericordia con que atendía a los enfermos que se le acercaban.

• Jesús no les devuelve la salud inmediatamente, pero los envía a los sacerdotes, según prescribía la Ley. Jesús reconoce que, aun siendo incapaces de curar, son ellos los que han de certificar la salud de los leprosos para que puedan ser reincorporados en la sociedad.

• El texto indica que los leprosos quedaron limpios antes de llegar a los sacerdotes. No es la Ley de Moisés la que sana a los enfermos sino la fe en el Maestro. De paso, se subraya la confianza que los lleva a obedecer el mandato de Jesús.    

 

 Y LA GRATITUD

El relato incluye otro dato que recuerda a Naamán, el sirio. Como él, uno de los leprosos curados vuelve para dar gracias a Jesús. Si aquel era un extranjero y pagano, este es un samaritano, un extraño y despreciado por los judíos. Las virtudes humanas están al alcance de todos. Tres frases de Jesús subrayan la importancia de este nuevo encuentro:

• “¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve ¿dónde están?”. Hemos sido librados del pecado. Pero la gratitud no es muy frecuente entre nosotos. Hoy los hombres preguntan dónde está Dios. Pero Jesús pregunta dónde están los hombres curados por él.

• “¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Con frecuencia ignoramos y hasta despreciamos a las gentes de otra cultura. Pero también “los de fuera”, como Naamán y el samaritano, pueden reconocer el poder y la misericordia de Dios.  

• “Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Los discípulos pedían a Jesús que les aumentara la fe. Y tenían razones para hacer esa petición. Pero ya vemos que la fe nos acerca a la curación. la curación despierta la gratitud y esta es un impulso para seguir viviendo.    

- Señor Jesús, todos nosotros nos vemos afectados por una forma u otra de lepra y de pandemia. Nuestra fe nos lleva a ti para alcanzar misericordia. Te damos las gracias porque has tenido compasión de nosotoros. Bendito seas, Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 27º del Tiempo Ordinario. C

2 de octubre de 2022

  “El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por la fe” (Hab 2,4). En esa frase del profeta Habacuc se manifiesta con una cierta dureza que el final del malvado es la muerte. Sin embargo, el final del hombre que ha vivido en la justicia se abre a un panorama de vida. Su “fidelidad” a la voluntad del Señor le llevará a alcanzar la vida.

Así pues, la fe asegura que las promesas de Dios se cumplirán. Ante el aparente silencio de Dios, el creyente no pierde la esperanza. Dios no se deja ganar en generosidad.

Él mismo pide a sus hijos que no endurezcan el corazón, como hicieron los hebreos en el desierto, aunque habían visto las obras del Señor (Sal 94,8-9). Dios no abandona a quien confía en él. Esa convicción es válida en todo tiempo y lugar.  

Con gratitud recordamos también nosotros las palabras con las que san Pablo advierte a su discípulo Timoteo: “Dios no nos ha dado un espiritu cobarde, sino un espíritu de energía, de amor y de buen juicio” (2 Tim 1,8).

   

NUESTRA POCA FE

  El tema de la fe aparece también en el evangelio que hoy se proclama. En él se recuerda que los apóstoles se dirigen al Señor con una súplica que no ha perdido actualidad: “Auméntanos la fe” (Lc 17,5). Muchos se preguntarán cómo puede aumentar la fe. Pues bien, esta petición nos ofrece algunas lecciones importantes.

• En primer lugar, parece que los apóstoles ya han llegado a comprender que la fe es un don gratuito de Dios. La sociedad de hoy deberá aprender que este don no se puede imponer y tampoco se debe impedir. En realiad, es necesario pedirlo de forma insistente y confiada. Pero al mismo tiempo,  hay que esforzarse activamente en mantenerlo.  

• Además, al escuchar esta petición de los apóstoles comprendemos que nuestra fe nunca podrá considerarse excesiva. De hecho, más de una vez Jesús dijo que sus discípulos eran “hombres de poca fe”. También nosotros tendremos que reconocer con humildad que nuestra fe es débil e incoherente, es bastante tristona y muy poco atrayente.

 

MOVER LA MONTAÑA

 Este evangelio todavía incluye otra importante lección. Jesús dice que basta un granito de fe para trasladar una montaña. Trasladar la montaña significa dejar nuestro orgullo y convertirnos en siervos de los demás. Hay que aprender a decir: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10).

• “Somos unos pobres siervos”. No tienen más fe quienes presumen de ella. Tampoco se reduce la fe al cuidado con el que intentamos realizar los ritos sagrados o las ceremonias habituales de nuestro grupo o cofradía. La fe se hace realidad cuando nos dedicamos a servir con amor a nuestros hermanos, especialmete a los más necesitados.

• “Hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Es verdad que a veces servimos a los demás esperando recibir un gesto de su gratitud o un premio de la sociedad. Olvidamos que  Dios nos ha amado gratuitamente. Si nuestro servicio al prójimo es interesado nadie puede creer que nuestra fe puede mover las montañas.

- Señor Jesús, también nosotros te pedimos: “Auméntanos la fe”. Danos la alegría para dar testimonio de ese don. Y la fidelidad para llevarlo a la vida de cada día. Con él podremos mover las montañas de la injusticia y la violencia, de las mentiras y la guerra.      

José-Román Flecha Andrés


Domingo 26 del Tiempo Ordinario. C

25 de septiembre de 2022

 

 “Os acostáis en lechos de marfil..., coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo..., bebéis vinos generosos... y no os doléis de los desastres de José”. Con estas palabras, Amós, el pastor llegado de Judea, denuncia los crímenes de los ricos de Samaría que ignoran y desprecian a los pobres de las tierras de Efraím y Manasés (Am 6,4-7).  

Con el salmo responsorial, proclamamos que Dios está cerca de los pobres: “El Señor hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos” (Sal 145,7).

La comunidad cristiana nunca deberá olvidar la recomendación que san Pablo dirige a su discípulo Timoteo: “Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza” (1 Tim 6,11). Esas seis actitudes, más la oracion que le recomienda también, son un buen resumen del camino cristiano.

 

LA SUERTE Y LA MUERTE

  En el evangelio de Lucas se nos presenta hoy la parábola del rico y el pobre (Lc 16,19-31). El pobre tiene un nombre que indica su dignidad. Se llama Lázaro, que significa “Dios ha ayudado”. Del rico solo se recuerda su opulencia y su indiferencia ante el mendigo que está tendido a su puerta. El texto nos presenta un duro contraste.  

• En un primer momento, se contrapone la condición de ambos personajes. El rico se viste de púrpura y de lino y goza de espléndidos banquetes. El vestido y la comida revelan su estado social. El pobre, en cambio, está cubierto de llagas y, solo desea las migajas que caen de la mesa del rico. Los perros le lamen las llagas y añaden dramatismo a su situación

• En un segundo tiempo, la muerte cambia la suerte de ambos. Desde los infiernos, el rico se dirige a Abrahán. Lo reconoce como padre y le ruega que envíe a Lázaro para que le refresque la lengua. Abrahán lo reconoce como hijo, pero le recuerda los bienes que tuvo durante su vida y los males que padeció Lázaro, que al fin ha encontrado consuelo.

 

EGOÍSMO E INDIFERENCIA

 En un tercer momento, el rico ruega a Abrahán que envie a Lázaro como mensajero, para orientar la conciencia de sus hermanos, de modo que eviten caer en el mismo lugar de tormento. Las dos respuestas de Abrahán son un mensaje imprescindible no solo para la comunidad cristiana sino también para toda la humanidad:

• “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Abrahán recuerda a los grandes testigos de Dios en medio de su pueblo. No se puede ignorar la importancia de la palabra de Dios. En escuchar y cumplir esa palabra está la salvación. Por eso siempre es preciso preguntarse qué es lo que nos impide escucharla.

• “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”. El pecado y la tibieza nos impulsan a vivir a la espera de una señal “especial” de Dios para decidirnos a cambiar de vida. Pero esa señal tan extraordinaria ya se nos ha ofrecido en la vida cotidiana.

- Señor Jesús, la señal divina que esperamos es la presencia humana del pobre que vive a nuestro lado. Así lo indicaban ya la Ley de Moisés y los profetas. Y así nos lo has enseñado tú con tu ejemplo y con tu palabra. Los pecados del rico son su egoísmo personal y su indiferencia ante el pobre. Líbranos de esos males y ayúdanos a vivir en la justicia y la compasión que tú esperas de nosotros. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 25º del Tiempo Ordinario. C

18 de septiembre de 2022

 

 “Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado de trigo. Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones”.

Así denuncia Amós las escandalosas injusticias que pudo observar entre las gentes de Samaría. Él proclamaba que no era un profeta. Era solo un pastor. Pero tenía sentido común para percibir el engaño de los que falseaban las medidas y aumentaban los precios. Siempre a costa de los pobres (Am 8,4-7).

Con el salmo responsorial, en este tiempo de crisis, nosotros proclamamos que Dios es justo, “levanta del polvo al desvalido y alza de la basura al pobre” (Sal 112,7-8).

San Pablo pide a Timoteo que se hagan oraciones para que todos los fieles puedan llevar “una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro” (1 Tim 2,1-2).

 

 TRES LECCIONES

 El evangelio de Lucas presta una gran atención a los pobres y a los marginados. Precisamente por eso, en sus páginas se menciona muchas veces el dinero. En el texto que hoy se proclama se recuerda la parábola del hombre rico que descubre que su administrador le está siendo infiel (Lc 16,1-13).

Antes de ser despedido de su empleo, el administrador trata de asegurarse el futuro, aun a costa de su amo. De hecho, llama a los deudores para que acudan a falsificar los documentos y disminuir su deuda por la compra del trigo y del aceite. Jesús añade que el amo alaba la astucia de aquel administrador infiel. ¿Que lección se desprende de ese hecho?

• Jesús  sugiere que los hijos de la luz deberían ser tan inteligentes para hacer el bien como lo son los hijos de este mundo para realizar el mal.

• Por medio de esta parábola, el Maestro exhorta a los discípulos a que utilicen los bienes de este mundo para recibir una buena acogida en las moradas eternas.  

• Algunos insinúan que el proceder del administrador puede haber hecho comprender a su amo que los bienes de este mundo tienen tan solo una importancia relativa.

 

DOS ADVERTENCIAS

 Además de llamar nuestra atención con el aplauso al administrador infiel, el evangelio recoge dos advertencias que habrán de tener en cuenta los discípulos del Maestro:

• Solo quien es fiel será fiable. La fidelidad no se puede improvisar. Para merecer confianza en los asuntos más importantes, los creyentes han de ser fieles en las tareas que exige cada día la misión que les ha sido encomendada. El buen uso de los bienes de la tierra es un signo de la seriedad del compromiso del creyente.

• Además, no es fácil servir bien a dos amos. El servicio exige siempre un cuidadoso discernimiento. Es preciso saber elegir a quién se ha de servir y cómo ha de ser servido. Esa elección será la revelación de la verdad última de la persona. La conclusión de Jesús es contundente: “No podéis servir a Dios y al dinero”.

- Señor Jesús, todos nosotros proclamamos el valor de la justicia. La reclamamos  como un derecho, pero olvidamos que es también un deber. Ayúdanos a liberar nuestro corazón de la esclavitud a los bienes de este mundo. Con esa libertad esperamos ser fieles y creíbles al anunciar tu mensaje de amor y de justicia. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.

 José-Román Flecha Andrés


Domingo 24º del Tiempo Ordinario. C

11 de septiembre de 2022

 

 “El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo” (Éx 32,14). Dios había adoptado a Israel como “su” pueblo. Pero allá en el desierto su pueblo pidió a Aarón que le fabricara un dios visible. Moisés tuvo que ver horrorizado cómo sus gentes adoraban a un becerro de oro.

Evidentemente añoraban las hortalizas de Egipto. Pero también seguían confiando en los dioses de aquella tierra. Preferían el pasado al futuro. Dios parecía decidido a castigar a su pueblo. Pero ante la súplica de Moisés, Dios se arrepintió de su amenaza.

A esa lectura, la asamblea litúrgica responde hoy con la invocación de un salmo muy conocido: “Misericordia, Dios mío por tu bondad” (Sal 50,3).  

 Por otra parte, san Pablo reconoce que, a pesar de haber sido un blasfemo, un perseguidor y un violento, Dios se ha compadecido de él (1 Tim 1,12-17).

 

 LAS PÉRDIDAS Y LOS HALLAZGOS

 

El poeta Charles Péguy decía que, aunque se pierda el evangelio, quedarán flotando en la memoria colectiva las tres parábolas de las pérdidas y los hallazgs, las tres parábolas de la alegría que se encuentran en el capítulo 15 del evangelio según san Lucas.  

• En la primera parábola se nos presenta a un pastor que ha perdido una oveja. Piensa que el resto del rebaño puede descansar tranquilo. Pero él no está tranquilo hasta que recupera a la oveja perdida. Lleno de alegría por el reencuentro, comunica la noticia a los amigos y los invita a que se alegren con él.

• En la segunda parábola se menciona a una mujer que ha perdido una moneda. Ahora no se trata de un animal cuya custodia le haya sido encomendada. Se trata de algo que la mujer valora. No le pesa perder su tiempo para buscarla. Cuando la encuentra, también ella comunica la novedad a las vecinas y las exhorta a que se alegren con ella.

Más que una lección moral, Jesús quiere subrayar un mensaje teológico. Los relatos hablan de Dios. En ambos casos, Jesús revela la misericordia de Dios. Las dos parábolas ofrecen una misma profecía: “Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta”.

 

EL REENCUENTRO

 

La tercera parábola nos introduce en el seno de una familia, en la que sobresale la figura de un padre generoso y compasivo.

• En esa familia, el hijo menor ansía y busca la libertad, pero un día llega a vivir en una práctica esclavitud. Exige la parte de la herencia que le corresponde, la dilapida y termina en la pobreza. Pero el relato anota su reflexión, su retorno al hogar y la magnanimidad del padre que lo recibe con alegría.

• El hijo mayor no se va de casa, pero no encuentra en ella la felicidad. Al ignorar el don de la paternidad y el gozo de la filialidad, olvida la responsabilidad de la fraternidad. Pero su padre lo invita a ser él mismo y a vivir la alegría del reencuentro: “Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15,32).  

- Señor Jesús, a pesar de su idolatría, el pueblo de Israel alcanzó el perdón de Dios. También nosotros a veces lo ignoramos. Pero tú nos has revelado la alegría de Dios cuando nos dejamos encontrar y recibir por él. Te rogamos que nos enseñes que el amor del padre y del hermano es la prenda de la alegría. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 23º del Tiempo Ordinario. C

4 de septiembre de 2022

 

 “¿Quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio si tú no le das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?” Esta pregunta que se dirige a Dios en el libro de la Sabiduría revela la debilidad de la sabiduría humana. Solo con el auxilio divino podremos aprender lo que agrada a Dios (Sab 9,13-18).  

 Con el salmo responsorial le pedimos: “Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 89).

En el breve escrito que San Pablo envía a Filemón se pone de manifiesto algo muy importante que ha logrado la fe cristiana: superar los criterios que justificaban la esclavitud para proponer el ideal y el compromiso a favor de la fraternidad universal.

 

EL SEGUIMIENTO Y LA CRUZ

 No es fácil seguir el camino de Jesús. En nuestra sociedad parecen escandalosas las palabras del Maestro que recoge el Evangelio de hoy: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26).

Jesús no propone el desprecio a la familia. Pero deja muy claro que seguirle a él exigirá siempre un auténtico sacrificio. Su propuesta  es clara y terminante:

• “Quien no lleve su cruz destrás de mí no puede ser discípulo mío”. El papa Francisco nos ha recordado que “seguir a Jesús no significa participar en un cortejo triunfal. Significa entrar en su gran obra de misericordia, de perdón, de amor. Y este perdón, esta misericordia, pasa a través de la cruz.”

• “Quien no lleve su cruz destrás de mí no puede ser discípulo mío”. Ser discípulo de este Maestro no significa tan sólo conocer su filosofía y su doctrina. Implica vivir como él y estar dispuestos a morir con él. La fe no nace de un aprendizaje teórico. Brota de un encuentro personal que compromete toda la vida.

 

LA TORRE Y EL COMBATE

 El texto evangélico pretende aclarar las exigencias de la fe a los que parecen dispuestos a incorporarse a la comunidad cristiana. Mediante dos breves parábolas, se sugiere la necesidad de calcular las propias fuerzas.

• Quien quiere construir una torre ha de calcular los gastos para ver si tiene los medios suficientes para terminarla. El cristiano que se decide a prestar un servicio o ejercer un ministerio necesita practicar el ejercicio de la virtud de la prudencia. Nadie debería comprometerse a hacer lo que nunca podrá realizar.

  • Si un rey va a dar una batalla tendrá que revisar las tropas con las que cuenta para poder defenderse de los enemigos. En todo caso, lo mejor es pedir o establecer condiciones de paz. La vida cristiana requiere la práctica de la virtud de la fortaleza. Hay que prepararse para vencer el orgullo y la presunción.

- Señor Jesús, muchas veces nos dejamos vencer por la comodidad. Tratamos de leer tu mensaje según nuestros intereses. Necesitamos un corazón sensato para revisar nuestras intenciones. Ayúdanos tú a aceptar nuestra cruz de cada para seguirte con fidelidad. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 22º del Tiempo Ordinario. C

28 de agosto de 2022

 

 “Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios, porque es grande la misericordia de Dios y revela sus secretos a los humildes” (Si 3,17). Este consejo que nos ofrece hoy el libro del Sirácida o Eclesiástico puede parecer anticuado. Tal vez merecerá el desprecio de quienes van buscando los honores, el prestigio o el triunfo político.

En el mundo actual no se valora la humildad. Más que el humo de los incendios, se respira el tufo de la arrogancia. Son muchos los que parecen dispuestos a vender hasta su alma con tal de aparecer en la primera plana de la farándula social.

En ese contexto, será difícil reconocer con el salmo que “Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece” (Sal 67).

La experiencia de todos los días parece desmentir esa confesión del salmista. Pero Dios es el juez de todos, como nos recuerda la carta a los Hebreos (Heb 12,22-24).

 

LA ALTANERÍA

El texto del evangelio que se proclama en este domingo (Lc 14,1.7-14) nos recuerda que, invitado a comer por uno de los principales fariseos, Jesús observa que los convidados procuran situarse en los primeros puestos. Su observación se ha hecho popular y se repite con frecuencia aun en los ambientes más laicos.

• Buscar los primeros puestos nos dejará en ridículo, si tenemos que descender. Es mejor buscar el último asiento para que el anfitrión nos invite a ocupar un puesto más digno. Nosotros hemos aprendido la altanería que se puede esconder bajo la falsa humildad. Si elegimos el último puesto es solo para que todos reconozcan nuestra valía.

  • Más popular aún se ha hecho la frase con que Jesús concluye este primer consejo: “Todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. Tanto la historia como la experiencia diaria confirman la verdad de este proverbio. Mil relatos nos llevan a recordar la caída de los ídolos.  

 

LA GRATUIDAD

Los dos consejos de Jesús que recoge en el evangelio de hoy son más sorprendentes aún. Uno es negativo y el otro es positivo. Se diría que ambos son políticamente incorrectos:

• “Cuando des una comida no invites ni a parientes ni a vecinos ricos que puedan corresponder invitándote”. Jesús no pretende que rompamos los vínculos de la familia o de la amistad. La intención del Maestro es exhortarnos a vivir en gratuidad, sin buscar recompensas inmediatas ni esos honores que son fácilmente olvidados por todos.

• “Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los muertos”. Jesús pronuncia una nueva bienaventuranza. Con ella nos exhorta a descubrir la dignidad de los marginados sociales. Y a aprender la relación que existe entre la gratuidad temporal y la esperanza de lo eterno.

- Señor Jesús, tú no quieres que nos engañemos. Por eso nos enseñas que la humildad no es una postura fingida e interesada. Y por eso nos pides que imitemos al Padre celestial, que ama especialmente a los más pobres y desvalidos. Ayúdanos tú a vivir la verdad de nuestra propia fragilidad. Bendito seas, Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 18º del Tiempo Ordinario. C

31 de julio de 2022

 

 “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Con esa exclamación se abren las reflexiones del Eclesiastés sobre la vaciedad de nuestros anhelos y sobre nuestra insatisfacción. Sigue siendo actual la pregunta que hoy nos dirige: “¿Qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol?” (Eclo 1,2; 2, 21-23).

  Esa experiencia de la caducidad de todas las cosas nos lleva a suplicar al Señor: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato (Sal 89,12). Esa sabiduría que viene de lo alto nos exhorta a comparar los bienes de la tierra, tan caducos y ridículos, con el Bien que permanece para siempre.

Nuestra fe nos invita a escuchar el mensaje que San Pablo dirige a los Colosenses: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios, aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3,1-2).

 

UNA LECCIÓN MAL APRENDIDA

En el evangelio se nos transmite una oportuna exhortación de Jesús, acompañada del fundamento en que él se apoya:

• “Mirad, guardaos de toda clase de codicia”. Esa es una de las tentaciones más frecuentes del ser humano. Pero, como todas las tentaciones, esconde un peligroso engaño. Contra lo que se suele pensar, la avaricia y la codicia no son señales de la realización de la vida. Al contrario, revelan la pobreza interior y la inseguridad de la persona.

• “Aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Se cree que los bienes materiales aseguran la salud y la vida entera. No es verdad. En realidad, el ansia de poseer bienes manifiesta el error en el que se ha instalado una persona. Todos los bienes de la tierra no puede asegurar la vida. Y mucho menos pueden determinar su auténtico valor.

 Valemos más por lo que somos que por lo que tenemos. Seguramente esa es una lección que nunca nos enseñaron bien. O que nunca quisimos aprender.

 

LA NECEDAD DE UN UN RICO

El domingo pasado Jesús nos exhortaba a orar y poner nuestra confianza en Dios (Lc 11,1-13). Hoy Jesús nos invita a no poner nuestra confianza en los bienes (Lc 12,13-21). En su parábola se contraponen los pensamientos del hombre y la sentencia de Dios.

• El hombre es un rico que ha recogido una gran cosecha. El fruto del presente le lleva a programar su futuro. Decide ampliar sus graneros para poder aumentar sus ganancias. Cree que el tener le asegura el ser. El rico parece muy “inteligente”.  

• Sin embargo, la voz de Dios lo califica como un “necio”. Está equivocado. No puede contar con el futuro, puesto que tampoco el presente le pertenece. Esa misma noche le van a exigir la vida. Si no tiene asegurado el ser, de poco le va a servir el tener.  

El texto concluye con una breve observación que recuerda la necedad del rico: “Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”. En él se nos enseña que estamos hechos para dirigir nuestra mirada a horizontes más amplios y lejanos. Los bienes inmediatos no pueden equipararse con el Bien absoluto.

- Padre de los cielos, perdona la avidez con la que anhelamos poseer los bienes de este mundo. Abre nuestros ojos, para que aprendamos a verlos tan solo como medios para atender a tus hijos, que son nuestros hermanos. Y ayúdanos a confiar en tu providencia. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 17º del Tiempo Ordinario. C

24 de julio de 2022

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 “Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez? Contestó el Señor: En atención a los diez no la destruiré”. Abrahán había recibido la visita de Dios. Todo le movía a dirigirse a él confiadamente. Hasta se atrevió a pedirle que tuviera compasión de  la ciudad de Sodoma (Gen 18,20-32).

 Con el salmo responsorial, nosotros confesamos que Dios siempre escucha nuestra súplica y nos llena de valor cuando le invocamos (Sal 137).

Por su parte, san Pablo escribe a los cristianos de la ciudad de Colosas que, por medio de Cristo, Dios les ha mostrado su misericordia y les ha perdonado todos los pecados (Col 2, 12-14).

 

EL MODELO DE LA ORACIÓN

 En el evangelio que se proclama en este domingo (Lc 11,1-13) encontramos un tratado sobre la oración que resulta muy completo a pesar de su brevedad. De hecho, contiene un modelo, una parábola, una exhortación y una profecía.

 • El modelo es la oración del Padrenuestro. Juan Bautista había enseñado a orar a sus seguidores. Los discípulos de Jesús desean que su Maestro les enseñe una oración que sea para ellos un distintivo. Una oración que el mismo Jesús rezó por nosotros, como sugiere Santa Teresa de Jesús.  

• La parábola presenta una situación que podía ser muy real. No era fácil levantarse en medio de la noche, despertar a los niños y abrir una pesada puerta para entregar unos panes a un amigo que venía a pedirlos a una hora intempestiva. Sin embargo, Dios escucha siempre la oración de quien lo invoca.

• La exhortación incluye tres imperativos inolvidables: “Pedid, buscad y llamad”. Con ellos se indica que los seres humanos no somos tan autosuficientes como a veces nos creemos. Pero tampoco podemos ser tan desconfiados como somos. Necesitamos a Dios. Y el Señor promete que Dios responderá a nuestra petición.

 

EL DON DEL ESPÍRITU

 El texto evangélico contiene también una profecía en la que se mencionan tres de las peticiones que un niño podía dirigir a su padre.

• Si un hijo pide a su padre un pan, el padre no le dará una piedra. Si un hijo pide un pescado, ningún padre le dará una serpiente. Si un hijo pide un huevo, el padre nunca le dará un pequeño alacrán de los que se encuentran en el desierto.

• La imagen de un padre que está atento a las necesidades de su hijo nos revela la compasión de Dios: “Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”

• La última parte de la promesa puede resultar sorprendente para unos creyentes que con frecuencia oran por interés. La profecía de Jesús nos invita a superar la tentación de lo inmediato. El verdadero don que se nos promete es el Espíritu mismo de Jesús.  

- Padre de los cielos, las crisis de cada día nos enseñan a reconocer nuestra debilidad humana. Somos conscientes de que te necesitamos. Queremos confiar en tu bondad y misericordia. Y descubrir cada día que el gran don que Jesús ha prometido a nuestra oración es el Espíritu Santo. Bendito seas por siempre.  Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 16 del Tiempo Ordinario. C

17 de julio de 2022

 

 

Hacía calor aquel día junto al encinar de Mambré. Abrahán estaba sentado fuera de la tienda. Y de pronto vio llegar a tres peregrinos. Le faltó tiempo para ofrecerles las muestras habituales de la hospitalidad.

Durante la comida que les preparó pudo descubrir que en aquellos visitantes Dios mismo habia llegado hasta él. Y había venido para manifestarle la mejor y la más inesperada de las promesas. Abrahán y Sará iban a tener un hijo (Gén 18,10).

El salmo parece dar la vuelta a aquel encuentro. Es verdad que Dios llega hasta nosotros, pero nosotros deseamos ser acogidos por él. Y le preguntamos con humildad: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?” (Sal 14).

San Pablo se sabe elegido para anunciar el cumplimiento de las antiguas promesas, es decir, el misterio escondido desde siglos y revelado ahora a los santos (Col 1,2-28). Y exclama: “Cristo es para nosotros la esperanza de la gloria”.  

 

HOSPEDAR AL SEÑOR

Solo el evangelio de Lucas, tan abierto al misterio de la gracia como a la vida y misión de la mujer, recuerda una de las visitas de Jesús a la aldea de Betania. El relato nos introduce en la intimidad de una familia amiga de Jesús (Lc 10,38-42).

Marta se afana en preparar los detalles de la hospitalidad. Su hermana, María, escucha a Jesús y mantiene la conversación. De pronto, la primera se inquieta, porque su hermana la ha dejado sola en los quehaceres de la casa. Jesús parece reprender la inquietud de Marta, recordándole que María ha elegido la mejor parte.

Con mucha frecuencia se ha pretendido contraponer el “valor” de la contemplación al “antivalor” de la acción. Menos mal que una contemplativa como Santa Teresa se ha atrevido a deshacer esa pretendida contraposición, escribiendo: “Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor, y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer. ¿Cómo se lo diera María, sentada siempre a sus pies, si su hermana no le ayudara?”.

 

HACER Y ESCUCHAR

En la casa de Betania, Jesús pronunció una frase que es todo un programa de vida. También en nuestro tiempo hemos de prestarle atención.

• “María ha elegido la mejor parte”. Es esta una reflexión sobre la persona. El ser humano no puede ser reducido a lo que hace y menos aun a lo que produce. La persona vale mucho más que su rendimiento. Hay que apreciarla por lo que es, no por lo que tiene o rinde.

• “María ha elegido la mejor parte”. Esta frase es también una revelación sobre Cristo. Jesús es la Palabra de Dios hecha carne, que ha venido a visitarnos. Como las dos hermanas de Betania, el cristiano vive en la acogida y a la escucha de esa Palabra de Dios.

• “María ha elegido la mejor parte”. Además, esta frase resume la misión de la Iglesia. La comunidad cristiana ayuda a los necesitados de todo el mundo. Pero no es mejor por lo que hace y por lo que se mueve, sino por lo que escucha y recibe de su Señor.

- Señor Jesús, tú has querido llegar a nuestra tierra y compartir nuestra vida de cada día. Queremos vivir la alegría de  recibirte en nuestra casa, de gozar de tu amistad y de acoger con sincera atención tu mensaje de vida y de esperanza. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 15 del Tiempo Ordinario. C

10 de julio de 2022

 

 “Escucha la voz del señor tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos” (Dt 30,10). Estas palabras que se ponen en la boca de Moisés subrayan el valor de los mandamientos. En ellos se reflejan los grandes valores de la humanidad: adorar a Dios, honrar a los padres, defender la vida humana, promover una limpieza integral, luchar por la justicia y mantenerse fieles a la verdad.  

En el salmo responsorial se proclama que la voluntad de Dios es una guía segura para el hombre. El creyente no puede olvidar que “los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos” (Sal 18,9).

La fe cristiana confiesa que en Cristo, principio y prototipo del ser humano, Dios ha querido reconciliar consigo todos los seres. Jesús ha hecho la paz por la sangre vertida en la cruz (Col 1,15-20).

 

 DOS MANDAMIENTOS

 

 En el evangelio de este domingo reaparece la afirmación del valor de los mandamientos (Lc 10,25-37). Un letrado pregunta a Jesús qué ha de hacer para heredar la vida eterna. El texto dice expresamente que pretendía poner a prueba a Jesús. Pero la pregunta es válida para todos los tiempos.

En nuestro tiempo esa pregunta puede parecer ociosa. Hoy la preocupación por la vida temporal lleva a las personas a ignorar la vida eterna. Además, el conocimiento técnico parece quitar importancia al quehacer moral. En esta época de relativismo se piensa con frecuencia que la definición del bien y del mal depende de la decisión de la persona.

El Evangelio nos dice que Jesús devolvió la pregunta al letrado, puesto que él debía conocer lo que estaba escrito en la Ley. Efectivamente el letrado había ya descubierto la importancia de los dos mandamientos principales: el amor incondicional a Dios y el amor desinteresado al prójimo. Jesús dio por válida la respuesta.

 

 HERMANOS DE TODOS

 

Pero en ese momento el letrado dirigió a Jesús una segunda pregunta: “Pero quién es mi prójimo?” En su ambiente muchos se preguntaban quién es el prójimo al que hay que amar. Jesús respondió con la parábola del buen samaritano. Según Jesús la pregunta teórica por el próximo ha de convertirse en la decisión práctica de hacerse prójimo del que sufre.

• El papa san Juan Pablo II subrayó en su día los tres pasos que nos enseña el buen samaritano. Detenerse a descubrir el dolor ajeno, conmoverse hasta hacer nuestro ese dolor y prestar al necesitado y despojado una ayuda afectiva y efectiva.

• El papa Francisco señala que esa decisión de hacernos prójimos de las personas que sufren ha de suscitar en la sociedad instituciones y estructuras que puedan contribuir a la humanización el servicio.

• En realidad, más que hacernos prójimos hemos de sentirnos hermanos de todos los que son marginados o injustamente despojados de sus bienes y de su dignidad.

- Señor Jesús, al proponer al letrado la parábola del Buen Samaritano tú te has reflejado a ti mismo. Tú nos has descubierto malheridos a la vera del camino. Tú nos has curado con tus sacramentos y nos has confiado al cuidado de la Iglesia. Queremos aprender de ti para poder crear un mundo más humano. Bendito seas, Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 13º del Tiempo Ordinario. C

26 de junio de 2022

 

 “Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo.” Con esas palabras responde Eliseo a la llamada que le dirige el profeta Elías. De hecho, Eliseo ofrece un convite a su gente y regresa para seguir al maestro que lo ha llamado. Así se nos cuenta en el texto que se lee en la primera lectura de este domingo (1 Re 19,16b.19-21).

El profeta Elías había sido llamado por Dios para defender la fe de Israel, que se veía amenazada por el culto a Baal, que había introducido la reina Jezabel. Si Elías había defendido la majestad de Dios, su discípulo Eliseo habia de manifestar su misericordia. Ambos profetas obedecían al impulso del Espíritu de Dios.

Al Espíritu se refiere también san Pablo al exhortar a los Gálatas a no seguir los deseos y los instintos inmediatos: “Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne… Si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley” (Gál 5,13-18).  

 

ACOGIDA Y SEGUIMIENTO

Pues bien, el instinto de la ira domina aún en Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. Se habían acercado a una aldea de Samaría para pedir alojamiento para Jesús y sus dicípulos. Son conocidos los recelos qe experimentaban los samaritanos frente a los judíos. Así que bastó que los peregrinos se dirigieran a Jerusalén para ser rechazados.

Santiago y Juan hubieran querido condenar al fuego a aquel poblado. Las diferencias culturales y religiosas, los recelos y los prejuicios no permitían a aquellas gentes practicar la hospitalidad. Por otra parte, los prejuicios y las normas de conducta de su pueblo sugerían a los discípulos el deseo de vengarse de ellos (Lc 9,51-62).

Pero el relato evangélico no se refiere solo a estos dos discípulos que todavía no han asimilado el espíritu de su Maestro. Hay otros tres que podrían haber seguido el camino del discipulado. Al primero Jesús le revela su propia pobreza. No tiene donde reclinar la cabeza. Al segundo le recuerda la primacía del anuncio del reino de Dios.

 

SEGUIMIENTO Y GENEROSIDAD

 El relato evangélico trata de presentar algunas formas de vocación que debieron de repetirse una y otra vez en las primitivas comunidades cristianas. De hecho, se concluye con el diálogo entre un tercer candidato y el mismo Jesús:

• “Te seguiré Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia”. Con esta frase el texto evangélico nos recuerda el gesto filial de Eliseo. En la comunidad de Israel era muy importante el respeto a los padres y la vinculación con la familia de origen. Este candidato parece decidido a seguir a Jesús, pero no quiere ignorar a su propia familia.

• “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”. La respuesta de Jesús se diferencia de la respuesta que el profeta Elías dio a Eliseo. Jesús no condena las atenciones que una persona debe a su familia. Pero ayuda al candidato a entender que la vocación a seguir al Mesías está antes que todos los deberes.

- Señor Jesús, nosotros te damos gracias por habernos llamado a seguirte en la misión que te ha sido confiada. Tus gestos y tus palabras llenan nuestro corazón y ofrece un alto sentido a nuestra vida. Ayúdanos tú a comprender que la llamada al seguimiento exige una disponibilidad generosa.  

José-Román Flecha Andrés


Fiesta de la Santísima Trinidad. C

12 de junio de 2022

 

“El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas” (Prov 8,22). Esas palabras del libro de los Proverbios se refieren a la sabiduría de Dios, que canta sus orígenes y proclama su papel en la creación del mundo.

La sabiduría no dirige a Dios, sino que ella ha sido también formada por Dios. La sabiduría asiste al comienzo del mundo, pero no como maestra, sino como aprendiz. Por otra parte,  “gozaba con los hijos de los hombres”. La sabiduría es el puente que nos une a Dios.

Con razón podemos proclamar con el salmo responsorial: “Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal 8,1).

San Pablo escribe que ese puente que nos une a Dios es Jesucristo. Él es la Sabiduría de Dios encarnada en el mundo. Por medio de él hemos recibido la fe y la esperanza. Además, “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5).

 

EN UNIÓN CON EL PADRE

El texto paulino evoca el misterio de la Trinidad. El Padre es Dios. El Hijo es Dios. El Espíritu Santo es Dios. No son tres dioses. Dios es comunidad.

Pues bien, de alguna manera podemos acercarnos a ese misterio. Nuestra fe nos lleva a contemplar la comunidad de Dios. Nuestra esperanza nos mantiene fieles a su voluntad. Y por el amor podemos llegar a “imaginar” el mismo ser de Dios.  

Algo parecido sugiere el evangelio según Juan. El texto que hoy se proclama nos sitúa en el ambiente de la última cena de Jesús con sus discípulos (Jn 16,12-15). En esa cena de despedida Jesús les revela su origen y su identidad: “Todo lo que tiene el Padre es mío”.

Jesús ha vivido a lo largo de su vida en unión con el Padre. Con él comparte el misterio y la profundidad del amor. En este momento, anuncia a sus discípulos que el Espíritu tomará de lo que pertenece a ambos y se lo comunicará a ellos. Les transmitirá la luz de la verdad y la entrega del amor. Así que la Trinidad se revela como un misterio de donación.

 

LA VERDAD PLENA 

En su despedida Jesús deja a sus discípulos una tarea pendiente: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena”. Esas palabras son una espléndida lección.

 • En primer lugar, nos enseñan que aceptar el mensaje de Jesús requiere una preparación por parte del oyente. El Señor ha previsto una pedagogía especial para que ese mensaje pueda ser escuchado, aceptado y vivido.

• En segundo lugar, se nos anuncia la llegada y la obra del Espíritu de la Verdad. Bien sabemos que la verdad del Evangelo no siempre es fácil de aceptar, de vivir y proclamar. La fe es un don, pero ese don supone una preparación y exige una respuesta.

• En tercer lugar, se nos asegura la posibilidad y la alegría de llegar a la verdad plena. Nuestra vida ha de estar marcada por la esperanza. Vamos haciendo camino, guiados por la luz del Espíritu que nos descubre la sabiduría y la misericordia  de Dios.

- Señor Jesús, vemos en ti la sabiduría de Dios que se ha hecho visible en nuestra tierra y en nuestra historia. Tú nos has manifestado el esplendor de la verdad y la fuerza del amor. Tú nos has revelado el ser y el quehacer de Dios. Bendito seas por siempre. Amén.  

José-Román Flecha Andrés


Solemnidad de Pentecostés. C

5 de junio de 2022

 

 “Cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua” (Hch 2,11).  Esa es la exclamación que recorre las calles de Jerusalén cuando los discípulos salen de la casa donde han sido sorprendidos por el vendaval del Espíritu de Dios.

Antes eran tímidos y ahora son valientes. Antes estaban dominados por el miedo a los jefes de los judíos, pero ahora exponen con energía la obra y la palabra de Jesús de Nazaret. Antes estaban acobardados y desalentados por la muerte ignominiosa de su Maestro. Ahora dan un convencido testimonio de la resurrección de su Señor.

Todos los peregrinos llegados a Jerusalén entienden el mensaje de la verdad. Babel significaba el endiosamiento humano y la confusión de las lenguas. Jerusalén inicia el milagro de la comprensión universal. Babel era el orgullo, la altanería y la confrontación. Pentecostés es el paso del Espíritu, la obediencia de la fe y la era del amor.

 

TRES DONES

“Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra” (Sal 103). El salmo expresa el anhelo más profundo del corazón humano. El anhelo de “la vida”. El orante de la primera alianza espera recibir el don más precioso e inefable del Espíritu de Dios. Ese Espíritu que la liturgia evoca y confiesa como “Señor y dador de vida”.

Junto al don de la vida, los cristianos imploramos otro don igualmente precioso: el de “la unidad”. En la Iglesia, todos nos reconocemos como miembros de un mismo cuerpo. Todos somos iguales en dignidad, útiles y necesarios. “Todos hemos bebido de un solo Espíritu”, como recuerda Pablo a los corintios (1 Cor 12,13).

Todavía hay un tercer don que agradecemos y tratamos de recordar cada día: el don del “envío”. El Señor resucitado abre ante los discípulos de la primera hora un horizonte universal. “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20,21). Un horizonte que se abre cada día ante los creyentes de hoy.

 

EL MENSAJE

El Evangelio de Juan que se proclama en esta fiesta de Pentecostés (Jn 29,19-23) nos recuerda además tres aspectos del mensaje de Jesús, que anuncia la llegada de ese don del Espíritu:

 • “Recibid el Espíritu Santo”. No podríamos recorrer los caminos del mundo si no fuéramos movidos por su vendaval. No acertaríamos a transmitir las palabras del Señor. No llegaríamos a hacer visible su presencia sin la gracia del Espíritu.

• “A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados”.  Jesús es el rostro de la misericordia de Dios. Él ha querido confiar a sus apóstoles el tesoro y la transmisión de su perdón. Solo el Espíritu puede hacernos testigos creíbles del amor y la ternura de Dios.

• “A quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Más asombrosa que la autoridad de perdonar es la responsabilidad de retener el perdón cuando los corazones se endurecen. El Espíritu ha de concedernos la gracia del discernimiento y del buen consejo.  

- “Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo… Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrima y reconforta en los duelos”. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Solemnidad de la Ascensión del Señor. C

29 de mayo de 2022

 

“Lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista”. Así describe el autor de los Hechos de los Apóstoles la Asccnsión de Jesús a los cielos (Hch 1,9).

La nube es en la Biblia el símbolo clásico para representar la divinidad. Jesús había caminado con sus discípulos como un hombre, aunque se monstraba poderoso en obras y en milagros. Pero ahora se les revelaba a sus discípulos en plenitud la divinidad de su Maestro.

 Con el salmo responsorial, la comunidad que celebra esta fiesta proclama la luz de esa revelación que ilumina también ahora la vida de los creyentes: “Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas (Sal 47,6).

Por otra parte, en la carta a los Efesios se ruega a Dios que nos dé a conocer de verdad la esperanza a la que hemos sido llamados (Ef 1,18).

 

LA BENDICIÓN

En el evangelio de Lucas que hoy se proclama se nos dice que, mientras Jesús se elevaba hacia los cielos, iba bendiciendo a sus discípulos (Lc 24,50).

A primera vista, aquel gesto final de Jesús pudiera ser interpretado como una despedida un tanto despreocupada y como el anuncio de una ausencia, que había de ser lamentada a lo largo de los siglos.

En realidad, aquella bendición del Maesro era la garantía de su presencia. Él había de acompañar a sus discípulos a lo largo de la mision que les acababa de confiar. En su nombre, ellos habían de predicar la conversión y el perdón de los pecados en todos los pueblos.

Y evidentemene esa tarea propia de la misión que les fue confiada a ellos y nos es confiada también a nosotros requiere la luz y la fuerza que se signfican en el gesto de la bendición de Jesús.

 

ALEGRÍA Y ORACIÓN

Con frecuencia nos peguntamos en qué estado de ánimo quedarían los discípulos de Jesús después de la Ascensión de su Maestro a los cielos. El evangelio según San Lucas nos dice que los discípulos volvieron a Jerusalén con gran alegría y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios. Dos notas que son aplicables también a nuestra siuación actual.

• La alegría no puede identificarse con las satisfacciones inmediatas que buscamos con ansiedad. Esa alegría evangélica nace de la fe, se sustenta en la esperanza y se contagia a los demás en gestos concretos de amor y de servicio.

• La permanencia de los discípulos en el templo recuerda lo que los evangelios cuentan de Jesús. Él acudía a los atrios del templo para exponer su mensaje. Y los discípulos acuden al templo sabiendo que la misión que les ha sido encomendada requiere la oración a Dios.

- Señor Jesús, nosotros te reconocemos como nuestro Maestro y nuestro Señor. Te agradecemos que nos hayas elegido para anunciar tu mensaje y para ser testigos de tu misión. Concédenos tu gracia para que podamos ser portadores de alegría en este mundo que parece tan atribulado y tan desalentado. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 6º de Pascua. C

22 de mayo de 2022

 

“Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que las indispensabes”. En la ciudad de Antioquia de Siria se reunía un grupo de creyentes procedentes de la cultura y de la religión griega. Algunos hermanos, fieles a las tradiciones, pretendían obligarlos a circuncidarse y pasar previamene por el judaísmo.

 Ante la tensión que se había creado, era necesario tomar una decisión. Tras una intensa discusión, los apóstoles y los responsables de la comunidad de Jerusalén decidieron que no era justo imponer esa obligación a los nuevos hermanos. No era cuestión de ritos. Se trataba de reconocer que Jesús era el Salvador de todos. Era preciso armonizar la fidelidad al mensaje recibido con la flexibilidad para extender ese mensaje a otras culturas   (Hch 15,1-2.22-29).

Con razón la liturgia nos invita a cantar con el salmo responsorial: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben” (Sal 66). La ciudad santa de Jerusalén que desciende de Dios ha de ser la casa común de toda la humanidad (Ap 21,10-14).

ANUNCIO Y DENUNCIA

 El mensaje evangélico que hoy se proclama se sitúa en el marco de la última cena de Jesús con sus discípulos (Jn 14,23-29). Evoca en primer lugar la dramática seriedad de un testamento y la solemnidad de una profecía que incluye un anuncio y una denuncia.

•  “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. La palabra de Jesús llega hasta nosotros como un don totalmene gratuito. Lo recibimos con gratitud y esperamos que produzca en nosotros los frutos de la fe.  

El amor al Señor nos ayuda a escuchar y guardar su palabra. Y la fidelidad a la palabra del Hijo nos asegura el amor de su Padre. Gracias a esa palabra divina, nuestra existencia humana es un templo de su gracia. Estamos llamados a ser la morada de Dios en el mundo.  

• “El que no me ama no guardará mis palabras”. He ahí la denuncia profética con la que Jesús saca a la luz nuestras infidelidades de cada día. Unos se avergüenzan de la fe y otros la pregonan por interés. Pero la prueba de nuestro amor al Señor es la escucha de su palabra y el humilde empeño de vivir de acuerdo con ella.

 

ALIENTO ANTE EL TEMOR

 

Además, en el texto evangélico que hoy se proclama se recoge una frase de Jesús que nos ofrece el aliento necesario para recorrer el camino que él nos ha indicado.

* “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. El Maestro era consciente del escándalo que sus discípulos habían de padecer. Y los exhortaba a la confianza. Ni la traición de Judas ni la negación de Pedro deberían hacerles perder la esperanza.

* “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. El Maestro anunciaba ya las dificultades que habría de encontrar la comunidad de la Iglesia a lo largo de la historia. A pesar de todo, la Iglesia debería superar el temor.

* “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. El Maesro sabía que el corazón es el símbolo de la interioridad de la persona. En realidad trataba de alentar a todos los creyentes a aceptar la cruz y dar testimono de la esperanza con generosiad y valentía.  

        - Señor Jesús, nosotros creemos que tú eres la palabra de Dios, que ha puesto su tienda en medio de nosotros. Te damos gracias por la luz con que iluminas nuestro camino y por la fuerza con la que nos ayudas a vencer el temor y el desaliento.  

 José-Román Flecha Andrés


Domingo 5º de Pascua. C

15 de mayo de 2022

 

Listra era una colonia romana en la región de Licaonia. En ella Pablo y Bernabé encontraron a Timoteo, que sería en adelante un fiel discípulo y compañero en la misión. Además, curaron a un hombre tullido. Asombradas por el milagro, las gentes quisieron adorar a los apóstoles. Cuando ellos gritaron que eran hombres como los demás, el pueblo los apaleó.

Aleccionados por aquella experienca, nos legaron una frase que es un aviso inolvidable para todos los evangelizadores: “Hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Hch 14,22). El discípulo tendrá que seguir la suerte de su Maestro. De hecho, la persecución ha acompañado y acompañará siempre a la misión.

La visión que nos ofrece hoy el Apocalipsis nos invita a mantener la esperanza (Ap 21,1-5). Dios no nos promete riquezas y satisfacciones a corto plazo, sino un mundo nuevo: una nueva creación marcada por la presencia de Dios entre nosotros. La nueva Jerusalén no se distingue por una forma nueva, sino por las nuevas relaciones del hombre con Dios.

 

PALABRAS INESPERADAS

El evangelio que se proclama en este quinto domingo de Pascua (Jn 13,31-35) se sitúa en el escenario de la última cena de Jesús con sus discípulos. Una vez que Judas salió del Cenáculo para entregar a su Maestro en manos de los sacerdotes del templo de Jerusalén, Jesús dirigió a los Once una revelación y una profecía.

 • “Ahora es glorificado el hijo del hombre, y Dios es glorificado en él”. Para Jesús, aquella salida del discípulo traidor marcaba la llegada de su propia glorificación. Jesús había previsto este momento. Es más, lo había anunciado a sus seguidores. Pero ellos no podían imaginar que la glorificación de su Maestro iba a coincidir con la crucifixión.

• “Hijitos, me queda poco de estar con vosotros”. Nos sorprende la ternura con que Jesús se dirige a sus discípulos. Solamente en esta ocasión aparece la palabra “hijitos” en los evangelios. Nos sorprende también la claridad con la que Jesús ha previsto su suerte y su muerte. El tiempo de su misión terrestre toca a su fin. Y él lo sabe.

 

LA CLAVE DEFINITIVA

 Pero hubo algo más. Jesús había aceptado la regla de oro de todas las culturas: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mc 12,31). En realidad, ya la recogía la tradición de su pueblo (Lev 19,18). Pero en su despedida Jesús se presentaba como el referente de aquel mandato. El Maestro dejaba a los suyos la clave por la que habían de distinguirse.

• “Os doy un mandato nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Lo habitual era que el mismo sujeto se tomara a sí mismo como el árbitro del amor. Desde ahora, el motivo del amor solo puede ser el amor que ha orientado la vida de Jesús.

• “La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”. Los grupos humanos tratan de distinguirse por sus hábitos o sus himnos, sus banderas o sus comidas. Los discípulos de Jesús habrán de distinguirse por el amor mutuo.

- Señor Jesús, si tú has llamado hijos a tus discípulos, eso significa que ellos son hermanos. Todos somos hermanos, como nos ha recordado el papa Francisco. Por tanto, solo el amor fraternal puede ser la señal para reconocernos y para hacernos reconocer por los demás. Que tu Espíritu nos ayude a comprender el significado de esa entrega personal. Que él nos enseñe a amar a los demás como tú nos has amado. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 4º de Pascua. C

8 de mayo de 2022

 

“Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor” (Hch 13,46). Pablo y Bernabé habían querido anunciar el mensaje de Jesucristo a los judíos, pero ellos respondieron con blasfemias.

Sin embargo, los gentiles, es decir los miembros de la comunidad helenista, recibieron con alegría la noticia de que aquellos apóstoles habían decidido entregarles a ellos aquel mensaje de savación. Así que alabaron la palabra del Señor, la acogieron y la difundieron por toda la región. Aquella experiencia reveló a los misioneros lo que el Señor esperaba de ellos.

Con el salmo responsorial anticipamos nuestra actitud ante el mensaje del evangelio: “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 99).

Nuestra fe nos dice que, a pesar de nuestras tribulaciones, el Cordero que está delante del trono de Dios será nuestro pastor y nos conducirá hacia fuentes de aguas vivas (Ap 7,17).

 

DONES Y PROMESAS

  La imagen de Jesús como pastor es característica de este cuarto domingo de Pascua. En este año vemos que Jesús se identifica con el pastor generoso que guía y protege a las ovejas recibidas de su Padre celestial (Jn 10,27-30).

De hecho, el evangelio de hoy nos ofrece tres contraposiciones. En las dos primeras se mencionan los dones que revelan la misericordia del buen pastor. Y en la tercera se exponen dos promesas que orientan la esperanza de las ovejas de su rebaño y les ofrecen seguridad para el tiempo de la persecución:

• “Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco”. El primer don del buen pastor es la escucha. Quien está dispuesto a escuchar su voz en un  tiempo marcado por los discursos de los interesados podrá ser fiel a la llamada del Señor.

• “Mis ovejas me siguen y yo les doy la vida eterna”. El segundo don es la vida sin término. Está especialmente prometida a los fieles que superan sus intereses y siguen al Señor, al igual que las ovejas siguen a su pastor.

• “Mis ovejas no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano”. El tercer don es la promesa de la tutela del pastor sobre las ovejas que han dado pruebas de su pertenencia y de su fidelidad al Señor. Ser de Cristo da una seguridad insuperable.

 

EL PADRE CELESTIAL

                        De pronto, el breve texto del evangelio de Juan que hoy se proclama parece dejar de lado la relación de Jesús con sus discípulos y seguidores para revelarnos su relación personal con su Padre celestial. Tres notas la revelan:

• “Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas”. Además de compartir la divinidad, el Padre había confiado a Jesús la preciosa misión de hacer presente en la tierra su gracia y su misericordia. El Padre amaba al mundo y su Hijo lo iba demostrando cada día.

• “Nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre”. Antes y ahora muchos han petendido arrebatarle a Dios las claves del ser y del saber, Pero se olvida que nuestro credo proclama que el Padre es todopoderoso. Y es “todo-misericordioso”.

• “Yo y el Padre somos uno”. El evangelio según Juan insiste una y tra vez en repetir esta unidad existente entre el Padre y el hijo. Una unidad en el ser y en el obrar, en el amar y en el perdonar. En el Hijo hemos descubierto el verdadero rostro del Padre.

- Señor Jesús, Juan Bautista te presentó como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Aquella imagen que remitía a los ritos del templo nos lleva también a considerarte como nuestro Pastor. Sabemos y creemos que tú nos guías por el camino y nos defiendes del mal. Queremos permancer a la escucha fiel de tu palabra. Danos tu luz y tu fuerza para anunciarla y tu gracia y tu ayuda para dar testimonio de ella con nuestra vida. Amén.

 José-Román Flecha Andrés


Domingo 3º de Pascua. C

1 de mayo de 2022

 

En este domingo tercero de Pascua recordamos las palabras con las que Pedro responde a los dirigentes judíos que le prohiben hablar y actuar en el nombre de Jesús (Hch 5,27-41).

• “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Las prohibiciones humanas no podrán frenar al apóstol que está dispuesto a dar la vida por el mensaje de Cristo.

• “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús”. Frente a la fuerza humana esté el poder divino, que ha resucitado a Jesús. De esa fe recibe el misionero su valentía.

• “Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios da a los que le obedecen”. Gracias al Espíritu los creyentes pueden dar testimno de su fe en Jesucristo.  

A lo largo de los tiempos, los testigos de Cristo pueden cantar con el salmo responsorial: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado” (Sal 29).

Con el Apocalipsis reconocems hoy al Señor como nuestro liberador y proclamamos el poder, el honor y la gloria que merece el Cordero degollado (Ap 5,11-14).

 

EL IDEAL PRIMERO

El texto evangélico nos invita a recuperar el ideal primero (Jn 21,1-19). Nos recuerda que Jesus había encontrado a sus discípulos a las orillas del lago de Galilea. Y allí vuelve el Resucitado para repetir los gestos de la llamada original.

• De nuevo los discípulos pasan por la experiencia de una noche de pesca infructuosa. Y pasan de nuevo por la gozosa experiencia de una amanecida en la que la obediencia al Señor les lleva a llenar sus redes con una enorme cantidad de peces.

• De nuevo, el Señor toma el pan y el pescado y lo reparte entre sus discípulos. De nuevo se repiten los gestos venerables que significan y hacen visible su misericordia. Y, sobre todo, su entrega personal a los que ha elegido

• De nuevo Jesús, se dirige a Simón Pedro con una palabra que caacteriza el discipulado: “Sígueme”. Ahora se repite la misma invitación de aquella vez, cuando lo encontró realizando sus tareas de pescador en aquella ribera del lago.

 

Y LA CONFESIÓN DEL AMOR

  Pedro había prometido seguir a Jesús hasta la muerte, pero tres veces declaró no conocerlo. Ahora, el Resucitado no pretende recordar aquella traición y reprender por ella al discípulo. Viene a confirmar la fidelidad de Pedro y a confiarle la misión del pastoreo.

• “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. A tres negaciones de Pedro corresponden tres preguntas de Jesús. Parece que van del amar al querer bien al Señor. Es como si el Maestro fuera bajando el tono para acomodarse a las posibilidades y la fragilidad de su apóstol.

• “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús conoce bien los sentimientos de Simón. Conoce su generosidad, pero también su debilidad. Él sabe que solo amamos a aquellos de los que todavía esperamos algo. Y espera de sus discípulos al menos una confesón de amor.

• “Apacienta mis corderos y mis ovejas”. En otro tiempo Jesús había prometido a Simón el encargo de ser pescador de hombres. Ahora le confía la responsabilidad de ser pastor del propio rebaño, por el que el Pastor bueno había entregado la vida.  

- Señor Jesús, tú nos conoces bien. Sabes que también nosotros somos débiles e incoherentes. Pero sabes también que te queremos y agradecemos tu llamada. Perdona nuestros descuidos y nuestras traiciones. Y ayúdanos a seguirte siempre  con fidelidad y a ser testigos de tu misericordia Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 2º de Pascua. C

Domingo de la Divina Misericordia

24 de abril de 2022

 

“Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo” (Hch 5,12). Después de su Ascensión a los cielos, los discípulos del Señor manifiestan su misericordia. La compasión de Dios se hace visible en la curación de los enfermos. La gente desea que al menos la sombra de Pedro cubra por un momento a los pacientes que le acercan.

Ha comenzado el tiempo y el camino de la Iglesia. Pues bien, ahora como en los primeros tiempos se espera de la Iglesia que proyecte la sombra y la gracia del Señor sobre todos los que sufren en el cuerpo o en el espíritu. Sin embargo, la Iglesia no puede ignorar que dar testimonio de la misericordia divina le costará denuncias y persecuciones.  

Con el salmo responsorial, hoy agradecemos la cercanía y la bondad inagotable de Dios “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 117).

El Hijo de Hombre es el Viviente que vive por los siglos de los siglos. Él nos revela el sentido de la historia y de nuestra vida concreta (Ap 1,9-19).

 

DEL MIEDO A LA MISIÓN

El evangelio según san Juan evoca dos momentos de la revelación del Resucitado a sus discípulos (Jn 20,19-31). El texto nos ofrece al menos tres contraposiciones que se repiten una y otra vez a lo largo de los siglos y se hacen presentes en nuestra experiencia personal.  

- En primer lugar se contraponen y se mezclan el miedo y la alegría. Tras la muerte de Jesús, los discípulos han quedado atemorizados. Pero al descubrir que Jesús se hace presente en medio de ellos, su corazón rebosa de paz y de alegría.

- En segundo lugar se puede observar que el miedo los lleva a cerrar las puertas del lugar en que se encuentran. Han quedado aislados del mundo. Pero el aliento de Jesús los motiva para salir a la calle. Los encerrados son ahora los enviados a una misión.

- En tercer lugar, podemos sospechar que los discípulos no han superado el sentido de culpa por haber abandonado a su Maestro. Pero Jesús no viene a reprenderles su falta. Al contrario, los convierte en testigos de su misericordia y los envía por el mundo como pregoneros y ministros de su perdón.

 

EL SIGNO DE LAS LLAGAS

Con demasiada frecuencia se califica a Tomás como “el incrédulo”. Pero se olvida que precisamente él había exhortado a los otros discípulos a seguir al Maestro: “Vayamos también nosotros a morir con él” (Jn 11,16). Tomás tiene fe para aceptar la muerte de Jesús y también para aceptar su vida. Pero no comprende la incoherencía de sus condiscípulos. Así lo revelan tanto su reacción a la noticia de que Jesús vive como la respuesta de Jesús a sus condiciones.

• “Si no veo la señal de los clavos…, no creo”. Seguramente, esa frase no expresa la pretendida incredulidad de Tomás. Es más bien una protesta personal a los que se apresuran a disfrutar de la luz sin haber aceptado antes la oscuridad de la cruz.

• “Trae tu dedo… No seas incrédulo, sino creyente”. Estas palabras de Jesús no solo se dirigen a Tomás. Son una advertencia para todos nosotros. No podemos ser incrédulos, ni crédulos. En este tiempo se nos pide la seriedad de los creyentes.

• “Señor mío y Dios mío”. De camino a Cesarea de Filipo Pedro había reconocido a Jesús como el Mesías (Mc 8,29). Ahora Tomás confiesa su fe en la divinidad de Jesús. Antes estaba dispuesto a seguirlo hasta la cruz y ahora lo reconoce como Resucitdo.

• “Dichosos los que crean sin haber visto”. Tan solo en eso podría parecer que superamos la coherencia de Tomás. Él creyó al ver las llagas del Señor. Nosotros nos apoyamos en la fe del apóstol que creyó en el Señor.

- Señor Jesús, no permitas que nos escandalice tu sacrifico. Tus llagas son un signo permanente del amor misericordioso de Dios. En ellas reconocemos la generosidad de tu entrega. Y en las llagas de todos nuestros hermanos y hermanas descubrimos hoy tu presencia entre nosotros. Bendito seas por siempe, Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Solemnidad de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Ciclo C

17 de abril 2022

 

 

Señor Jesús, el texto evangélico nos dice que, después de descubrir que tu sepulcro estaba vacío, María Magdalena se apresura a comunicar la noticia. En realidad transmite la noticia de un hallazgo y de una ausencia.

Ella había estado presente en el momento de tu sepultura, pero ahora ha descubierto que tu cuerpo ya no está allí. En realidad se atreve a manifestar una sospecha. Alguien debe de habérselo llevado. Ella no sabe más. Y eso es lo que comunica a Simón Pedro y al discípulo al que tú amabas.

 A dos milenios de distancia, agradecemos a María de Magdala su curiosidad y su deseo de completar con tu cuerpo los ritos habituales del sepelio. Le agradecemos también la rapidez con la que corre a comunicar a los apóstoles que tu cuerpo ha desaparecido. Con razón ha sido llamada “apóstol de los apóstoles”.

Sin embargo, la gratitud que le debemos nos exige considerar atentamente su mensaje.“Se han llevado del sepulcro al Señor”. También hoy tenemos la sensación de que te han llevado del sepulcro. Se han llevado tu cuerpo, pero sobre todo es evidente que han decidido llevarse tu memoria y tu mensaje. En realidad, se han llevado tu mismo espíritu.  

Pero Magdalena añade una segunda parte a su mensaje: “No sabemos dónde lo han puesto”. También nosotros hemos de confesar, como ella, que no sabemos dónde te han puesto. Es evidente que María se lamenta de esa pérdida. Es más, parece reivindicar el derecho de “saber” qué es lo que ha ocurrido con tu cuerpo.

Hoy nos llama la atención esta nerviosa y dolorida ignorancia. María no puede quedar tranquila al constatar que tu cuerpo ya no está en el sepulcro. Pero esa es una dura denuncia de nuestra indolencia. Al parecer, no nos preocupa que te hayan llevado. Y no nos inquieta no saber dónde estás. Que Magdalena venga a sacudir nuestra indolencia.

 

José-Román Flecha Andrés

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

10 de abril de 2022

 

La liturgia de este Domingo de Ramos comienza con una procesión en la que que se lee el evangelio que recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén. En el evangelio según San Lucas. Los discípulos que siguen a Jesús alaban a Dios por los prodigios que habían visto. No solo eso, sino que proclaman bendito al rey que viene en nombre del Señor (Lc 19,37-38).

 Ante ese entusiasmo los fariseos piden a Jesús que reprenda a sus discípulos. Pero Jesús se limita a responder: “Os digo que si ellos callan, gritarán las piedras” (Lc 19,40).

También en este tiempo, muchos pretenden silenciar a los discípulos de Jesús. No pueden soportar el mensaje del Maestro ni la voz de los mensajeros. Pero no podemos guardar en silencio la palabra del Señor. Con razón se ha dicho que la desgracia de este mundo no se debe tanto a la maldad de los malos como al silencio de los buenos.

Ni el temor ni la cobardía han de hacernos callar el mensaje de Jesús para este tiempo y para este escenario de la historia. Si enmudecemos, otros pregoneros vocearán esa Palabra que salva y libera al ser humano.

 

LOS ULTRAJES Y LA GLORIA

“El Señor Dios me ayudaba, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado”. La primera lectura de este Domingo de Ramos recoge esos versos del tercer canto del Siervo del Señor que se incluye en la segunda parte del libro de Isaías (Is 50,4-7). La tradición cristiana aplica esas palabras a Jesús (Mt 26,67; 27,30). Él padeció ultrajes espantosos, pero siempre confió en su Padre celestial.

El salmo responsorial recoge la súplica de Jesús en la cruz. “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado”. Esas palabras iniciales del salmo 21 parecen reflejar el desaliento del orante. Pero al final. él mismo proclama abiertamente su confianza en el Señor: “Él me hará vivir para él” (Sal 21,31).

En la segunda lectura se recoge el cántico que san Pablo incluye en la carta a los Filipenses. Cristo Jesús se humilló hasta la muerte y una muerte de Cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le dió un nombre sobre todo nombre para que toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre (Flp 2,6-11).

 

LOS LADRONES Y EL REINO

El relato de la pasión de Jesús según san Lucas es el único que contiene las reacciones de los dos malhechores crucificados junto a Jesús.

• El mal ladrón le dirige una petición que a primera vista parece razonable: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lc 23,39). Pero su ruego es una blasfemia por exigir al Mesías que presente una prueba de su identidad. También el tentador pedía a Jesús que demostrase ser hijo de Dios. Además, este ladrón pretende apartar a Jesús de su mision.

• El buen ladrón se limita a invocar la misericordia de Aquel al que confiesa como Rey: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Pero con Jesús ha aparecido ya el reino de Dios. En él culminan las antiguas esperanzas. Con él ha llegado el “hoy” de la salvación. En ese presente de gracia, el buen ladrón se encontrará en el paraíso con el Señor.

 - Señor Jesús, nosotros te reconocemos como nuestro Rey. Tú nos traes la salvación, que se realiza al precio de tu propia entrega por nosotros. Por ello te damos gracias y proclamamos tu nombre glorioso. Bendito seas por siempre, Señor.  Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 5º de Cuaresma.C

3 de abril de 2016

 

 “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43,16-21).

Mediante ese oráculo divino, un profeta anónimo trata de ofrecer una palabra de esperanza a su pueblo, que está viviendo el drama de la deportación en Babilonia. El Dios que en el pasado lo liberó de Egipto puede ahora liberarlo de la nueva esclavitud.

Las gentes de Israel pueden entonar un canto de alegría y de gratitud por la misericordia que Dios les ha demostrado a lo largo de su historia: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 125).

También san Pablo confiesa a los cristianos de Filipos que él ha considerado como basura su propio pasado de fiel fariseo, con tal de “ganar a Cristo y existir en él” (Flp 3,8-14).

 

UN MENSAJE PROFÉTICO

 En el evangelio de este quinto domingo de Cuaresma se recuerda el episodio de la mujer adúltera (Jn 8,1-11). En él se hace presente el mensaje de Jesús sobre la misercordia.

A los escribas y farises no les importa la dignidad de la mujer. Ante Jesús recuerdan las prescripciones de la Ley. Pero lo hacen tan solo para desprestigiar a Jesús ante las gentes. Eso pretenden con su pregunta: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?” (Jn 8,6).

Si el Maestro dice que hay que apedrear a la mujer, lo acusarán de despiadado. Si dice que no ha de ser condenada, lo acusarán de despreciar la Ley de Moisés, que imponía la lapidación como pena por el adulterio (Lev 20,10; Dt 22,22-24). En ambos casos, Jesús se desacreditará como profeta.

Jesús parece ignorar la pregunta y se inclina para escribir algo en el suelo.  Ese gesto del Maestro puede evocar las palabras de Jeremías: “Señor, esperanza de Israel, quienes te abandonan fracasan; quienes se apartan de ti quedan inscritos en el polvo por haber abandonado al Señor, la fuente de agua viva” (Jer 17,13). Los fariseos se han alejado del manantial de la vida.

 

LOS ACUSADORES Y LA ACUSADA

 Pero Jesús es un profeta que denuncia el mal y anuncia la posibilidad del bien. De hecho, no se limita a escribir en la tierra, sino que pronuncia dos sentencias proféticas. Una va dirigida a los acusadores y la otra, a la acusada por ellos.

• “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra” (Jn 8,7). No tienen derecho a condenar a los pecadores los que tratan de olvidar o de esconder sus propios pecados. Los fariseos presumen de justos entre los hombres, pero su justicia está lejos de la misericordia de Dios. Condenan el pasado, pero no están abiertos al futuro.

• “Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más”. Los fariseos piensan que en aquella mujer no puede estar Dios. Sin embargo, Jesús sabe que nadie puede afirmar que en una persona concreta no puede estar Dios. La misericordia de Dios se ha hecho visible en Jesús.

 - Señor Jesús, contigo se ha manifestado al mundo algo nuevo. Tú nos has revelado que Dios está siempre dispuesto a ofrecernos una segunda oportunidad. Ayúdanos tú a reconocer con humildad nuestras culpas, a pedir confiadamente perdón y misericordia y a ser misericordiosos con todos nuestros hermanos. Amén.

  José-Román Flecha Andrés


Domingo 4º de Cuaresma.C

27 de marzo de 2022

 

 “El día siguiente a la Pascua, comieron ya de los productos de la tierra: ese día, panes ácimos y espigas tostadas. Y desde ese día en que comenzaron a comer de los productos de la tierra, cesó el maná” (Jos 5,11-12).

La llegada a la tierra de Canaán marca el final de la peregrinación de los hebreos por el desierto. En este caso, el texto del libro de Josué nos orienta ya hacia la celebración de la Pascua.

El salmo responsorial (33,2-7) nos exhorta a agradecer los dones del Señor: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”. La providencia que Dios demostró a su pueblo es vista ahora como una prenda del amor misericordioso con que vela por cada uno de nosotros.

En el mensaje de san Pablo a los Corintios hasta cinco veces aparece la mención de la reconciliación. Ese don gratuito de Dios se convierte en un ministerio que todos nosotros estamos llamados a realizar con todos estos hermanos en nuestra vida diaria.

 

EL HAMBRE

El evangelio de este cuarto domingo de cuaresma nos propone la lectura de la parábola del “Hijo pródigo”. Así solemos titularla, aunque bien sabemos que el centro de la parábola es la meditación sobre la generosidad del padre misericordioso.

El hijo que había decidido dejar la casa de su padre, muy pronto se ve en la necesidad  de ponerse al servicio de unos amos que no se preocupan por él. Seguramente, por primera vez ha de padecer el hambre. Y el hambre lo impulsa  a volver a la casa de su padre.

Cuando regresa a la casa, el padre lo recibe con los brazos abiertos. El relato evangélico  parece subrayar el fin del hambre. De hecho, el padre ordena a sus criados que preparen un gran banquete para celebrar la vuelta del hijo que se había perdido.

También en este caso, el mensaje nos recuerda la misericordia y la compasión de Dios, reflejada en el banquete de la fiesta con que el padre acoge a su hijo. En el fondo, se nos dice que Dios nunca es indiferente a la desgracia que puede afectar a sus hijos.

 

LA FIESTA

En la parábola aparece también el hermano mayor, que se niega a participar en el banquete de la acogida. Pero su padre lo exhorta a vivir con alegría el retorno de su hermano.

• “Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”. Es hermoso saber que Dios nos reconoce como hijos, no tiene en cuenta nuestros enojos y nos hace partícipes de lo que él tiene y de lo que él es.  

• “Deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”. Además, Dios nos exhorta a reconocer al otro como nuestro hermano. Y nos invita a celebrar con él la alegría de la vida y el don de la fraternidad.

• “Estaba perdido y lo hermos encontrado”. El padre había perdido al hijo menor. Pero el hijo mayor parece más satisfecho por la pérdida del hemano que por el reencuentro. Sin embargo, la paternidad de Dios nos lleva a celebrar la fiesta de la fraternidad.

 - Padre nuestro, nosotros creemos que eres el padre de todos. Sabemos que perdonas nuestro extravío y que nos esperas siempre con los brazos abiertos.Te rogamos que nos ayudes a redescubrir la alegría de la fraternidad y a celebrarla con palabras y gestos de amor y de sinceridad. Amén                                             José-Román Flecha Andrés


Domingo 3º de Cuaresma. Ciclo C

20 de marzo de 2022

 

 “Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza” (Éx 3,3). Moisés está apacentando su rebaño y percibe una zarza que arde sin consumirse. Se acerca y  oye una voz que le pide descalzarse, puesto que está ante lo sagrado. Este texto nos remite a tres protagonistas que merecen nuestra atención.

 • Dios, que no es indiferente a la suerte de los hombres. Su misericordia tiene en cuenta la miseria de los hebreos que son tratados como eslavos. Dios ha decidido liberarlos de esa esclavitud. Pero ha de suscitar en ellos el anhelo de la liberación.    

• Moisés, que ha tenido que salir de Egipto y ha encontrado un refugio tranquilo entre las gentes de Madián. Sin embargo, escucha la voz de Dios que ha decidido contar con él. Su atención nos eseña a ver la intervención de Dios en los acontecimientos de nuestra vida diaria.

• Los hebreos, que ya se han habituado a vivir en la esclavitud. Pero Dios “ha visto” la opresión que sufren los descendientes de Jacob y decide rescatarlos. También a nosotros Dios nos ofrece la libertad y nos restituye la dignidad perdida.

 

DOS HECHOS IMPRESIONANTES

El evangelio según san Lucas menciona dos hechos impresionantes que debieron de llegar a los oídos de Jesús: una horrible matanza de peregrinos galileos decidida por Pilato y el derrumbe de la torre de Siloé que aplastó a algunos obreros (Lc 13,1-9).  

• A Moisés Dios le había hablado mientras se ocupaba tranquilamente de las tareas del pastoreo. El evangelio dice que Dios habla también a través de los sucesos más dramáticos como una pandemia o una invasión militar de un país.  

• A la vista de aquellos acontecimientos, la idea habitual sobre la retribución divina llevaba a preguntarse qué mal habían cometido las víctimas. Sn embargo, según Jesús, la desgracia no siempre responde al pecado. Si así fuera, algunos de sus oyentes la merecerían.

• El evangelio nos indica que es ocioso hacerse preguntas sobre la naturaleza del mal y sobre sus causas. La fe nos enseña a tomar una decisión concreta. La voz de Dios nos invita de una forma o de otra a escucharla y a abrir nuestro corazón a la conversión.

 

 UNA PARÁBOLA SENCILLA

Por otra parte, en el evangelio que hoy se proclama se recuerda la parábola de la higuera que ha dejado de dar frutos. El texto incluye un breve diálogo entre el dueño de la viña y el viñador encargado de cultivarla.

 • “Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?”. Esa es la decisión del dueño de la viña en la que está plantada la higuera. Es una severa advertencia a esa esterilidad nuestra que ya se ha vuelto crónica. No podemos resignarnos. Hemos sido llamados a “dar frutos en la caridad para la vida del mundo”.

• “Señor, déjala todavía este año”. Junto a la tentación de la acedia podemos caer también en la tentación del pesimismo. El viñador quiere dar una nueva oportunidad a la higuera. Estamos llamados a mantener la esperanza y la paciencia con nuestros hermanos. Y a dejar el juicio y la última decisión al Señor, que es el dueño de la viña.

- Señor Jesús, sabemos que tu voz llega hasta nosotros a través de los acontecimientos de nuestra vida y de nuestra historia. No permitas que permanezcamos indiferentes o sordos ante tu palabra. Y danos una nueva oportunidad para dar fruto. Amén.

                                                                      José-Román Flecha Andrés

 


LUZ PARA EL CAMINO

Domingo 2º de Cuaresma. C

13 de marzo de 2022

 

            “Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas” (Gén 15,5). Con estas palabras se dirige Dios a Moisés para anunciarle que tendrá una abundante descendencia. A ese sorprendente anuncio sigue el rito del inicio de una alianza de Dios con aquel patriarca.

            Con el salmo responsorial nosotros hacemos nuestra esa revelación divina, proclamando nuestra fe y nuestra confianza: “El Señor  es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer? El Señor es el refugio de mi vida, ¿por qué he de temblar?” (Sal 27,1).

En la segunda lectura de la misa de este domingo, San Pablo recuerda a los fieles de la ciudad de Filipos que el Señor Jesucristo “transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo” (Flp 3,20-21).

CUATRO NOTAS

En el evangelio que hoy se proclama se nos recuerda la transfiguración de Jesús (Lc 9,28-36). En él hay cuatro notas que nos informan sobre el misterio:

• Jesús sube a un monte a orar. En su tiempo se entendía que el monte acercaba a las personas a la divinidad. Jesús busca un lugar apropiado para la oración. En presencia de Dios desea comprender el sentido de la entrega de su vida.

• Lleva consigo al monte a tres discípulos: Pedro, Santiago y Juan. Jesús sabe que ese será un momento muy importante. Y desea que sus tres discípulos predilectos estén cerca de él, como testigos de su manifestación.

• El aspecto de su rostro se muda. Y sus vestidos son de una blancura fulgurante. La transfiguración de Jesús alcanza también a sus vestidos. Por un momento todo él refleja la dimensión celestial de su existencia.

• Junto a Jesús aparecen Moisés y Elías que hablan de su partida, que se va a cumplir en Jerusalén. Si el destino de Jesús es la entrega por los hombres, habrá que reconocer que esa misión ya había sido anunciada por la Ley y los Profetas.

UN DESEO ESPONTÁNEO

Según el texto evangélico, Pedro y sus compañeros están cargados de sueño, pero permanecen despiertos, y ven su gloria. Al separarse los dos hombres que estaban con él, Pedro manifiesta su deseo a Jesús:

• “Maestro, bueno es estarnos aquí”. Esas palabras del apóstol revelan sus sentimientos más profundos. Habituado a los trabajos en el lago, vive esperando un mesías glorioso y triunfante. Pero bajando del monte se encontrará con la realidad del dolor.

• “Maestro, bueno es estarnos aquí”. Ese deseo de Simón Pedro encuentra un eco en la vida de la Iglesia. A lo largo de los siglos su vocación contemplativa ha precedido y sostenido siempre su dedicación a los enfermos y marginados.

• “Maestro, bueno es estarnos aquí”. Esa expresión del pescador de Galilea refleja el anhelo inconsciente de una humanidad que busca con afán la paz y la luz de lo divino que puede iluminar el dolor humano.

- Señor Jesús, te reconocemos como el Hijo amado del Padre. La revelación de tu divinidad en el monte es luz para nuestro camino. Que la gloria de la transfiguración nos ayude a aceptar y agradecer el sacrificio de tu vida por nosotros. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 1º de Cuaresma. C

6 de marzo de 2022

 

 “Traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado”. El llamado “credo del israelita” recuerda el tiempo de esclavitud pasado en Egipto y la liberaciòn que lo ha traído a Palestina. Por eso, el creyente se postra ante el Señor su Dios y presenta ante el altar las primicias de la cosecha que él le ha concedido (Dt 26,10).

Con el salmo responsorial, también nosotros nos dirigimos confiadamente a Dios, suplicando: “Quédate conmigo, Señor, en la tribulación” (Sal 90).

Los textos de las cartas de san Pablo, que se nos proponen en la segunda lectura de los domingos cuaresmales, contienen las ideas principales de este tiempo de gracia. En este primer domingo se nos invita a aceptar de corazón el mensaje de la Escritura, según el cual, Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos (Rom 10,8-13).

Evidentemente, el camino cuaresmal que ahora comienza, ha de llevarnos a la confesión pascual de la resurrección de Jesucristo.

 

TRES TENTACIONES

El evangelio del primer domingo de cuaresma nos recuerda todos los años las tentaciones de Jesús en el desierto. Este año se proclama el evangelio de Lucas (Lc 4,1-13).  

• En primer lugar, se dice que, después de un largo ayuno, Jesús sintió hambre. El diablo lo invita a convertir las piedras en panes. Nosotros no ignoramos el hambre de pan que afecta a este mundo. Pero sabemos que “no solo de pan vive el hombre”. Hay un hambre que los satisfechos de la tierra se niegan a reconocer.

• En un segundo momento, el diablo ofrece a Jesús la gloria que él presume de tener, pretendiendo descaradamente ser adorado. Nosotros deberíamos advertir que, al apetecer el poder y la gloria, estamos en realidad adorando al mismo diablo. Ante la tentación de idolatría, no podemos olvidar que solo a Dios debemos adoración.

• En un tercer momento, el diablo quiere ver si Jesús confía en Dios. Nosotros nos colocamos con frecuencia en situaciones de riesgo y de pecado, que siempe afectan a nuestra seguridad integral. Y pretendemos que Dios venga a librarnos de las funestas consecuencias que hemos provocado. Pero no debemos jugar a tentar a Dios.

 

 DOS REVELACIONES

Este relato evangélico no solo nos facilita una reflexión moral, que no sería poco. Como siempre, el evangelio nos ofrece una revelación de Dios y de Jesús.

 • De Dios se nos dice que solamente él es el verdadero y único Señor. El diablo presume de tener el poder sobre todo lo visible, pero miente. Nosotros nos negamos a adorar a los poderes de este mundo. Solo queremos adorar al Dios poderoso que cuida de los pájaros y de los lirios, de los pobres y de los aplastados por un poder inhumano.

• De Jesús se nos dice que en lugar de dialogar con Satanás, como había hecho Eva en el paraíso, el Hijo de Dios conoce y acepta la Palabra de Dios. Nosotros oímos cada día mil voces que nos ofrecen objetos inútiles, placeres envenenados e ideales inalcanzables. Necesitamos el don del discernimiento para no dejarnos engañar por el príncipe de la mentira.

- Señor Jesús, al iniciar el camino cuaresmal, queremos escuchar tu palabra, que nos revela la majestad de Dios y tu propia dignidad. Que el ejemplo de tu vida nos ayude a resistir a las tentaciones del diablo y a vivir en este tiempo de crisis de acuerdo con nuestra fe, para que podamos proclamar tu verdad. Amén.

                                                                      José-Román Flecha Andrés


Domingo 8º del Tiempo Ordinario. C

27 de febrero de 2022

 

 “El fruto revela el cultivo del árbol; así la palabra revela el corazón de la persona. No elogies a nadie antes de oírlo hablar, porque ahí es donde se prueba una persona” (Eclo 27,6-7). Hay que reconocer que tenía razón el Sirácida al recordar esa observación sobre los árboles y al ofrecer ese atinado consejo.

 En todas las lenguas se enuentran numerosos refranes que nos invitan a ser prudentes al hablar y también a prestar una cuidadosa atención a las palabras ajenas. Lo que decimos revela a los demás nuestros recuerdos del pasado, nuestros sentimientos actuales y nuestros proyectos para el futuro.

La imagen del árbol reaparece en el salmo responsorial con el que se canta que “el justo crecerá como palmera y se alzará como cedro del Líbano; aun en la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso” (Sal 91,13-15).

El Señor no dejará sin recompensa la fatiga y la fidelidad de quien conserva con firmeza la fe y trabaja por el Señor (1 Cor 15,57-58).

 

TRES PREGUNTAS

 El evangelio de hoy recoge tres preguntas que el texto de San Lucas sitúa todavía en el marco del “sermón de la llanura” (Lc 6,39-45). En realidad son unos criterios de conducta, válidos también hoy para creyentes y no creyentes.

• “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?”. Seguramente en las primeras comunidades surgían personas que se prestaban a orientar a los hermaos, aun sin tener conocimientos de la fe o, peor aún, observando una conducta inadecuada.

 • “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?”. En toda comunidad aparecen con frecuencia críticos apasionados de los defectos de los demás que ignoran tranquilamene su propios fallos.

• “¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo’, no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo?”. La corrección fraterna es una de las obras de misericordia. Pero exige tanta coherencia de vida como caridad hacia el hermano.

 

EL CORAZÓN Y LA PALABRA

 Tras una breve “parábola” sobre el árbol bueno que produce buenos frutos, Jesús ofrece un criterio de discernimiento sobre las personas:

• “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Esa frase nos recuerda la actuación del mismo Jesús. Sus palabras y sus gestos mostraban la conciencia que él tenía de sí mismo. Y revelan la riqueza de su espíritu, su cercanía, su compasión y su ternura.

• “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Además, esa frase ofrece una clave para juzgar a una comunidad de personas. Al hablar, no solo refieren los hechos que han visto u oído. Nos están manifestando también  los intereses y prioriddes que las mueven

• “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Y, finalmente, esa frase señala un ideal ético para cada uno de nosotros. Lo que decimos manifiesta nuestros valores. No solo nos compromete ante los demás, sino que nos exige examinar nuestra conciencia.    

- Señor Jesís, te agradecemos los criterios de conducta que has ofrecido a la comunidad cristiana. Que tu palabra nos ayude a vivir siempre en la verdad y en la coherencia. Amén

José-Román Flecha Andrés


Domingo 7º del Tiempo Ordnario. C

20 de febrero de 2022

 

“Que el Señor pague a cada uno según su justicia y su fidelidad. Él te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender mi mano contra el ungido del Señor”. Ese es el grito que David dirige al rey Saúl, que lo persigue con una tropa exagerada (1 Sam 26,22-23).

 David había prestado un gran servicio al rey Saúl. Sin embargo, recomido por los celos, el rey lo busca por el desierto. Pero David impide a sus hombres que maten al rey, al que han encontrado profundamente dormido en su campamento.

 A esa lectura, ciertamente parabólica, la asamblea litúrgica responde con la profesión de fe que contiene el salmo responsorial: “El Señor es compasivo y misericordioso” (Sal 102).

San Pablo nos exhorta a abandonar la imagen del hombre terrenal que nos asemeja a Adán, para incorporar la imagen del hombre celestial que es Jesucristo (1 Cor 15,45-49).

 

AMAR AL ENEMIGO

 La generosidad de David hacía el rey Saúl encuentra un eco definitivo en el mensaje de Jesús sobre la compasión y el perdón. Es lógico ser un buen amigo de nuestros amigos. Eso es lo menos que se puede pedir de una persona, sea creyente o no lo sea.

 Pero Jesús pide a sus discípulos una actitud más generosa. “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian; al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra...” (Lc 6,27-29).

A lo largo de la historia, ha habido pensadores que han escrito que esas actitudes son totalmente inhumanas y hasta “antinaturales”. Se ha dicho que esa es la moral de los esclavos, Es la ética de los que carecen de fuerzas para imponer su volunad al enemigo y, en consecuencia, deciden glorificar su propia debilidad, convirtiéndola en el ideal de la vida.  

Esa interpretación es injusta. La fe cristiana no puede identificarse con un miserable consuelo para esclavos y resentidos. La exhortación de Jesús no es una estrategia para ganar amigos ni una fácil defensa ante los enemigos. En ella se nos revela la identidad del mismo Dios y el modo de asimilar sus atributos de misericordia y de perdón.

 

DE ENEMIGO A HERMANO

 Según el evangelio de Mateo, Jesús decía: “Sed perfectos coomo es perfecto vuestro Padre del cielo” (Mt 5,48). Pero según el evangelio de Lucas, Jesús exhorta a sus seguidores a imitar la compasión de Dios (Lc 6,36). Ese es el ideal que nos propone.

 • “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Nosotros amamos a alguien porque es bueno con nosotros. Dios nos ama y por eso podemos empezar a ser buenos. El amor de Dios es creativo. Dios “primerea”, como dice el papa Francisco.

• “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Son evidentes nuestros egoísmos e intereses. No sabemos poner amor donde hay indiferencia. Es preciso aprender el ejemplo de la gratuidad de Dios, que nos ama cuando todavía somos pecadores.

• “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”. Presumimos de solidarios y compasivos. Pero el verdadero modelo es la compasión de Dios, que sale a nuestro encuentro, nos acoge con ternura y nos ofrece el perdón sin condiciones.

- Señor Jesús, sabemos que la amistad es un don precioso. Pero necesitamos aprender que solo un amor gratuito, como el del Padre celestial, puede llegar a  transformar al enemigo en hermano. Que tu Espíritu nos guíe siempre en ese intento. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 6º del Tiempo Ordinario. C.

13 de febrero de 2002

 

“Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor…Bendito quien confía en el Señor, y pone en el Señor su confianza” (Jer 17,5-8). Claro que quien confía en el Señor, aprende también el modo de confiar en la bondad de los demás y de hacerse digno de confianza para ellos.

Con esa contraposición de la maldición y la bendicion, el profeta Jeremías parece evocar los dos caminos que, según la Biblia, se abren ante el hombre. En realidad, son dos formas de entender el sentido de la vida y de comprenderse a sí mismo.

Se trata de elegir la esterilidad del cardo que brota en la estepa o la fecundidad del árbol plantado al borde del arroyo. Esas imágenes usadas por el profeta, se convierten en oración en el salmo responsorial (Sal 1). Según san Pablo, para el cristiano ese sentido de la vida encuentra su fundamento en la fe en Jesucristo resucitado de entre los muertos (1 Cor 15,1216-20).

 

LA VERDAD

 Una contraposición semejante ofrece el texto de las bienaventuranzas, tal como han sido incluidas por el evangelio de Lucas en el llamado sermón de la llanura (Lc 6,17.20-26), paralelo al sermón de la montaña que contiene el evangelio de Mateo (Mt 5-7).

En ellas Jesús proclama dichosos a los pobres y los hambrientos, los que lloran y los perseguidos. Pero anuncia también la desdicha de los ricos y los hartos, los que ríen y los que reciben la adulación y el halago de las gentes.

A veces se piensa y se dice que el evangelio desprecia todo lo que puede llevar al ser humano a disfrutar de la vida. Pero ese prejuicio no responde a la verdad. Antes de ser un mensaje moral, las bienaventuranzas, nos revelan a Dios y al mismo Jesús.

Además, nos advierten del peligro de confiar demasiado en nuestra fuerza o en nuestro ingenio, en nuestros caudales o influencias. Seríamos entonces como el cardo que va dando tumbos por la estepa.

 

LA COHERENCIA

 Por tanto, es preciso meditar una y otra vez aquel discurso profético  en el que Jesús nos indica el camino de la felicidad.

• “Dichosos los pobres”. Jesús anuncia un Reino en que la riqueza no es el criterio de la felicidad. Y denuncia la falsa seguridad de los que confían en sus dineros.

• “Dichosos los que ahora tenéis hambre”. Jesús anuncia un tiempo en que el hambre y la sed econtrarán la definitiva satisfacción. Y denuncia la glotonería que nos entorpece.

• “Dichosos los que ahora lloráis”. Jesús anuncia el consuelo de Dios Y denuncia las risotadas de los que ignoran el dolor de los que sufren.

• “Dichosos cuando os odien... por causa del Hijo del hombre”. Jesús anuncia un tiempo en que habrá que vivir la fe hasta el martirio. Y denuncia la apotasía del interés.

- Señor Jesús, seguramente siempre ha sido difícil mantener la coherencia de la fe. Pero en este tiempo vemos que es muy frecuente imponer la falsedad como si fuera la verdad que puede llevarnos a la felicidad. Que tu palabra nos ayude a vivir la fe con fidelidad, a anunciar la verdadera esperanza y a celebrar la alegría del amor. Amén.

José-Román Flecha Andrés 


Domingo 5º del Tiempo Ordinario. C

6 de febrero de 2022

 

 “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los Ejércitos”. Son impresionantes estas palabras con las que Isaías describe su experiencia de Dios (Is 6,5).

La visión de la gloria de Dios ha llevado al profeta a descubrir su condición de pecador. Ahora bien, el fuego divino purifica la miseria humana. Así que, una vez purificado, Isaías ya puede ofrecerse para ser testigo de esa gloria de Dios y para actuar como mensajero de su palabra ante las gentes.  

También nosotros hemos sido enviados a una misión semejante. Por eso, hoy podemos repetir con el salmo responsorial: “Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor” (Sal 137).

 Con todo, es evidente que necesitamos mantenernos en la palabra de Dios que nos ha sido aunciada y proclamar ante el mundo la presencia del Señor Resucitado (1 Cor 15,1-11).

 

        DISTANCIA ANTE EL SANTO

En el evangelio se nos presenta una escena semejante. Ante una pesca más copiosa de la que suele conseguir un pescador como él, Pedro se postra a los pies de Jesús (Lc 5,8). Isaías había percibido la gloria de Dios en el templo. Ahora la gloria de Dios se manifiesta al hombre en su trabajo. Pedro puede deducir que Jesús es el nuevo templo de Dios.  

Ambos relatos coinciden en otro punto muy interesante. En nuestra sociedad se piensa que las religiones procuran suscitar en sus fieles el sentido de la culpa para ofrecerles después el remedio del perdón. No es verdad. Tal vez ocurra algo de eso con la propaganda política y en la publicidad comercial que crea deseos para vender los productos.

Pero el camino de Isaías y de Pedro es exactamente el contrario. Su experiencia personal no va de la culpa a la gracia, sino de la gloria divina al descubrimiento de la verdad humana. No va de la angustia a la súplica. Va del esplendor de la misericordia de Dios a la confesión de la propia miseria. Tanto Isaías como Pedro descubren que el pecado es siempre  una “falta” o una “in-dignidad”, es decir, la distancia ante el Santo.

 

 COLABORACIÓN CON EL MAESTRO

En el texto evangélico que hoy se proclama asistimos a un interesante diálogo entre Jesús y Pedro. En él se contienen al menos cuatro enseñanzas que también en este tiempo pueden orientar nuestras actitudes.  

 • “Rema mar adentro”. Jesús es el Señor. Él es quien toma la iniciativa. Pero quiere contar con la colaboración de Simón Pedro para llevar adelante su misión.  

• “Por tu palabra echaré las redes”. Siguiendo la respuesta de Pedro, todo creyente ha de reconocer su evidente fracaso. Pero habrá de confiar en la palabra de su Maestro.

• “Apártate de mí, Señor que soy un pecador”. El discípulo no puede caer en la arrogancia. Descubrir la presencia del Señor solo puede suscitar su humildad.

• “No temas: desde hoy serás pescador de hombres”. La generosidad del Señor ofrece apoyo a la debilidad del discípulo, al tiempo que trnsforma su capacidad.

 - Señor Jesús, te damos gracias porque has querido mostrarnos tu cercanía y disponer de nuestra pobre capacidad. Reconocemos con humildad que somos pecadores. Pero sabemos que tú has querido subir a nuestra barca. Tú viajas con nosotros. Y, contando con tu misericordia, esperamos poder cumplir con la misión que tú nos confías. Amén.    

                        José-Román Flecha Andrés


Domingo 3º del Tiempo Ordinario. C

23 de enero de 2022

 

 “Hoy es un día consagrado a nuestro Dios… No estéis tristes, pues el gozo del Señor es vuestra fortaleza”. Con esta exhortación el sacerdote Esdras introducía la lectura pública del libro de la Ley (Neh 8,10).

Este texto bíblico nos recuerda que la asamblea de los hebreos se apoyaba en la oración y en la meditación sobre la palabra de Dios. Como se ve, la lectura de la palabra de Dios constituye un motivo de alegría para los creyentes. Y, al mismo tiempo es una invitación para compartir con los pobres y necesitados los dones recibidos de Dios.

Con el salmo responsorial, también nosotros podemos manifestar abiertamente nuestra convicción: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida” (Sal 18).

Pero, según escribe san Pablo, es el Espíritu de Dios quien nos mantiene unidos en un solo cuerpo, a pesar de haber recibido carismas y dones muy diversos (1 Cor 12,12-14.27).

 

ELEGIDO POR DIOS

        El evangelio de Lucas nos refiere que Jesús regresó un día a Nazaret donde había vivido toda su vida. En la asamblea del sábado, en la sinagoga, se puso en pie para hacer la lectura (Lc 4,14.21). En el texto del rollo de Isaías que le correspondió leer aparecía la figura de un elegido por Dios que manifestaba tres aspectos de su vida:

• “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido”. El profeta que había transmitido su experiencia describía su vocación como una llamada del Espíritu de Dios.Y como una unción que venía a consagrar toda su existencia.

• “Él me ha enviado para evangelizar a los pobres y liberar a los cautivos”. Aquel  antiguo profeta era consciente de haber sido enviado para entregar un evangelio, es decir una buena noticia de vida, de libertad y de esperanza para los pobres y los cautivos.

• Finalmente, aquel ungido por el Espíritu afirmaba que en su misión se incluía el encargo de anunciar “el año de gracia del Señor”. Es decir, se consideraba a sí mismo como el heraldo de un año jubilar de gracia, de perdón y de misericordia.  

 

UNGIDO Y ENVIADO

 En otro tiempo, Esdras leía con afecto y convicción la palabra de Dios. Ahora Jesús leía la palabra de un profeta y se identificaba con él. De hecho, tras devolver el rollo, añadió: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. Esa era la gran novedad.

• Jesús reconocía ante sus propios vecinos algo tan extraordinario que resultaba escandaloso. Aquel artesano, que había convivido tantos años con ellos, tenía la conciencia de estar bajo la protección y la guía del Espíritu del Señor.

• Además, aquel mismo Jesús, al que todos consideraban en la aldea como hijo de José, manifestaba públicamente que se creía ungido por el Espíritu, como lo habían sido los sacerdotes y los reyes a lo largo de la historia de su pueblo.

• Finalmente, al regresar de su encuentro con Juan el Bautista, Jesús parecía convencido de haber sido enviado por el Espíritu a tutelar la dignidad de los pobres, a ofrecer la curación a los enfermos y a facilitar la liberacion a todos los esclavizados de su tiempo.

 - Señor Jesús, nosotros creemos que al leer las Escrituras tú estabas revelando tu identidad y tu misión. Sabemos que en ti se han cumplido las antiguas profecías. Y aceptamos y agradecemos sinceramente tu misión. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Fiesta del Bautismo del Señor. Ciclo C

9 de enero de 2022

 

 “Mirad a mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones”. Así comienza el pimero de los cantos del Siervo del Señor que se encuentra en la segunda parte del libro de Isaías (Is 42,1-4.6-7).  

Estos poemas podían referirse a un profeta, elegido por Dios, o bien a un grupo de justos o a todo el pueblo de Israel. Pero la comunidad cristiana reconoció en ellos la imagen de Jesús de Nazaret. Él era el elegido por Dios para anunciar a las gentes la misericordia divina y para promover en el mundo la justicia humana.

En esta fiesta del Bautismo de Jesús, con el salmo responsorial alabamos al Señor que bendice a su pueblo con la paz (Sal 28). Esa paz que ha traido Jesucristo, tras el bautismo de Juan, como reconoce Pedro en casa del centuión Cornelio (Hch 10,34-38).

 

EL ANUNCIO DEL PROFETA

 En la primera parte del evangelio de hoy se dice que las gentes acudían con expectación a escuchar a Juan Bautista. Pero él no solo bautizaba sino que anunciaba la llegada de otro más fuerte que él. Juan ni siquiera se atrevía a compararse con el esclavo que ataba y desataba las correas de las sandalias de su amo (Lc 3,15-16).

Juan bautizaba a sus oyentes con las aguas del Jordán. El rito evocaba la entrada del pueblo de Israel en la tierra prometida. Al mismo tiempo, significaba la purificación necesaria para preparar los caminos del Señor. No podía haber y nunca habrá verdadera conversión sin la purificación del pecado.

Además, según Juan, el que venía detrás de él bautizaría con Espíritu Santo y con fuego. Aquellas palabras no eran una simple alusión a los elementos naturales. Juan sabía bien que el Espíritu presidía la creación del mundo. Y recordaba a las gentes que el fuego representaba la presencia purificadora de Dios.  

 

LOS HIJOS DE DIOS

En la segunda parte se recuerda que en un bautizo general, también Jesús fue bautizado (Lc 3,21-22). El misterio del bautismo de Jesús es una profunda catequesis:

• “Mientras Jesús oraba, se abrió el cielo”. Es bien conocida la importancia que el evangelio de Lucas concede a la oración. Los cristianos vemos en Jesús al gran orante. Para él y para nosotros, la oración es el medio de acercarnos a Dios.

• “El Espíritu bajó sobre él como una paloma”. Tras el diluvio, Noé soltó una paloma, que encontró tierra donde posarse y un ramo de olivo con el que regresó al arca. Jesús es la nueva tierra y la promesa de una nueva vida.

• Una voz del cielo proclama a Jesús como el Hijo amado de Dios. En él se revela a los hombres la paternidad de Dios. Jesús es nuestro Señor y nuestro hermano. Gracias al Elegido, también nosotros podemos reconocernos como hijos de Dios.

- Señor Jesús, en tu bautismo reconocemos el misterio de nuestro propio bautismo. El agua y el Espíritu nos revelan la grandeza y la belleza de una nueva vida. Y el fuego enciende nuestro corazón en el amor del Padre celestial. Siguiendo tus pasos, queremos vivir y actuar como verdaderos hijos de Dios. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


Cuarto domingo de Adviento. C

19 de diciembre de 2021

 

“Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel” (Mi 5,2). Con este anuncio el profeta Miqueas recuerda que hasta Belén había llegado Samuel para ungir como rey al joven David. Aquel pastor de ovejas un día había de pastorear a su pueblo “con la fuerza del Señor”.

El salmo responsorial utiliza esa imagen del pastoreo para dirigirse al Señor: “Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece. Despierta tu poder y ven a salvarnos” (Sal 79). La pequeñez de Belén era como una parábola de los planes de Dios. Bien sabemos que él valora y exalta lo que los hombres consideran como despreciable.

Según la carta a los Hebreos, también Cristo, al entrar en el mundo se ha mostrado dispuesto a escuchar la voz del Padre y a cumplir su voluntad. Por esa oblación de su cuerpo, todos quedamos santificados (Heb 10,5-10).

 

UNA BUENA NOTICIA

  En este cuarto domingo de Adviento el evangelio de Lucas recuerda el encuentro de María y de Isabel (Lc 1,39-45). Las dos habían recibido una palabra de los cielos que les anunciaba una maternidad inesperada.

Isabel se recluyó en su casa, como para meditar aquella novedad aparentemente inexplicable que venía a cambiar el ritmo de sus días y el sentido de su vida. Y María salió de su casa y viajó con rapidez hasta de la su pariente. Seguía los caminos que en otros tiempos había recorrido el arca de la alianza. Y llegaba para servir a Isabel.

Creyentes y no creyentes hemos de reconocer que la vida humana es siempre un milagro estupendo. Es un don confiado a nuestra responsabilidad. Pero en este caso, esa maternidad de las dos mujeres es un “evangelio”, es decir una buena noticia. Dios se hace presente en la historia humana de un modo realmene sorprendente.    

Y esa presencia alcanza también al niño que espera Isabel. De hecho, salta de alegría en el vientre de su madre. Ante la llegada del Mesías, no puede quedar indiferente el que ha de ser su precursor. En verdad, en este relato todo es parábola. Todo es profecía. Llega la salvación porque llega el Salvador.  

 

SEÑAL PARA LA ESPERANZA

 Consciente del momento, Isabel acoge y saluda a María con un grito de alegría. Y le dirige dos palabras muy importantes en las tradiciones de su pueblo. Dos palabras que aparecerán una y otra vez en la espiritualidad del nuevo pueblo de Dios.  

• “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”. Todos deseamos en algún momento de la vida recibir la bendicion de Dios. Pues bien, María y su Hijo reciben y reflejan las bendiciones del Señor. Pero tanto el Hijo como la Madre habrán de ser fuente de bendición para las generaciones venideras.

• “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Esa es la primera de las bienaventuranzas que se encontrarán en los escritos cristianos. María es dichosa por su maternidad. Pero es dichosa sobre todo por haberse fiado de Dios. La fe es el origen y el sello de la verdadera bienaventuranza, es decir de la buena aventura.

- Padre celestial, en la visita de María a Isabel reconocemos tu misericordia y recibimos la señal que afianza nuestra esperanza en la venida del Salavador. Bendito sea. Amén.  

José-Román Flecha Andrés


Tercer domingo de Adviento. C

12 de diciembre de 2021

 

“Regocíjate, hija de Sión, grita de gozo, Israel; alégrteate y gozate de todo corzón,  Jerusalén”. En un tiempo de confusión y de temor es de agradecer escuchar esta invitacion a a alegría que nos dirige el profeta Sofonías, en este tercer domingo de Adviento (Sof 3,14).

El texto concluye con otra hermosa exhortación que el profeta dirige a Jerusalén: “El Señor tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con jubilo como en día de fiesta” (Sof 3,17-18).

A ese mensaje responde el salmo responsorial: “El Señor es mi Dos y salvador, confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, el fue mi salvación” (Is 12,2-3).

A la invitación del profeta hace eco la exhortación da san Pablo a los cristianos de la ciudad de Filipos: “Estad siempe alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres” (Flp 4,4).

Todo nos hace pensar que la alegría es algo más que la satisfacción. Para un creyente es la forma de mostrar nuestra gratitud al Señor, en el que hemos depositado nuestra confianza.

 

LA DENUNCIA

  El evangelio continúa el relato de Lucas que se leía el domingo pasado. Así que a la vibrante predicación de Juan el Bautista, que invitaba a sus oyentes a la conversión, sigue ahora la pregunta que ellos le dirigen sobre lo que han de hacer (Lc 3,10-16).  

• Dirigiéndose a todos, Juan los exhorta a compartir con los pobres sus vestidos y su comida. No era una idea nueva. Aquel hombre del desierto recuerda algunas de las obras que, según un texto incluido en el libro de Isaías, constituyen el verdadero ayuno (Is 58,7).

• Por otra parte, Juan tiene delante a los publicanos o cobradores de tributos, considerados como pecadores, puesto que suelen aumentar en beneficio propio la cuantía de los impuestos. El profeta los exhorta a no exigir a las gentes más de lo establecido.  

• Además tiene una palabra para los soldados, que tantas veces abusan de su fuenza ante las gentes más humildes. Juan les pide que no hagan extorsión a nadie, que se contenten con su salario y que no opriman y castiguen a las gentes por causa de falsas denuncias.

 

EL ANUNCIO

  Juan Bautista no solo lamenta las injusticia que se extiende por su tierra. Desciende a la realidad y a todos sus oyentes les dirige exhortaciones muy concretas. Por eso, las gentes se preguntan si Juan no será el Mesías, del que se espera la justicia. Pero Juan, además de denunciar los abusos,  proclama el anuncio de alguien que viene detrás de él.

• El que viene es más fuerte que Juan. Pero su fortaleza no se manifestará en otro abuso de fuerza contra los débiles de su puebo, sino en el servicio a los más necesitados.

• El que viene bautiza con Espíritu Santo y con fuego. Es decir, con el aliento de Dios que da la vida y con el fuego que quema la paja mientras cuece el pan.

• El que viene trae en su mano el bieldo con el que se avienta la paja para separarla del grano. El  Mesías enseñará el discernimieto para distinguir el bien del mal.  

        Señor Jesús, nos duele ver la indiferencia con que se vive este tiempo de la espera. Pero nos alegra en el alma saber que tu nacimiento nos ayudará a descubrir la verdad y a vivir en el amor. Que la fe nos ayude a mantener viva la esperanza. Y a contribuir a la creación de un mundo más justo y más fraterno. Ven, Señor Jesús. Amén.

José-Román Flecha Andrés



Primer domingo de Adviento. C

28 de noviembre de 2021

 

“En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en el tierra”. Con este oráculo de Dios el profeta Jeremías anuncia la llegada de un descendiente del rey David (Jer 33,14-16). Con él llegarán a su pueblo la justicia y el derecho. Este era un anuncio que despertaba en su pueblo la esperanza.

El salmo responsorial confiesa y proclama que Dios es bueno y es recto. Es más, esos atributos de Dios son expansivos. El Señor guía a los humildes por los caminos de la bondad y de la rectitud (Sal 24).

Por otra parte, san  Pablo exhorta a los fieles de la ciudad de Tesalónica a rebosar de amor mutuo, a pedir a Dios el don y la virtud de la fortaleza y a mantenerse ante él con un comportamiento irreprensible (1 Tes 3,12-4,2).

 

LOS ASTROS Y EL MAR

 En este auevo año litútgico que se inicia con el primer domingo de Adviento, el evangelio según san Lucas nos recuerda un discurso de Jesús que puede resultar muy inquietante a los lectores de hoy.

 De hecho, Jesús anuncia unos acontecimientos temibles. Según él, habrá signos en los astros y resonará con fuerza aterradora el bramido del mar. Al percbir esos fenómenos de la naturaleza, las gentes se verán asaltadas por el desaliento y el temor ante lo que se le viene encima al mundo (Lc 21,25-36).

En el lenguaje profético y más aún en el estilo apocalítico era muy habitual aludir a los fenómenos cósmicos. Con ello no se trataba de ofrecer una información científica sobre los cambios de la naturaleza.

Esta era una forma literaria para subrayar el poder de Dios. Y era también un modo de señalar la debilidad de las seguridades que los hombres suelen buscar en la naturaleza o en las instituciones humanaa.

 

EL MENSAJE

  Ahora bien, en este mensaje profético de Jesús, se incluyen tres exhortaciones que son válidas siempre, pero especialmente en los tiempos de crisis.

• “Estad despiertos”. Con frecuencia somos víctimas del cansancio y de la rutina. Nos adormecemos y tratamos de acomodarnos. La fe nos exige mantenernos en vela para escuchar el paso de Dios por nuestro mundo y por nuestra historia personal.

• “Tened cuidado”. Con frecuencia nos dejamos seducir por las opiniones del ambiente. Llegamos a confundir el mal con el bien. La virtud de la esperanza nos invita a practicar un discernimieto cuidadoso sobre el camino que ha de llevarnos a un futuro de justcia.

• “Alzad la cabeza”. Con demasiada frecuencia nos centramos exclusivamente en nuestros proyectos e intereses. Caemos en la indiferencia frente a los demás. La virtud de la caridad nos exhorta a levantar la vista para descubrir al Señor en nuestros hermanos.

- Señor Jesús, este tiempo de Adviento es una llamada que nos invita a repensar nuestras actitudes ante ti. Queremos preparar con responsabilidad tu venida y tu manifestación a este mundo. Ayúdanos tú a vivir vigilantes y a mantenernos en pie ante ti.  Ven Señor Jesús. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Solemnidad de Jesucristo Rey del universo. B

21 de noviembre de 2021

 

“Su poder  es un poder eterno, no cesará. Su reino no acabará”. Así se cierra la profecía  del libro de Daniel que hoy se proclama. El hijo de hombre, que el profeta ha descubierto entre las nubes del cielo ha de mantener viva la esperanza de su pueblo (Dan 7,13-14).

De hecho, un poco más adelante, se anuncia que “los santos del Altísimo recibirán el reino y lo poseerán para siempre por los siglos de los siglos”, hasta que el Anciano les haga justicia y los libre de sus enemigos  (Dan 7,18.22).

Hacemos nuestro este anuncio de salvación y repetimos con el salmo responsorial: “El Señor reina, vestido de majestad” (Sal 92). Pero no solo reconocemos su realeza, sino que agradecemos que a nosotros nos haya hecho “reino y sacerdotes para Dios su Padre”, como proclama hoy el Apocalipsis (Ap 1,5-8).

 

EL REINO Y EL MUNDO

 En el evangelio de esta fiesta se nos recuerda el diálogo entre Pilato y Jesús (Jn 18,33-37). El procurador romano puede haber oído que, al entrar en Jerusalén, Jesús había sido aclamado por el pueblo. Los sacerdotes lo acusaban precisamente de hacerse rey.   

• Así se comprende que le pregunte directamente: “¿Eres tú el rey de los judíos?”.  La pregunta parece llena de ironía y  desprecio hacia el acusado y sus acusadores. ¿Quién podría pensar que un hombre que parecía tan débil pudiera promover una revuelta contra Roma?

• La segunda pregunta de Pilato refleja la extrañeza que le provoca el aspecto de Jesús: “¿Qué has hecho?”. Sin duda suponía que los jefes del pueblo judío habían de tener algún otro motivo inconfesable y diferente del que presentaban ante su tribunal.  

•  Jesús responde con una frase aparentemente muy sencilla, pero que debió de resultar enigmática para el procurador: “Mi reino no es de este mundo”. En aquel tiempo, su reino no era un peligro para el Imperio. Y hoy, su reino nos invita a superar las seducciones y las tentaciones de este mundo.

 

EL TRONO DE LA CRUZ

  El texto recoge una tercera pregunta de Pilato: “Entonces, ¿tú eres rey?”. También esta vez la respuesta de Jesús es enigmática: “Tú lo dices: soy rey. Yo para eso he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.  Con esas palabras Jesús se define a sí mismo y presenta a sus seguidores.

• Él se manifiesta como el testigo de la verdad. A lo largo de su vida se había presentado como el pastor de las ovejas y la puerta del redil. Pretendía ser el Maestro y se identificaba con la luz del mundo. Decía ser “el camino, la verdad y la vida”. En este escenario abierto a la historia se apropia el título de “ mártir”, es decir testigo de la verdad.  

•   Y, de paso, presenta a sus seguidores como los que “escuchan” su voz, al igual que las ovejas escuchan a su pastor. Quien dice ser su discípulo y no le escucha, se pierde por el camino. Los que escuchan su voz y le siguen forman ese reino que no puede entender Pilato: el reino de la verdad y de la vida, el reino de la justicia, del amor y de la paz.    

- Señor Jesús, al escribir sobre la cruz que tú eras el rey de los judíos, Pilato tal vez pretendía burlarse de ellos. Pero dijo más de lo que pretendía decir. Tú eres nuestro Rey y Señor. Y  la cruz es tu verdadero trono. Queremos escuchar tu voz para dar testimonio de tu verdad. Solo así este mundo nuestro puede ser el reino que tú anunciabas. Amén

José-Román Flecha Andrés.


Domingo 32 del Tiempo Ordinario. B

7 de noviembre de 2021

 

“Vive el Señor tu Dios, que no me queda pan cocido; solo un puñado de harina en la orza y un poco de aceite en la alcuza”. Eso es lo único que tiene la pobre viuda de Sarepta, a la que el profeta Elías ha pedido un sorbo de agua y un trozo de pan (1 Re 17,10-16).

El profeta ha sido enviado por Dios a tierra extranjera. Camina en pobreza y confía en la compasión de las gentes. Una compasión que se hace especialmente visible en una viuda pagana que, sin embargo,  parece reconocer al Dios del profeta.

Elías, por su parte, dirige una palabra de esperanza para aquella mujer. Su generosidad no quedará sin recompensa. No se agotarán en su casa ni la harina ni el aceite. El Dios del profeta extiende su misericordia también sobre el territorio extranjero.

En la celebración de este domigo, a ese Dios alabamos nosotros con las palabras del salmo 145: “Alaba, alma mía, al Señor”. Y sabemos y cofesamos que ante ese mismo Dios intercede Cristo por nosotros (Heb 9,24-28).

 

DOS OFRENDAS

 En el evangelio que hoy se proclama Jesús denuncia la escandalosa avaricia de los escribas. Todos podían observar que, mientras aparentaban hacer largas oraciones, en realidad devoraban los bienes de las viudas (Mc 12,28-44).

Jesús ha puesto muchas veces en evidencia  la vanidad con que los escribas apetecían los honores y las reverencias de las gentes. Con sus pretensiones añadían el abuso contra los pobres a la ofensa al Dios de la misericordia.

En ese contexto, el evangelio recuerda un hecho que en nuestros oídos  suena como una parábola. Sentado frente al tesoro del tempo, Jesús observa a los ricos que llegan con grandes donativos y se muestran orgullosos de ello.

Pero Jesús observa también a una viuda pobre que deposita solamente dos monedas de las más pequeñas que entonces se conocían. Nos da la impresión de que esta mujer trata de pasar inadvertida. Sin embargo, se ha convertido en un icono de la fe y la esperanza.

 

DOS ACTITUDES

 Pues bien, en aquellas dos posturas tan diferentes ve Jesús dos actitudes humanas y religiosas. Según el Maestro, no importa entregar a Dios mucho de lo que él nos ha dado. Importa, sobre todo, estar dispuestos a entregarle todo lo que somos y tenemos. Eso es lo que refleja su comentario:

• “Los demás han echado de lo que les sobra”. Según Jesús, la cantidad de dinero entregada al templo por los ricos no llegaba a poner en peligro su comodidad y sus vidas. Los donantes podían seguir disfrutando de su comodidad y confiando en sí mismos.

• Jesús observa que la pobre viuda, que pasa necesidad, “ha echado todo lo que tenía para vivir”. Al entregar aquellas moneditas, la viuda se despojaba de toda seguridad. En realidad, con aquella oferta, depositaba su confianza en la providencia del Señor.

- Padre nuestro, en nuestro tiempo la pobreza no es solamente una desgracia o una deshonra. Con frecuencia, ha sido considerada como un delito. Los pobres son un estorbo. Sin embargo, tú nos enseñas a valorar la humildad y la enseñanza de los pobres. Ayúdanos a comprender y anunciar que tú eres nuestro verdadero tesoro. Amén.

José-Román Flecha Andrés



Domingo 31 del Tiempo Ordinario. B

31 de octubre de 2021 

 

“Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas”. Como sabemos, estas palabras del Deuteronomio constituyen la oración básica de todo israelita. El mandamiento brota de una confesión de fe. Solo Dios es dios. (Dt 6,2-6).

 A esa declaración creyente de la majestad del Dios único, solo cabe responder con un corazón humilde y con una firme promesa de amor. Eso es lo que recitamos en el salmo responsorial: “Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador” (Sal 17).

Por otra parte, la segunda lectura de la misa de hoy sigue ofreciéndonos las enseñanzas de la carta a los Hebreos sobre el sacerdocio de Jesucristo. Él es el sacerdote que no pasa. “Puede salvar definitivmente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor” (Heb 7,25).

 

 

LA SEÑAL DE IDENTIDAD

 El evangelio nos refiere que un escriba se preguntaba si habría una jerarquía entre los mandamientos que recogía y proclamaba la Ley de Moisés. Así que se acercó a Jesús para preguntarle cuál era el primero de todos ellos (Mc 12,28-34).  

- Según Jesús, el mandamiento primero estaba recogido en el Deuteronomio. En él se ordena amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Es importante también hoy. A todos nos distraen las mil voces que reclaman nuestra atención. Pero solo el amor a Dios puede ser una respuesta digna al amor que él nos ha manifestado.

- Inmeditamente, Jesús mencionó al escriba un segundo mandamiento, que se encontraba en el libro del Levítico (Lev 19,18): “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esa es la regla de oro de todas las culturas. También Jesús aludió a ella. Pero en el discurso de la última cena Jesús cambió el punto de referencia: “Amaos unos a otros como yo os he amado”.

Esa es la verdadera señal de identidad de la moralidad cristiana. La medida para el amor a los demás no puede ser dictada por la publicidad. Amar a los demás no responde tan solo a nuestro deseo de ser amados. El motivo último del amor al prójimo es el amor que Jesús nos demostró en su entrega por nosotros.  

 

NORMAS Y PROTOCOLOS

 Ahora bien, el texto evangélico dice que el escriba aceptó y ratificó la respuesta de Jesús. Y nos transmite la  observación final que le dirige el Maestro.  

• “El Señor es uno solo y no hay otro fuera de él”. No puede haber dos dioses que atraigan la atención y la adoración de la persona. Solo Dios es dios. Y solo él puede y debe ser amado sobre todas las cosas y con todas las fuerzas. El amor al único Dios nos libera de la obsesión por las cosas y de la esclavitud a los hombres, a las ideologías y a las estructuras.  

• “Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo vale más que todos los sacrificios”. En Israel tenían mucha importacia los sacrificios. Los profetas decían que la misericordia valía mucho más. En el mundo de hoy lo políticamete correcto impone actitudes y posturas. Pero lo que vale de verdad es el amor a los pobres, a los desvalidos y a los ignorados por la sociedad.

• “Tú no estás lejos del Reino de Dios”. Es una tentación pretender amar a Dios ignorando al prójimo. Y es otra tentación pretender amar y liberar al prójimo, olvidando a Dios, que es la fuente del amor. Según la última advertencia de Jesús, el reino de Dios está cerca de los que han logrado unir el amor a los demás con el amor a Dios.  

- Señor Jesús, también nuestra sociedad multiplica las normas y los protocolos y no solo en tiempos de pandemia. Seguramente todo eso es necesario. Pero no podemos perder lo fundamental. Enséñanos a amar a Dios con toda nuestra vida y amar a todos nuestros hermanos con el amor con que tú nos amas. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 29 del Tiempo Ordinario. B

17 de octubre de 2021

 

“El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento”. Así comienza la primera lectura que se proclama en la misa de este domingo. Es un texto poético, tomado de uno de los cantos del Siervo de Dios, que se lee durante la Semana Santa (Is 53,10).

 El profeta elegido por Dios ha de anunciar la salvación a sus gentes. Pero no solo eso, sino que ha de rescatar a su pueblo de la tiranía de la maldad, cargando personalmente con el peso y la ignominia del mal.

Nosotros nos identificamos con el pueblo de Dios al orar con el salmo responsorial: “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti” (Sal 32).

Pero hay algo que nos distingue del pueblo de la primera alianza. Nuestra confianza se apoya en Jesucristo. Creemos que él se compadece de nosotros, porque “ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado” (Heb 4,14-16).

 

PODER Y PRESTIGIO

En el capítulo 10 del evangelio de Marcos se presentan las apetencias humanas al placer, al tener y al poder. Pues bien, en este domingo oímos que Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercan a Jesús y le manifiestan sus deseos: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir” (Mt 10,35-45).

En los dos domingos anteriores hemos recordado la pregunta por el matrimonio y el divorcio y la retirada del hombre que no aceptó entregar sus bienes a los pobres y seguir a Jesús. Hoy vemos a dos discípulos que pretenden alcanzar un puesto de poder y de prestigio. Aspiran a sentarse en los puestos privilegiados para compartir la gloria de Jesús.

En realidad, estos discípulos no han llegado a comprender la lección fundamental de su Maestro, que está dispuesto a aceptar el cáliz de la amargura.

Pero la pretensión de los hijos de Zebedeo no deja indiferentes a los demás apóstoles. De hecho, suscita en ellos una reacción de indignación y de rechazo. Tal vez también ellos aspiraban a ocupar esos asientos.    

 

UN SACRIFICIO DIARIO

Como en otras ocasiones, a continuación el evangelio pone en boca de Jesús una enseñanza importante. Según él, es necesario descubrir el sentido que la grandeza humana ha de tener en la nueva comunidad.

• “El que quiera ser grande entre vosotros que sea vuestro servidor”. A la luz del Evangelio, la grandeza del hombre no consiste en la capacidad de dominio sobre los demás, sino en la disponibilidad para prestarles un servicio.

• “El que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. El mundo ha admitido durante siglos la esclavitud y ha tratado de defenderla con razones. Según el Evangelio, quienes se prestan a servir amorosamente a los demás han alcanzado el primer puesto.

• “El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Servir a los demás supone un sacrificio diario. El Evangelio sugiere ese estilo de vida no para anular la libertad de la persona, sino para ayudarla a seguir al Maestro.  

- Señor Jesús, sabemos que tú has venido a servir y entregar la vida por nosotros. Esa actitud es el núcleo de tu misión y el ideal de nuestra propia vocación. Enséñanos tú que la verdadera libertad del ser humano consiste precisamente en esa aparente esclavitud. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 28º del Tiempo Ordinario. B.

10 de octubre de 2021

 

“Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y a tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza”. Esa confesión del autor del libro de la Sabiduría debería iluminar nuestras decisiones (Sab 7,7.11).

Se dice en el mismo texto que la sabiduría es más preciosa que el oro y la plata. Pero no debemos engañarnos. La sabiduría verdadera no consiste en manejar muchos datos. En el pensamiento bíblico, no es sabio el erudito sino quien conoce el camino de la bondad y trata de seguirlo. Quien escucha y cumple la palabra de Dios.  

Con qué razón el salmo responsorial nos invita a repetir hoy esta súplica: “Sácianos de tu misericordia, Señor,y estaremos alegres” (Sal 89).

A la palabra de Dios se refiere también la carta a los Hebros. De ella se dice que es “viva y eficaz”, tanto que “juzga los deseos del corazón”, es decir los somete a crítica y evaluación (Heb 4,12-13).

 

EL BUEN CAMINO

El evangelio que hoy se proclama recuerda a “uno” que le pregunta a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Mc 10,17-30). Jesús dijo a la Samaritana que el agua que él da salta hasta la vida eterna (Jn 4,14). Y tras la distribución de los panes, afirmó que el pan que él nos entrega nos da la vida eterna (Jn 6,54).  

No sabemos quién era aquel hombre que aspiraba a una vida eterna. Según el texto, su vida ya era buena, tanto en lo económico como en el aspecto moral. Parece que era sincero y sanamente insatisfecho. Aspiraba a conseguir la vida eterna. Y había llegado a pensar que Jesús era el guía apropiado para alcanzarla.

 En la respuesta que Jesús le ofrece hay una primera parte que lo remite a lo mejor de las tradiciones de su pueblo: los mandamientos que se vinculaban a la tradición de Moisés. Aquel buscador del bien y de la vida los conocía y los había cumplido desde pequeño. Parecía estar ya en el buen camino. Así que Jesús lo mira con cariño.

 

LIBRES Y GENEROSOS

Sin embargo, tras esa mirada cariñosa, Jesús le dirige una orientación totalmente necesaria: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme”.

• “Vende todo lo que tienes”. Como aquel hombre rico, nosotros ponemos nuestra confianza en los bienes que deseamos. Pero el ser es mucho más importante que el tener. Las cosas efímeras y caducas de ninguna manera pueden equivaler a la vida eterna.

• “Da el dinero a los pobres”. Es verdad que Dios es el dueño de todo lo que existe. Pero nos ha confiado los bienes de la tierra y espera que los compartamos con responsabilidad entre sus hijos más pobres, que son nuestros hermanos.

• “Sígueme”. Los primeros discípulos oyeron esa invitación y la aceptaron. Sin embargo, en el mundo de hoy muchos piensan que seguir a Jesús les arrebata su libertad y hasta su dignidad. No es cierto. Seguir a este Maestro nos hace grandes y nobles.

- Señor Jesús, todos nos identificamos con la persona a la que seguimos y con los bienes que buscamos. Tú sabes que nos fascina el brillo de las riquezas. Haznos libres y generosos para compartir nuestros bienes con los pobres, con los que tú te identificas. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 27º del Tiempo Ordinario. B.

3 de octubre de 2021

 

“El Señor Dios hizo caer un letargo sobre Adán, que se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne”. Este relato de la creación de la mujer, tan colorista como fantástico, es una bella parábola sobre el amor humano (Gén 2,18-24).

El ser humano no puede serlo en soledad. Es Dios quien ha pensado y diseñado la relación y la compañía. De él nace el amor. El relato bíblico nos habla de la soledad del hombre y de la compasión de Dios que diseña para él la compañía, el encuentro y el amor.  

 Con el salmo responsorial, nosotros repetimos y deseamos “que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida” (Sal 127).

Por otra parte, la carta a los Hebreos nos recuerda que Jesús ha sufrido por nosotros, nos guía a la salvación y no se avergüenza de llamarnos hermanos (Heb 2, 9-11).

 

LA PREGUNTA Y EL PRINCIPIO

  Según el evangelio de Marcos, los fariseos dirigieron a Jesús una pregunta sobre el divorcio, con el fin de ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?” (Mc 10,2-16). El texto nos sugiere algunas observaciones.

• En primer lugar, Jesús conoce las intenciones de los fariseos. Trataban de ver si se inclinaba por la corriente más exigente o por la más amplia de las que discutían sobre el matrimonio. Para unos, solo la infidelidad conyugal era motivo para el divorcio. Para los otros, bastaba que la esposa ya no agradase a su esposo.

• Además, Jesús puede observar que quienes le preguntan han convertido un deber en un derecho. La Ley obligaba a quien se divorciaba a dar un documento a la mujer abandonada, para que fuera libre de rehacer su vida. Pero los fariseos convertían el divorcio en un derecho, con lo que ignoraban el proyecto original de Dios.

• Ante esta pregunta, Jesús defiende la permanencia de la unión matrimonial. No se trata de su opinión personal. Si los fariseos citan el libro del Deuteronomio (Dt 24,1), él apela al libro del Génesis. Se refiere al “principio” de la creación para evocar el proyecto de Dios sobre el amor humano y sobre la vocación al matrimonio.

 

PALABRAS DE REVELACIÓN

Jesús repite las palabras del texto del Génesis: “Abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. Son una revelación de Dios sobre el ser y la dignidad de las personas. Hay que recordarlas con asombro y gratitud.

 • “Abandonará el hombre a su padre y a su madre”. En el proyecto de Dios no se anima a los hombres a ignorar las necesidades de los padres. En realidad, se establece que la familia de elección es más importante que la familia de origen.  

• “Se unirá a su mujer”. En nuestro tiempo, se ha trivializado tanto la práctica como el lenguaje del amor. Se olvida que más que un sentimiento, el amor es un compromiso, que comporta una entrega personal, única y definitiva hasta la muerte.

• “Serán los dos una sola carne”. Ser una sola carne significa compartir totalmente la vida. Estas palabras evocan ciertamente la intimidad sexual, pero implican el encuentro compartido de memorias y proyectos, de trabajos y esperanzas.

- Señor Jesús, creemos que este es un momento oportuno para recuperar el verdadero sentido del amor y del matrimonio. Concede a los esposos tu luz y tu fuerza para que puedan vivir su vocación con generosidad y esperanza. Amén.  

José-Román Flecha Andrés


Domingo 26º del Tiempo Ordinario. B.

26 de septiembre de 2021

 

Durante el peregrinaje por el desierto, Josué acudió a Moisés para denunciar a Eldad y Medad. Estaban profetizando, pero no habían acudido a la tienda en la que Moisés había convocado a los setenta ancianos sobre los que había de posarse el espíritu de Dios.

Sin embargo, Moisés se mostró más tolerante con ellos y pronunció una sentencia asombrosa: “Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor”. Evidentemente, no era posible poner puertas al Espíritu de Dios (Núm 11,25-29).

A la actitud de Josué parece responder el salmo responsorial en el que se pide: “Preserva a tu siervo de la arrogancia, para que no me domine: así quedaré libre e inocente del gran pecado” (Sal 18,13-14).

El texto de la carta de Santiago (5,1-6) es uno de los alegatos proféticos más fuertes contra la avaricia de los ricos y el abandono en que son dejados los pobres y los jornaleros.

 

LIBERACIÓN Y ORACIÓN

En paralelo con la primera lectura, el evangelio de hoy recuerda el celo de Juan ante unos exorcistas que no pertenecían al grupo de los discípulos de Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros” (Mc 9,38-45).

• Poco antes, los discípulos habían reconocido que eran incapaces de expulsar un demonio, es decir de curar a un muchacho epiléptico (Mc 9,28). Ahora les molesta que otro, que no pertenece a su propio grupo, pueda liberar a un esclavizado por el mal.

• Cuando preguntaron a Jesús por qué no habían podido expulsar al demonio de aquel joven, Jesús les dijo: ”Esta clase no puede ser arrojada más que con la oración”. Sin embargo, Juan pretende sustituir la eficacia de la oración por la fuerza de la prohibición.

• Según el texto original, Juan era todavía más excluyente: “Se lo hemos prohibido, porque no nos sigue a nosotros”. El discípulo de Jesús ha sido llamado a seguir a su Maestro. Así que los discípulos no pueden pretender que los demás los sigan a ellos.

 

LA OBRA DE LA SALVACIÓN

 Jesús no se limita a reprender a Juan por la dureza de su pretensión. En realidad, propone un ideal y un estilo nuevo para toda la comunidad cristiana.

• “No se lo impidáis”. He ahí un aviso inolvidable para los seguidores del Señor. Es esta una advertencia que puede aplicarse a todos los que sirven al Evangelio y a todos los que en este tiempo tratan de salvar a la persona y a la familia.

• “Uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí”. Actuar en nombre del Señor es la clave de nuestra sintonía con su misión. Basta observarla para reconocer a los que lo siguen con sinceridad y fidelidad.  

• “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. Siempre habrá personas e instituciones que estén en contra de Cristo y de su Iglesia. Pero los seguidores del Señor han de reconocer que no son los únicos propietarios de su obra de salvación.

- Señor Jesús, con demasiada frecuencia nos hacemos esclavos de nuestras normas. En lugar de excluir a los demás, debemos aprender a acogerlos. Que tu Espíritu nos haga discípulos humildes y comprometidos con tu misión universal. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 25º del Tiempo Ordinario. B.

19 de septiembre de 2021

 

“Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opome a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida”. Así piensan y así conspiran contra el justo los malvados según el libro de la Sabiduría (Sab 2,12).

Nuestra experiencia personal y social nos dice que ese modo de actuar persiste todavía en nuestro mundo. Una persona honrada y responsable es calumniada y perseguida a veces hasta la muerte. Es más, se dictan leyes que permiten y justifican esos atropellos.

 A esa violencia responde el perseguido: “Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder… Porque unos insolentes se alzan contra mí y hombres violentos me persiguen a muerte, si tener presente a Dios” (Sal 53).

Con razón se nos advierte en la carta de Santiago: “Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males” (Sant 3,16).

 

LA VERDADERA PRIMACÍA

Según el evangelio, Jesús anuncia a sus discípulos el futuro que le aguarda: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará” (Mc 9,30-37). Hay dos fuertes contrastes que perduran hasta hoy.

• Jesús es consciente de la suerte que le espera. Su vocación le lleva a entregar su vida por los hombres. Sabe que va a ser entregado en manos de los que buscan su muerte. Pero también sabe y anucia que a los tres días resucitará.

Sin embargo sus discípulos no logran entender el lenguaje de Jesús. Es evidente que la perspectiva de su muerte los llena de temor. Por eso, no se atreven a manifestar sus dudas y preguntar a su Maestro por el sentido de lo que les anuncia.

• Por otra parte, es verdad que los discípulos van haciendo camino con Jesús. Pero el hecho de seguirle no  les lleva todavía a adoptar la misión de su Maestro. Es más, durante el camino no dejan de discutir quién es el más importante entre ellos.

Frente a esas discusiones, Jesús les explica la clave de la verdadera  primacía. Él es el Maestro y el modelo. Así que quien aspire a ser el primero entre todos, ha de estar dispuesto a servir a todos, como Él mismo ha hecho con ellos.

 

ACOGER Y SERVIR

 

 El evangelio incluye un texto que, al parecer, no tiene mucha relación con el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús. Pero sí que puede ampliar la enseñanza del Maestro sobre la primacía en términos de servicio y acogida .

• “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí”. El niño se presenta aquí no por su encanto y por la simpatía que suscita, sino en razón de su desvalimiento e indefensión. Acoger al débil es acoger al mismo Jesús.  

• “El que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”. No basta reconocer a Jesús para ser cristianos. Es preciso acogerlo. Él se identifica con el Padre que lo ha enviado. Así que quien acoge su humanidad está acogiendo también su divinidad.

- Señor Jesús, también nosotros pretendemos ser los primeros en la comunidad de tus seguidores. Somos muy orgullosos e ignoramos tu ejemplo. También nosotros te rechazamos porque nos incomodas. Danos humildad para acogerte y servirte en los más débiles. Amén.

José-Román Flecha Andrés

 


Domingo 22º del Tiempo Ordinario. B.

29 de agosto de 2021

 

“¿Dónde hay otra nación tan grande, que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo os propongo hoy?” (Dt 4,8). Esas palabras que el Deuteronomio pone en boca de Dios, parecen en primer lugar un discurso destinado a poner de relieve la grandeza del pueblo de Israel, que goza de la predilección de Dios.

Además, el texto subraya el valor de la Ley de Dios y de sus mandamientos. En esta sociedad moderna son muchos los que se glorían exactamente de lo contrario. Consideran los mandatos como una orden arbitraria de un Dios en el que no creen. Así que ignorar los mandamietos les parece un gesto que honra su libertad de juicio y de decisión.

Pero la carta de Santiago nos exhorta a revisar ese y otros prejuicios que nos llevan a actuar contra la voluntad divina. En realidad, nos invita a vivir y actuar siempre de acuerdo con la palabra de Dios: “Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos” (Sant 1,22).

 

VASOS, JARRAS Y OLLAS

 Según el evangelio que se proclama en este domingo (Mc 7,1-23), los fariseos y algunos escribas llegados de Jerusalén observan que los discípulos de Jesús no se lavan las manos antes de comer. Por eso preguntan al Maestro: “¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con manos impuras?”.

El evangelio de Marcos parece querer aclarar el asunto en discusión para los cristianos procedentes de otras culturas que no conocen las tradiciones judías. Por eso incluye una observación para explicar que los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse las manos “hasta el codo”, además de lavar vasos, jarras y ollas (cf. Mc 7,3-4).

Jesús conoce bien a sus interlocutores. Parecen defender la ley divina, pero por encima de ella colocan una larga serie de tradiciones humanas. Así que también él les dirige una interpelación que va al fondo de su pretendida espiritualidad: “Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a las tradiciones de los hombres”.  

 

PRUDENCIA Y LIMPIEZA

 De todas formas, Jesús no intenta ridiculizar las tradiciones y costumbres de su pueblo. Denuncia la hipocresía de los dirigentes y, sobre todo, ofrece unos criterios de discernimiento válidos para todo tiempo y lugar.  

• “Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro”. Es verdad que la prudencia es una virtud que nos lleva a considerar el peligro que nos presentan las cosas. Pero la maldad no está en las cosas, sino en el espíritu con el que se utilizan.

• “Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”. Es preciso examinar con frecuencia nuestra conciencia. Nuestros intereses y nuestras intenciones pueden hacer que nuestras acciones y omisiones se inclinen hacia la maldad.

“Todas las maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”. Tras mencionar una larga serie de actitudes malsanas, Jesús insiste por tercera vez en el riesgo de convertirnos en hombres impuros. Es preciso vivir en la verdad y cuidar la limpieza de la conciencia.

Señor Jesús, tú conoces el fondo de nuestro corazón y tmbién las presiones que cada día nos empujan a pretender constituirnos en árbitros del bien y del mal. Deseamos sinceramente observar los mandamientos. Que tu palabra ilumine nuestros pasos y que tu gracia nos limpie del mal.  Amén.

José-Román Flecha Andrés


ABANDONO Y SEGUIMIENTO

Domingo 21º del Tiempo Ordinario. B.

22 de agosto de 2021

 

“Yo y mi casa serviremos al Señor”. Esa es la confesión de fe de Josué. Había sucedido a Moisés en la dirección del pueblo de Israel. Bien había demostrado su fidelidad a Dios y a su elegido durante el largo peregrinaje por el desierto. Ante la dispersión de las tribus, reunió a los dirigentes del pueblo allá en Siquén para interpelarles sobre su fe (Jos 24,1-18).

Los hebreos se sentían atraidos por las divinidades a las que adoraban los cananeos que habían encontrado en aquella tierra. Así que era el momento de decidir. Josué dio testimonio de su fe en el Dios que los había liberado de Egipto. Y los guías del pueblo le siguieron y emitieron una solemne promesa: “También nosotros serviremos al Señor”.

Como evocando aquella decisión, tambien a nosotros el salmo responsorial nos invita a reconocer la bondad del Señor: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 33)

 

CREER EN JESÚS

El discurso que Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaún, tras la distribución de los panes y los peces, escandalizó a algunos de sus discípulos. No podían entender que  el Maestro se ofrecía a sí mismo como alimento para alcanzar la vida eterna (Jn 6,60-69).    

• En el texto, Jesús contrapone la acción del espíritu a las apetencias de la carne: “El espíritu es quien da vida, la carne no sirve de nada”. La carne refleja la vida alejada del Espiritu y, por tanto, alejada del bien, de la bondad y de la belleza. Así nos encontramos a veces, mientras vamos de camino. Pero las palabras de Jesús son espíritu y vida.  

• El evangelista recoge a continuacion una importante revelación de Jesús: “Os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. El texto nos sugiere que ir hacia Jesús y creer en él se identifican. Además nos dice que nadie puede arrogarse esas decisiones. Acercarse a Jesús y creer en él son dones gratuitos de su Padre, que es también el nuestro.  

• El texto evangélico anota que al escuchar a Jesús, algunos decidieron abandonarlo. Pero hemos de observar que no son los jefes de los judíos quienes se alejaron. Fueron sus propios discípulos los que dejaron de seguir al Maestro. Lo abandonaron aquellos a los que él había elegido, instruido en los misterios de su reino y alimentado con su pan.

 

CONTAR CON JESÚS

Ante el alejamiento de aquellos discípulos, Jesús parece desconcertado y pregunta a los doce apóstoles que aún le siguen: “¿También vosotros queréis marcharos?”. La respuesta de Simón Pedro refleja el sentir del grupo y anticipa la actitud de la  Iglesia.

• “Señor, ¿a quién vamos a acudir?” En nuestro tiempo, hay muchos cristianos que olvidan que solo Dios es Dios. No se dan cuenta de que solo en él podran encontrar ayuda y consuelo, perdón y refugio. ¿A quién podemos dirigir nuestras súplicas si no contamos con él?

• “Tú tienes palabras de vida eterna”. En estos días nos vemos obligados a escuchar demasiadas palabras frívolas y engañosas. Para el cristiano solo las palabras de Jesús son fuente de vida. ¿Quién nos escuchará si no le escuchamos a él?

• “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”. En esta situación de confusión necesitamos despertar a Jesús que viaja en nuestra barca, como ha dicho el papa Francisco.  ¿Cómo podremos encontrar la paz si no contamos con él?

Señor Jesús, tú sabes que a veces nos sentimos solos y desamparados. La fe nos dice que tus palabras están llenas de sabiduría. Y que tú te entregas como el pan de la vida que puede mantenernos en el camino. No permitas que nos apartemos de ti. Amén.

José-Román Flecha Andrés


ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

15 de agosto de 2021

 

Ante la fiesta de la Asunción de María, san Juan de Ávila invitaba a los fieles a alegrarse por el triunfo de María. Para él esta era la fiesta de la libertad, de la gloria cumplida y de las esperanzas realizadas.

Pero sabía Juan de Ávila que poco presta la contemplación sin la acción y el regusto sin el esfuerzo. Así que la celebración de la Asunción de María a los cielos le sugería una sencilla exhortación, adornada de una pizca de dramática poesía: “Estemos, pues, muy atentos, y no perdamos de vista a esta Señora, tan acertada en sus caminos y tan verdadera estrella y guía de los que en este peligroso mar navegamos”.

 

LOS ASTROS DEL CIELO

 La visión del Apocalipsis coloca a la Iglesia en el centro de la bóveda celeste (Ap 12,1). La liturgia ve esa profecía a la luz que ilumina la vida de María:

• “Una mujer vestida del sol”. La luz de Dios revelada en Cristo inunda a María y a la Iglesia. Purificadas e iluminadas por él, se convierten en faro para la peregrinación de las gentes. Su misma realidad determina su misión en el mudo.

• “Una mujer con la luna por pedestal”. La luz de María y de la Iglesia no brotan de sus propios méritos. Como el pálido claror de la luna, su resplandor es el reflejo de una luz que las trasciende y las lleva a vivir en humilde transparencia.

• “Una mujer coronada con doce estrellas”. El signo del zodíaco se asocia a las doce tribus de Israel y al número de los apóstoles para desvelar finalmente el papel de María y de la Iglesia. Todo nos dice que la naturaleza y la historia coronan la obediencia de la fe, el deseo de la esperanza y el ejercicio del amor.

 

EL CANTO DE MARÍA

 El relato evangélico que se proclama en esta fiesta recoge el canto que María pronuncia al encontrarse con Isabel (Lc 1,39-56). Sus estrofas no miran tanto a la obra del hombre cuanto a la obra de Dios. El himno gozoso y agradecido  del “Magnificat” revela, proclama, canta y agradece el estilo de Dios.

- “Ha mirado la humillación de su esclava”. Más que una confesión personal, esta afirmación resume la historia entera de la salvación. Frente a la altanería de los poderosos, con frecuencia injusta y despiadada, brilla la misericordia del Dios que apuesta por los débiles y oprimidos.

- “Me felicitarán todas las generaciones”. En otros tiempos Dios había prometido a Abraham que por él se bendecirían todos los linajes de la tierra (Gén 12,3). Aquella antigua profecía se ha cumplido en María. Gracias a Jesús, fruto bendito de su vientre, la bendición de Dios se convierte en bienaventuranza para todos los que lo siguen.

- “Ha hecho obras grandes por mí”. Lo mismo pudieron decir Sara, la madre de Isaac, y Ana, la madre de Samuel. Para María, las grandes obras de Dios incluyen el ser la madre de Jesús. Pero comprenden también las riquezas del Reino que por Jesús se revelan y se otorgan a los pequeños y a los humildes.

- Santa María, Madre de Dios, ayúdanos a levantar nuestros ojos a lo alto. Y ofrece también a toda la humanidad un rebrillo de esperanza en medio de tantas crisis, de tanta barbarie y de tanta sangre derramada sobre la tierra.

 José-Román Flecha Andrés



PAN PARA EL CAMINO

Domingo 19º del Tiempo Ordinario. B.

8 de agosto de 2021

 

“Levántate y come, que el camino es superior a tus fuerzas”. Así trata el ángel del Señor de animar a Elías. Aquel profeta perseguido había caminado ya durante una jornada por el desierto. El miedo y el cansancio lo llevaban a desear la muerte. Pero el pan y el agua que le ofrecía el ángel lo ayudaron a caminar hasta el monte de Dios” (1 Re 19,4-8).

 En nuestras horas de fatiga y desaliento, solo el pan que el Señor nos ofrece puede despertar en nosotros la confianza necesaria para seguir caminando. El salmo responsorial nos exhorta a probar el pan de la vida y recibirlo como el signo de la bondad de Dios: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 33).

Esa bondad de Dios es nuestro modelo y nuestro ideal. De ella hemos de aprender el espíritu que ha de ayudarnos a vivir como hijos queridos. Así nos lo enseña san Pablo: “Sed buenos y comprensivos, perdonándoos unos a otros, como Dios os perdonó en Cristo” (Ef 4,32)

 

LA ESCUCHA DE DIOS

 Tras el relato de la distribución de los panes y los peces, el  evangelio nos lleva a la sinagoga de Cafarnaún (Jn 6,41-51). Jesús se manifiesta como “el pan bajado del cielo”. Los judíos se preguntan escandalizados cómo se atreve a afirmar que él ha bajado del cielo. En lugar de condenar a los que le critican, Jesús propone tambien ahora un nuevo estilo de vida.

• “No critiquéis”. Liberados de la esclavitud de Egipto, los hebreos habían murmurado de Dios en el desierto. Pero a sus murmuraciones Dios respondió alimentándolos por medio de las codornices y el maná. A nuestra indiferencia Dios responde entregándonos el pan de su Hijo.

• “Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado”. Nosotros no somos los artífices de nuestra fe. Para acertar con el camino de la libertad, hemos de acoger a Jesús y aceptar el proyecto del Padre que nos lo envía para nuestra salvación.

• “Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí”. En este mundo de la prisa nos cuesta detenernos a escuchar a los demás. Y más aun nos cuesta escuchar a Dios. Sin embargo, la escucha de la voz del Padre nos llevará a descubrir al Mesías y llegar hasta él.

 

 LA VIDA Y SUS FRUTOS

 A la Samaritana Jesús le ofrecía el agua de la vida. En el discurso pronunciado en la sinagoga de Cafarnaún, Jesús se manifiesta como el verdadero pan de la vida.

• “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. Bajar de lo alto es una buena imagen para expresar su misión. En este caso, bajar del cielo significa aceptar la condición humana, caminar a nuestro lado, identificarse con nosotros  y entregar su vida por nuestra salvación.  

• “El que coma de este pan vivirá para siempre”. Jesús se ofrece a sí mismo en la oferta del pan de su palabra y de su propia vida. Su palabra y su eucaristía nos alimentan mientras vamos haciendo un camino destinado a durar para siempre.

• “Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Identificar su carne con el pan de cada día podría parecer una exageración. Pero el Maestro decía la verdad. Sin su palabra y su entrega, nuestra existencia será mortecina y nuestro mundo vivirá sin esperanzas de vida.  

- Señor Jesús, nada deseamos tanto como vivir en plenitud y vivir para siempre. Tú nos has dicho que quien cree en ti tiene ya la vida eterna. Sabemos y creemos que tu pan nos asegura la vida sin ocaso. Que la escucha de tu palabra nos ayude a producir los frutos que esperamos ofrecer a nuestros hermanos. Amén.

José-Román Flecha Andrés


EL HAMBRE Y LA SED

Domingo 18º del Tiempo Ordinario. B.

1 de agosto de 2021

 

“Al atardecer comeréis carne, por la mañana os hartaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor Dios vuestro” (Éx 16,12). Eso anuncia Moisés a su pueblo de parte de Dios. A pesar de las murmuraciones de sus hijos, el Dios que los ha liberado de la opresión no los abandona en el desierto. Las codornices y el maná son el signo de su protección.

El salmo responsorial nos invita a proclamar esa misericordia de Dios que no abandona al pueblo que olvida el milagro de su liberación: “El Señor les dio pan del cielo” (Sal 77).

 Por otra parte, la lectura continua de la carta a los Efesios nos exhorta a renovarnos en la mente y en el espíritu. Estamos llamados a vivir la nueva condición humana creada a imagen de Dios. Solo así podremos liberarnos de esa paganía que comporta la vaciedad del pensamiento (Ef 4,17.20-24).

 

CONTRASTES Y AVISOS

 En la lectura evangélica se recuerda el discurso que Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaum después del episodio de la distribución de los panes y los peces (Jn 6,24-35). El texto presenta al menos tres contrastes que nos interpelan también a nosotros:

• “Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”. Es importante esa alusión a la “búsqueda” del Señor. Tambien nuestra forma de buscar a Dios puede deberse al miedo o al interés. Nuestra búsqueda revela el espíritu con el que nos acercamos al Señor. Buscarlo por egoísmo es una ofensa a su amor.

• “Trabajad no por el alimento que perece sino por el alimento que perdura”. Es evidente que tenemos que trabajar para vivir. Pero nuestra supervivencia diaria no debería hacernos olvidar la gloria que Dios nos promete. La preocupación por el presente no puede hacernos ignorar el futuro que nos espera.  

• “No fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo”. Son muchas las personas que, a lo largo de la vida, nos han ayudado a aceptar la voluntad de Dios. En sus consejos y en su ejemplo queremos descubrir y agradecer la providencia del Dios que nunca nos ha abandonado.

 

 PAN Y AGUA

 Tras la multiplicación y distribución de los panes y los peces, Jesús manifiesta que solo él puede saciar el hambre de los que lo buscan.

• “Yo soy el pan de vida”. Jesús había asegurado a una mujer samaritana que él podía darle el agua que salta hasta la vida eterna. Ahora se presenta  a sí mismo como el pan de la vida. A nuestra hambre y nuestra sed solo él puede responder adecuadamente.

• “El que viene a mí no pasará hambre”. Bien conocemos nuestra hambre de pan y de sentido. Pero hemos de confesar que a veces hemos tratado de satisfacerla con alimentos impropios de nuestra dignidad.  No es extaño que sigamos sufriéndola cada día.

• “El que cree en mí no pasará nunca sed”. Jesús manifiesta su sed al principio de su misión y a la hora de su muerte. Con fe nosotros repetimos una antigua petición: “Agua del costado de Cristo, lávame”.  

- Señor Jesús, tú eres el verdadero maná, llovido del cielo. Creemos que tú nos alimentas en el desierto de la vida. Tú nos sostienes con el pan de tu palabra y el agua de tu vida. No permitas que nos alejemos de ti. Amén.

José-Román Flecha Andrés


SANTIAGO APÓSTOL

25 de julio

 “El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan” (Hch 2,2). Nos deja sin aliento esta simple anotación del libro de los Hechos de los Apóstoles. A continuación se nos dice que aquella decisión asesina parecía agradar a los judíos. Así que Herodes decidió también apresar a Simón Pedro.

Sin saberlo, aquel rey estaba dando cumplimiento a la profecía que Jesús había dirigido un día a aquellos dos hijos de Zebedeo. Después de veinte siglos, nosotros respondemos a esa noticia cantando: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben” (Sal 66). Así reconocemos el valor del testimonio de los apóstoles.

Aquellos elegidos por el Maestro llevaban un precioso tesoro en sus vasijas de barro. Sabían y demostraban que la fuerza del Evangelio no provenía de ellos sino de Dios (2 Cor 4,7). Estas palabras que Pablo escribió a los corintios se pueden aplicar a todos los enviados por el Señor.

 

BEBER EL CÁLIZ

 En la costa del lago de Galilea, Santiago y Juan habían escuchado la llamada de Jesús. Inmedatamente habían dejado a su padre la barca y las redes y habían seguido al Maestro.

Pero un día demostraron que pretendían de Jesús los puestos de mayor importancia en su Reino. Bien a las claras quedaba su deseo de conseguir poder y renombre. Pero Jesús contestó a su petición, preguntándoles si estaban dispuestos a beber el cáliz del dolor y de la muerte que él mismo habría de apurar (Mt 20,20-28).

Los dos hermanos respondieron que estaban decididos a seguir a su Maestro hasta el fin. Tal vez no endendían por el momento que ser grandes en el Reino del Señor no se consigue por medio del poder, sino de la entrega de la propia vida al servicio de los demás.

El mensaje de Jesús era claro, pero no era fácil de comprender. Con demasiada frecuencia, también nosotros procuramos alcanzar algo de fama y de prestigio. A todos nos gusta sobresalir por encima de nuestros compañeros y vecinos. Deseamos ser reconocidos por los demás, tener una cierta influencia o conseguir un poco de poder.  

 

VIVIR Y SERVIR

  El evangelio de Mateo pone en boca de la madre de Santiago y de Juan una petición de honores para sus hijos. Los demás apóstoles se indignaron contra ellos. Pero Jesús advirtió a todos sus apóstoles sobre el sentido que el poder y la grandeza tendrían en su Reino.

• “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor”. Jesús no pretendía condenar el anhelo humano de crecer y madurar. Pero nos exhortaba a reconocer que la grandeza de la persona no está en el “tener” sino en el “ser”. No es grande quien domina a los demás, sino quien vive desviviéndose por los otros.

• “El que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo”. Jesús no quería eliminar el deseo humano de superarse o realizarse en la vida. Pero nos enseñaba que la importancia de una persona no puede valorarse por el dominio sobre los demás sino por el servicio que les presta.  Quien no sirve a los demás no sirve para nada.

- Señor Jesús, nosotros creemos que tú no has venido a ser servido, sino a servir. De hecho has entregado tu vida por nosotros. Perdona nuestra arrogancia. Y enséñanos a poner el ideal de nuestra vida en poder servir con humildad y generosidad a todos nuestros hermanos, especialmente los más necesitados. Amén.  

José-Román Flecha Andrés


Domingo 16º del Tiempo Ordinario. B.

18 de julio de 2021

 

“¡Ay de los pastores que dispersan y dejan que se pierdan las ovejas de mi rebaño!”. El profeta Jeremías pone en la boca de Dios este lamento por su pueblo, que se ve disperso y desorientado (Jer 23,1-6). Pero la culpa no es solamente del rebaño, sino de los dirigentes que han olvidado la responsabilidad que se les ha confiado.

Los pastores dispersan al pueblo en lugar de reunirlo en paz y en armonía. Pero el Señor anuncia su decisión de intervenir de dos maneras. En primer lugar reunirá a sus ovejas para que crezcan y se multipliquen. Y, además, elegirá buenos pastores para que las apacienten y cuiden de modo que no teman y se espanten, como suele suceder en los rebaños.

Como era de esperar, la liturgia nos invita a repetir una confesión inolvidable: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22). Por otra parte, el domingo pasado la carta a los Efesios nos recordaba los dones de nuestra elección, nuestra filiación y nuestra redención. Hoy proclama que Dios ha derribado los muros que nos separaban (Ef 2,13-18).

       

LA COMPASIÓN

También el domingo pasado, el evangelio evocaba el estilo propio que había de distinguir a los discípulos que Jesús envíaba en misión por delante de él. Hoy vemos que los discípulos ya están de regreso para reunirse con Jesús y darle cuenta de lo que han hecho y enseñado (Mc 6,30-34). El relato contiene algunos detalles que revelan la identidad del Maestro y el contexto de su actuación.

• En primer lugar, son muchas las gentes que acuden a escuchar a Jesús, de modo que él y sus discípulos apenas encuentran tiempo y privacidad para comer y descansar.

• A la vista de aquellas multitudes, Jesús decide subir a bordo de una barca y retirarse con sus discípulos a un lugar desierto para escucharlos y evaluar el resultado de la misión.

• Sin embargo, las gentes ven desde la costa el itinerario que sigue la embarcación y se adelantan por tierra para esperar a Jesús cuando desembarque.

 

LA BUENA NOTICIA

Al llegar a su destino, Jesús ve a la multitud que le está aguardando en la costa. Las gentes no le son indiferentes. Son personas humildes y necesitadas, que le buscan y le siguen. Jesús se compadece de ellas, “porque andaban como ovejas que no tienen pastor y se puso a enseñarles con calma” (Mc 6,34).

• Aquellas gentes deseaban escuchar una palabra de verdad y alcanzar de Jesús una curación o un consuelo. En principio, el Maestro no condena esas aspiraciones, sino que las acoge con un corazón misericordioso. En un tiempo de inseguridad como el nuestro, los cristianos no tenemos derecho a ignorar las necesidades y los problemas de las personas.

• Además, Jesús es capaz de cambiar sus prioridades. Movido a compasión, deja de lado su proyecto de descanso junto a sus discípulos. El Maestro aprovecha la ocasión y se dedica a enseñar a las gentes. En un tiempo de indiferencia como el nuestro, los cristianos no podemos despreciar las oportunidades para transmitir la Buena Noticia del Señor.

- Señor Jesús, las crisis actuales, como la originada por una pandemia, nos llevan a preguntarnos por el sentido de nuestra vida. Muchos de nosotros reclamamos el derecho a descansar. Pero la fe nos impulsa a prestar atención a nuestros hermanos. Deseamos aprender de ti el amor y la compasión para acercarnos a todos los que te buscan, tal vez sin saberlo. Que tu compasión nos oriente. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 15º del Tiempo Ordinario. B.

11 de julio de 2021

 “No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos”. Las denuncias de Amós no agradaron a Amasías. Aquel sacerdote de Betel se consideraba el custodio del orden en el santuario real. Amós responde que él es solo un pastor en el reino de Judá, pero el Señor lo ha sacado de su rutina entre el rebaño para enviarlo a anunciar la justicia en el reino de Israel (Am 7,12-15).

También en la situación actual resultan incómodos los que nos recuerdan el plan de Dios y nos alertan del peligro de desviarnos de él. Es verdad que hoy son muchos los que se proclaman profetas. Pero, al igual que Amós, el verdadero profeta no se considera como tal. Es Dios quien lo elige y envía para que anuncie un mensaje que él nunca había llegado a imaginar.

La misericordia y la felidelidad son dones de Dios que han de encontrarse en nuestra tierra. Por eso, con el salmo 84, suplicamos: “Muéstranos, Señor tu misericordia y danos tu salvación”. En la carta a los Efesios se nos recuerda que Dios nos eligió en la persona de Cristo para ser santos e irreprochables ante él por el amor (Ef 1,3-14).

 

DE DOS EN DOS

 

La tema de la elección aparece de nuevo en el evangelio. Ahora es Jesús quien elige a sus discípulos, los llama y los envía a desarrollar una triple misión: predicar la conversión, expulsar a los demonios y curar a los enfermos (Mc 6,7-13).  

 • Jesús envía a sus discípulos de dos en dos. En tiempos de Jesús los tribunales requerían el testimonio de dos personas. Demasiadas veces nosotros pensamos que somos los únicos elegidos y enviados. Pero nadie tiene el monopolio del mensaje del Señor. Solo si los enviados caminan unidos podrán  ser creídos como testigos de la verdad.

• Jesús pedía continuamente a sus discípulos que vivieran como hijos del mismo Padre. Hoy tenemos el peligro de ser más socios que hermanos, como dice el papa Francisco. Al enviar a sus discípulos de dos en dos, el Maestro sugiere que el mensaje que les confía requiere el apoyo de una existencia vivida en auténtica fraternidad.  

• Jesús exhorta a sus discípulos a vivir y caminar en austeridad. Seguramente no solamente habrá de faltarles lo superfluo, sino también lo necesario. En una sociedad como esta, que no se decide a erradicar la pobreza, el mensaje dirigido a los pobres no será creíble si lo anuncian los que confían en las riquezas.

 

LIBERTAD Y SENCILLEZ

 

En el texto evangélico del envío de los discípulos se incluyen dos advertencias de Jesús que tal vez sean difíciles de comprender en el ambiente de nuestra cultura:  

• “Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio”. Jesús no quiere que sus discípulos sean presuntuosos ni aficionados a la comodidad. Abandonar una casa para buscar otra con más comodidades puede ser un escándalo. El mensaje de la salvación será creíble y atrayente si el mensajero es sencillo y humilde.

•   “Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa”. Jesús sabe por experiencia que las personas que no aceptan el mensaje de la salvación, rechazan también a los mensajeros. Así que estos han de actuar con sencillez y libertad. Y pensar que si les cierran una puerta, se abre ante ellos el horizonte.

- Señor Jesús, muchas gracias por habernos enviado a tus profetas y mensajeros. Y gracias porque nos eliges también a nosotros para anunciar tu mensaje. Que tu palabra nos purifique de nuestros intereses, para que nuestra fraternidad y nuestra sencillez hagan más creíble la palabra que tú nos has confiado. Amén.

José-Román Flecha Andrés



Domingo 14 del Tiempo Ordinario. B.

4 de julio de 2021

 

“Te hagan caso o no te hagan caso…, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos”. Con esas palabras Dios ofrece seguridad al profeta, aun advirtiéndole del rechazo que va a encontrar entre sus oyentes (Ez 2,2-5). La misión recibida de Dios no ahorrará al enviado por Dios las dificultades que va a encontrar en el ejercicio de su misión.

El texto revela la atención que le merece a Dios la suerte de su pueblo. Dios no quiere que las gentes se pierdan. Enviar a un profeta significa que Dios quiere orientar a sus hijos para que alcancen la verdadera felicidad.

Si no tenemos un corazón endurecido, agradeceremos a Dios que nos ofrezca su palabra y nos guíe. “Nuestros ojos estàn en el Señor, esperando su misericordia” (Sal 122).

Por otra parte, la experiencia de las muchas dificultades y de las graves persecuciones que ha sufrido enseña a san Pablo a descubrir que en sus debilidades se muestra siempre la fuerza de Cristo (2 Cor 12,7-10).

 

TRES FRASES PARA UNA SITUACIÓN

 En el evangelio que hoy se proclama (Mc 6,1-6), se recuerda que Jesús no fue acogido con simpatía en la aldea en la que se había criado. Las personas con las que había convivido no estaban dispuestas a recibirlo como un profeta. Hay tres frases que resumen la situación.

• “¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado?”  Estas palabras recogen la extrañeza de las gentes de Nazaret. Todos parecen satisfechos de lo que saben. No están dispuestos a admitir otra sabiduría que pueda incomodarlos. Y, sobre todo, no quieren reconocer como sabio al que han conocido siempre como un artesano.

• “No desprecian a un profeta más que en su tierra”.  Este proverbio tiene un sabor popular. Seguramente era un refrán antiguo que reflejaba la resistencia de las gentes a ser interpeladas por uno de su propio ambiente. Jesús lo hace suyo. Parece que no le resulta extraño que las gentes de su aldea no lo reconozcan como profeta.

• “No pudo hacer allí ningún milagro”. Esta constatación se debe al redactor evangélico. Nos llama la atención que Jesús no pudiera hacer milagros en su pueblo. Evidentemente, no son los milagros los que producen la fe. Es la fe la que hace posible el milagro. Y las gentes de Nazaret no se fiaban de Jesús. No creían en él.

 

DEL DESALIENTO A LA ESPERANZA

 En el texto evangélico se añaden otras dos observaciones importantes que deberíamos tener en cuenta al examinar nuestra propia misión de creyentes:

• “Se extrañó de su falta de fe”. La fe es una actitud humana y humanizadora. Todos necesitamos creer en alguien y ser creídos por los demás. El diálogo se rompe y la convivencia se hace imposible cuando una persona no puede creer en sus vecinos. La evangelización no es posible cuando se ha roto el lazo de la fe y la confianza mutua.

•   “Recorría los pueblos del contorno enseñando”. El evangelizador no debe abandonar la misión, a pesar del primer fracaso. No le está permitido caer en el desaliento. Cuando una puerta se cierra, se abren otras muchas. La fe en el mensaje sostiene la esperanza del mensajero y, motivada por el amor, la esperanza suscita su creatividad.

- Señor Jesús, sabemos que nuestros prejuicios nos llevan a cerrarnos en nosotros mismos y a rechazar la voz de los profetas. Que la humildad nos ayude a aceptar la buena noticia de la salvación. Y a tratar de transmitirla con serena generosidad.

José-Román Flecha Andrés

Domingo 13º del Tiempo Ordinario. B.

27 de junio de 2021

 

  “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo, y los de su partido pasarán por ella” (Sab 1,13-15; 2,23-25). Esta lectura tomada del libro de la Sabiduría no es una interesante lección filosófica sobre la muerte y la mortalidad del ser humano.

Es, sobre todo, una invitación a la meditación sobre la dignidad del hombre y sobre la meta de su esperanza. Vivimos entre el miedo y la algarabía. Con demasiada frecuencia nos entretenemos con las pequeñas cosas de cada día. Unas nos preocupan y otras nos divierten. La palabra de Dios nos lleva hoy a preguntarnos cómo miramos al más allá.  

Con el salmo 29, en este domingo recobramos el aliento suficiente para poder agradecer nuestra liberación: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”.

San Pablo trata de exhortar a los Corintios para que colaboren en la colecta que él está promoviendo a favor de los pobres de Jerusalén. Pero sigue teniendo actualidad ese intento de comprobar la sinceridad de nuestro amor (2 Cor 8,7-9).

 

DOS SITUACIONES

También en el evangelio de hoy aparece la sombra de la muerte, acompañada por la enfermedad (Mc 5,21-43). Pero aparece, sobre todo, la figura de Jesús como señor de la vida, como apoyo de la fe y como fuente de la esperanza. Por medio de dos situaciones muy humanas se hacen evidentes en Jesús dos atributos divinos como la  misericordia y el poder.

• Dos mujeres coinciden en la mención de un número símbólico. Una niña de doce años está a punto de morir. Y una mujer lleva ya doce años padeciendo unas hemorragias que no solo son molestas, sino que la condenan a una situación de impureza legal.  

• En ambos casos se manifiesta la fuerza sanadora y vivificante de la oración. Por una parte, Jairo pide la salud y la vida para su hija. Y, por otro lado, la mujer enferma alimenta en silencio su confianza en el Maestro.

• Además, se nos dice que la Palabra de Jesús logra acallar la algarabía de las plañideras que lamentan la muerte de la niña. Y pone fin al silencio con que la mujer enferma pretendía ocultar tanto su dolencia como su esperanza.

 

DEL TEMOR A LA VIDA

Los sentidos corporales son las celosías y ventanas del alma, como escribía san Bernardo. Entre ellos, es muy importante el sentido del tacto. Jesús no lo desprecia. Al contrario, toca a las personas, aun en los casos en los que la Ley lo prohíbe.

• Mientras va caminando, Jesús “nota” que alguien le ha tocado. Se da cuenta de que de él ha salido un poder. También la mujer enferma “nota” que ha sido curada al tocar la orla del manto del Maestro. Su poder no obedece a la magia, sino a la confianza.

• Llegado a la casa de Jairo, Jesús “toma de la mano” a la niña muerta. Con ese gesto se enfrenta a la Ley y a las tradiciones de su pueblo, pero indica que su poder es cercanía. La divinidad de Jesús no comporta la negación de su humanidad.

• Pero no basta el tacto. Hay que recordar el valor de la fe en el Señor. Jesús dice a la mujer que su fe la ha salvado. Y dirige a Jairo una exhortación a la confianza: “No temas; basta que tengas fe”. Solo la fe en Cristo nos ayuda dar el paso del temor a la vida.

- Señor Jesús, muchas personas  han sido afectadas por la enfermedad y por la muerte. Hoy queremos orar por ellas. No queremos ser indiferentes al dolor de todos los que sufren. Toca tú nuestro corazon para que podamos hacer visible tu misericordia y tu poder. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 12º del Tiempo Ordinario. B.

20 de junio de 2021

 

“Hasta aquí llegarás y no pasarás, aquí se romperá la arrogancia de tus olas”. Dios recuerda a Job que él y solo él pudo dar esas órdenes al mar (Job 38,11). Job no entiende por qué le han sobrevenido tantas desgracias, siendo un hombre justo como es. Según la concepción de su pueblo, Dios debería premiar su bondad y librarle de las desgracias.

Puesto que los amigos que acuden a consolarle no son capaces de darle una razón convincente, Job apela al mismo Dios. Y Dios se le muestra como el único que puede poner límites tanto a las olas del mar como a los ataques del mal.

Con el salmo 106, nosotros proclamamos no solo la grandeza de Dios sino también su cercanía y su compasión: “¡Porque es eterna su misericordia!”

Según san Pablo, gracias a la muerte y resurrección de Cristo, Dios nos ha concedido el don de ser una criatura nueva. Una criatura renacida (2 Cor 5,14-17).

 

LAS DUDAS

El mar aparece también en el evangelio que se proclama en este domingo 12º del Tiempo Ordinario. Una tormenta repentina levanta en el lago unas olas tan grandes que inundan la barca en la que navegan los discípulos, llevando a Jesús a bordo (Mc 4,35-40).  No es extraño que surjan en ellos algunas dudas.  

 • Jesús les ha pedido que se alejen de la costa y se hagan a la mar, pasando a la otra orilla del lago. Lo asombroso es que Jesús no haya previsto la tormenta que les iba a sorprender durante la travesía. Los discípulos parecen dudar de la sabiduría de su Maestro.

• Además, pueden dudar también de su bondad y su justicia. Él les ha dado una orden y ellos han obedecido. Pero la obediencia los ha puesto en una situación de peligro. Tal vez empiezan a pensar que, si sobreviven a este peligro, procurarán actuar por cuenta propia.

• Por otra parte, Jesús siempre se ha mostrado atento a las necesidaes de las personas que lo buscan y le siguen. ¿Cómo es que en esta ocasión se ha dejado vencer por el cansancio y duerme despreocupado de sus amigos?

• Finalmente, los discípulos se sienten dominados por el miedo. El Maestro siempre ha mostrado su poder sobre los demonios. ¿No será capaz de vencer a la tempestad y poner freno a las fuerzas del mar embravecido?

 

DOS PREGUNTAS

 Este relato evangélico presenta a nuestra consideración dos preguntas que brotan espontáneas de la boca de los discípulos de Jesús:

• “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Esta primera pregunta refleja en realidad la desconfianza que a veces paraliza también hoy a los seguidores de Jesús. Pero a Jesús le importa la suerte de sus discípulos. No le han elegido ellos. Él los ha elegido libremente y presta atención a sus dificultades.

• “¿Quién es éste a quien el viento y las aguas obedecen?” Esta segunda pregunta revela el camino que ha de conducir a los creyentes de hoy. Tambien en las dificultades actuales hemos de aceptar a Jesús como Señor y anunciar su presencia en el mundo. En Jesús se manifiesta la fuerza de Dios, que ha puesto límites al mar.

- Señor Jesús, tú conoces las amenazas que encontramos cada día en nuestra navegacion. Pero saber que tú viajas con nosotros alienta nuestra confanza. Ten compasión de nosotros y líbranos del mal. Amén.

 José-Román Flecha Andrés



Domingo 11º del Tiempo Ordinario. B.

13 de junio de 2021

 

“Reconocerán todos los árboles del campo que yo soy el Señor, que humillo al árbol elevado y exalto al humilde, hago secarse al árbol verde y florecer el árbol seco. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré”. Este oráculo que nos trasmite el profeta Ezequiel (Ez 17,22-24) habla de Dios y del hombre.

Dios es el Señor. Él es la fuente de la vida. De su voluntad depende la suerte de los pueblos. A pesar de todas las apariencias, su palabra permanece en el tiempo.

Y el hombre hará bien en no creerse autosuficiente. El orgullo humano es totalmente ridículo.Una carástrofe, una pandemia o una revolución pueden alterar toda su vida.

Con el salmo responsorial proclamamos una convicción que debería ser sincera: “Es bueno darte gracias, Señor (Sal 91).

Con san Pablo manifestamos que somos peregrinos y estamos de paso. En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor (2 Cor 5,9).

 

LAS TENTACIONES

En el evangelio según Marcos (Mc 4,26-34) se nos exponen hoy dos parábolas sobre el Reino de Dios con una clara referencia al ambiente de la gente del campo.  

 • En la primera el reino de Dios se compara con un hombre que echa la simiente en la tierra y se se vuelve a su casa. Mientras él hace su vida normal, la semilla germina y va creciendo por sí sola hasta producir la espiga y el fruto. Esta imagen ridiculiza nuestra soberbia y nos exhorta a la humildad. Hacemos lo que nos corresponde, pero el crecimieto del Reino de Dios no depende de nuestros proyectos o cavilaciones.

• En la segunda parábola Jesús se refiere a la semilla de la mostaza. A pesar de su pequeñez, crece y llega a convertirse en un árbol, en el que los pájaros pueden armar sus nidos. Así es el Reino de Dios. Esta segunda parábola ridiculiza nuestra aprensión y nuestros temores al ver que nuestras iniciativas son tan insignificantes. Nuestro desaliento debe ser superado por la confianza en Dios que da el crecimiento a nuestros proyectos.  

 

LOS NIDOS

 Hemos sido llamados a vivir en esperanza. Y la esperanza tiene mucho que ver con el caminar, como ya sugería san Isidoro. Contra la virtud de la esperanza surgen dos tentaciones.

La parábola de la semilla refleja la primera tentación: la presunción que alimenta nuestro orgullo. Nos lleva a pensar que somos nosotros los que damos la fuerza a la semila. Olvidamos que ella da el futo por sí misma.  

La parábola del grano de mostaza alude a la segunda tentación: la deseperanza que genera nuestro desaliento. Nos lleva a pensar que nuestras sencillas acciones y palabras nunca podrán crecer y ofrecer apoyo a los que lo necesitan. Olvidamos que la semilla del Evangelio no es aparatosa.

 Ezequiel habla de los altos cedros en los que anidan las aves. Jesús alude también a los nidos de los pájaros que pueden encontrarse en las ramas más humildes de la mostaza. Los hijos de Dios pueden encontrar cobijo en el árbol que Dios les ofrece. El tamaño del árbol importa menos que la providencia del Dios que cuida de nosotros.      

- Padre nuestro que estás en el cielo, reconocemos que tu misericordia supera nuestras posibilidades y remedia nuestros temores. Te damos gracias porque nos acoges y nos invitas a confiar en la fuerza y la gracia de tu Reino. Bendito seas por siempre, Señor.

José-Román Flecha Andrés


Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo. B.

6 de Junio de 2021

 

“Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros”. Estas palabras nos sitúan en el largo peregrinaje de las gentes de Israel, liberadas por Dios de la esclavitud de Egipto. Moisés no se limitaba a asperjar a sus hermanos con la sangre de las víctimas ofrecidas en sacrificio al Señor. Les exponía el significado del rito (Éx 24,8).

 Dios hacía con aquellos peregrinos una alianza de pertenencia y protección, sellada con la sangre de las víctimas que ellos le ofrecían. Él se comprometía a compartir con ellos la vida que la sangre significaba. Y ese signo los comprometía a ellos a ser fieles a la alianza que Dios les proponía. Él los había puesto en el camino de la libertad. A ellos les correspondía ahora seguirlo con gratitud y responsabilidad.

Nosotros respondemos a ese mensaje, proclamando gozosamente una promesa: “Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor” (Sal 115). Según la carta a los Hebreos, no somos salvados por la sangre de los machos cabríos que Israel derramaba en honor de Dios. Es la sangre de Cristo la que nos consigue la liberación eterna (Heb 9,11-15).

 

  PAN PARTIDO Y COMPARTIDO

El evangelio según Marcos nos sitúa hoy en el contexto de la cena que Jesús celebra con sus discípulos la misma tarde de su prendimiento. Las gentes de su pueblo sacrificaban en el templo los corderos de la Pascua y agradecían una vez más la liberación que Dios había concedido a sus antepasados. Jesús, por su parte, estaba celebrando ya su propia Pascua.

De hecho, tomando el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo distribuyó entre sus discípulos, diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”. El pan partido y compartido era un gesto muy expresivo. Con él, Jesús les hacía ver que entregaba real y definitivamente su propia vida para la salvación de los que creyeran en él.  

Sin embargo, este no era un gesto episódico y casual. Los discípulos habían de repetirlo en el futuro. Pero el signo tenía que ser acompañado por la vivencia de su significado. El pan entregado a los demás había de convertirse en el signo sacramental de su entrega personal. Tendría que ser el gesto memorial del amor del Señor.  

 

UNA VIDA QUE PERVIVE

 Tras haberles dado el pan, Jesús hizo lo mismo con una copa de vino. Pronunció la acción de gracias a Dios y la pasó a sus discípulos, para que bebieran de ella. Las palabras del Maestro evocaban las antiguas palabras que Moisés había dirigido a su pueblo:

 • “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”. Se hacía presente el sacrificio de los corderos y cabritos ofrecidos al Señor. Como recordando las palabras de Juan el Bautista, Jesús se presentaba como el nuevo Cordero de la Pascua. Con su sangre Dios renovaba su alianza y la ofrecía a todas las gentes.

• “No volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”. Hay un tono de nostalgia en las palabras con las que Jesús anuncia que ya no beberá el vino de la tierra. Pero más importante que la nostalgia es la profecía. Mientras pasan la copa, Jesús anuncia a sus discípulos la novedad del convite fraterno en el Reino de Dios.

- Señor Jesús, te damos gracias por el signo del pan y del vino. Sabemos que hemos sido salvados por tu sangre. Y creemos que con estos signos de la cena has querido hacer visible la realidad de tu entrega, la decisión de mantener tu presencia entre nosotros y el anuncio de un amor y una vida que perviven mas allá de la muerte. Bendito seas. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Solemnidad de la Santísima Trinidad. B.

30 de mayo de 2021

 

“Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra, no hay otro”. El libro del Deuteronomio pone en boca de Moisés esta exhortación a su pueblo (Dt 4,32-34.30-40). Dios ha creado el mundo, ha liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto, y le ha revelado su voluntad en el monte Sinaí. Él es el único Dios.

La respuesta del hombre a esas tres maravillas no puede ser otra que la aceptación y cumplimieto de los mandamientos de Dios. Él por su parte, promete a su pueblo la felicidad en la tierra que le ha entregado. Bien la recoge y proclama el salmo responsorial: “Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad” (Sal 32).

Como evocando todavía la fiesta de Pentecostés, san Pablo nos recuerda hoy que el Espíritu da tesimonio de que somos hijos y herederos de Dios y coherederos con Cristo, “de modo que si sufrimos con él, seremos también glorificados cn él” (Rom 8, 16-17).

 

LAS PALABRAS DEL ENVÍO

Esas palabras del apóstol Pablo nos recuerdan nuestra fe en la santa Trinidad de Dios, que vemos también reflejada en las palabras de Jesús que se proclaman en el evangelio de hoy (Mt 28,16-20).

Jesús resucitado había dado cita a sus discípulos en lo alto de un monte. Desde allí los envía a anunciar su palabra por todo el mundo y a bautizar a todas las gentes “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Como sabemos el nombre significa, indica y revela la identidad y la misión de la persona. Esas palabras del envío nos recuerdan que hemos sido lavados, inmersos e incorporados en la bondad misericordiosa del Padre, en la cercanía y la salvación de Jesús y en la verdad y el amor que nos comunica el Espíritu Santo.

 

EL CAMINO DE LA FE

 Demasiadas veces tenemos la tentación de reducir nuestra fe en la Trinidad Santa de Dios a una  mera afirmación teórica, que nos parece tan difícil de entender como inútil para orientar nuestra vida y nuestros compromisos sociales.

• Sin embargo, con los antiguos padres de la Iglesia, hemos de confesar y proclamar que nuestra fe en el Dios uno y trino es la fuente que da fundamento y motivación a nuestros valores, a nuestros compromisos y a nuestras esperanzas.

• Ya el papa san Pablo VI señalaba la importancia de esta fe: “De aquí parte nuestro vuelo al misterio de la vida divina, de aquí la raíz de nuestra fraternidad humana, de aquí la captación del sentido de nuestro obrar presente, de aquí la comprensión de nuestra necesidad de ayuda y de perdón divinos, de aquí la percepción de nuestro destino escatológico”.

 • Como sabemos, esta fe cristiana en la Santa Trinidad de Dios ha tenido un comienzo en la profesión de fe bautismal. Pero a lo largo de la vida, esa fe ha de ir recorriendo un camino de oración contemplativa, de acción generosa y de testimonio valiente en la vida de cada día. Finalmente, esperamos que esta fe reciba un día el premio gratuito y feliz de la gloria eterna de Dios.

- Padre nuestro que estás en los cielos, en este día te damos gracias por la vida que has creado. Aceptamos la luz de tu palabra que nos ha sido revelada en Jesucristo. Y nos comprometemos a vivir el amor a nuestros hermanos que el Espíritu Santo suscita en nuestros corazones. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


Solemnidad de Pentecostés. B.

23 de Mayo de 2021

 

“Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu Santo les concedía manifestarse”. Ese parece ser el primer efecto de la presencia del Espíritu Santo entre el grupo de los apóstoles de Jesús (Hech 2,1-11).

La altanería de los hombres había suscitado en ellos, allá en Babel, la pretensión de alcanzar el cielo con sus propias fuerzas. Ese orgullo había generado la confusión y la dispersión. Ahora el Espíritu de Dios infundía sobre la naciente comunidad el don del amor, que favorecece y alienta la comunicación y la comunión entre las personas.

Con el salmo responsorial, la Iglesia repite en este día una súplica con la que implora de Dios el don de la vida: “Envía tu Espíritu Señor, y repuebla la faz de la tierra” (Sal 103).

En la segunda lectura se nos dice que, ante los fieles de Corinto que presumen de los dones y carismas que han recibido, san Pablo insiste en recordar que la llamada del Espíritu los orienta a formar un solo cuerpo (1 Cor 12,13).

 

DEL MIEDO A LA PAZ

 El evangelio de Pentecostés nos sitúa de nuevo en el “primer día de la semana”. Las mujeres que  llegaron al sepulcro muy de mañana, lo encontraron vacío. Esa noticia  suscitó en los discípulos del Señor sentimientos de asombro y de alegría. El miedo los había encerrado en una casa, pero precisamente allí percibieron la presencia del Resucitado (Jn 20,19).  

• Es Jesús el que viene al encuentro de sus discípulos. Él es quien los había elegido y los había llamado, para que le siguieran y estuvieran con él. Es verdad que ellos lo han abandonado, pero el Resucitado toma de nuevo la iniciativa de acercarse hasta ellos.

• Jesús se coloca en medio del grupo. A orillas del Jordán, Juan Bautista había proclamado: “En medio de vosotros está uno al que no conocéis” (Jn 1,26). Ahora se coloca “en medio” de sus discípulos el Maestro al que no reconocen. Ese ha de ser para siempre su puesto en la comunidad.

• Y Jesús dirige a sus discípulos el saludo tradicional de la paz. Ese era el saludo que ellos habían de pronunciar al entrar en una casa (Mt 10,12). En sus palabras de despedida, el Maestro ya les había anunciado ese don (Jn 14,27), que era su promesa para la eternidad.

 

LA GRACIA Y EL PERDÓN

 Tras mostrarles las huellas que demostraban su identidad, el Resucitado sopló sobre sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,23).  

• Recibir el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el primer don de Dios y del Señor Resucitado. El aliento final que exhaló desde la cruz es su propia vida. Una vida que ha entregado por nosotros. Una vida que comparte con nosotros para que la entreguemos como él.  

• Perdonar los pecados. Jesús no ha venido al mundo para condenar al mundo y reprocharle sus pecados, sino para que el mundo se salve por él (Jn 3,17). Al igual que él había hecho durante su vida, ahora envía a sus  apóstoles para  anunciar la gracia, la misericordia y el perdón de Dios.

• Retener los pecados. Dios respeta y siempre respetará la libertad de sus hijos. Pero los discípulos del Señor han de servir a la verdad y advertir a todos los hombres de los obstáculos y tentaciones que podrán apartarlos de la salvación que el mismo Dios les ofrece.

- Señor Jesús, en esta fiesta de Pentecostés te agradecemos muy sinceramente el don de tu Espíritu de amor y de vida. Te pedimos que él nos ayude a recordar siepre tu mensaje de gracia y de perdón y que nos conceda la audacia necesaria para anunciar la paz y la misericordia divina a todas las gentes. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés 


Solemnidad de la Ascensión del Señor. B.

16 de mayo de 2021

 

“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse” (Hech 1,11). Esta lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos recuerda una tentación que debieron de padecer las primeras comunidades cristianas.

Ante las mil dificultades internas de cada día y ante la difamación y la persecución que venían del exterior era inevitable volver la vista atrás y situarse en la nostalgia. Seguramente eran muchos los hermanos que, a fuerza de mirar al cielo, ignoraban o pretendían olvidar los desafíos que se les planteaban en este suelo.

En el salmo resonsorial repetimos hoy que “Dios asciende entre aclamaciones; el Señor al son de tropetas” (Sal 46,2-9). Está bien proclamar su gloria, con tal de que no apartemos la vista de las demandas que nos vienen de toda la tierra.

Que Dios ilumine los ojos de nuestro corazón para que podamos comprender la esperanza a la que nos llama cada día (Ef 1,17-23).

 

 EL ÚLTIMO ENCARGO

El texto evangélico que se proclama en esta fiesta de la Ascensión del Señor nos recuerda el último encargo que Jesús nos dejó: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15).

• “Ir al mundo entero” es más que una amable invitación. Es el legado de un testamento. Es una orden que nos exige salir de nuestra comodidad para afrontar el riesgo de los caminos y llegar a las últimas periferias.

• “Proclamar el Evangelio” no justifica arrogarnos el papel de los nuevos inquisidores, tan de actualidad en la sociedad civil de nuestro tiempo. Se nos ha confiado una “buena noticia”. ¡Y hay de nosotros si no la comunicamos de forma tan creíble como amable!

• Llevar esa noticia “a toda la creación” nos exige superar nuestra comodidad. Es fácil pescar pececitos en una pecera. Pero es preciso hacerse a la mar. Y presentar el Evangelio a los que no quieren oírlo, a los que ya lo han olvidado y a los que dicen conocerlo de sobra.

 

LA MISIÓN Y LOS SIGNOS

  Además del encargo del Maestro, el evangelio de Marcos incluye una nota sobre la fidelidad con la que sus discípulos lo cumplieron: “Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la palabra con los signos que los acompañaban”.

• Salir a proclamar el Evangelio de Jesús no es un ejercicio deportivo ni un proyecto para ganar méritos sociales. Esa es nuestra misión y aun el premio de nuestra misión.

• Con mucha frecuencia nos sentimos débiles e indefensos ante las dificultades. Pero no podemos olvidar que nuestro Maestro y Señor camina con nosotros.

• Dicen que no hemos ayudado a la humanidad. No es verdad. Al anuncio del Evangelio acompañan la promoción de la cultura y, sobre todo, la compasión hacia los más necesitados.

- Señor Jesús, nuestra mirada a los cielos no puede ser un signo de una nostagia enfermiza. Queremos reconocer tu gloria, agradecer tu presencia entre nosotros, solicitar tu ayuda y seguir caminando por el mundo en la esperanza de tu manifestación. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo 6º de Pascua. B.

9 de mayo de 2021

 

“Está claro que Dios no hace distinciones: acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”. Enviado por la voz que le había hablado desde lo alto, Pedro llegó proclamando esta convicción ante el centurión Cornelio (Hch 10,25-48).

Este galileo, pescador en el lago de Tiberíades y seguidor de Jesús de Nazaret, comprendía ahora que era enviado como testigo del evangelio de la gracia hasta la casa de un pagano. Con el salmo responsorial, también nosotros nos sentimos invitados a proclamar que “el Señor revela a las naciones su salvación” (Sal 97).

Sin embargo, nos cuesta reconocer la dimensión universal de la salvación. Tenemos que  superar exclusivismos y prejuicios, nacionalismos y otras formas de afirmar nuestros pretendidos privilegios. Tenemos que aprender que “quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4,7-8).

 

 TESTAMENTO Y HERENCIA

 Esa superación de nuestros egoísmos ha de ser fruto del amor universal, al que nos invita Jesús. Pues bien, a ese amor de amplios horizontes se refiere la palabra del Señor en el evangelio de este domingo sexto de Pascua (Jn 15,9-17).  

• En primer lugar, Jesús  revela a sus discípulos el amor que le une a su Padre celestial. Un amor que él desea comunicarles. El amor de su Padre no es un privilegio exclusivo para él solo. Por Jesús llega hasta cada uno de nosotros ese amor del Padre celestial.  

• Bien sabemos que el amor es a la vez un don y una tarea: una gracia y una responsabilidad, un regalo gratuito y un mandamiento. Ese es el testamento y la herencia de Jesús. Permanece en el amor de Dios quien transmite ese amor a los demás.

 • Por otra parte, el amor no es solo un sentimiento pasajero. Es un compromiso. Pero ese compromiso no es un castigo o una condena. ¡Al contrario! El amor es una liberación. Es la clave de nuestra realización personal y la fuente de la alegría.

 

AMIGO Y MAESTRO

  Con todo, “no es oro todo lo que reluce”. Es preciso aprender a distinguir el amor verdadero de los falsos amores. Jesús nos ha dado la clave para realizar ese discernimiento: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

• El amor más grande no es el que queda prendido en las notas de una canción o en las imágenes de un mensaje enviado a los amigos. Es verdad que el amor verdadero no desprecia las palabras, pero se manifiesta sobre todo en las obras.

• El amor más grande tampoco puede confundirse con una ayuda puntual y pasajera con motivo de una catástrofe más o menos lejana. El amor verdadero se expresa en el don más precioso que se puede ofrecer a los que se ama: el tiempo.

• El amor más grande no se limita a regalar a la persona amada algunas cosas, más o menos brillantes, más o menos preciosas. El amor verdadero se expresa en la entrega generosa de la vida, como hizo Jesús.    

- Señor Jesús, te vemos como el amigo que nos acepta como amigos. Te reconocemos como el Hijo que nos revela el amor del Padre. Y te aceptamos como el Maestro que nos enseña con el ejemplo el valor del mandamiento del amor. ¡Bendito seas por siempre! Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo 5º de Pascua. B.

2 de mayo de 2021

 

“Llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera discípulo. Entonces Bernabé se lo presentó a los Apóstoles” (Hch 9, 26-31). Es impresionante esa doble anotación que se lee en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

Saulo ha perseguido a muerte a los que siguen la doctrina y el camino de Jesús de Nazaret. Ahora se dice que ha cambiado radicalmente. Pero no lo creen los que todavía no han visto pruebas de ese cambio. Hay demasiados lobos que se cubren con pieles de oveja.

Sin embargo hay un levita que sigue a Jesús y que ha vendido un campo para compartir el dinero con los pobres de la comunidad. Bernabé es creíble. Hay que agradecerle que haya avalado con su palabra y su autoridad el cambio que ha convertido a Saulo en un hermano.

 Seguramente, en nuestro entorno ha ocurrido algo semejante. Por eso podemos cantar con el salmo responsorial: “Alabarán al Señor los que lo buscan” (Sal 21).

De todas formas, recordemos el mensaje de la segunda lectura de este domingo: “Ese es su mandamieto: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó” (1 Jn 15,1-8).

 

 LA VENDIMIA

 Tras la alegoría del Buen Pastor, que se leía en el cuarto domingo de Pascua, en este quinto domingo meditamos la alegoría de la vid y los sarmientos (Jn 15,1-8). En ella se nos habla de Jesús y se nos recuerda la vocación de los discípulos.  

• De Jesús se nos dice que él es la verdadera vid. El viñador sueña con una buena cosecha de uvas y con un vino excelente. Pero ese sueño solo será realidad si cuenta con una buena viña. Pues bien, Jesús es la nueva y definitiva vid. Gracias a él podremos dar buenos frutos.

• De los discípulos de Jesús se dice que son los sarmientos. Si están unidos a la vid reciben de ella la savia de la vida y pueden producir las uvas. Pero cuando podan la vid, los sarmientos que han sido cortados,  se secan y suelen ser destinados al fuego.

 Es fácil descubrir la lección que nos enseña esta alegoría. A todos nos espera la hora de la vendimia. Queremos ofrecer al mundo una excelente cosecha. Pero solo el estar unidos a Jesús nos dará la posibilidad de producir buenos frutos. Los sarmientos que pretenden desprenderse de la viña para alcanzar la libertad deberían saber que les espera la sequedad y la muerte.

 

FIDELIDAD Y FECUNDIDAD

  Sin embargo la alegoría de la vid y los sarmientos no se reduce a una amenaza de esterilidad y de fuego. En realidad nos invita a mirar al Padre y a Jesús. Y abre ante nuestros ojos un espléndido panorama de fe, de fidelidad y de vida.

• “Con esto recibe gloria mi Padre”. Jesús se refería con frecuencia a la gloria de su Padre. Es verdad que nosotros buscamos demasiadas veces nuestra propia gloria. Pero nos engañamos. Nuestra esterilidad no equivale a la felicidad. Ni da gloria a Dios.  

• “Con que deis fruto abundante”. Se dice que la fe cristiana no favorece la cultura o el progreso. Es un tópico que no responde a la verdad. A pesar de nuestros fallos, los seguidores de Jesús hemos dado abundantes frutos de verdad, de bondad y de belleza.  

• “Así seréis discípulos míos”. Todos seremos siempre discípulos de alguien. Es un don de Dios poder ser discípulos de Jesús. Pero esa condición hay que vivirla en fidelidad al Maestro, que es la vid, para producir en fecundidad los frutos de los sarmientos sanos.

- Señor Jesús, creemos que tú eres la verdadera vid, de la que brota nuestra vida. Sabemos que sin ti nunca podremos dar los frutos de la fe, de la esperanza y del amor. No permitas que nos apartemos de ti. Amén. Aleluya

José-Román Flecha Andrés


Domingo 4º de Pascua. B.

25 de abril de 2021

 

“Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular. Ningún otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”. Lleno del Espíritu Santo, Pedro proclamaba así ante los jefes del pueblo de Israel la importancia única de Jesucristo como Salvador universal (Hch 4, 11-12).

Al acercarse al templo para la oracion de la tarde, Pedro y Juan habían curado a un tullido que pedía limosna junto a la puerta del templo llamada “la Hermosa”. Fueron reprendidos por las autoridades no precisamente por la curación, sino por haber curado al enfermo en el nombre de Jesús de Nazaret, al que presentaban abiertamente como el Mesías.

El texto sobre la piedra angular procedía de un salmo bien conocido por sus oyentes (118, 22). Ahora Pedro lo recordaba para proclamar que Jesús, crucificado por las acusaciones de los jefes de Israel, había sido constituido por Dios en el Salvador de ese pueblo que ellos habían manipulado.  

Con el mismo salmo, nosotros proclamos en este día que “es el Señor quien lo ha hecho: ha sido un milagro patente. Gracias a Jesucristo, hemos descubierto que Dios nos ha llamado hijos suyos y “nos ha destinado a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (1 Jn 3, 1-2).

 

 UNA NOVEDAD SORPRENDENTE

En este cuarto domingo de Pascua recordamos, como todos los años, la figura de Jesús que se presenta ante nosotros como el Pastor bueno. Un pastor que rompe los esquemas habituales e introduce en el mundo una novedad insospechada (Jn 10,11-18).

•  Jesús es el pastor responsable que da la vida por sus ovejas. Siempre ha habido asalariados que cuidan los rebaños por dinero. No son dueños de las ovejas y no están dispuestos a dar la vida por ellas, cuando llega el momento de tener que defenderlas. Buscan su propio interés, no el de las ovejas. Por eso las abandonan, cuando el  lobo las amenaza.

• Esa imagen del pastor generoso y entregado que ama a sus ovejas puede aplicarse a Jesús. Los jefes del pueblo de Israel no eran pastores responsables. Por eso decidieron terminar con la vida de Jesús.  Sin embargo, Jesús podía decir que entregaba voluntariamente su vida: “Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente”.

• Por otra parte, la experiencia nos dice que no es posible perder la vida y recuperarla de nuevo. Ahora bien, esa experiencia se manifiesta inadecuada cuado nos referimos a Jesús. En el texto evangélico Jesús declara que él entrega su vida por las ovejas. Y no solo eso. Por dos veces nos dice él mismo que tiene poder para recuperarla. Eso es lo que celebramos en la Pascua

 

LA VOLUNTAD DEL PADRE

 Además de invitarnos a proclamar que Jesús tiene el poder de recuperar la vida que ha entregado por los suyos, el evangelio nos revela la estrecha relación que le une con su Padre.    

• “El Padre me conoce y yo conozco al Padre”. Ya sabemos que el conocimiento entre las personas genera una relación nueva en el tiempo. Pero Jesús y el Padre se conocen desde la eternidad. Ese conocimiento mutuo es el secreto de la vida de Jesús, que nos ayuda a comprender cómo es que ha podido revelarnos a su Padre.

• “El Padre me ama porque yo entrego mi vida”. La generosidad de Jesús es fruto del amor que le une al Padre, que es rico en amor y en misericordia. Pero este Hijo ha aprendido de su Padre a amar sin medida. Por eso, la entrega generosa de Jesús a los hombres le hace merecedor del amor del Padre celestial.

• “Este mandato he recibido de mi Padre”. A lo largo de su vida, Jesús había manifestado varias veces que había venido al mundo para cumplir la voluntad del Padre. En este momento, ya puede manifiestar a sus discípulos que la voluntad del Padre es que el Hijo entregue su vida por sus ovejas.  

- Señor Jesús,  tus gestos y tus palabras nos han ayudado a reconocerte como la Piedra angular del edificio de nuestra fe. Te reconocemos también como el Pastor bueno que ha entregado su vida por sus ovejas, es decir, por todos nosotros. Te alabamos por ello y te damos gracias. No permitas que nos apartemos de ti. Amén. Aleluya

José-Román Flecha Andrés


Domingo 3º de Pascua. B.

18 de abril de 2021

 

“Arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados”. Esas son las últimas palabras que Simón Pedro dirige a las gentes de Jerusalén (Hech 3,19). Inmediatamente antes había reprochado a sus oyentes tres graves injusticias que habían cometido contra Jesús de Nazaret:

• Habían despreciado a Jesús, al que Pedro proclama como el Santo y el Justo.

• Habían pedido a Pilato que lo condenara a muerte, cuando el quería liberarlo.

• Habían exigido al procurador que indultara a un asesino, en lugar del autor de la vida.

También hoy deberíamos arrepentirnos de ignorar la bondad y glorificar la maldad, de despreciar la vida y legalizar la muerte, de aplastar al inocente y honrar a los asesinos.

Y deberíamos exclamar con el salmo responsorial: “Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor” (Sal 4). Gracias a nuestra fe podemos saber y anunciar que Jesucristo aboga por nosotros ante el Padre (1 Jn 2,1-5)  

 

        LA NUEVA CREACIÓN

El evangelio que se proclama en este domingo tercero de Pascua (Lc 24,35-48) está lleno de contrastes entre la actitud de los discípulos de Jesús y la realidad de su resurrección y de su mensaje.

• Los discípulos de Jesús confunden a Jesús con un fantasma. Pero el miedo a los fantasmas no les permite descubrir a su Maestro y aceptar la verdad de su vida.

• Los discípulos se mueven entre dudas, pero Jesús les ofrece la paz y la seguridad, los libera del temor y de engañosas ilusiones y les muestra el camino de la esperanza.

• Los discípulos de Jesús no comprenden ni aceptan el sentido de la muerte de Jesús, pero él los exhorta a descubrirlo a través de las Escrituras.

También hoy la celebración de la muerte y de la resurrección de Cristo nos ayuda a descubrir la amanecida de la nueva creación.

 

        MENSAJEROS DEL PERDÓN

No deberíamos olvidar el mensaje que Jesús ha extraído de las Escrituras. En ellas podemos descubrir la misión y la tarea de la Iglesia y de cada uno de los creyentes:

• “Estaba escrito que el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos”. La  pasión y muerte de Jesús fue un escándalo para los judíos y un motivo de burla para los paganos. Nootros somos invitados a mirar confiadamente al Crucificado.

• “En nombre del Mesías se predicará la conversión y el perdón de los pecados”. Él Señor resucitado no se acerca para condenar al mundo. Él encarga a sus discípulos que prediquen la necesidad de la conversión.

• “Vosotros sois testigos de esto”. Con esas palabras se cierra el mensaje del Maestro. Sus discípulos de siempre no son testigos de la cólera, de la venganza o del castigo de Dios. Han de ser los testigos valientes de la misericordia divina.

- Señor Jesús, te damos gracias porque, a pesar de nuestro desaliento, aumentado ahora en tiempos de la pandemia, tú vienes a nuestro encuentro, nos deseas la paz y nos envías como testigos de tu presencia y mensajeros de tu perdón. Bendito seas por siempre. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés 



Domingo 2º de Pascua. B.

Domingo de la Divina Misericordia

11 de abril de 2021

 

“Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42). Este es el primer “sumario” o resumen de la vida de los discípulos del Señor que se nos ofrece en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

El autor tiene buen cuidado en anotar tres actitudes básicas de la primera comunidad cristiana: la escucha de la enseñanza apostólica, la comunión en los bienes compartidos y la participación en la eucaristía. En realidad, esas son las prioridades que deben mantener las counidades cristianas en todo tiempo y lugar.

Con el salmo responsorial podemos reconocer y repetir que “es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente” (Sal 117). Si el salmo se refiere a la victoria sobre los enemigos, nosotros proclamamos que a nosotros la misericorida de Dios nos ha hecho renacer   para una esperanza viva, como dice la segunda lectura de la misa de hoy (1 Pe 1,3-9).

 

        UNA POSTURA Y UN GESTO

 

En el texto evangélico que hoy se proclama se recuerda que, después de la muerte de Jesús, sus discípulos permanecían “confinados” por miedo a los judíos. El miedo a las acusaciones del pueblo los mantenía ocultos. Pues bien, precisamete en esa situación Jesús resucitado se presenta ante ellos como portador de la paz y del perdón (Jn 20,19-31).

Al leer este relato evangélico solemos prestar atención a la situación y las protestas del apóstol Tomás y a la actitud con la que Jesús responde a sus dudas y pretensiones.  

• Habitualmente se califica a Tomás como el “apóstol incrédulo”. En realidad, es fácil imaginar la razón de su postura. Cuando llegó a Jesus la noticia de la enfermedad y la muerte de Lázaro, los demás apóstoles se resistían a volver con él a Judea. Solo Tomás los exhortaba a acompañar a Jesús y morir con él (Jn 11,16).  Ahora le molesta la incongruencia de los que no aceptaban el fracaso del Maestro, pero se apresuran a pregonar su victoria.

• Por otra parte, nos parece sosprendente el gesto con el que Jesús ofrece sus llagas a la curiosidad y al tacto de Tomás. El texto evangélico nos invita a identificar al resucitado con el mismo Jesús que había sido condenado a morir en la cruz. El resucitado no ha dejado las llagas de la crucifixión. Su muerte no fue un engaño. Y su resurrección no es el fruto de la fantasía de unos discípulos paralizados por la nostalgia y el temor.  

 

          DEL MIEDO A LA VALENTÍA

 Además, este texto del evangelio de Juan nos recuerda dos detalles fundamentales para la vida de los creyentes: la importancia de la comunidad y el don de la misericordia.

• “A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos”. Con demasiada frecuencia pensamos que para encontrarse verdaderamente con Jesucristo es necesario abandonar la comunidad. Es un error. Los discípulos que estaban encerrados no eran mejores ni peores que Tomás. Si él pensaba que lo salvaría su autonomía, los otros eran víctimas fáciles del miedo. Pues bien, solo en la comunidad se muestra el Señor resucitado.

• “Paz a vosotros… Yo os envío… No seas incrédulo”. Estas palabras que Jesús resucitado dirige a unos y a otros nos dicen que él no viene a reprenderlos. Viene a revelarles  la grandeza de su misericordia. Jesús se muestra muy cercano a sus discípulos. Y demuestra una excelente pedagogía para abrir sus corazones a la fe y para enviarlos a proclamar la buena noticia del perdón que a ellos les ha sido concedido.

- Señor Jesús, somos conscientes de que te hemos abandonado en las horas más difíciles. Te damos gracias porque vienes a nuestro encuentro. Nos buscas, nos deseas la paz, nos perdonas, y nos envías a proclamar con valentía tu mensaje. Danos tu luz y tu gracia para que nuestras palabras y nuestras obras reflejen la misericordia que tú tienes con tu comunidad. Amén. Aleluya

José-Román Flecha Andrés


Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor. B.

4 de abril de 2021

 

“Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo sino a los testigos que él había designado: a nosotros que hemos comido y bebido con él después de su resurrección”. Simon Pedro se presenta así como miembro del grupo de los testigos de la vida de Jesús, desde su bautismo hasta su muerte y su resurrección (Hech 10,34-43).

Para todos los seguidores de Jesús, es hora de levantar la mirada hacia nuestro Salvador. En la carta a los Colosenses, Pablo presenta la resurrección de Cristo como una exhortación a todos los creyentes: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, doncde está Cristo sentado a la derecha de Dios” (Col 3,1).

La resurreccion de Jesús no es solo un acontecimiento del pasado. Con él resucita hoy nuestra vida soñolienta y mortecina. Todos los bautizados podemos hacer nuestras las palabras que la secuencia de esta solemnidad pone en boca de María Magdalena: “¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza”.

 

        EL SEPULCRO VACÍO

No es un pregón vacío de sentido. También en el evangelio de este día de Pascua (Jn 20,1-9) aparece la figura de María Magdalena. Probablemente ella había sido curada por él allá en Galilea. Y, al igual que otras mujeres que habían sido curadas por él, lo había seguido por los caminos y servido con sus bienes.

Había presenciado su muerte y había observado el lugar donde lo habían sepultado. Ahora María descubre que el sepulcro del Señor está vacío. Y se apresura a anunciar esa noticia a los apóstoles.

Sorprendidos por el anuncio de María, acuden también al sepulcro Pedro y aquel “al que tanto quería Jesús”. El sepulcro vacío es motivo de fe para ambos: para quien ha traicionado a su Maestro en la hora de la turbación y para quien lo ha acompañado fielmente hasta la cruz.

Tambien hoy la figura de Magdalena nos interpela profundamente. Quien cree en Jesús está dispuesto a acompañarlo hasta su cruz. Quien cree en Jesús jamás podrá olvidarlo. Quien cree en Jesús lo encontrará aunque tema haberlo perdido. Quien cree en Jesús anunciará con valentía que está vivo y nos precede por el camino

 

          UN MENSAJE PARA HOY

María Magdalena ha sido calificada como “apóstol de los apóstoles”. De hecho les dirigió un mensaje que revela su nerviosismo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. En este momento de incertidumbre nos debe hacer pensar.

• “Se han llevado del sepulcro al Señor”. María se inquieta porque el cadáver de Jesús ya no está en el sepulcro. Hoy muchos cristianos vivíamos confiados en tener aseguradas todas las creencias. Algunos se han encontrado de pronto sumidos en la orfandad y en el silencio. Pero a otros no les preocupa que Jesús y su mensaje hayan sido depositados en un sepulcro. A unos los paraliza el dolor. Pero otros parecen haberlo olvidado.

• “No sabemos dónde lo han puesto”. Es interesante esa referencia personal. María Magdalena parece quejarse de que alguien haya cambiado de lugar el cadáver de Jesús, sin contar con ella. Pues bien, nosotos creemos que Jesucristo está vivo y camina entre nosotros. La fe nos dice dónde está. El Señor resucitado solo espera el testimonio de los que decimos creer en él. No podemos callarnos esa noticia.

- Señor Jesús, sabemos que el sepulcro no había de ser tu morada definitiva. Nuestra fe nos dice que has vencido a la muerte. Creemos que estás vivo. Tu resurrección es la razón última de nuestra fe, el aliento de nuestra esperanza y la exigencia para anunciar y vivir tu amor a todos nuestros hermanos. Amén. Aleluya.

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo de Ramos. B.

28 de Marzo de 2021

 

Este año, antes de la celebración de la Eucaristía, no podremos celebrar la procesión de los ramos. Pero podemos proclamar el texto evangélico de la llegada de Jesús a Jerusalén y recordar las aclamaciones de las gentes que lo acompañaban (Mc 11,1-10).  

• “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor”. Bendecir a Dios es una forma habitual en la oración judía. Con los hebreos, también nosotros bendecimos a Dios que nos envía a su Mesías y acogemos al Mesías enviado por Dios.

• “¡Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David!”. La fe cristiana identifica a Jesús con el Reino de Dios. Con Jesús, Dios se manifiesta como Señor de la historia. En él se cumplen las antiguas esperanzas . En él está nuestra salvación.

• “¡Viva el Altísimo!”. Jesús es la revelación del Dios de la creación y de la historia. También en esta situación tan dramática que estamos viviendo, los seguidores de Jesús hemos de suscitar la admiración de la fe, la confianza de la esperanza y la eficacia del amor.

 

UNA PALABRA PROFÉTICA

 “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento”. La primera lectura de la misa de este Domingo de Ramos nos presenta al Siervo del Señor, llamado a escuchar la voz de Dios y anunciar a todos los que sufren una palabra de consuelo y de aliento (Is 50,47).

Es verdad que esas actitudes nunca han sido fáciles. El profeta recibirá burlas y golpes. Sin embargo, ha de saber que siempre encontrará ayuda en el Señor. Así podrá mantenerse firme ante los que tratan de dominarlo y someterlo al silencio.

En el famoso himno que incluye en la carta a los Filipenses, san Pablo nos presenta la humildad del Señor que se ha hecho siervo y la grandeza del siervo que es ensalzado a la gloria, para que ante su nombre se doble toda rodilla (Flp 2,6-7).

 

SIETE PASOS EVANGÉLICOS

En la pasión de Jesús según San Marcos, que se lee este año, nos encontramos con varios detalles propios, que podrían resumirse en estos siete pasos

1. Los discípulos que se duermen en el Huerto de los Olivos “no saben qué responder” cuando Jesús los interpela. (Mc 14,40).  

2. Se alude a un joven que, en el mismo Huerto de los Olivos pretendía seguir a Jesús. cubierto apenas por una sábana. Pero él, dejando la sábana, huyó desnudo” (Mc 14, 51-52).

3. Ante el tribunal judío, los testigos no se ponen de acuerdo (Mc 14,58-59) y los criados reciben a Jesús a bofetadas (Mc 14,65).

4. Con motivo del proceso ante el tribunal romano, la multitud pidió a Pilato que hiciera como solía y a gritos mostró su interés por la liberación de Barrabás (Mc 15, 7-8).

5. En  este evangelio se nos dice que Simón de Cirene es el padre de Alejandro y de Rufo (Mc 15,21), que parecen conocidos en la comunidad  (cf. Rom 16,13).

6. El centurión se asombra al ver que Jesús había expirado así (Mc 15,39) e informa a Pilato   para que pueda entregar el cadáver a José de Arimatea (Mc 15,44-45).  

7. En la mañana del primer día de la semana el ángel encarga a las mujeres que transmitan un mensaje a los discípulos y a Pedro (Mc 16,7).

- Señor Jesús, en esta semana estamos dispuestos a seguir con fidelidad tus pasos. Venerar tu cruz será recordar tu entrega y tu sacrificio No permitas que olvidemos tu pasión y muerte por nosotros. Amén

 José-Román Flecha Andrés


Domingo 5º de Cuaresma. B.

21 de marzo de 2021

 

“Haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la que hice con vuestros padres, cuado los tomé de la mano para sacarlos de Egipto”. En la cuaresma hemos seguido las alianzas de Dios: con Noé, Abrahan, Moisés y Ciro, rey de los Persas. En el quinto domingo, leemos que por medio de Jeremías Dios promete una alianza nueva y se compromete a crear en nosotros un corazón nuevo (Jer 31,31-34).

Fiados de sus palabras, en el salmo responsorial pedimos que el Dios creador continúe su obra en nosotros: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal 50).

En la carta a los Hebreos se nos dice que Cristo “se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna (Heb 5,7-9). La alianza prometida se ha hecho realidad, gracias al perdón que Cristo ha implorado para nosotros.

 

LA GLORIFICACIÓN

El evangelio según san Juan nos presenta hoy una escena que había de ser profética. Unos “griegos” que habían llegado a Jerusalén para celebrar la Pascua, deseaban ver a Jesús. Así que pidieron la ayuda de dos discípulos que tenían nombre griego: Felipe y Andrés, naturales de Betsaida (Jn 12,20-33). ¿Qué puede significar esa petición?  

• Aquel encuentro con los paganos podría ser un motivo de alegría para Jesús.  Mientras las gentes de su pueblo lo rechazaban, los extranjeron mostraban el deseo de encontrarse con él. El Maesro intuye que ha llegado la hora en que había de ser glorificado.

• Ahora bien, esa glorificación no comportaba un triunfo social. Había llegado la hora de ser entregado y condenado a muerte. Por eso, Jesús se compara con el grano de trigo que cae en el surco. Solo con su aparente destrucción llegará a dar fruto abundante.  

• Hemos de reconocer que todos nosotros buscamos un momento de gloria. Y con frecuencia lo identificamos con el reconocimiento público de nuestras obras. Sin embargo, la gloria de Jesús no viene del aplauso de los hombres, sino de la aprobación del Padre celestial.

 

LA ESCUCHA

De todas formas, Jesús sabe que su sacrificio será una fuente de vida para el mundo: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Pero esa atracción no comporta un triunfo humano sino un servicio, al que el Maestro alude por tres veces:

• “El que quiera servirme que me siga”. Aqellos griegos buscan ver a Jesús, pero Jesús dirá que son dichosos los que creen sin haber visto. Hay que aprender a seguirle por el camino para servirle como a nuestro Maestro y nuestro Señor.

• “Donde esté yo, allí también estará mi servidor”. Nosotros caemos con frecuencia en la tentación de la prepotencia, pero Jesús nos recuerda que estamos llamados al servicio. Lo compartimos con él en la vida y lo compartiremos con él en la gloria.

• “A quien me sirva, el Padre lo premiará”. Al fin de la jornada, lo que realmente vale ante el Padre celestial no son nuestros triunfos sociales por brillantes que parezcan. Lo que vale de verdad es el humilde servicio que cada día prestamos a su Hijo y a su mensaje.

- Padre santo, nosotros hemos de prestar atención a tu voz. Tú nos indicarás cuándo ha llegado para nosotros la hora de entregar nuestra vida a tu servicio. En la escucha de tu voz y en el servicio a nuestros hermanos está el verdadero triunfo de nuestra vida. Amén.

 José-Román Flecha Andrés


Domingo 4º de Cuaresma. B.

14 de marzo de 2021

 

“El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra” (2 Cró 36,23). Con estas palabras de Ciro, rey de los persas, se anuncia a los hebreos la posibilidad de retornar a Jerusalén y reedificar el templo. Es verdad que rechazando a los profetas, el pueblo había merecido el exilio. Pero Dios se compadece y envía a Ciro como liberador.

El salmo 136 evoca los tiempos del destierro y los cantos de los desterrados. Si algunos se acomodaban a la tierra del exilio, los veraderos creyentes no querían dejar morir la esperanza de regresar a Jesrusalén.

Aquella liberación del pueblo de Israel había sido un don de Dios. Pero en la carta a los Efesios se afirma que la salvación y la resurrección no la hemos conseguido nosotros con nuestro esfuerzo. Es un don gratuito de Dios, rico en misericordia, que nos amó cuando estábamos muertos por los pecados (Ef 2,4-10).

 

 

LA SALVACIÓN Y LA FE

En este cuarto domingo de Cuaresma leemos el relato del encuentro de Jesús con Nicodemo. A lo largo de ese diálogo nocturno aparecen cuatro palabras inolvidables: la salvación y la creencia, la vida eterna y la luz (Jn 3,14-21).

• La salvación se presenta como liberación del mal. Los mordidos por las serpientes, allá en el desierto, se curaban al volver los ojos hacia la serpiente de bronce que Moisés levantó en el campamento. Levantado en alto, Jesús manifestará la misericordia de Dios, que “no mandó su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que el mundo se salve por él”.

• Pero la salvación ha de ser aceptada con fe. El texto evangélico recuerda cinco veces la necesidad de “creer” en Jesús y en su nombre, es decir en su misión. Esa es la actitud fundamental para la salvación: “El que cree en él no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”.

• La tercera palabra es la vida eterna. Quien crea en Jesús tendrá vida eterna. La entrega de Jesús por nosotros es el signo definitivo del amor de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.

 

LA VERDADERA LUZ

Teniendo en cuenta que Nicodemo acude durante la noche a encontrarse con Jesús, no es extraño que la cuarta palabra sea precisamente la luz. La luz es necesaria para vivir, pero hay personas que la detestan. hay personas que, al parecer, prefieren las tinieblas. Pero también hay otras muchas que buscan la luz y se acercan a ella.

• Detestan la luz todos los que no viven de acuerdo con la bondad y la justicia. Se ocultan porque no quieren verse acusados por la maldad de sus acciones u omisiones

• Prefieren las tinieblas a la luz los que viven en la confusión. Su conciencia les ha llevado a descubrir  que en su vida no hay armonía. E intuyen que la belleza es armoniosa.

• Sin embargo, se acercan a la luz los que aman la verdad. La verdad no es algo que se conoce o se sabe. La verdad se practica cuando las obras son hechas según los planes de Dios.

Evidentemente, en este relato evangélico la luz no es algo, sino alguien. La verdadera luz que brilla en medio de nuestras tinieblas es el mismo Jesús. Y los que se acercan a él con fe reflejan en el mundo el resplandor de su luz.

- Padre nuestro celestial, sabemos que tú has amado al mundo y has ofrecido la salvacion a los hombres. Por eso nos has enviado a tu Hijo como testigo de la verdad. Que tu Espíritu nos ayude a levantar con fe la vista hacia él, para que su luz nos ayude a caminar hacia la vida eterna. Amén

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo 3º de Cuaresma. B.

7 de marzo de 2021

 

“Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí” (Éx 20,2). Moisés entrega a su pueblo los mandamientos que ha recibido de Dios. Pero antes de los deberes que ha de cumplir, ese mismo pueblo ha de recordar los favores con que Dios lo ha enriquecido.

En efecto, Dios ha tomado la iniciativa para liberar de Egipto a su pueblo. Pero la liberación es siempre un itinerario. Para ser libre, el pueblo ha de comportarse de acuerdo con los grandes valores morales, que tutelan por una parte la majestad de Dios y, por otra, la dignidad de la persona humana. Para eso están los mandamientos.

Al salmo responsorial (Sal 18) la asamblea responde hoy con una confesión de los discípulos de Jesús: “Señor, tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).

San Pablo recuerda a los Corintios que ante los signos que exigen los judíos y la sabiduría que buscan los griegos, se alza el misterio de la cruz. Para los primeros, Cristo crucificado es un escándalo. Para los segundos es una necedad. Ahora bien, para los llamados a seguirle, Cristo es fuerza y sabiduría de Dios (1 Cor 1,22-25).

 

LA PREGUNTA

 El evangelio de este tercer domingo de cuaresma nos sitúa en las vísperas de la fiesta de Pascua. Jesús llega al templo de Jerusalén y expulsa a los mercaderes que se han instalado en sus pórticos para vender bueyes, ovejas y palomas para los sacrificios. Además,  se enfrenta a los que cambian el dinero profano por las monedas aceptadas para las ofrendas.    

Pero la costumbre se había hecho ley. La gente había llegado a aceptar aquel mercado como un servicio al culto que se celebraba en el templo. Ya no percibían que oscurecía el sentido del culto. Los profetas habían dicho que Dios prefiere la misericordia antes que los sacrificios ofrecidos en el templo. Pero aquel mensaje había costado la vida a los profetas.

Ahora Jesús resulta sospechoso para “los judíos” de su tiempo. De hecho, le dirigen una pregunta por su poder y exigen un signo que muestre la autoridad con la que pretende terminar con aquella costumbre. No les bastan los signos de misericordia y compasión con los que Jesús atiende a las gentes. Y no lo reconocen como el verdadero signo de Dios.

 

LA RESPUESTA

 También hoy nos interpela el relato evangélico de la limpieza del templo de Jerusalén. Pero más nos interpela la respuesta que Jesús dirige a los que cuestionan aquella acción.

• Jesús anuncia que el verdadero templo de Dios será su propio cuerpo. A la luz de la fe, nosotros confesamos que la humanidad de Jesús era, es y será siempre el espacio en el que Dios se manifiesta a los hombres. En su humanidad los hombres podemos acercarnos verdaderamente a Dios.

• Para afirmar su autoridad, Jesús ofrecía como signo su poder para reconstruir el templo. Pero no se refería al templo de piedra, sino a su propio cuerpo. En el cuerpo de Cristo podemos descubrir a Dios. En el cuerpo de Cristo damos gloria a Dios y nos encontramos en oración con todos los creyentes.

• Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de sus palabras y llegaron a comprender su promesa de reconstruir el templo. La resurrección de Cristo los llevó a entender que él era el Señor. Jesús era más que aquel Templo y más que la Ley recibida de Moisés.

- Padre nuesro que estás en los cielos, tú sabes que tus mandamientos son con frecuencia olvidados y violados. Nosotros los aceptamos como revelación de tu bondad y como garantía de nuestra dignidad. Que tu Espíritu nos ayude a aceptar y cumplir tu voluntad, a reconocer a Jesús resucitado como el signo de tu misericordia y a creer en su palabra de vida y de salvación.

 

José-Román Flecha Andrés 


Domingo 2º de Cuaresma. B.

28 de febrero de 2021

 

“No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo” (Gén 22,12). El ángel del Señor evita que Abrahán sacrifique a su hijo Isaac en lo alto de un monte. Viendo cómo ha respondido a “la prueba”, Dios le promete una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo y las arenas de las playas.  

¿Cómo puede Dios pedir a un padre que le ofrezca en sacrificio a su único hijo? Se olvida que el texto trata de evitar precisamente eso. Viendo a sus dioses como origen de la vida los cananeos les ofrecían la vida de sus primogénitos. Pero el Dios de Israel prefiere el sacrificio de un corazón contrito y humillado. Abrahán es modelo de fe y de obediencia a Dios. Y eso le merece la bendición deDios.

Al modo de Abrahán nosotros respondemos con generosidad a la llamada de Dios: “Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos” (Sal 115). San Pablo nos recuerda que Dios no se reservó a su propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros (Rom 8,31-34). La generosidad de Dios es mayor que la de Abrahán. Y en Jesús se hace realidad la figura de Isaac.

 

EL MONTE Y LA ESCUCHA

En el evangelip de este segundo domingo de cuaresma se nos recuerda la imagen de la transfiguración de Jesús, narrada este año por el evangelio de Marcos (Mc 9,1-9). La elección del texto del sacrificio de Isaac es muy significativa.  

• En ambos textos se presenta la imagen del monte que para muchas religiones es el símbolo de la morada de la divinidad. Se nos sugiere que nos acerquemos a Dios, alejándonos de todo lo que habitualmente nos distrae en la llanura.

• En ambos textos se evoca la figura de un padre. En el primero, se trata de Abrahán, que ha deseado ardientemente un hijo, pero está dispuesto a sacrificarlo como hacen las gentes de su entorno. En el otro habla Dios que reconoce a Jesús como su Hijo amado.

• En ambos textos se escucha la voz de Dios. A Abrahán Dios le habla por medio de un ángel, que le premia por haber escuchado su voz. En el otro, el mismo Dios exhorta a los discípulos a escuchar su voz que les llega por medio de su Hijo.

 

LA PALABRA DE DIOS

En el relato evangélico de la transfiguración de Jesús nos llama la atención la mención de la palabra en la relación entre lo divino y lo humano.  

• En primer lugar, recordamos la palabra de Jesús. En efecto, él aparece conversando con Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas. Y después, Jesús advierte a sus discípulos que no cuenten lo que han visto en lo alto del monte, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. El Hijo de Dios es el mismo mensaje de Dios.

 • En segundo lugar, se oye también una voz que proviene de la nube que cubre a los discípulos de Jesús. La nube es la imagen de la trascendencia de Dios. Con esas palabras se evoca uno de los poemas del Siervo del Señor. Dios reconoce en Jesús a su Hijo amado y exhorta a los discipulos a escucharlo. Solo la escucha nos salvará.

• En tercer lugar, se regitra la palabra de Simón Pedro que sugiere preparar un lugar de acampada para Jesús y sus acompañantes. Pero el evangelista anota que Pedro no sabía lo que decía. Al bajar del monte, los discípulos comentan que no entienden la alusión de Jesús a la resurrección. Nuestra ignorancia es la base de nuestra humildad.

- Padre santo, sabemos que tú te haces presente en nuestra vida entre las sombras de una nube. Ya que nos concedes el privilegio de poder escuchar tu voz, ayúdanos a aceptarla con gratitud y a comunicarla con generosidad. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés 


Domingo 1º de Cuaresma. B.

21 de febrero de 2021

 

“Yo establezco mi alianza con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañan: aves, ganados y fieras; con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra” (Gén 9,9-10). Estas palabras del libro del Génesis evocan la alianza cósmica que Dios establece con Noé y que tiene como signo el arco iris.

Gracias a la primera lectura de los domingos de esta cuaresma iremos recordando las alianzas de Dios con la humanidad y especialmente con el pueblo de Israel. A ellas  se refiere ya el salmo responsorial de este primer domingo: “Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza” (Sal 24).

El texto de la primera carta de Pedro recuerda también la figura de Noé. Después, anuncia ya la muerte de Jesús, su bajada a la morada de los muertos, su resurrección y su  glorificación. A ese proyecto de salvación nos unen nuestra fe y nuestro bautismo. Con este mensaje se nos presenta un resumen de todo el itinerario cuaresmal.  

 

LA CUARENTENA EN EL DESIERTO

 La celebración de la eucaristía del primer domingo de cuaresma nos recuerda cada año cómo Satanás se acerca a tentar a Jesús. El texto del evangelio de Marcos (Mc 1,12-15) no se detiene a describir las tres tantaciones que nos transmiten los evangelios de Mateo y de Lucas. Pero presenta algunas notas que no deberíamos olvidar:

• “El Espíritu empujó a Jesús al desierto”. El mismo Espíritu que bajó sobre Jesús en su bautismo lo conduce ahora al desierto. Por una parte, se nos dice que de alguna forma Jesús ha de reflejar en su vida el camino del Pueblo de Israel. Y, por otra, se afirma la presencia del Espíritu en la vida y la misión de Jesús.  

• “Jesús se quedó en el desierto durante cuarenta días”. El desierto simboliza la debilidad y la verdad fundamental del ser humano, que no puede presentar pretensiones ante Dios. Los cuarenta días recuerdan la experiencia humana y religiosa que Moisés y las gentes de Israel vivieron durante cuarenta años.

• “Jesús se dejó tentar por Satanás”. El evangelio de Marcos no menciona el ayuno de Jesús. Pero él ha de encontrarse frente a frente con Satanás. El Príncipe de la verdad y de la vida se enfrenta con el príncipe de la mentira y de la muerte. En realidad, esa es la imagen de  toda la experiencia humana. Una y otra vez tenemos que decidir de qué parte estamos.

 

LA ARMONÍA EN LA CASA COMÚN

 Solo en el evangelio de Marcos se añade otro detalle interesante. Durante su estancia en el desierto, Jesús vive entre alimañas, pero los ángeles se acercan para servirle. De esa forma se nos dice que con él es posible la armonía del principio. El nuevo Adán vuelve al paraíso. Jesús es el Señor del universo y de  la historia.

• “Vivía entre alimañas”. En el desierto, Jesús es sometido a la prueba. Pero ya desde el comienzo de su misión, se revela como el Hijo de Dios. Jesús logra mantener su libertad frente a las asechanzas del maligno. El evangelio sugiere que de todos nosotros se espera una fidelidad semejante.

• “Los ángeles le servían”. Los ángeles son los servidores de Dios. Y son enviados para colaborar con Jesús en la obra que le ha sido encomendada. Combatido por las fieras que sirven a Satán es ayudado por los ángeles que sirven a Dios. De nuevo se nos dice que en el ejemplo de Jesucristo se fundamenta nuestra confianza. Dios se cuida de nosotros.

 - Señor Jesús, una vez más se ofrece a nuestra meditación tu estancia en el desierto. Contemplando tu dignidad y tu firmeza, nosotros podemos descubrir nuestra vocación y nuestra misión. Ayúdanos a mantenernos fieles a la alianza con Dios. De esa forma podremos mostrar que es posible la armonía del hombre con la casa común. Amén.

José-Román Flecha Andrés


UN LEPROSO ANTE JESÚS

Domingo 6º del Tiempo Ordinario. B.

14 de febrero de 2021

 

“El enfermo de lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro! Vivirá solo y fuera del campamento” (Lev 13,45-46). Estas severas normas del libro del Levítico imponen a los leprosos un riguroso aislamiento, con el fin de evitar el contagio.    

Tanto la impureza como la limpieza son entendidas a la vez en sentido higiénico y en sentido ritual. La lepra no era un pecado, pero requería un rito de purificación y de limpieza (Lev 14,2). El salmo responsorial traduce a términos morales aquella situación: “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado” (Sal 31,1-2).

Evidentemente, la lepra puede ser vista como un símbolo. También en las comunidades cristianas hay que evitar el contagio del mal. Así lo pide san Pablo a los corintios: “No deis motivo de escándalo ni a judíos ni a giegos, ni a la Iglesia de Dios” (1 Cor 10,32).

 

EL DIÁLOGO

  En el evangelio que hoy se proclama aparece un leproso (Mc 1,40-45). En contra de las normas establecidas, se acerca a Jesús, cae de rodillas ante él e inicia un diálogo que es una verdadera catequesis sobre la confianza del enfermo y la compasión del Señor.

• “Si quieres, puedes limpiarme”. En el Antiguo Testamento, el pecador se dirigía a Dios pidiéndole la limpieza del corazón. Así lo atestigua el salmo: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme” (Sal 51,12). La súplica del leproso es, a la vez una confesión de fe. De él aprendemos a dirigirnos a Jesús confiadamente.

• “Quiero, queda limpio”. El texto nos revela además la voluntad de Jesús, que quiere nuestra salud y nuestra limpieza integral. Pero según él, lo importante es limpiar el corazón, del que nacen todos los males que contaminan al hombre (Mt 15,18-20). La misericordia de Dios y la fuerza que nos llega a través de Jesús pueden limpiarnos del pecado.

Aquel hombre enfermo y marginado se ha convertido para nosotros en un modelo de oración. Tanto las personas como las instituciones haremos bien en dirigirnos a Jesús con la súplica que hemos aprendido del leproso: “Si quieres puedes limpiarme.”  

 

Y TRES ACTOS

 Como en muchas obras de teatro, este relato evangélico nos ofrece una representacion en tres actos.

 • En el primer tiempo, Jesús siente compasión por el leproso que se acerca hasta él y le suplica que lo limpie. A pesar de todas las prescriciones legales que habían sido transmitidas fielmente por su pueblo, Jesús extiende su mano y le toca. El texto subraya que la lepra desapareció inmediatamente.  

• En un segundo tiempo, Jesús pide al leproso que no divulgue su curación y que acuda al sacerdote para obtener la purificación. Al parecer, Jesús quiere pasar inadvertido por ahora. Y, por otra parte, la declaración del sacerdote es la condición necesaria para que el leproso pueda insertarse de nuevo en la sociedad.  

• En el tercer tiempo, asistimos a un resultado que anticipa la evangelización. Cuando se ve curado, el que había sido leproso, se va pregonando a gritos el hecho de su curacion. Es verdad que Jesús trata de ocultarse y andar por lugares solitarios. Sin embargo, el texto afirma que “aun así, acudían a él de todas partes”.  

- Señor Jesús, nosotros sabemos que tú te compadeces de nuestra lepra y de nuestra soledad. Que nuestra propia debilidad nos impulse a ignorar la presión social y acercarnos a ti confiadamente. Solo tú puedes limpiarnos. Ten piedad de nosotros. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 5º del Tiempo Ordinario. B.

7 de febrero de 2021

 

“Al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba” (Job 7,4). Esta confesión de Job se repite todos los días en nuestro derredor. Los achaques que vienen con la edad y los trastornos causados por la epidemia hacen que muchas personas teman la llegada de la noche y que suspiren por el amanecer.

Como es habitual, el salmo responsorial nos da una respuesta adecuada con esta exhortación: “Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados” (Sal 146). El destrozo de los corazones puede deberse a muchas causas. Ahora bien, el Señor nos exhorta a ejercer la cercanía y a compasión a todas las personas que sufren.

En la lectura continua que hoy se proclama, san Pablo confiesa que por predicar el Evangelio, se ha hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles” (1 Cor 9,22). Seguramente, Pablo tenía presentas muchas debilidades humanas. Pero la que se debe a la enfermedad no puede dejarnos indiferentes.

 

LA LEY Y LA COMPASIÓN

 El evangelio de Marcos nos presenta un día de sábado al comienzo de la vida publica de Jesús (Mc 1,29-39). En él se resumen las cuatro actividades de Jesús que habrán de constituir toda su misión. En primer lugar se dedica a curar a los enfermos. Además expulsa los demonios. Se retira en soledad para orar. Y predica la buena noticia tanto en las sinagogas como en las aldeas.

El relato de la curación de la suegra de Pedro es tan significativo que parece una parábola en acción, en la que se nos ofrecen numerosos mensajes:

• En primer lugar, la curación tiene lugar en un día de sabado. Jesús parece ignorar las estricttas normas que imponen un descanso y las que impiden tocar a los enfermos. Para él, la vida y la salud de la mujer son más importantes que todas las prohibiciones rituales.

• Por otra parte, es interesante el cambio de escenario. La mujer no ha podido acudir a la sinagoga, pero el Maestro accede a llegar hasta su casa. Lo que no podía sanar la antigua ley con sus ritos, lo consigue el Maestro con su presencia compasiva.

• Finalmente, el contacto con Jesús libera a la mujer de su postración, la ayuda a levantarse y la dispone a servir tanto a Jesús  como a aquellos primeros discípulos que han comenzado a seguirle. De ahora en adelate, la libertad de la persona ha de orientarla a la liberacion de los demás.  

 

LA BUENA NOTICIA

Como se sabe, al caer la tarde termina el descanso del sábado. Las gentes esperan el atardecer para traer los enfermos para que Jesús les devuelva la salud. Llegada la noche, Jesús se retira a orar. Y al amanecer, dice a sus discípulos: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido”.

• Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas”. Es comprensible que las gentes acudan a Jesús buscando la salud para sus enfermos. Sin embargo, él sabe que su misión no puede reducirse a la solucion de los problemas inmediatos.      

• “Vámonos para predicar”. Jesús no es uno de los curanderos que por entonces recorrían las aldeas ofreciendo recetas de salud. Él sabe que su misión tiene por objeto predicar el anuncio del Reino de Dios y exhortar a las gentes a convertirse y creer.    

• “Para eso he venido”. La compasión de Jesús es bien notoria. Con razón los enfermos y atribulados buscarán su compasión y su ayuda. Pero Jesús sabe que ha venido a anunciar la buena noticia a los pobres. Así lo anunció en la sinagoga de Nazaret.

- Señor Jesús, conocemos el dolor de los enfermos que esperan, como Job, la llegada del amanecer. Y recordamos la compasión con la que atendiste a la suegra de Pedro. Queremos ser testigos de tu compasión y tu misericordia. Queremos aprender a orar como tú. Y anunciar con alegría y fidelidad la buena noticia del Reino de Dios. Amén.  

José-Román Flecha Andrés


Domingo 4º del Tiempo Ordinario. B.

31 de febrero de 2021

 

“Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande. Yo mismo pediré cuentas a quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre” (Dt 18,18-19). El oráculo anuncia que Dios enviará a su pueblo un profeta semejante a Moisés.

Esa decisión de Dios exige del pueblo la disposición y la responsabilidad necesarias para escuchar lo que el profeta transmita de parte de Dios. Y, al mismo tiempo, exige del mismo profeta la fidelidad en la transmisión de la palabra que se le confía. De ningún modo deberá caer en la arrogancia de atribuir a Dios lo que es tan solo su opinión personal.

Evocando ese mensaje, escuchamos la exhortación que nos transmite el salmo responsorial: “Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón” (Sal 94). También las advertencias sobre el matrimonio que san Pablo escribe a los Corintios nos invitan a prestar atención al mensaje y a las cosas de Dios (1 Cor 7,32-35).

 

EL ASOMBRO

 El evangelio de Marcos que se proclama en este domingo cuarto del tiempo ordinario (Mc 1,21-28) nos lleva a la sinagoga de Cafarnaún en un día de sabado.  Jesús toma la palabra y todos quedan asombrados al oírle. Realmente, enseña con autoridad, no como los escribas, que siempre se apoyan en las opiniones de otros.

 • La autoridad no depende de la fuerza sino de la verdad. La autoridad no se la da el mensajero al mensaje, sino el mensaje al mensajero. La autoridad del que habla no se manifiesta en el tono de voz con el que se pronuncia el mensaje. No tiene razón el que habla más fuerte, sino el que tiene razones para demostrar la verdad de lo que dice.

 • Por otra pate, el asombro ante el que habla no está exento de ambigüedad. Con frecuencia nos asombramos ante la incoherencia de los que se dirigen al pueblo defendiendo unas actuaciones contra las cuales siempre habían protestado. Nos asombra la grosería del lenguaje y nos asombra mucho más el cinismo de quien miente en cada frase que pronuncia.

 

LA LIBERACIÓN

Las palabras que Jesús pronuncia en la sinagoga de Cafarnaún producen en los que escuchan un asombro que nace de su verdad y del gesto que las acompaña. En efecto, entre la asamblea hay un hombre poseído por un espíritu inmundo, al que Jesús interpela con fuerza.

• “Cállate y sal de él”. Aquel que es la Palabra de Dios tiene la autoridad para imponer el silencio a quien grita en medio de la oración de la comunidad. Es la hora de Dios. Es la hora del bien y no del mal.      

• “Cállate y sal de él”.  Las gentes piensan por entonces que el mal físico corresponde al mal moral. Jesús dirá algún día que ese razonamiento no es correcto. Sin embargo, desde el primer momento ha de quedar claro que él ha venido a vencer al espíritu del mal.

• “Cállate y sal de él”. El hombre que grita en la sinagoga parece ser fiel a los días de culto. Ha ido a la sinagoga para orar. Jesús no lo reprende por ello. Pero con su palabra y su gesto demuestra que él ha venido a liberar al hombre en su integridad.  

- Señor Jesús, creemos que tú eres el profeta que fue anunciado por medio de Moisés. Reconocemos tu autoridad y deseamos escuchar con atención tu palabra. Te damos gracias porque sabemos que te fijas en las necesidades y el dolor de cada uno. Y porque has venido a liberarnos del mal. Bendito seas por siempre. Amén.  

José-Román Flecha Andrés


Domingo 3º del Tiempo Ordinario. B.

24 de enero de 2021

 

“Ponte en marcha y ve a la gran ciudad de Nínive; allí les aunciarás el mensaje que yo te comunicaré” (Jon 3,1). Esta misión debía de resultar repugnante para Jonás. Su misma conciencia se rebelaba ante aquel mandato divino. ¿Cómo exhortar a la conversión a una ciudad que despreciaba a Dios y sembraba la muerte en las tierras que conquistaba?

Si Jonás ignoraba aquella llamada no era por despreciar a Dios sino para tratar de preservar la imagen de la divinidad. Pero, en realidad, Jonás estaba juzgando al mismo Dios. No podía admirtir que su misericordia cubriese a los malvados. Dios no debería compadecerse de los que no tenían compasión de los que humillaban y aplastaban con su poder asesino.

Sin embargo, ante la llamada de Dios solo cabe la obediencia agradecida. Así lo manifestamos, repitiendo la invocación del salmo 24: “Señor, enséñame tus caminos”. Sabemos que este mundo es como el escenario de un teatro. Y san Pablo advierte a los Corintios -y a todos nosotros- que la reprsentación de este mundo se termina (1 Cor 7,31).

 

LLAMADA Y PROMESA

 El tema de la llamada aparece también en el texto evangélico que hoy se proclama (Mc 1,14-20). Jesús camina por la costa del lago de Galilea. Al pasar, encuentra a dos pescadores que están arrojando el copo desde la orilla. Uno es Andrés, que, siendo discípulo de Juan el Bautista, ya había tenido un encuentro con Jesús. El otro es su hermano Simón.      

Jesús se dirige a ellos y los invita a seguirle: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres” (Mc 1,17).  Es cierto que Jesús no era un desconocido para ellos. Pero ¿qué podía significar esa extraña promesa de hacerlos pescadores de hombres? Sin embargo, dejaron las redes y siguieron inmediatamente a Jesús.

 A muy pocos pasos de distancia. Jesús vio a Santiago y Juan. Estaban en una barca, varada a la orilla del lago, repasando las redes con Zebedeo, su padre. También a ellos les dirigió la misma llamada. Ellos dejaron las redes y a su padre junto con los jornaleros, saltaron a tierra y siguieron a Jesús.  

 

SALIDA Y SEGUIMIENTO

 Este encuentro que tiene lugar a la orilla del lago de Galilea nos recuerda que la llamada obedece a la iniciativa de Jesús. Y nos indica que esa llamada al seguimiento lleva consigo la entrega de una misón.  

• La llamada de Dios siempre lleva consigo una salida. Así ocurrió con Abrahán, con Moisés y con Isaías. También Jonás había de salir de su tierra. Los cuatro pescadores que Jesús encontró a la orilla del lago tenían que dejar su trabajo. Y así ocurre hoy con todos los que escuchan la llamada del Señor. La llamada de Dios relativiza nuestra comodidad, nuestras  posesiones y hasta nuestras relaciones familiares.

• La llamada de Dios siempre lleva consigo la invitación al seguimiento. En otros tiempos, Abraham y Moisés siguieron la indicación del Dios que los enviaba recorrer caminos desconocidos. Jonás era enviado a una misión que parecía abocada al fracaso. Los cuatro pescadores del lago se decidieron seguir a Jesús y se fueron con él. La llamada de Dios exige de nosotros la disponibilidad para seguir  a Jesús,  y ser testigos de su vida y su mensaje.

- Señor Jesús, te damos gracias porque has pasado junto a nosotros y nos has invitado a seguirte por el camino. Tu llamada nos honra. Con humildad y temblor hemos decidido seguir tus pasos. Que tu gracia nos ayude a mantenernos junto a ti en la misión. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 2º del Tiempo Ordinario. B.

17 de enero de 2021

 

“Aquí estoy. Vengo porque me has llamado”. El niño Samuel ha quedado consagrado a Dios en el santuario de Siló. Durante la noche, oye una voz que le llama por su nombre. Y se dirige al sacerdote Elí con estas palabras que reflejan su disponibilidad (1Sam 3,3-10.19).

El sacerdote se limita a responder que él no ha llamado al niño y lo invita a acostarse de nuevo. Cuando el hecho se repite hasta tres veces, comprende que esa voz misteriosa viene de lo alto. Así que, aconsejado por el sacerdote, cuando Samuel se siente llamado de nuevo, responde como le ha sugerido Elí: “Habla Señor que tu siervo escucha”.

Todos podemos hacer nuestra esa experiencia y responder con el salmo responsorial: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Sal 39).

Si el pequeño Samuel escuchó en el templo la llamada de Dios, nosotros sabemos que nuestro cuerpo es templo del Espíritu, como nos dice san Pablo. Así que no tenemos que ir lejos para escuchar esa voz celestial (1 Cor 6,13-20).

 

EL DESEO

El evangelio de este segundo domingo del tiempo ordinario nos recuerda que la llamada eterna de Dios se ha hecho presente en el tiempo por medio de Jesús. Juan Bautista lo descubre entre las gentes y lo señala como el Cordero de Dios. Andrés y otro de sus discípulos dejan al Bautista y lo siguen.

Jesús les dirige una pregunta que podría parecer rutinaria: “¿Qué buscáis?”. Pero esa es una pregunta que nos lleva a examinar nuestros deseos más íntimos. Con fecuencia creemos que para satisfacerlos basta con buscar bienes, puestos de poder o signos que difundan nuestra fama. Pero quien busca satisfacciones no siempre encuentra la felicidad.

Los dos discípulos de Juan se limitan a preguntar a  Jesús dónde vive. Y él responde con una invitación: “Venid y lo veréis”. Aquel encuentro con Jesús debió de llevarles a comprender que lo importante de Jesús no era dónde vivía, sino quién era. El evangelio es una lección también para nosotros. No importa buscar algo, sino encontrar a Alguien.

 

EL ANUNCIO

Los dos discípulos de Juan el Bautista comprendieron que las palabras del Precursor los llevaban en realidad hacia el esperado por su pueblo. Lo comprenden y se apresuran a anunciarlo a los demás. Así lo hace Andrés, dirigiéndose a su hermano Simón:

• “Hemos encontrado al Mesías”. Los dos discípulos de Juan han visto satisfechos sus deseos por la alegría de un hallazgo siempre soñado. Andrés y su compañero han pasado ya de la búsqueda al encuentro. Han pasado del siervo al Señor y del profeta al Mesías.

• “Hemos encontrado al Mesías”. Él pequeño Samuel había escuchado la voz de Dios que se dirigía a él en la noche y en el ámbito del santuario. Los discípulos de Juan encuentran al que es la Palabra de Dios a pleno día y en el espacio abierto cerca del Jordán.

• “Hemos encontrado al Mesías”. El niño Samuel escuchó un mensaje de Dios que él había de transmitir al sacerdote Elí. Los discípulos de Juan escuchan al enviado de Dios y comprenden que han de anunciar a los demás la riqueza de ese encuentro.

- Señor Jesús, nos pasamos la vida buscando algo que nos haga felices de verdad. Pero nuestras búsquedas nos dejan siempre insatisfechos. Nuestra fe nos enseña que tú eres la verdadera meta de nuestra búsqueda. Permítenos acompañarte y escuchar tu palabra, para que podamos anunciarte gozosamente a nuestros hermanos. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Fiesta del Bautismo de Jesús. B.

10 de enero de 2021

 

“Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones… La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará”. Dios ha elegido a ese personaje, que ha recibido el Espíritu de Dios para dar la vista a los ciegos y liberar a los cautivos (Is 42,1-4. 6-7).     .    

Quebrar en público una caña y apagar la mecha de un cirio eran gestos que daban cuenta de la aplicación de una pena de muerte. Pero el elegido del Señor será mensajero de misericordia y de justicia. Con razón, el salmo responsorial nos invita a proclamar que “el Señor bendice a su pueblo con la paz” (Sal 28).

En el discurso que recoge el libro de los Hechos de los Apóstoles, Pedro recuerda que, después de que Juan predicara el bautismo, Jesús inició su misión en Galilea. Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, Jesús pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos, porque Dios estaba con él (Hech 10,34-38).

 

LA BAJADA AL JORDÁN

 El Jordán es un río, pero es también un mensaje. En el evangelio que se proclama en esta fiesta, La imagen del Jordán nos lleva a evocar algunos momentos importantes de la historia de Israel.

• Jesús se acercó al Jordán, como en otros tiempos había llegado Josué al frente del pueblo que le había sido encomendado. También Jesús había de introducir a su pueblo en la tierra de la verdadera libertad.

• Al Jordán y sus alrededores llegó Elìas al recibir la misión de defender la causa del mismo Dios y regresó para clausurar su camino y ser arrebatado a la gloria. En el Jordán se revelaba también la misión de Jesús.

• Jesús bajó al Jordán, como en otro tiempo había bajado el leproso Naamán. Pero Jesús no llegaba para curarse de una enfermedad sino para purificar las aguas que habían de limpiarnos de nuestras manchas

 Así pues, el Bautismo es el momento de la revelación de Jesús y de la misión que le ha sido confiada en el mundo.

 

LA VISTA Y EL OÍDO

El texto evangélico juega con los sentidos de la vista y el oído. Dos alusiones que nos llevan a recordar a otros dos personajes de la memoria de Israel.

Al salir de las aguas, Jesús ve rasgarse el cielo y al Espíritu Santo bajar hacia él “como una paloma”. La paloma que baja sobre él recuerda la otra paloma que indicó a Noé el fin del diluvio. Jesús es la tierra firme de la nueva humanidad. La tierra de la esperanza y de la vida.

Además, tras el bautismo de Jesús en las aguas del Jordán, se puede escuchar una voz del cielo que lo reconoce como aquel misterioso Siervo del Señor en el que Dios decía complacerse (Mc 1,11).  

• Como el Siervo del Señor, Jesús ha sido elegido por el mismo Dios y ha sido enviado como un profeta en el que Dios se complace.

• Como el Siervo del Señor también Jesus habrá de afrontar el dolor y las torturas, sabiendo que salvará a sus hermanos.

- Señor Jesús, sabemos y creemos que tú eres el Hijo enviado por el Padre. Tú nos ayudas a recorrer nuestro itinerario por el desierto y nos guías hasta la meta de nuestra esperanza. Tú, nos liberas de nuestras lepras y nos confías una una misión profética. Que tu Espíritu baje sobre nosotros. Para que te reconozcamos como nuestro Salvador. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo 2º después de Navidad. B.

3 de enero de 2021

 

“Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca jamás dejaré de existir... Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad”. El Eclesiástico ha personificado a la sabiduría. Ha sido creada por Dios antes del comienzo del mundo y ha sido enviada para habitar entre los hombres. Desde Jerusalén guía al pueblo elegido y a todos los que tratan de buscar a Dios.

En el estribillo al salmo responsorial se proclama el misterio que hoy se celebra: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. La Palabra de Dios no permanece lejana. Se ha hecho peregrina y acompaña nuestro camino. Ha plantado su tienda de campaña entre las nuestras.

En la segunda lectura se da cuenta de la oración que el Apóstol eleva por los fieles de Éfeso: “Que el Padre de la gloria os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vestro corazón para que comprendáis la esperanza a la que os llama, cuál es la riqueza de gloria que da en herencia a los santos” (Ef 1,17-18).

 

UNA PALABRA PEREGRINA

 Así pues, tras celebrar el nacimiento de Jesús nos detenemos a contemplarlo como lo que es en realidad. La Sabiduría y la Palabra de Dios, que se ha hecho mensaje de vida, se ha hecho carne y presencia. Así no los recuerda el comienzo del evangelio según San Juan (Jn 1,1-8). ¿Qué puede significar para nosotros esta especie de poema?

• En este texto se nos descubre la semejanza entre el Verbo de Dios y la Sabiduría de Dios. El Verbo, es decir, la Palabra, estaba junto a Dios y con él creó todo lo que existe. Y todo lo que existe se orienta hacia ella. La Palabra de Dios es vida e ignorarla nos arrastra a la muerte. La Palabra de Dios es luz para nuestros pasos. Sin ella nos condenamos a caminar en tinieblas.

• En este texto se nos dice, además, que la Palabra de Dios ha bajado a nuestra tierra. El pueblo de Israel que peregrinaba por el desierto, sabía que la gloria de Dios se alojaba en una tienda en medio del campamento. Nosotros creemos que la Palabra de Dios se ha hecho carne humana en Jesús y habita entre nosotros. Hemos recibido el privilegio de contemplar su gloria.

• En este texto se revela la Palabra de Dios que, siendo eterna, se ha hecho temporal. Se identifica con el Hijo único de Dios. Esa es nuestra fe. Reconocemos en Jesús de Nazaret la Palabra de Dios que nos salva y nos guía, nos rescata y nos interpela, nos alienta y sostiene nuestra esperanza. Esa Palabra nos ilumina en el presente y nos juzgará en el último día.

 

LA VERDADERA LIBERTAD

 En este comienzo del Evangelio según san Juan, se nos presenta todavía una contraposición sorprendente: “La Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo”. Así pues, el nacimieto de Jesús es el eje sobre el cual giran la antigua y la nueva alianza.

• “La Ley se dio por Moisés”. Hoy tenemos que padecer leyes inicuas. Para el pueblo de Israel, la Ley no era un peso, sino un don de Dios que marcaba el camino de la liberación. Moisés habia sido elegido para sacar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Por medio de él, Dios ofrecía a su pueblo una alianza. Ser fieles a la Ley recibida por medio de Moisés era la garantía de la libertad.

• “La gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo”. He ahí los grandes dones de Dios. La gracia y la verdad no pueden ser descubiertas y conseguidas por el esfuerzo humano. Jesús es el intermediario de esta nueva alianza. Escuchar la Palabra de Dios, que se ha hecho carne en Jesús, es el único camino para alcanzar la vida verdadera y la verdadera libertad.

- Señor Jesús, la celebracion de tu nacimiento nos ha ayudado a descubrirte, como los pastores de Belén, en la pobreza y la humildad. Pero la meditaciòn sobre tu misterio y tu misión nos lleva a reconocerte como la Palabra de Dios. En ti se nos revela la misericordia de Dios. Y se nos revela también la miseria del hombre. Pero también se nos revelan la libertad y la gloria a las que hemos sido convocados. Bendito seas por siempre. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés



Fiesta de la Sagrada Familia. B

27 de diciembre de 2020

 

En este domingo después de la Navidad celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. El Sirácida recuerda que Dios honra al padre y afirma el derecho de la madre (Eclo 3,2-3). Y de ese proceder de Dios deduce un principio de buena conducta: “Quien honra a su padre expía sus pecados y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros”.  

Tras estas reflexiones iniciales, el autor dirige a los jóvenes unos consejos que son válidos en esta sociedad que decide dar a los mayores una muerte “por compasión”: “Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza. Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies, aun estando tú en pleno vigor”.

Con toda oportunidad, el salmo responsorial proclama: “Dichosos los que temen al Señor, y siguen sus caminos” (Sal 127). En una lista de buenas actitudes, san Pablo incluye un consejo semejante al del Sirácida: ”Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimo” (Col 3,20-21).

 

SIMEÓN Y ANA

 En el evangelio de esta fiesta de la Sagrada Familia (Lc 12,22-40) se evoca la purificación de María y la presentación de Jesús en el templo.

• Por tres veces alude el texto a la Ley de Moisés, para hacer notar que aquella familia de Nazaret cumple fielmente lo prescrito a su pueblo: presentar el primer hijo al Señor, de quien ha recibido ese precioso don.

• Por otras tres veces se alude al Espíritu Santo. Moraba en Simeón, le había prometido que no moriría sin ver al Mesías del Señor y lo guía ahora hasta el templo. La llegada de Jesús une y separa las dos alianzas. Una se apoya en la Ley y la otra se inspira en el Espíritu.

Además, en la escena aparecen dos personajes entrañables: Simeón y Ana. Representan a los profetas, que viven en oración prestando atención a los signos de su tiempo. Reconocen al Mesías en un niño que llega al templo. Bendicen a Dios y anuncian su presencia a quien les rodea. Tras los pastores de Belén, estos son otros “evangelizadores”.

 

LO DIVINO Y LO HUMANO

 Según el evangelio, después de cumplir lo prescrito por la Ley del Señor, la familia regresa a Nazaret. Habían cumplido sus deberes con relación a “lo divino”. Y, llenos de ese espíritu, regresar al mundo de “lo humano”. En ese ambiente transcurre la vida de Jesús.

• “El Niño iba creciendo y robusteciéndose”. Con esa referencia se nos presenta el ritmo y desarrollo de la naturaleza, del tiempo, de la historia y de la vida. Es el despliegue de la dignidad humana, que hay que reconocer y respetar desde la concepción.  

• “Jesús se llenaba de sabiduría”. Con esa observación se nos remite al ámbito de la formación y la cultura, del aprendizaje y la socialización. Un proceso de educación que han de respetar y tutelar todos los poderes de este mundo.

• “La gracia de Dios lo acompañaba”. Con ese anuncio se nos recuerda la apertura a Dios que hace que la vida humana llegue a su plenitud. Una apertura que no deben impedir las ideologías que consideran a Dios como un enemigo de la causa humana.

- Padre nuestro, creemos que la familia no es un problema: es una profecía. Todas las familias nos hablan de la importancia de la vida y del amor. Y todas ellas nos revelan tu presencia en nuestras vidas. Ayúdalas a vivir esa vocación.  Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 3º de Adviento "Gaudete". Ciclo B

13 de diciembre de 2020

 

“El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido”. El texto del libro de Isaías (Is 61,1-2.10-11) anuncia a un profeta que recibe el espíritu de Dios y lo difunde. Consuela a los que sufren, venda las heridas de los desgarrados, libera a los cautivos y prisioneros y, sobre todo, inaugura un año jubilar: el año de gracia de parte del Señor.

Además, el profeta proclama un anuncio de alegría universal: “El Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos”. Este tercer domingo del Adviento se hace notar por su invitación a la alegría.  

El salmo responsorial, tomado del canto de María, recoge ese tono de alegría: “Me alegro con mi Dios” (Lc 1,46). También la invitacion que san Pablo dirige a los fieles de Tesalónica refleja este espíritu: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión… No apaguéis el espíritu… Guardaos de toda clase de mal” (1 Tes 5,16).

 

TRES VECES “NO” Y UNA VEZ “SÍ”

En el evangelio de hoy se nos presenta a un extraño profeta (Jn 1,6-8.19-28). Parece que el texto lo define por lo que no es. Por lo que no pretende ser. Esto es lo que el evangelista dice de él: “No era él la luz, sino testigo de la luz”.

Pero nos interesa saber cómo se ve él mismo. Ante los emisarios de los sacerdotes y levitas de Jerusalén, Juan responde con verdad y humildad. Por tres veces repite un “no” tajante a los que le preguntan.

• No es Elías, aquel gran defensor de la majestad de Dios y de la dignidad del pobre.

• No es el gran profeta que el Señor anunciaba a Moisés, según el Deuteronomio.

• Y no es el Mesías, que había sido esperado por su pueblo a lo largo de los siglos.

Sin embargo, nadie puede identificarse solo por lo que no es. Hay que definirse por un “sí”. Es preciso reconocer lo que uno es y lo que está dispuesto a dar. Para identificarse, Juan se presenta como la voz que clama en el desierto, exhortando a todos a allanar los caminos. Juan hace suyas las palabras del libro de Isaías que anunciaban la liberación a los deportados.

 

 PALABRA Y TESTIMONIO

Es verdad que Juan se niega a presentarse como el esperado por su pueblo. Pero no puede negarse a anunciar su llegada y su presencia entre las gentes:

• “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. Muchos consideran al Mesías como un extraño. Algunos hasta llegan a dudar de su existencia histórica. Pero los creyentes sabemos que él está entre nosotros. Juan nos invita a descifrar los signos que lo anuncian.

• “Él viene detrás de mí y existía antes que yo”. Algunos consideran a Jesús solamente como un personaje del pasado. Juan nos ayuda a comprender su puesto en la historia de la salvación. El Señor nos precede en el tiempo y, a la vez, está viniendo a nosotros cada día.

• “Yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”. Muchos otros lo han despreciado como hicieron Herodes y Pilato. Juan nos dice que Jesús es el Señor. Nosotros somos unos siervos a los que Él ha elegido como discípulos y ha considerado como amigos.  

- Señor Jesús, en la figura de Juan el Bautista podemos comprender nuestra vocación. Aquí estamos para anunciar tu venida y tu presencia. Queremos colaborar en la preparación de los caminos por los que tú has de llegar a nuestra sociedad. Ayúdanos a dirigir a las gentes una palabra creíble y a ofrecer un testimonio verdadero de tu mensaje. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo II de Adviento. B

6 de diciembre de 2020

 

“Consolad, consolad a mi pueblo”. Con este oráculo divno comienza la segunda parte del libro de Isaías (Is 40,1). A ese pueblo, que habia sido deportado a Babilonia, Dios mismo le anuncia que ya ha sufrido demasiado. Está ya próximo el retorno a sus tierras de Judá.

Entonces se oye una voz que grita: “En el desierto preparadle un camino al Señor. Allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios”. Es el pueblo el que ha de regresar. Pero es urgente allanar una calzada para ese Dios que se identifica con su pueblo. Él ha vivido desterrado con su gente. Y ahora quiere regresar con los desterrados y con los hijos que les han nacido en el destierro.

 Nosotros podemos inentificarnos con esa caravana de exiliados y repetir la invocación del salmo responsorial: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” (Sal 84).

Afectados como estamos por la pandemia y el dolor, por la soledad o los abusos, confesamos que “para el Señor un día es como mil años y mil años como un día”. A pesar de todo, y más allá de las falsas promesas humanas, “nosotros esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en los que habite la justicia” (2 Pe 3,8-14).

 

LAS PROPUESTAS DEL CAMBIO

  Según el evangelio que se proclama en este segundo domingo de Adviento, en el desierto aparece un profeta, vestido con una piel de camello y alimentado de saltamontes y miel silvestre.  Hace suyo aquel grito del libro de Isaías, pero lo modifica: “Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos” (Mc 1,3). Esa preparación incluía tres propuestas urgentes:

• En primer lugar, Juan exhortaba a todos a la conversión, es decir al cambio de mentalidad y de actitudes. Preparar el camino al Señor exigía una transformación radical de la vida y del comportamiento. La conversión era una verdadera y nueva creación de la persona.

• En segundo lugar, Juan proponía a las gentes que acudían a él la confesión pública de los pecados. Ese era el signo de que reconocían sus errores, sus extravíos, sus pecados. Con ello, manifestaban creer que siempre es posible alcanzar el perdón de Dios

• Y en tercer lugar, Juan bautizaba a las gentes en las aguas del Jordán. Con aquel rito recordaba que las aguas de aquel río se habían detenido para permitir a Josué y a su pueblo el paso hacia la tierra prometida. Y en aquellas aguas Naamán, el sirio, había sido curado de la lepra.

 

EL QUE VIENE DETRÁS

 La palabras de Juan se parecen a las del mensajero que anunciaba a los exiliados el retorno a su patria. Pero hay algo nuevo en ellas. Ya no anuncia el paso de Dios con su pueblo. Anuncia la llegada de otro personaje misterioso con el que por tres veces se compara él mismo:

• “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo”. Juan ha aparecido entre el desieto y el Jordán como un profeta sincero y austero, convincente y respetado. Pero él sabe y proclama que no es el final del camino. Solo ha salido a prepararlo. El que ha de venir tiene más autoridad que Juan.      

• “Yo no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias”. Juan es un verdadero profeta. Pero sabe que es menos importante que un esclavo. El esclavo prestaba a su amo los servicios más humildes, que Juan ni se atreve a prestar al que ha de venir detrás de él.

• “Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”. Juan conoce ese rito de purificación que atrae a las gentes hasta el Jordán. Pero él sabe que solo bautizaba con agua. El bautismo definitivo purificará con el Viento Santo que creó los mundos.  

 - Señor Dios nuestro, nosotros creemos que tú eres la fuente del perdón y de la libertad. Concédenos la gracia de la conversión para que podamos preparar los caminos por los que te has de hacer  presente en nuestra conciencia y en nuestra sociedad. Que el don de tu fe nos lleve a esperar con amor al que viene a liberarnos del mal. Amén.

     

José-Román Flecha Andrés


Domingo 1º de Adviento. B

29 de noviembre de 2020

 

“Jamás se oyó ni se escuchó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en él. Sales al encuentro de quien practica con alegría la justicia y, andando en tus caminos, se acuerda de ti” (Is 64,3-4). El creyente recuerda los pecados de su pueblo. Pero sabe que Dios es un padre misericordioso. Queremos dejarnos moldear por él como la arcilla por las manos del alfarero.

Con ese espíritu nosotros iniciamos el camino del Adviento. Este es el momento para ir repitiendo un día y otro días esa hermosa súplica del salmo 79: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.

Al comienzo de su primera carta a los Corintios, san Pablo evoca el ritmo de los tiempos. Da gracias a Dios por los dones totalmente gratuitos que por medio de Cristo ya han recibido en el pasado. Les recuerda que en el presente han de vivir aguardando la mnifestación del Señor. Y les promete que en el futuro, el mismo Señor los mantendrá firmes hasta el final (1 Cor 1,3-9).

 

LAS TENTACIONES Y LA ESPERA

 En este ciclo B, la liturgia dominical nos ofrecerá continuamente la lectura del evangelio según san Marcos. En este primer domingo de Adviento se incuye una breve parábola, en la que Jesús se refiere a la actitud de los criados que están a la espera de que su amo regrese de un viaje. El portero de la casa ha recibido el mandato expreso de mantenerse en vela  (Mc 13,33-37).

• La sorpresa que ha producido la pandemia del coronavirus nos acusa de haber caído en esas cuatro tentaciones que se mencionan en la primera lectura. Estábamos manchados y corrompidos. Nos dejábamos arrastrar por cualquier viento, como las hojas marchitas de los árboles. No invocábamos el nombre del Señor. Y estábamos como aletargados en nuestra comodidad.

• Además, la parábola de los criados que aguardan la llegada de su amo es apropiada para este tiempo litúrgico del Adviento. Este es el tiempo para recordar nuestra vocación a la esperanza. Estamos llamados a vivir aguardando la venida del Señor. Ya no como siervos, sino como hermanos.. A todos se nos ha confiado una tarea concreta. Así que no podemos esperar en la ociosidad.

 

VIGILANCIA Y FRATERNIDAD

Es interesante descubrir que en el evangelio de hoy se repite por tres veces la exhortación a la vigilancia. La rutina en el trabajo y el olvido de las tareas que se nos han encomendado pueden adormecernos. Pero no podemos caer en la pereza de una siesta irresponsable.

• “Estad atentos y vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento”. En este caso, la ignorancia no es una desgracia, sino un estímulo. Ningún instante puede ser despreciado. Cualquier momento puede ser el de la aparición del Señor en nuestra vida y en la historia de la humanidad.  

• “Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa”. A veces olvidamos que también vela quien espera a la persona amada. La venida del Señor no puede concebirse como una amenaza. Si nos mantenemos en vela no es por temor, sino por amor.

• “Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!”. La exhortación de Jesús se dirige a cada uno de nosotros. No podemos vivir en la acedia ni en el pesimismo estéril. Hay mucho que hacer en el mundo, en la Iglesia, en nuestra casa. Esperar es operar. Aguardamos la venida del Señor, conscientes de nuestra vocación al amor y al compromiso con la vida, con la verdad y la justicia.

 - Padre nuestro celestial, en la oración que Jesús nos enseñó te pedimos todos los días que venga a nosotros tu Reino. Hoy te rogamos que tu Espíritu nos mantenga despiertos para escuchar el Evangelio de tu Hijo. Y que la espera de su manifestación nos ayude a vivir en la fe, en la esperanza y en el servicio amoroso de esa fraternidad y amistad social que nos pide el papa Francisco. Amén.

     

José-Román Flecha Andrés

Domingo 33 del Tiempo Ordinario. A

15 de noviembre de 2020

 

“Una mujer fuerte ¿quién la hallará?… Abre sus manos al necesitado y tiende sus brazos al pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura; la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en público”. Es famoso este elogio bíblico de la mujer (Prov 31,10-31). Sobresale por su trabajo, por su piedad para con Dios y su caridad con los pobres. Evidentemente no se distingue por su pereza.

El salmo responosorial se hace eco de este poema, proclamando dichosos a los que temen al Señor” (Sal 127), es decir a los que lo respetan con amor filial, confiando en su misericordia y cumpliendo su voluntad.

La segunda lectura es muy apropiada para este domingo que nos acerca al final del año litúrgico. San Pablo exhorta a los fieles de Tesalónica a vivir esperando el Día del Señor. Precisamente porque no sabemos cuándo tendra lugar su manifestación, nosotros, como ellos, hemos de vivir despiertos y conservando la sobriedad (1 Tes 5,1-6).

 

EL ENCARGO

  En el evangelio se proclama la parábola de los talentos (Mt 25,14-30). Junto con la parábola de las doncellas invitadas a la boda y la profecía del juicio final este texto nos invita a vivir fiel y responsablemente nuestra vocación a la esperanza cristiana.

Vivimos el presente aguardando la manifestación futura de nuestro Señor Jesucristo. Nuestra vida esta caracterizada por el signo de la esperanza. Pero no podemos confundir esta segunda virtud teologal con un aguardo meramente pasivo y despreocupado de las realidades que nos han sido confiadas. Si creer es crear, se puede decir que esperar es operar. No cabe la pereza.

La parábola de los talentos se articula en dos tiempos. En el primero se presenta a un señor que, antes de emprender un viaje, entrega unas notables cantidades de dinero a tres de sus criados. Dos de ellos negocian con lo que han recibido y logran doblar su valor. El tercer criado excava un hoyo en la tierra y allí esconde el talento que le ha sido entregado por su amo, cuyas reacciones cree conocer bien. Sin embargo, por temor o por pereza no responde al encargo de su amo.  

 

EL ENCUENTRO

 La segunda parte de la parabola recoge el momento en que el amo se encuentra de nuevo con sus criados, pide que le rindan cuentas de lo que han hecho con los talentos y expresa su juicio sobre ellos.

• “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor. Como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante. Pasa al banquete de tu Señor”. Así habla el Señor a los criados que han redoblado los talentos que él les entregó.

Y asi nos habla a nosotros. El Señor es el dueño, nosotros somos sus criados. Hemos sido elegidos para colaborar con él. Se nos ha entregado la fe para que consigamos otros creyentes. El Señor espera de nosotros que seamos fieles a su encargo y nos premia con su compañía.

• “Eres un siervo negligente y holgazán… A ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”. Así reprende y condena el Señor al criado que ha escondido en la tierra el talento recibido.

Y así nos reprende a nosotros, si encuentra que somos perezosos y egoístas. Él es el Señor. No podemos considerar lo recibido de él como si fuera una propiedad privada de la que podemos disponer a nuestro antojo.

 - Padre nuestro que estás en los cielos, tú has querido confiarnos la tarea de darte a conocer en el mundo y promover la fraternidad entre los hombres. Ayúdanos a esperarte confiada y activamente. No nos dejes caer en la tentación de la pereza y libranos del mal de creernos dueños de los tesosros de tu Reino. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 32 del Tiempo Ordinario, A

8 de noviembre de 2020

 

“Meditar sobre la sabiduría es prudencia consumada, y el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones”. Este texto que hoy se lee en la celebración de la misa (Sab 6,12), nos presenta una imagen muy sugerente de la sabiduría. No la buscamos nosotros, sino que es ella quien nos busca y nos espera sentada a la puerta de nuestra casa.

La sabiduría no es “algo” que se pueda comprar en el mercado. No es un sistema filosófico que nos enseñan en la universidad. No es una estrategía para conseguir entrar en una base de datos. Es “alguien” que sale a nuestro encuentro para guiarnos amorosamente por el camino de la verdad.

Con razón el salmo responsorial nos invita a responder con una confesión de nuestros anhelos: “Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío” (Sal 62,2-8).

En este mes, en que recordamos muy cordialmete a nuestros difuntos, san Pablo nos dice como a los cristianos de Tesalónica que el duelo no nos aflija “como a los que no tienen esperanza (1 Tes 4,1-13).

 

LA ESPERANZA Y LA PEREZA

 Las tres parábolas que cierran el año litúrgico nos hablan de la esperanza. La primera de ellas recuerda a diez doncellas invitadas a la celebración de una boda. Cinco de ellas han adquirido aceite suficiente para alimentar sus lámparas. Las otras cinco son más descuidadas y se han olvidado de tomar esa previsión (Mt 25,1-13). ¿Qué puede significar este mensaje?

• La parábola nos dice que la Iglesia está llamada a vivir y caminar esperando la manifestación de su Esposo. Ha de estar muy atenta para percibir las muchas voces que anuncian su llegada a nuestra sociedad.

Es verdad que, algunas veces, la Iglesia puede mostrarse inquieta o distraída por los muchos desafios que la llevan a la prisa o al nerviosismo. Pero si la Iglesia no vive preparada para acoger al Señor no será reconocida por Él.

• La parábola tiene también un mensaje para cada uno de nosotros. Estamos llamados a iluminar, aunque sea con nuestros pobres medios, el camino de nuestros hermanos. Y a celebrar con ellos la fiesta del amor y de la vida.

Sin embargo, hemos de reconocer que a veces nos vence la pereza. No sabemos responder a las demandas de Dios ni a las necesidades de nuestros hermanos. No debemos vivir distraídos en tiempos en que es preciso vivir muy despiertos.

 

EL AVISO Y EL GRITO

 En esta parábola de las doncellas que acompañan a la novia resuenan dos voces que, de alguna manera, resumen la llamada que nos despierta y la respuesta que deberíamos dar.

• “¡Llega el esposo: salid a recibirlo!” Esta es la voz del maestro de ceremonias de la boda. Debemos oír ese aviso a través de las invitaciones o lamentos de nuestros hermanos. No podemos  ignorar la presencia del Señor.

Es preciso despertar de nuestro sueño y de nuestra comodidad. Estamos llamados a reconocer los signos que nos anuncian la venida del Señor. Es un deber para toda la comunidad. Y esa es nuestra responsabilidad de cada día.

• “Señor, Señor, ábrenos”. Esa otra voz es el grito que nosotros dirigimos al Señor en momentos de agobio. Nuestra pretensión de autonomía se ve derrotada por las crisis que, en forma de diversas pandemias, nos asaltan.

Hemos pensado que nosotros poseíamos  las claves para interpretar el pasado y prever el futuro. Pero de pronto nos damos cuenta de que hemos quedado fuera de la fiesta de la vida. Solo el Señor puede abrirnos la puerta  de la esperanza.

- Señor Jesús, te damos gracias por habernos invitado a tu fiesta. Te pedimos perdón por nuestra pereza y nuestra falta de responsabilidad. E imploramos tu misericordia hacia todos los que se sienten excluidos de la celebración de la vida y del amor

José-Román Flecha Andrés 


Solemnidad de todos los Santos

Domingo 1 de noviembre de 2020

 

“Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en el cielo”

(Mt 5,12)

 

Señor nuestro Jesucristo, es normal que aspiremos a conseguir la felicidad. Ese deseo nos acompaña a lo largo de toda nuestra vida. Es un motivo que nos alienta en las horas difíciles y justifica los esfuerzos que nos impone la búsqueda.

Mientras vamos haciendo camino encontramos objetos y situaciones que nos ofrecen satisfacciones inmediatas y nos distraen de nuestro propósito inicial.

Es verdad que cuando estamos sobrios, cuando nos estorba una mascarilla, cuando no necesitamos engañar a los demás ni engañarnos a nosotros mismos, percibimos que allá en el fondo de nuestro corazón subsiste el anhelo de la verdadera felicidad.

La felicidad no se compra con dineros e intereses sino que nos abraza cuando los compartimos. No demuestran felicidad los iracundos sino los pacientes. No son felices los que se burlan de los demás, sino los que a través de sus lágrimas han aprendido a valorar la vida. La felicidad no la disfruta quien se da por satisfecho, sino quien sigue aspirando a la perfección. Nunca son felices los egoístas e indiferentes, sino los que se compadecen de los demás. No serán felices los astutos y marrulleros sino los limpios y leales. No nos harán felices los que crean la discordia, sino los que promueven la paz. No alcanzan la felicidad los que persiguen al justo sino el justo que es perseguido por su fidelidad.

Aunque la experiencia nos va recordando este itinerario, tú has querido revelarnos su sentido más profundo. Al proponer estos ideales nos descubrías el fondo de tu alma y el estilo de tu misión. Y de paso nos mostrabas el camino que lleva a la santidad.

Tú eres el maestro y el modelo. Tú eres la invitación y la recompensa. Tú sabes que esta tierra nos atrae y nos cansa, nos seduce y nos inquieta. Te damos gracias por invitarnos a levantar nuestra vista a los cielos. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


LA LEY Y LOS PROFETAS

Domingo 30 del tiempo ordinario. A.

25 de octubre de 2020

 

“No maltratarás ni oprimirás al emigrante… No explotarás a viudas ni a huérfanos… Si prestas dinero, no serás un usurero”. He ahí tres preceptos negativos, contenidos en el Código de la Alianza, que parecen traducir a acciones concretas los grandes ideales que se encontraban en el Decálogo.

Junto a esas prohibiciones se incluye un mandato positivo: “Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, y ¿dónde, si no, se va a acostar?”. Esas cuatro líneas de conducta que ofrece la ley antigua apelan a un motivo supremo: porque Dios es compasivo (Ex 22,20-26).

En otros cuatro trazos, san Pablo resume el espíritu de la nueva ley; abandonar a  los ídolos, volverse a Dios, servirle y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús. También estas exhortaciones apelan a un motivo supremo: creer que Jesucrito ha resucitado de entre los muertos y nos libra del castigo futuro (1 Tes 1,5-10).

 

DOS NORMAS DE VIDA

 En el evangelio del domingo pasado leíamos que los fariseos y los herodianos dirigían a Jesús una pregunta sobre el tributo que imponía Roma. En el evangelio de hoy leemos otra pregunta que un fariseo y doctor de la ley le dirige a Jesús. También él lo reconoce como Maestro y quiere saber su opinión sobre el mandamiento principal de la Ley (Mt 22,34-40).

• Jesús le dice que el primer mandamiento se encuentra en el libro del Deuteronomio: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”. Frente al temor a los dioses, que atenazaba a los paganos y recome a muchas personas en nuestro tiempo, es posible amar a Dios, sabiendo que él nos ha amado primero.

• Jesús dice, además, que hay un segundo mandamiento que se encuentra en el libro del Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esa ha sido la regla de oro de todas las culturas. El respeto, la estima y el amor que uno desea recibir es la norma de vida más clara para medir la atención que debe prestar a los demás.

 

ADORACIÓN Y FRATERNIDAD

Entre los más de seiscientos preceptos que se contienen en la Ley de Moisés, los expertos se preguntaban cuál sería el gancho del que se podrían colgar todos los demás. El texto pone en boca de Jesús una conclusión que parece escogida para responder a esa cuestión: “En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los profetas”.

• Tanto la Ley de Moisés como la nueva vida que Jesús anuncia son incomprensibles si no se apoyan en la vocación religiosa de toda persona. Reconocer y adorar a Dios como el único dios exige rechazar toda idolatría. Y amar de todo corazón al que nos ha amado desde siempre. Ese amor impregna la orientación religiosa de toda la vida.  

• Tanto la Ley de Moisés como el seguimiento de Jesucristo piden a la persona que salga de su individualismo y su indiferencia y reconozca a los demás como hijos del mismo Dios. Amar al prójimo como a uno mismo es el sello de la solidaridad. Pero amarlo como hijo del mismo Padre es la garantía y la promesa de la fraternidad.

 - Señor Jesús, tú eres el Maestro que nos orienta hacia el bien. Con tu palabra nos has recordado el doble mandamiento del amor. Y con tu compasión y tu muerte nos has revelado el modo de amar a Dios nuestro Padre y a todos nuestros hermanos. Gracias,Señor.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 29 del tiempo ordinario. A.

18 de octubre de 2020

 

“Te pongo el cinturón, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente, que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro” (Is 45,4-6). Según este oráculo que se encuentra en la segunda parte del libro de Isaías, Dios ha ceñido con el cinturón de los guerreros a Ciro, rey de los persas.

Ciro terminó con el imperio de los babilonios y promulgó el edicto que permitía a los hebreos regresar a su tierra y reconstruir la ciudad de Jerusalén. No es extraño que el profeta califique a este rey extranjero como el “Ungido por Dios”, aunque se repita que no conoce a Dios. Es evidente que Dios utiliza el poder humano para revelar su plan divino.

Con razón, el salmo nos invita a aclamar la gloria y el poder del Señor (Sal 95). Al comenzar la primera carta a los Tesalonicenses, que nos acompañará al final de este año litúrgico, san Pablo les recuerda que es Dios quien los ha elegido y los acompaña con la fuerza del Espíritu Santo.

 

TRES VALORES

  También el evangelio ponen ante nosotros la presencia del poder terreno ante la majestad del poder celestial (Mt 22,15-21). Los Fariseos no solían ir de acuerdo con los partidarios de Herodes. Pero en esta ocasión se unen para dirigirse a Jesús, reconociéndolo como un Maestro dotado de tres importantes valores.

• Jesus es sincero. Es interesante que los Fariseos, a los que Jesús califica con frecuencia como hipócritas, observen con admiración la coherencia y la fidelidad que demuestra Jesús en sus palabras y en su conducta.

• Con relación a Dios, esa virtud se manifiesta sobre todo en el hecho de que Jesús enseña el camino de Dios conforme a la verdad que ellos mismos han llegado a conocer gracias a las tradiciones de su pueblo.

• Con relación a los hombres, Jesús da muestras de que no hace distinción entre ellos, puesto que demuestra una asombrosa liberad y no se fija en las apariencias exteriores ni se deja seducir por ellas.

 

LEY HUMANA Y LEY DIVINA

 Tras el saludo, presentaron a Jesús una pregunta trampa: “¿Es lícito pagar impuestos al César o no?” Si Jesús rechazaba el pago del impuesto, podía ser denunciado ante el procurador romano. Si apoyaba la obligación de los tributos nunca podría ser reconocido como el salvador de su pueblo. Pero, en contra de la Ley, ellos llevaban monedas del imperio.

• “Dad al César lo que es del César”. La imagen del emperador sugería que las monedas le pertenecían. E indicaba que los que las utilizaban reconocían su poder. Los seguidores de Jesús no pueden ser acusados de rechazar la autoridad de los gobernantes. Saben que es un deber de justicia y de caridad colaborar en la realización del bien común.

• “Y dad a Dios lo que es de Dios”. Ya Antígona afirmaba que las leyes humanas han de ajustarse a otras normas anteriores. Los seguidores de Jesús saben que las leyes humanas a veces no favorecen el bien común sino el bien de algunos privilegiados. Por eso procuran anunciar y promover la ley de Dios. A él corresponde un honor que no pueden atribuirse los poderosos.

 - Señor Jesús, nosotros admiramos tu valor profético. Anuncias la libertad ante el poder humano y denuncias la hipocresía de la aparente piedad ante Dios. Que tu Espíritu nos ayude a vivir en la verdad que os hará libres. No permitas que adoremos a los poderes de este mundo. Y danos tu gracia para que podamos ser fieles a la Ley del único Dios. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 28 del tiempo ordinario. A.

11 de octubre de 2020

 

“Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera” (Is 25,6). El profeta Isaías anuncia un futuro descrito con los colores y sabores de un banquete de fiesta. Todos los pueblos de la tierra acudirán al monte del Señor, es decir, a su templo de Jerusalén.

Pero a la promesa del banquete acompañan otros importantes motivos de alegría: el olvido de los fracasos del pueblo, la superación del dolor y de las lágrimas, de los lutos y aun de la muerte. Todo un horizonte nuevo para la esperanza.

El piadoso israelita responde a esa invitación manifestando el deseo de llegar hasta el templo de Dios: “Habitaré en la casa del Señor por años sin término” (Sal 22).

Desde la cárcel, a la que le han enviado un donativo, san Pablo da las gracias a los fieles de Filipos. Con toda delicadeza les dice que no deberían molestarse por él. Está acostumbrado a andar holgado y a pasar necesidad. Y, sobre todo, les manifiesta el motivo de su paz: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4,13).

 

EL TRÍPTICO

  En el evangelio que hoy se proclama (Mt 22,1-14) se nos ofrece una parábola que se abre ante nuestos ojos como un tríptico. En él se muestran tres escenas que suscitan en nosotros sentimientos muy diversos.

El primer cuadro presenta a un rey que celebra la boda de su hijo con un espléndido  banquete. Es fácil imaginar la alegría y el ambiente de fiesta que se prepara. Los creyentes sabemos que Dios quiere celebrar la alianza de su hijo con esta humanidad nuestra. Y sabemos que Dios no nos impone una carga, sino que nos invita a una fiesta.  

El segundo cuadro nos presenta el triste espectáculo de los invitados que se excusan para no participar en el banquete. Las primeras comunidades cristianas pensaron en los hermanos de la primera alianza que se negaban a aceptar en Jesús al Hijo de Dios. Pero nosotros hemos de revisar los intereses que nos llevan a ignorar la invitación de Dios.

 El tercer cuadro presenta ante nosotros a los pobres que han sido invitados por los caminos para participar en el banquete. Entre ellos hay uno que no viste adecuadamente. Las primeras comunidades entendieron que no bastaba llamarse cristianos. Era necesario vivir como tales. Ese detalle es también un criterio para nuestro comportamiento.

 

GRACIAS Y PERDÓN

 Como en tantas otras ocasiones, esta parábola es un evangelio en el evangelio. Es decir, es un buen resumen del anuncio de la salvación.

• En efecto, la parábola nos habla de Dios. Y nos dice que es generoso, que piensa en nosotros, que nos convida a una fiesta, que espera que aceptemos su llamada.

• Además, la parábola denuncia a todos los que se atreven a despreciar la invitación de Dios, considerando que sus propios planes, proyectos e intereses son más importantes.

• La parábola recuerda a todos los pobres y proscritos de este mundo, que son también invitados a la fiesta que Dios ha organizado.

• Y finalmente, la parábola nos enseña que la generosidad de Dios no puede convertirse en una fácil excusa para que podamos vivir irresponsablemente.

  Por una parte el evangelio pone de manifiesto la autosuficiencia de quienes ignoran la voluntad, el amor y la llamada de Dios. Y por otra parte, denuncia la frivolidad de los que, confiados en la magnanimidad de Dios, no se preocupan de honrarle como se debe.  

 - Padre nuestro, te damos gracias por haber tenido la bondad de invitarnos al banquete de tu reino. Perdona que a veces no aceptemos de buena gana tu llamada. Y perdona que no la vivamos de acuerdo con tu dignidad. Porque tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 27 del tiempo ordinario. A.

4 de octubre de 2020

 

“Mi amigo tenía una viña en un fértil collado. La entrecavó, quito las piedras y plantó buenas cepas; construyó en medio una torre y cavó un lagar. Esperaba que diese uvas, pero dio agrazones” (Is 5,2). Este poema sobre la viña del amigo es el reflejo de lo que hemos hecho para frustrar los planes de Dios.

Es dramático comparar lo que Dios esperaba y lo que nosotros hemos producido. Muchos han pensado que Dios ha creado un mundo de violencias y fracasos, de contiendas y de guerras. Pero no. En los planes de Dios estaban la fertilidad y los frutos, la alegría de las vendimias y el disfrute del buen vino.

El salmo responsorial nos explica el sentido primero del poema: “La viña del Señor es la casa de Israel” (Sal 79). Aquel pueblo no debía encerrarse en sí mismo. Pero menos aún puede encerrarse la Iglesia. San Pablo pide a los Filipenses que traten de acoger y asimilar los buenos valores que encuentren, aun en el mundo pagano (Flp 4,8).

 

LOS LABRADORES Y LOS CRIADOS

 Por tercer domingo consecutivo, el evangelio que hoy se proclama nos evoca el trabajo de las viñas y el tiempo de la vendimia (Mt 21,33-43). Como en el poema de Isaías, también la parábola evangélica da cuenta de los cuidados que un propietario ha dedicado a su viña. Jesús añade que, al marchar de viaje, la arrendó a unos labradores.

 Al tiempo de la vendimia, el dueño envía a unos criados a percibir los frutos que le corresponden. Pero en dos ocasiones sucesivas los labradores apalean, apedrean y matan a los criados que el dueño les envía. Y lo mismo harán con el hijo del dueño. No solo quieren quedarse con los frutos sino también apropiarse de la viña, así que le dan muerte

Terminada la parábola, Jesús pregunta a sus oyentes qué hará el dueño de la viña. Ellos responden que hará morir a aquellos malvados y arrendará la viña a otros labradores más fieles. El evangelio pone en boca de Jesús el significado de la alegoría. Dios quitará a Israel el privilegio del Reino de Dios y lo entregará a un pueblo que produzca sus frutos.

 

LA HERENCIA DEL REINO

En el texto evangélico se incluye la reflexión de los labradores a la llegada del hijo del dueño de la viña: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Unas palabras que nos recuerdan las de los hijos de Jacob al ver llegar a su hermano José.

• “Este es el heredero”. En los evangelios con frecuencia se colocan en labios de los adversarios verdaderas confesiones de fe. El texto sugiere que Jesús es el heredero del Padre celestial. Y esa dignidad es reconocida aun por sus enemigos.

• “Venid, lo matamos”. Jesús fue espiado. Le tendieron muchas trampas. Fue acusado y calumniado. Y finalmente fue condenado a muerte por su propio pueblo. Ese drama se repite a lo largo de la historia. Son muchos los que tratan de eliminar a Cristo de la sociedad.

• “Nos quedamos con su herencia”. Es evidente que la viña era apetecible. Por apopiarse de ella, los labradores eran capaces de dar muerte a los mensajeros y al hijo del dueño. A lo largo de la historia muchas personas e ideologías han hecho lo mismo.  

 - Padre nuestro, te damos gracias por haber confiado a nuestro cuidado tu creación y esta viña de tu Iglesia. Que tu Espíritu nos conceda sus dones para trabajar con responsabilidad en este campo. Y que su amor nos ayude a acoger con fidelidad a los mensajeros que tú nos envías y especialmente a tu Hijo, heredero de tu Reino.  

 

José-Román Flecha Andrés

Domingo 26 del tiempo ordinario. A

27 de septiembre de 2020

 

“Cuando el inocente se aparta de su inocencia, comete la maldad y muere… Y cuando el malvado se convierte de la maldad que cometió y practica el derecho y la justicia, salva su propia vida” (Ez 18,26-27). En este texto el profeta Ezequiel transmite un oráculo que completa la doctrina habitual de los dos caminos. La opción primera por el bien o por el mal puede ser corregida con el tiempo. De esa corrección depende el perder la vida o salvarla.

 Nosotros solemos encasillar a las personas y deseamos mantenerlas en esa casilla para siempre. Sin embargo, todos pueden y podemos cambiar. Dios conoce las intenciones. Pero nuestros vecinos observan las acciones en las que se manifiestan esas intenciones.

San Pablo sabe bien por su propia experiencia lo que significan los cambios en las actitudes de una persona. Por eso escribe a los Filipenses que se mantengan unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. Y los exhorta a asumir los sentimientos de Cristo Jesús (Flp 2,1-11).

 

DOS HIJOS Y DOS ACTITUDES

  En el evangelio de este domingo Jesús expone a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo otra parábola en la que se menciona el trabajo en las viñas (Mt 21,28-32). Un propietario pide a sus dos hijos que vayan a trabajar a la viña. El padre es el mismo y el trabajo es idéntico, pero la respuesta de los hijos es diferente.

 Según el papa Francisco, el primer hijo es un perezoso y el segundo es un hipócrita. Seguramente, las primeras comunidades cristianas veían en el primero la imagen de mundo pagano que parece rechazar el evangelio pero puede llegar a aceptarlo. El segundo hijo les recordaba al pueblo judío, que parecía escuchar la Ley, pero no la cumplía.

Sin embargo, aquellos dos modos de conducta se daban también en el seno de las mismas comunidades. Algunos hermanos parecían bruscos, pero trabajaban por el evangelio. Otros parecían muy obedientes, pero no colaboraban en la misión.

Un tercer paso nos recuerda nuestra propia situación. Hay personas que parecen vivir en una apostasía teórica, pero en realidad cumplen la voluntad de Dios. Y hay otras personas que conocen la Biblia y las enseñanzas de la Iglesia, pero no las llevan a la práctica. Con todo, ambos deberían reconocer que Dios es su Padre y que la viña les pertenece.

 

ESCUCHA Y CONVERSIÓN

 Después de exponer la parábola, Jesús mismo interpela a los responsables del pueblo con una conclusión inquietante para ellos: “Los publicanos y las prostitutas van por delante en el reino de Dios”. La sola mención de esos dos grupos de personas es escandalosa.

• Los publicanos no solo eran considerados como avarientos y explotadores del pueblo. Eran despreciados por colaborar con el imperio romano. Eran vistos como pecadores y así se consideraban algunos a sí mismos.

• Las prostitutas eran despreciadas por todos. En Israel la prostitución era desde antiguo considerada como la imagen más significativa de la idolatría del pueblo, que ignoraba su alianza con Dios y se entregaba a los dioses falsos.

• Sin embargo, estas personas que parecían encarnar el pecado, escucharon la predicación de Juan Bautista y se convirtieron. Pero los sacerdotes y los principales del pueblo, que decían conocer y seguir la Santa Ley, no se prestaron a la escucha y a la conversión.

 - Padre nuestro que estás en el cielo y en la tierra, te agradecemos que hayas querido contar con nosotros para el trabajo en tu viña, que es también la nuestra. Perdona nuestra pereza y nuestra hipocresía. Y ayúdanos a imitar a Jesús, que aceptó tu voluntad y se entregó a sí mismo para que esta viña produzca frutos para la vida del mundo. Amén.  

 

José-Román Flecha Andrés.



Domingo 25 del tiempo ordinario. A.

20 de septiembre de 2020

 

“Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca” (Is 55,6). Esta exhortación que encontramos en el libro de Isaías nos invita a salir de la cabaña en la que nos hemos refugiado. Vivimos demasiado encerrados en nosotros mismos, y no solo en nuestras casas. Dios es más amplio que nuestro egoísmo y que nuestros prejuicios.

La misma afirmación sobre la cercanía de Dios se repite en el salmo responsorial de este domingo: “Cerca está el Señor de los que lo invocan” (Sal 144).

En la carta a los Filipenses, san Pablo se pregunta si es mejor morir o permanecer en vida. Sin embargo, con independencia de su suerte personal, cree que lo importante es que los fieles de la comuidad de Filipos lleven una vida digna del Evangelio de Cristo (Flp 1,27).

 

JUSTICIA Y MISERICORDIA

  En la celebración de la misa de este domingo se lee la parábola de los jornaleros invitados a lo largo del día a trabajar en una viña (Mt 20,1-16). A cada uno de ellos el dueño lo contrata por un denario. En principio, todos aceptan la propuesta que les permite contar con un jornal adecuado.  

Sin embargo, al término del trabajo surge un serio problema. Los jornaleros contratados a primera hora del día protestan ante el dueño, al comprobar que los que han trabajado solo una hora reciben igualmente un denario. En su opinión el patrón ha cometido una grave injusticia. El salario debería corresponder al tiempo empleado en el trabajo.

Pero el dueño de la viña responde que a cada uno de ellos había prometido un denario y todos habían aceptado el contrato. Nadie puede acusarlo por mostrarse generoso con los que han acudido a trabajar a diversas horas del día. En realidad el criterio de la justicia se ha cumplido. Y ha sido completado por el criterio de la generosidad.

En las primeras comunidades los discípulos procedentes del judaísmo se preguntaban por qué los discípulos procedentes del paganismo habían de ser ser considerados como iguales a ellos. Les parecía que Dios no era justo. Y que tampoco lo era la Iglesia.

 

LA LIBERTAD Y LA ENVIDIA

 Nosotros agradecemos hoy la invitación que el dueño nos ha dirigido para ir a trabajar en su viña. Y, además,  meditamos las dos preguntas que nos dirige a los creyentes de hoy.

• “¿No tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?”. La parábola no se refiere al trabajo humano, sino a la generosidad divina. Muchos de nosotros parecemos convencidos de que Dios nos debe algo por nuestras buenas obras. No reconocemos la libertad de Dios. Olvidamos que “todo es gracia”, como decía santa Teresa del Niño Jesús.

• ”¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”. La justicia de Dios se identifica con su misericordia. Pero nuestro egoísmo se escandaliza ante la bondad de Dios y genera la envidia hacia nuestros semejantes. Olvidamos que “al premiar nuestros méritos, Dios corona sus propios dones”, como escribía san Agustín.

 - Señor Jesús, haber sido llamados a trabajar en la viña del Reino de Dios no es un trabajo pesado, sino un honor que hemos de agradecer con sinceridad. Es claro que tenemos que modificar nuestros criterios, tan distintos a los criterios divinos. Que tu Espíritu nos ayude a superar nuestra altivez y vencer nuestra envidia. Amén  

José-Román Flecha Andrés


Domingo 24 del Tiempo Ordinario. A

13 de septiembre de 2020

 

“Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados” (Si 28,2). Esta exhortación que encontramos en el libro del Eclesiástico no solo era válida para el pueblo hebreo. Conserva su valor también para nosotros.

En un plano humano, quien perdona las ofensas recibidas demuestra poseer un espíritu creativo, capaz de introducir novedad y armonía en sus relaciones interpersonales. En un plano cristiano, sabemos y creemos que quien perdona de corazón a su hermano hace visible en el mundo la misericordia de Dios, fuente y garantía del amor.  

Así pues, con el salmo 102, también nosotros reconocemos y proclamamos que “el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia”.

Por su parte, san Pablo nos invita a ver la vida superando el egoísmo: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo” (1 Cor 14,7). Solemos cantar estas palabras en los funerales. Está bien que pensemos en la orientación de nuestra muerte, pero no olvidemos que también la vida ha de estar orientada hacia el Señor.

 

SETENTA VECES SIETE

Según el evangelio, a Pedro le parece excesivo tener que perdonar siete veces al hermano (Mt 18,21). Pero Jesús evoca la antigua canción de la venganza salvaje que su pueblo ponía en labios de Lámek (Gén 4,23-24). Con la fórmula simbólica del “setenta veces siete”, la venganza sin medida queda sustituida por el perdón sin medida.

Jesús ilustraba su enseñanza con una parábola muy elocuente. Un siervo, que ha recibido el perdón de su amo por una deuda exorbitante, no es capaz de perdonar a un compañero de servidumbre una deuda casi insignificante  (Mt 18,23-34). El texto pone en la boca de ambos siervos el mismo ruego: “Ten magnanimidad para conmigo”.  

Pero no es igual la reacción de los dos acreedores. Al señor compasivo se le conmovieron las entrañas de misericordia. En cambio, el siervo perdonado por su amo “no quiso” compadecerse. Uno estaba dispuesto a escuchar a quien le suplicaba. El segundo cerró sus oídos y su corazón a los ruegos de su compañero, que compartía servidumbre con él.

La parábola de los deudores es, sobre todo, una revelación del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Es una contemplación de su misericordia. En un segundo momento, puede ser leída y meditada como una exhortación al perdón fraterno. La misericordia y el perdón son signos que han de distinguir a los hijos de Dios.

 

TRES PALABRAS QUE INTERPELAN

Como para extraer una aplicación de esta parábola, el evangelista pone en boca de Jesús una profecía que nos interpela: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”. Tres palabras merecen nuestra atención:

• El Padre del cielo. Jesús lo conoce y se siente conocido por Él. Jesús sabe y proclama que el Padre celestial es compasivo y misericordioso. Y espera que los hijos se parezcan al Padre. Los discípulos del Maestro hemos de aprender la lección de la misericordia y practicar la enseñanza del perdón más generoso.

• El hermano. Hoy se difunde el ideal de la solidaridad, porque hemos olvidado la relación de la fraternidad. No podemos considerarnos hermanos si no admitimos un Padre común. Pues bien, los que suplican nuestro perdón son hermanos nuestros. Y merecen recibir la compasión que el Padre ha derramado sobre todos sus hijos.

• El perdón de corazón. En la tradición de Israel, el corazón significaba con frecuencia la conciencia de la persona. Así que el perdón del corazón no puede limitarse a una fórmula social ni a respetar las normas de lo políticamente correcto. Estamos llamados a ofrecer el perdón desde la verdad más profunda de nuestro ser.

- Señor Jesús, tú no te limitaste a hablar del perdón, sino que, desde el patíbulo de la cruz, pediste al Padre el perdón para todos los que te habían llevado a la muerte. Ayúdanos a aprender tu lección y a seguir fielmente tu ejemplo. Amén.

José-Román Flecha Andrés


 

Domingo 23 del tiempo ordinario. A.

6 de septiembre de 2020

 

“A ti, hijo de hombre, te he puesto de centinela en la casa de Israel; cuando escuches una palabra de mi boca, les advertirás de mi parte” (Ez 33,7). Dios ha elegido a Ezequiel para que transmita a su pueblo los mensajes que Dios le confía. El profeta ha de ser fiel a esa misión que le ha sido encomendada.

Si Dios quiere exhortar a las gentes a dejar su mal comportamiento, pero el profeta guarda silencio, será considerado culpable. Ahora bien, si el profeta escucha el mensaje de Dios y lo transmite a su pueblo, salvará su vida y el sentido de su vida, aunque el pueblo desoiga la llamada de Dios.

Oportunamente, el salmo responsorial nos transmite un aviso que es válido para todos nosotros: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón” (Sal 94).

No podemos olvidar que “el amor es la plenitud de la ley”, como escribe san Pablo a los romanos (Rom 13,10). El amor nos llevará a escuchar a Dios, a prestar atención a nuestros hermanos y a transmitirles lo que el Señor espera de todos nosotros.

 

LA COMUNIDAD

 En el Evangelio según Mateo nos encontramos en este domingo con el llamado discurso eclesiástico. En este texto se recogen al menos tres enseñanzas de Jesús sobre la comunidad y sobre algunas de las responsabilidad de cada uno de sus miembros.  

• En primer lugar, Jesús nos advierte que en la comunidad no todo es perfecto. Todos somos responsabes de la conducta de todos. Hemos de corregir con amabilidad y prudencia al hermano que se desvía del recto camino. Y tambien hemos de estar dispuestos a aceptar la corrección cuando nosotros nos desviamos.  

• En segundo lugar, Jesús amplía a toda la comunidad la misión y la responsabilidad de atar y desatar, que ya había confiado a Simón Pedro. Sabemos que Dios se fía de nosotros y de nuestra responsabilidad. Por eso nos ha elegido y nos ha enviado para ser estigos de su perdón y su misericordia.  

• Y en tercer lugar, Jesús nos explica que en la comunidad es muy importante la   oración en común. Dios escuchará la oración de dos hermanos cuando se pongan de acuerdo en pedirle algo. En ese caso, la oración será fruto del amor mutuo y no del egoísmo. Solo la oración que nace del amor llegará hasta Dios, que es amor.

 

REUNIDOS EN SU NOMBRE

Finalmente, el texto evangélico contiene una promesa del Señor: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20)”. Es consoladora esta frase que revela la condicion del que fue anunciado como el Enmanuel”, o Dios con nosotros. Tres palabras merecen ser recordadas y meditadas.

• La reunión. En la vida es muy difícil caminar en solitario. No podemos ignorarnos unos a otros. La comunidad cristiana ha de ser una forma modélica de convivencia. En efecto, vivir es convivir y desvivirnos los unos por los otros.

• El nombre de Jesús. En la sociedad, las personas se reúnen por motivos, objetivos e intereses muy diversos. En la comunidad cristiana estamos llamados a reunirnos en el nombre del Señor. Nos reúne su mensaje. Nos reúne la memoria de su vida y de su entrega.

• La presencia del Señor. A la hora de la dificultad, o en el tiempo de pandemia, muchos se preguntan donde está el Señor. Pero él nos ha dicho que está entre nosotros. Esa presencia ha de reflejarse en el amor que nos profesamos y el servicio que nos prestamos cada día.

 - Señor Jesús, te damos gracias porque nos has llamado a vivir en comunidad. En ella compartimos tu palabra y tu pan. Sostenidos por esos alimentos que nos unen y nos reúnen,  podremos corregir a los hermanos y aceptar su corrección. Sabemos que si oramos en tu nombre podremos dar testimonio de tu presencia entre nosotros. Amén.

 José-Román Flecha Andrés


 Domingo 22 del tiempo ordinario. A.

30 de agosto de 2020

 

“Todo el mundo se burlaba de mí. Cuando hablo, tengo que gritar, proclamar violencia y destrucción. La palabra del Señor me ha servido de oprobio y desprecio a diario” (Jer 20,7). El profeta Jeremías se lamenta ante el Dios que lo ha llamado y enviado a proclamar su palabra. Esa misión no le ha traído más que disgustos.

Se comprende que el profeta haya pensado en hacerse el sordo ante la llamada de Dios. No quisiera seguir hablando en su nombre. Pero la palabra de Dios es como un fuego que abrasa su interior. Una palabra que ha de escuchar. Un fuego que no puede apagar.

Con el salmo responsorial, nosotros proclamamos nuestra convicción ante el Señor: “Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios” (Sal 62,4).

San Pablo nos exhorta a “discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Rom 12,2).

 

LOS SUEÑOS Y EL FRACASO

  En Cesarea de Filipo Jesús preguntó a sus discípulos quién era él para ellos. Pedro confesó a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Cabe preguntarse cómo imaginaba Pedro al Mesías esperado por su pueblo. La respuesta la dio Jesús, al anunciar a sus discípulos que iría a Jerusalén. Allí le esperaban las denuncias de los jefes del pueblo, la muerte y la resurrección (Mt 16,21-27).

Simón Pedro se sublevó interiormente contra esa suerte que Jesús parecía aceptar con una resignada tranquilidad. Así que se llevó aparte a Jesús, como si temiera suscitar el rechazo de sus compañeros hacia el Maestro. No pretendía acusarlo en público, pero no podía ocultarle sus sentimientos. Por eso le increpó: “Lejos de ti tal cosa, Señor. Eso no puede pasarte”.  

• “Lejos de ti tal cosa, Señor”. No era esa la idea del Mesías que él había recibido de sus antepasados. No era ese futuro de dolor y de muerte el que él esperaba para Jesús, al que consideraba ya como el Señor.

• “Eso no puede pasarte”. Nunca había entendido él que el fracaso estuviera incluido en la llamada al seguimieto que Jesús le había dirigido a la orilla del lago. Al igual que Jeremías, Pedro se sentía decepcionado. De pronto, todos sus sueños se desmoronaban.

 

LAS VOCES Y EL SUSURRO

 La respuesta de Jesús parece escandalosa a muchos cristianos: “Ponte detrás de mí, Satanás. Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios”. Esa advertencia a Pedro se dirige a cada una de nosotros. Es una palabra que hay que escuchar.

• “Satanás”. No olvidemos que esa palabra significa “tentador”. Jesús no identifica a Pedro con el demonio. Pero en sus palabras resonaban entonces y resuenan ahora las tentaciones que pretenden ofrecer un panorama de fáciles triunfos

• “Ponte detrás de mí”. Jesús no rechaza a Pedro. No le pide que se aleje del grupo de los discípulos, sino que recuerde precisamente el papel del “discípulo”. También nosotros estamos llamados a seguir los pasos del Maestro, que nos precede por el camino.

• “Eres piedra de tropiezo”. Eso es lo que significa el escándalo. Jesús es fiel a la voluntad divina. Conoce el camino y no está dispuesto a abandonarlo. Tampoco nosotros podemos ser un escándalo para los que tratan de seguir el camino de Dios.

• “Tú piensas como los hombres, no como Dios”. Esa es una de las tentaciones de los evangelizadores, según el papa Francisco. Tenemos más miedo a la soledad que al error. Preferimos escuchar las voces de la multitud antes que el susuro de Dios.

 - Señor Jesús, con las palabras que tú nos enseñaste, pedimos al Padre que no nos deje caer en la tentación. La gran tentación de poner nuestros planes y proyectos por encima y contra la realidad de tu llamada. No permitas que nos apartemos de ti. Amén.

José-Román Flecha Andrés



Domingo 21 del tiempo ordinario. A

23 de agosto de 2020

 

El profeta Isaías recibe de Dios un oráculo en el que denuncia el orgullo y la prepotencia de Sobna, mayordomo del palacio real, y anuncia la elección de Eliaquín, al que entregará la autoridad de su predecesor: “Colgaré de su hombro la llave del palacio de David; lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá” (Is 22,22).

Con la imagen de las llaves se refleja el poder de abrir y cerrar las puertas de la casa del rey. Dios lo “hincará como clavija en lugar seguro, y será anaquel de gloria para la casa de su padre” (Is 22,23). Según el texto, también esa clavija cederá y caerá por tierra con todo lo que cuelga de ella.  En el salmo responsorial se proclama la misericordia del Señor y se pide que no abandone la obra de sus manos (Sal 137).

San Pablo recuerda a los romanos que nadie puede pretender conocer la mente del Señor ni atribuirse el privilegio de ser su consejero (Rom 11,33-36).

 

DOS PREGUNTAS

El evangelio que hoy que se proclama en este domingo nos sitúa en el hermoso paraje de Cesarea de Filipo, al que Jesús se ha retirado con sus discípulos (Mt 16,13-20).  En ese lugar en el que pretende descansar con ellos, Jesús les dirige dos preguntas que, a pesar de su semejanza, requieren respuestas muy diferentes:

• “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” Para ofrecer una resuesta a esta  pregunta basta infomarse sobre las opiniones que circulan en el ambiente. Pues bien, algunas personas identifican a Jesús con Juan el Bautista, otras con el profeta Jeremías y otras lo comparan con alguno de los profetas que permanencen flotando en el recuerdo.

• “¿Y vosotros quién decís que soy yo?” Para responder a esta segunda pregunta no basta una simple información. Jesus quiere conocer la opinión que tienen de él sus propios discípulos. En realidad desea conocer sus expectativas sobre él. Simón Pedro respondió con una asombrosa confesión: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

 

Y LA LIBERACIÓN

Jesús responde a Pedro con una cierta ambigüedad. Es bienaventurado por su acertada confesión, pero lo es, sobre todo, porque esa certeza no nace de su razón sino de una revelación del Padre celestial. Pero la firmeza de esa fe es una roca que puede sostener el edificio de la Iglesia. Pedro puede escuchar la promesa que cambiará su vida:

• “Te daré las llaves del reino de los cielos.” Las llaves del reino que Jesús promete a Simón, hijo de Jonás, recuerdan las llaves que, de parte de Dios, Isaías prometía a Eliaquín, hijo de Esquías. A la fe de Pedro se concede la autoridad para gobernar la casa de Dios.

• “Lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos.” El poder de atar significa que Jesús concede a Pedro ejercer los signos que manifestan la justicia de Dios sobre el pecado. Ese pecado desencadenado por el orgullo y la autosuficiencia de los hombres.

• “Lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”. El poder de desatar que se concede a Pedro refleja la misericordia de Dios. Esa compasión que se ha manifestado en el Maestro que libera al hombre de sus ataduras, de sus odios y de sus miedos.  

 - Señor Jesús, sabemos que cada día de nuestra vida hemos de escuchar cómo tú nos diriges aquellas dos preguntas. Queremos conocerte y reconocerte como el Mesías. Creemos que eres el Hijo de Dios y que de ti y solo de ti puede venir la salvación y la liberación que buscamos. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés

LA FE DE LA EXTRANJERA

Domingo 20 del tiempo ordinario. A.

16 de agosto de 2020

 

“A los extranjeros que se han unido al Señor para servirlo… y mantienen mi alianza los traeré a mi Monte Santo, los llenaré de júbilo en mi casa de oración” (Is 56,6-7). A la vuelta del destierro en Babilonia, Israel parece abrirse a los extranjeros. Con un par de condiciones: que acepten la alianza de Dios y observen el sábado sin profanarlo.

El salmo responsorial se hace eco de ese anhelo de Israel: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben” (Sal 66).

Con el tiempo parece que ha cambiado totalmente el presupuesto. San Pablo se alegra de que los extranjeros y paganos hayan sido llamados a la fe, mientras que sus hermanos judíos se resisten a creer en Cristo. Pero si todos compartieron la desobediencia a Dios, espera él que todos participen en su misericordia (Rom 11,32).  

 

LA SÚPLICA Y EL APREMIO

 El evangelio recuerda el encuentro de Jesús con una mujer cananea que le implora a gritos la curación de su hija (Mt 15,21-28). Su forma de invocar a Jesús denota una cierta simpatía con el pueblo que espera a un Mesías de la casa de David.

Si es una extranjera y pagana, nos sorprende que se dirija a Jesús con el título mesiánico con que lo invocaban los ciegos de las tierras de Israel (Mt 9,27; 20, 30) y las gentes que lo recibirán a su llegada a Jerusalén (Mt 21,9). Quizá quiera indicar el evangelista que la mujer salía de aquellos límites y fronteras para acercarse a las tierras y al sentir de Israel (Mt 15,22).

A la súplica de aquella mujer solo responde el silencio de Jesús y el apremio de sus discípulos: “Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros.” Algunas traducciones sugieren que únicamente pretenden desentenderse de ella. Pero el verbo griego que se pone en boca de los discípulos no solo significa “despedir” a una persona, sino también “conceder” una gracia, como en el caso del señor que perdona al deudor (Mt 18,27) o el de Pilato, que solía liberar a un preso por la fiesta de Pascua (Mt 27,15).

A la indicacion de sus discípulos, Jesús responde con unas palabras que parecen indicar su decisión de ignorar la petición de aquella extranjera: “No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” En esa respuesta parece resumirse la primitiva concepción mesiánica del pueblo hebreo.

 

LOS HIJOS Y LOS PERROS

 Pero esta mujer pagana insiste en la súplica que la ha sacado a los caminos para ir al ecuentro de Jesús: “¡Señor, socórreme!”. El mismo título que le otorga refleja la fe de la futura comunidad cristiana

• “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.” Esta segunda respuesta de Jesús presenta una nueva dificultad. ¡Quién nos diera el tono exacto de aquella insinuación! Parece una alusión de complicidad a expresiones populares que se referían a los paganos con esa imagen del mundo animal.

• “Sí, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” La mujer retoma con gracia aquella imagen. Cuando hay pan lo hay para todos. Y cuando se manifiesta la bondad de Dios a todos alcanza y se desborda. La misericordia suplicada acerca y redime al suplicante.

• “Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas.” La tercera respuesta de Jesús reconoce que la fe llevó a la mujer a buscarle por los caminos. La fe la enseñó a orar y a invocarlo como Señor e Hijo de David. Y la fe la ayudó a interpretar su propia suerte con ese humor tan cercano a la humildad.

 - Señor Jesús, en ti se encuentran la súplica humana que te dirigimos y la gracia divina que nos redime. Tu paso por nuestra vida revela la acción sanadora de Dios sobre las muchas personas que sufren la enfermedad o el abandono. Tú que reflejas la misericordia de Dios, salva a los cercanos y a los lejanos. Amén.

José-Román Flecha Andrés 


Domingo 19 del tiempo ordinario. A.

9 de agosto de 2020

 

“Después del fuego el susurro de una brisa suave”. En la primera lectura de la misa de este domingo (1 Re 19,9-13) se nos presenta a Elías refugiado en una cueva del monte Horeb. En aquel lugar, en el que Dios de la liberación se había mostrado a Moisés, también él espera oír la palabra del único Dios para poder enfrentarse a los que promueven el culto a Baal.  

 Contra sus propias expectativas, Dios no se presenta en el huracán ni en el terremoto ni en el fuego. Dios se hace presente en el suave susurro de la brisa.

Atemorizados por la pandemia y por los continuos ataques a la fe y a la Iglesia, muchos desean hoy que Dios irrumpa con fuerza en nuestra historia. Pero Dios es discreto. Todos deberíamos dirigirle con humildad las palabras del salmo responsorial: “Muéstranos, Señor tu misericordia y danos tu salvación (Sal 84, 9-14).

 

UN FANTASMA AL AMANECER

Después de la distribución de los panes y los peces, Jesús pide a sus discipulos que tomen la barca para adelantarse, mientras él despide a la gente y se retira al monte para orar a solas. Ahora bien, alejada de la costa, la barca es fuertemente sacudida por las olas, porque el viento le es contrario (Mt 14,22-33).

Bien sabemos que en las páginas de la Biblia, el mar representa con frecuencia la fuerza del mal. En este caso, atemorizados por el bramido del mar y por la fuerza del oleaje, los discípulos de Jesús se sienten en peligro.

Sin embargo, cerca del amanecer se les muestra su Maestro, caminando sobre las olas. Pero cuado la fe es débil, no es fácil percibir la presencia de Dios y la fuerza de su poder. La media luz de la madrugada y el miedo que se ha apoderado de los discípulos, les hace creer que es un fansama.

 

LA FE Y LA PROVIDENCIA

Con todo, el Señor se cuida de los que él ha elegido. Y les dirige una frase de aliento para que afronten la travesía: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”. Una frase de aliento que, andando los siglos, nunca deberíamos olvidar.

• “¡Ánimo!”. Son muchos los que en los últimos tiempos han pensado y escrito que la fe deshumaniza a la persona. No es verdad. La fe suscita en el creyente una fuerza que con frecuencia parece inexplicable. La fe mueve montañas y aplaca tempestades. La fe no ignora las dificultades, pero ayuda al creyente a superarlas.

• “Soy yo”. Son muchos los que atribuyen a la fuerza de su propia voluntad la capacidad para superar los obstáculos de la naturaleza y las sacudidas de la historia. Pero no es verdad. El ser humano es más débil y vulnerable de lo que está dispuesto a reconocer. Necesita la confianza en la presencia y la protección de Aquel que es la fuente de la vida.

• “No tengáis miedo”. Son muchos los que han llegado a compartir la famosa observación de san Juan Pablo II: “El hombre vive cada vez más en el miedo” (RH 15). Pero son muchos los creyentes que recuerdan con qué frecuencia se repite en los evangelios la exhortación divina a superar el miedo. Una invitación que va dirigida a la Iglesia y a cada uno de los que navegamos en esa barca.

- Señor Jesús, a través de los elementos de la naturaleza, como la brisa y el vendaval, podemos comprender el misterio de tu presencia en nuestra historia. Que la fe nos ayude a percibir tu providencia sobre nuestra propia vida. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 18 del tiempo ordinario. A.

2 de agosto de 2020

 

“¿Por qué gastar dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad vuestro oído, venid a mí: escuchadme y viviréis” (Is 55,1-3). ¡Buena interpelación para cerrar la segunda parte del libro de Isaías!

El profeta invita a los hambrientos y sedientos a participar en el banquete de la Sabiduría. El hombre no podrá saciar su hambre y su sed por medio de sus propios bienes. Tan solo con sus esfuerzos nunca podrá comprar la felicidad. Lo que realmente vale es la escucha de la palabra de Dios y la fidelidad a su alianza.

Con el salmo, reconocemos que el Señor abre su mano y nos ofrece lo que puede saciar nuestras carencias vitales (Sal 144). La pandemia ha venido a recordarnos el peso de esa verdad. En realidad, ni la angustia ni el hambre pueden separarnos del amor de Dios que se nos ha manifestado en Jesucristo (cf. Rom 8,35-39).

 

LA HORA DE LA TARDE

La alusión profética al alimento que solo Dios puede proporcionarnos nos acerca al evangelio de este domingo, en el que se nos recuerda el episodio de la multiplicación y distribución de los panes y los peces (Mt 14,13-21).

  Jesús ha atravesado el mar de Galilea. Al desembarcar se encuentra con una multitud que le ha seguido por tierra. Jesús siente una lástima sincera. Está cayendo la tarde y los discípulos, por su parte, deciden que lo mejor es despedir a las gentes para que vayan a las aldeas cercanas y se compren algo de comer.

De hecho, reconocen que ellos no tienen más que cinco panes y dos peces. Nos impresiona saber que los discípulos no tienen recursos para satisfacer el hambre de la muchedumbre. Ni siquera su propia necesidad. En esa pobreza, vemos la limitación de la comunidad cristiana. La de antes y la de ahora.

Dios invitaba a las gentes de Israel a un banquete gratuito. Solo él podía saciar el hambre y la sed de su pueblo. Andando los siglos, solo Jesús podía y puede alimentar en la penumbra de la tarde a quienes le siguen, con el deseo de escuchar su palabra.

 

UNA MIRADA NUEVA

Pero hemos de reconocer que también en este momento de la historia nos interpelan   las palabras que Jesús dirige a sus discípulos.

• “Dadles vosotros de comer”. No es una idea abstracta. Es un mandato que no puede dejarnos indiferentes. Los bienes que se pierden en esta cultura del descarte, como dice el papa Francisco, pueden remediar el hambre del mundo. No podemos caer en la tentación de volver la mirada hacia otra parte. Los hambrientos y sedientos son nuestros hermanos.

• “Dadles vosotros de comer”. No es el resultado de un estudio. Es un programa de vida que implica a los cristianos de todos los lugares de la tierra. La Iglesia trata de ofrecer una ayuda generosa, allí donde ninguna organización se atreve a llegar. Esa presencia no es una estrategia: responde a su ser y a la misión que ha recibido del Señor.

• “Dadles vosotros de comer”. No es un simple juego de palabras. Es una orden con alcance universal. Jesús no es un patrimonio exclusivo de los cristianos. Su mensaje no puede ser ignorado tampoco por los no creyentes. Es obligado promover el progreso integral de todo el hombre y de todos los hombres, como decía san Pablo VI.

- Señor Jesús, también hoy vemos que muchas gentes sufren el hambre de alimentos, la sed de buenas aguas y la necesidad de escuchar tu palabra. No podemos caer en la indiferencia ni limitarnos a exponer la escasez de nuestros recursos. No permitas que ignoremos las necesidades de nuestros hermanos y danos una mirada nueva capaz de descubrirlas y una voluntad decidida a buscar soluciones efectivas.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 17 del Tiempo Ordinario, A.

26 de julio de 2020

 

“Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien”. Eso deseaba Salomón al comenzar su reinado (1 Reyes 3,5.7-12). El nuevo rey demostraba ya la sabiduría que la tradición le ha atribuído. En lugar de pedir a Dios una larga vida o muchas riquezas, Salomón solo pedía “discernimiento para escuchar y gobernar”.

Hoy nosotros tratamos de hacer nuestra una confesión que encontramos en el salmo responsorial: “Señor, más estimo yo los preceptos de tu boca que miles de monedas de oro y plata” (Salmo 118,72). En verdad, la escucha de la voluntad y de los mandamientos de Dios nos daría sabiduría y orientacion en estos tiempos tan confusos en los que “todo vale”.

  Aunque parezca dificil admitirlo en tiempos marcados por una terrible pandemia, hoy queremos repetir con fe las palabras que san Pablo escribe a los romanos: “A los que aman a Dios, todo les sirve para el bien” (Rom 8,28).

 

LABRIEGOS Y MERCADERES

 En el evangelio que se proclama en este domingo (Mt 13,44-52) se recuerdan tres  parábolas de Jesús sobre el Reino de Dios.

• En la primera, el reino de los cielos, o Reino de Dios, se presenta como un tesoro que un labrador encuentra en el campo. Convencido de que el tesoro encontrado por azar bien merece desprenderse de los bienes que posee, los vende para comprar aquel campo.

• En la segunda parábola el reino de los cielos, o Reino de Dios, se presenta como una perla que encuentra un comerciante, que la ha buscado durante años. También él cree que debe desprenderse de sus bienes para conseguir algo que vale mucho más.

Es evidente que hay que tener la lucidez para descubrir lo que realmente vale y la decisión para desprenderse de lo que vale menos. Esa es la verdadera sabiduría, la que nos lleva a tomar en cada momento la decisión acertada. En la vida cristiana, la decisión justa es aceptar a Dios como Rey y Señor de la vida.

Con razón escribió san Pablo VI, en su exhortación sobre el anuncio del Evangelio (8.12.1975), que el Reino de Dios hace que todo lo demás se convierta en “lo demás”. De todo se puede prescindir menos de la grandeza y la gracia de acoger a Dios como Señor.

 

LOS PESCADORES

 Ahora bien, en este domingo se nos propone una tercera parábola. El reino de los cielos se identifica además con la red que los pescadores echan en el mar, esperando  recoger toda clase de peces, buenos y menos buenos. También esta imagen encierra algunos desafíos.

• El Reino de Dios nos pide una mirada universal. No puede encerrarse en nuestros límites, sino que está abierto a todos los hombres y mujeres, de cualquier clase y condición. Todos somos invitados a reconocer a Dios como Señor y como guía de nuestra existencia.  

• El Reino de Dios exige un cuidadoso discernimiento. No todos los peces que quedan prendidos en la red tienen el mismo valor en el mercado. Es verdad que el bien y el mal conviven en nuestra vida.  Pero no se pueden identificar a la ligera.

• El Reino de Dios comporta una actitud de humilde esperanza. Con frecuencia juzgamos las actitudes de los demás. Pero nuestros criterios no siempre son acertados y respetuosos. La verdadera valoración del bien y del mal correspode a los ángeles de Dios.  

- Señor Dios, tú sabes que unos buscamos un tesoro y otros no. Pero a todos nosotros nos alegraría encontrarlo. Que tu Espíritu nos ayude a desprendernos de lo que valoramos para gozar de lo que realmente tiene valor. Y que nos conceda la humilde esperanza de los pescadores que arrojan la red en las aguas del mar. Amén.

José-Román Flecha Andrés


ANTE EL TRIGO Y LA CIZAÑA

Domingo 16 del Tiempo Ordinario, A.

19 de julio de 2020

 

“Fuera de ti, no hay otro Dios que cuide de todo, a quien tengas que demostrar que no juzgas injustamente. Porque tu fuerza es el principio de la justicia, y tu señorío sobre todo te hace indulgente con todos”. Con esa confesión de fe se abre el texto del libro de la Sabiduría que hoy se proclama en la celebración de la Eucaristía (Sap 12,13.16-19).

Ante una enfermedad y, más aún, en el terremoto ocasionado por una pandemia, son muchos los que tratan de culpar a Dios. Pero el verdadero creyente sabe que Dios no tiene que demostrar su justicia ante sus críticos. Su justicia se identifica con su misericordia.

Así lo proclamamos en el salmo responsorial: “Tú, Señor, eres bueno y clemente” (Sal 85). Esa clemencia no es muy habitual en nuestras relaciones humanas.

Antes de juzgar al mismo Dios, deberíamos recordar que nosotros “no sabemos pedir como conviene”, según nos advierte san Pablo (Rom 8,26). Los bienes inmediatos con frecuencia nos impiden descubrir el bien que permanece para siempre.

 

ESPERANZA Y PACIENCIA

 

En la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24-43) se refleja tanto nuestra impaciencia como la paciencia de Dios. Es verdad que hay una tremenda carga de maldad a nuestro alrededor: en la familia, en el puesto de trabajo, en el vecindario, en los medios de comunicación, en el gobierno. Ni somos ignorantes ni queremos dejarnos sobornar.  

Pero también es verdad que hay en torno a nosotros todo un mundo de bondad, de ternura y de entrega generosa y gratuita. Hemos conocido una consoladora abundancia de buenas intenciones, una humilde ejecución de gestos desinteresados, un callado desfile de personas que se sacrifican por otras personas.

En la parábola evangélica, hay unos criados que sugieren a su amo que les permita arrancar la cizaña que puede ahogar al trigo. El amo es prudente y piensa que al arrancar la cizaña pueden arrancar también el trigo. Por tanto, decide que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta el tiempo de la siega. La paciencia es hermana de la esperanza.

Según la parábola, no es válida la indiferencia de los que ya no distinguen entre el bien y el mal. Pero tampoco es válida la intransigencia de los que, por amor al bien, quieren exterminar el mal y a los malos. De paso, se insinúa que las buenas intenciones no justifican todas nuestras decisiones. La fe nos pide confiar el juicio al Señor de la misericordia.

 

LA SIEGA FINAL

 

En la parábola se recoge la decisión del dueño de los campos ante la aparición de la cizaña en medio del trigal: “Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Esta frase debería ser un mandamiento para la Iglesia y para cada uno de los creyentes.  

• “Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Es muy fácil confundir las etiquetas con las soluciones. El pecado es pecado aunque lo califiquemos como “políticamente incorrecto”.  La cizaña no se convierte en trigo porque le cambiemos de nombre o porque las leyes le concedan un lugar en la sociedad. El mal está ahí aunque nos neguemos a reconocerlo o lo echemos a la cuenta de los demás. La realidad es más terca que nuestras etiquetas.

• “Dejadlos crecer juntos hasta la siega”. Sin embargo, hemos de aprender a ser prudentes y reconocer que nuestros juicios son provisionales e inciertos. Todos podemos equivocarnos y arrancar el bien cuando pretendemos arrancar el mal. Las personas, los profesionales y los grupos políticos habrán de dialogar y aprender a crecer juntos hasta la siega. Porque no podemos ignorar que habrá una siega final.

- Señor Dios, nosotros cremos que el campo es tuyo y que tienes interés por conseguir una buena cosecha. Sabemos que eres paciente, pero no ignorante. Deseamos dar el fruto bueno que tú esperas de nosotros, reconocer el mal, pero ser misericordiosos y pacientes con todos nuestros hermanos. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 15 del tiempo ordinario. A

12 de julio de 2020

 

“Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo”. Así dice el Señor en este oráculo que encontramos en el libro de Isaías (Is 55,10-11).

El mensaje es muy claro para un pueblo que vive en el campo y de los frutos del campo. Sin el trabajo del sembrador no habrá cosecha. Pero el esfuerzo del sembrador, por sí solo, no garantiza la cosecha. La lluvia y la nieve son un don gratuito de los cielos.

La imagen del sembrador y su campo indica claramente la eficacia de la palabra de Dios. De una forma o de otra, la palabra siempre lleva a cabo el proyecto de Dios. El salmo 64 alaba al Señor, porque él es quien cuida de la tierra, la riega y la enriquece sin medida (Sal 64,10).

Según san Pablo, con nosotros, toda la creación espera ser liberada de la esclavitud de la corrupción. También la creación desea dar un buen fruto (cf. Rom 8,18-23).

 

LA SEMILLA Y EL CAMPO

El evangelio de este domingo propone a nuestra meditación la célebre parábola del sembrador: “Salió el sembrador a sembrar…” (Mt 13,1-23). La abundancia y generosidad de la siembra alcanza grados muy diversos a la hora de la cosecha. ¿De qué depende la diferencia, si el sembrador es el mismo y toda la semilla es de la misma calidad?

• La primera parte de la parábola se refiere al sembrador. Todo indica la generosidad con la que esparce la semilla. Además, se deja ver su confianza, puesto que nadie emprende una acción que considera un fracaso. Por fin, el sembrador está dotado de una esperanza que lo lleva a afrontar los riesgos. Evidentemente el buen sembrador es Dios.

• La segunda parte es una cuidadosa alegoría que se refiere a los destinatarios de la evangelización. Algunos ponen tales dificultades al mensaje que reciben que no le permiten producir el fruto deseado por el sembrador. Algunos otros lo reciben con buena voluntad. A la generosidad del sembrador ha de responder la buena acogida de los oyentes del mensaaje.

 

TENER Y PERDER

Entre la parábola y su comentario encontramos una frase misteriosa: “Al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene” (Mt 13,12). Sin duda, es un refrán popular, muy semejante a alguno de los proverbios, como este: “Hay quien es generoso y se enriquece, quien ahorra injustamente y se empobrece” (Prov 11,24).

• “Al que tiene se le dará y tendrá de sobra”. Hay algunos que tienen la humildad suficiente para   prestar atención a la palabra de Dios, que es un don totalmente gratuito. Esos verán abundar la espléndida cosecha que nace de esa semilla que han acogido.

• ”Al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. Y hay otros que están tan orgullosos de su ciencia y de su piedad que no tienen la humildad para acoger el mensaje de la nueva vida. Esos verán que a fin de cuentas pierden hasta la sabiduría que creían poseer.

- Padre nuestro, por medio de Jesús, tu Hijo y nuestro Maestro, tú has sembrado con abundancia y generosidad la semilla de tu palabra en nuestro mundo. Que tu Espíritu nos ayude a acogerla con sencillo y humilde corazón  para que podamos producir los frutos que tú esperas de nosotros.  Amén.

José-Román Flecha Andrés


 Domingo 14 del Tiempo Ordinario, A.

5 de julio de 2020

 

“¡Salta de gozo, Sión; alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna” (Zac 9,9). Un profeta no solo aparece para pronunciar la denuncia de la injusticia y la opresión. En su misión está también el anuncio de la buena noticia de la paz y de la alegría.

Eso hace el profeta Zacarías al exhortar a Jerusalén a recibir con alegría al Mesías del Señor. Ese nuevo rey extenderá su dominio desde el río Éufrates hasta la costa del Mediterráneo. Pero entrará en su ciudad con un espíritu de mansedumbre y de pobreza.  

En la segunda lectura que hoy se proclama san Pablo se refiere repetidamente al Espíritu de Cristo. Gracias a ese Espíritu, los fieles de entonces y de todos los tiempos podrán dar muerte a las obras de la carne para vivir de forma espiritual.

 

EL PADRE Y LOS HERMANOS

El texto evangélico de este domingo (Mt 11,25-30) recuerda una hermosa oración de Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla”. Con razón se dice que esta acción de gracias parece  evocar el canto de María con motivo de su visita a Isabel.

Como se ve, Jesús vive de cara a su Padre celestial. Pero esa atención no le impide prestar atención a su familia terrenal. Dios es su Padre, con el que mantiene una estrecha intimidad. Pero sus ojos perciben a las personas que le siguen cansadas y agobiadas.

La acción de gracias a Dios incluye y revela la sensibilidad con la que Jesús observa y acoge los sufrimientos de todos los sencillos y marginados en la sociedad. Todos ellos son sus hermanos. Realmente en Jesús de Nazaret se ha hecho presente aquel Mesías de corazón manso y humilde, que prometía el profeta Zacarías.

 

OFERTA E INVITACIÓN

Pues bien, a todos los atribulados dirige Jesús su invitación: “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis  descanso para vuestras almas” (Mt 11,29).  

• “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí”. El yugo une a los bueyes para que puedan tirar del carro. Pero el yugo era también un balancín, flexible y ligero, que se acomodaba sobre la espalda. El yugo de Jesús no es una carga insoportable. Al contrario, por medio de él, podemos llevar con más facilidad nuestras cargas.

• “Soy manso y humilde de corazón”. La mansedumbre y la humildad no están de moda en una sociedad señalada por la altanería y la prepotencia. Sin embargo, estas virtudes revelan esa verdad del ser humano que una pandemia puede recordarnos. Ninguno de nosotros es más por tratar de imponerse a los demás.  

• “Encontraréis descanso para vuestras almas”. El confinamiento puede traer descanso a nuestro cuerpo, pero aumenta la inquietud del espíritu. El verdadero descanso brota de un corazón sencillo y humilde, cercano y compasivo, amoroso y confiado.

- Señor Jesús, con tu oración nos revelas tu relación con el Padre celestial. Y con tu invitación nos ayudas a confiar en tu compasión. Te confiamos nuestra inquietud y esperamos que nos acompañes en la búsqueda de la serenidad y la armonía. Amén.

 José-Román Flecha Andrés


Domingo 13 del Tiempo Ordinario. A

28 de junio de 2020

 

Un matrimonio de Sunén suele recibir al profeta Eliseo y decide preparar una habitación en la terraza de su casa para recibirlo cada vez que pase por allí.

La hospitalidad hacia el profeta recibe de Dios el premio de una fecundidad siempre esperada. Aconsejado por Guejazí, su criado, Eliseo promete a aquel matrimonio que el año próximo por la misma época, la mujer estaría ya abrazando a un hijo (2 Re 4,8-14).

En el evangelio de este domingo se recuerda el discurso de misión que Jesús dirige a sus apóstoles (Mt 10,37-42). En él se incluyen siete observaciones importantes. Son cuatro advertencias sobre el desprendimiento que se pide al enviado y tres gestos de hospitalidad que se esperan de una comunidad cristiana ideal:

- Habrá de acoger a los enviados como si acogiera al Señor que los envía.

- Habrá de recibir a los profetas, no solo por cortesía, sino tan solo por ser profetas.

- Habrá de mostrarse siempre hospitalaria con los discípulos del Maestro.

 

EL JUSTO

Estas observaciones se refieren a la persona de Jesús. Así lo indica el estribillo que se repite al fin de casi todas las indicaciones. “El que no me sigue no es digno de mí”. “El que pierda su vida por mí, la encontrará”. “El que os recibe, me recibe a mí”.  

            Es Jesús el que habla. Es Él quien motiva las decisiones radicales del creyente. Es Él el único por quien se puede entregar la vida. Es Él quien es recibido cuando se recibe a sus mensajeros y a sus discípulos.

Solo hay una frase que constituye la excepción y no incluye una referencia explícita a Jesús: “El que recibe a un justo por ser justo, tendrá paga de justo”. Esta frase parece ser el resumen de todas las demás. ¿No habría que escribir con mayúscula la última palabra? Quien recibe a un justo, recibirá la recompensa del Justo que con él se ha identificado.

 

EL ENVIADO

El verbo “recibir” aparece muchas veces en la boca de Jesús, como un eco de la   hospitalidad, propia de su pueblo. Y un signo del reino de la gratuidad que Él anunciaba.

• “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí”. Con estas palabras, el Maestro se identifica con sus apóstoles. E invita a las comunidades de la segunda hora a no mirar con nostalgia los tiempos de la primera comunidad. No tuvieron más privilegio los que oyeron a Jesús que los que en el día de hoy prestan atención a sus enviados.

• “El que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado”. Con esta expresión el Maestro se identifica con el Padre celestial. El que envía es a su vez un enviado. Pide fidelidad a la misión, porque Él ha sido fiel a la misión que le ha sido confiada. También hoy, quien cree en Jesús no se aleja de Dios, sino todo lo contrario.

 

- Señor Jesús, sabemos y confesamos que tú has sido enviado por el Padre celestial. Creemos también que nos envías a nosotros por los caminos del mundo para anunciar con fidelidad tu mensaje de salvación. Y queremos ser conscientes de que la hospitalidad que recibamos se debe solamente a ti.

José-Román Flecha Andrés

 


Domingo 12º del tiempo ordinario. A
21 de junio de 2020


El profeta Jeremías oía el cuchicheo de los que, al verle pasar, se decían unos a otros: “Delatadlo; vamos a delatarlo… A ver si se deja seducir y lo violaremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él” (Jer 11,10). El delito de Jeremías no era otro que advertir a su pueblo de su impiedad e inmoralidad.
Un obispo había denunciado los crímenes que con toda impunidad se cometían en la región. Poco tiempo después murió en un accidente inexplicable. Su sucesor ha seguido levantando una voz profética contra el narcotráfico y los abusos del poder. Terminaron por hacerle la vida imposible.
Son sólo dos ejemplos. Pero hay centenares de víctimas que caen por su amor al bien y la verdad. La época de las persecuciones contra los mensajeros del evangelio no terminó con el edicto de Milán, dictado por el emperador Constantino.
Al principio de cada año nos impresiona leer la lista de los que han sido asesinados por su fidelidad a la fe de Jesucristo. Evidentemente, como decía la novelista inglesa Rebecca West, “nadie gusta de ser rociado con sal en sus heridas, aunque sea la sal de la tierra”.

EL CREYENTE Y LOS GORRIONES
En el evangelio que hoy se proclama (Mt 10, 26-33), Jesús repite hasta tres veces la exhortación “No tengáis miedo”. Juan Pablo II escribía en su primera encíclica Redentor del Hombre, que hoy vivimos apresados por el miedo. Pero esa tentación parece muy antigua. Jesús ofrece a sus discípulos tres razones para superar el miedo:
- No han de tener miedo a los hombres, porque sirven a la verdad y la mentira termina por ser descubierta.
- No han de temer a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma, porque muerto el cantor no muere el cantar.
- No han de tener miedo, porque el Padre celestial los conoce personalmente y vela por ellos.
Para apoyar esas llamadas a la confianza se pone en boca de Jesús una pequeña y simpática parábola: “¿No se vende un par de gorriones por unos cuartos?; y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros, hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo, no hay comparación entre vosotros y los gorriones”.

APÓSTOL O APÓSTATA
No tener miedo es la parte “negativa” de la misión profética. Pero no basta con ella. El profeta ha de hacer algo positivo: ponerse de parte de Jesús ante los hombres. De esa confesión de fe y fidelidad en el presente, depende el futuro que ahora se prepara.
• El evangelio anota la actitud del apóstol: la disposición para presentarse como discípulo del Maestro en toda circunstancia. Si uno se pone de parte de Jesús ante los hombres, Él se pondrá de su parte ante el Padre celestial.
• Pero el evangelio anota también la actitud del apóstata: la decisión de renegar del Maestro por temor a perder prestigios humanos y ganancias terrenas. Si uno niega a Jesús ante los hombres, Él también lo negará ante el Padre celestial.
- Señor Jesús, tus mismos enemigos reconocían que eras sincero y enseñabas el camino de Dios con franqueza (Mt 22,16). Danos tu luz y tu fuerza para que superemos los miedos que nos atan y te confesemos con verdad y valentía. Amén.
 

José-Román Flecha Andrés


Solemnidad de Pentecostés. A

31 de mayo de 2020

 

“De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de un viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados” (Hech 2,2). Se celebra la fiesta de Pentecostés y los apóstoles están reunidos en Jerusalén. Los imaginamos preocupados, tras la aparente desaparición del Señor. Seguramente se preguntan cómo iniciar la misión que él les ha confiando.

El relato evoca la manifestación de Dios en el Sinaí. La tormenta es imprevista. Un fenómeno llegado del cielo sacude la percepción de los apóstoles. Sus oídos y sus ojos son interpelados por algo sosprendente. El trueno se deja “oír” por todos. Y a continuación, unas lenguas como de fuego se dejan “ver” sobre cada uno de ellos.  

 Es la presencía del Espíritu de Dios. Es como una nueva creación. Una nueva manifestación de lo divino. Una elección y una misión. Todos ellos parecen encarnar ahora la figura de Moisés. Pero ya no habrán de dirigirse solo al pueblo de Israel. Habrán de hablar a todas las gentes y serán entendidos por todas las lenguas.

 

EL ESPÍRITU ES LA FUENTE

El evangelio que se proclama en esta fiesta de Pentecostés (Jn 20,19-23) nos remite a aquel primer día de la semana en que Jesús resucitado se presentó en medio de sus discípulos y les deseó la paz. Ellos lo reconocieron al ver sus llagas y se llenaron de alegría.

Además, Jesús sopló sobre sus discípulos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos”.

• Recibir el Espíritu Santo es acercanos a la fuente. La verdad que podamos anunciar y el bien que podamos hacer no brotan de nuestra mente iluminada y de nuestra buena voluntad. Solo el Espíritu puede librarnos de las tentaciones de gnosticismo y de pelagianismo, que denuncia el papa Francisco en su exhortación “Gaudete et exsultate”.

• Perdonar o retener los pecados no depende de nuestra personal apreciación de la responsabilidad de los demás. Solo el Espíritu puede mover a los pecadores a la conversión y concedernos el discernimiento para evaluar la responsabilidad, la culpa y el arrepentimiento. De él viene el perdón y la docilidad para transmitirlo.  

 

ENVÍO Y TESTIMONIO

Pero antes de ese precioso encargo, Jesús manifiesta ante sus discípulos las credenciales que lo avalan: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Es preciso conocer y reconocer lo que garantiza su autoridad y fundamenta nuestra responsabilidad.

• “Como el Padre me ha enviado”. Jesús se sabe enviado por el Padre celestial. Atender a su voluntad era su comida. Escucharla y cumplirla era el sustento de su vida y la razón de su actuación en el mundo.

• “Así también os envío yo”. Pero Jesús había querido buscar colaboradores para anunciar la llegada del Reino de Dios. El que había sido enviado, los envía a ellos y nos envía a nosotros a anunciar la presencia misericordiosa de Dios.

- Señor Jesús, te damos gracias porque nos has elegido gratuitamente para continuar la misión que el Padre te ha confiado. Tú sabes que somos débiles y miedosos. Envíanos tu Espíritu para que nos dé la lucidez y la fuerza para ser siempre y en todo lugar testigos de la verdad y del perdón. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Ascensión del Señor a los Cielos. A

24 de mayo de 2020

 

En la primera lectura que hoy se proclama (Hech 1,1-11) se recuerda la Ascensión del Señor y nuestra responsabilidad como continuadores de su misión. En el relato hay algunos datos que resultan muy interesantes.

• En primer lugar, observamos que en apenas tres versículos se mencionan hasta cinco veces las referencias a la vista. De alguna forma se trata de subrayar tanto la realidad visible del Señor como el valor del testimonio de sus discípulos.

• Sin embargo, aparecen dos hombres que nos recuerdan a los que el evangelio de Lucas había situado al lado del sepulcro vacío de Jesús (Lc 24,4). En un caso y en otro, se insinúa que la visión humana es insuficiente sin una explicación celestial.

• Finalmente, la nube que oculta a Jesús nos recuerda la que lo envolvía en el momento de la transfiguración (Lc 9,34). En ambos casos, la nube representa el poder del Altísimo, presente ya en el nacimiento de Jesús (Lc 1,35).

 

EL TRIPLE ENCARGO

En el final del evangelio de Mateo que se proclama en este día, se recoge el triple encargo que Jesús deja a sus discípulos (Mt 28,16-20):

• Él los envía para que, apoyados en su poder, vayan por el mundo con una misión universal: la de hacer discípulos a todos los pueblos.

• Junto al anuncio de la salvación han de recordar la misión de bautizar a las gentes en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espiritu Santo.

• Y finalmente han de enseñar a todos los hombres a guardar los mandamientos que Jesús les ha dejado.  

La Ascensión de Jesús a los cielos pone en marcha a la Iglesia para que anuncie el evangelio a todas las gentes.

 

PRESENCIA Y COMPAÑÍA

La triple tarea que Jesús deja a sus discípulos no habría de ser fácil. Sin embargo, el Señor promete a los suyos que él los acompañará a lo largo de los tiempos. Esa certeza alentará a todos los evangelizadores:

• “Yo estoy con vosotros”. Ya antes de su nacimiento, Jesús había sido anunciado por el ángel como el Emmanuel, es decir, el “Dios con nosotros”. Al final de su camino terreno, él se ha atribuido finalmente ese nombre. Y nosotros creemos en la sinceridad de su promesa.

• “Todos los días”. Nos alegra pensar que Dios está con nosotros en los momentos de triunfo y así lo celebran los que creen en él. Pero él también nos acompaña en los dias de tormenta y de hospital, en las noches de pandemia y de soledad.  

• “Hasta el fin del mundo”. No podemos creernos los primeros cristianos. Pero tampoco seremos los últimos. Las dos tentaciones son igualmente peligrosas. Somos un sencillo eslabón en la cadena de los que creen, esperan y aman. Vivimos recordando el pasado y acordando la paz para el futuro, pero siempre bien atentos al presente.

 

- Señor Jesús, tú nos has confiado el alto honor y la gran responsabilidad de anunciar el evangelio a todas las gentes. Te rogamos que nos concedas luz para conocerlo y valentía para anunciarlo con alegría. Confiamos en tu presencia y compañía. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 6º de Pascua

17 de mayo de 2020

 

“Felipe bajó a la ciudad de Samaría y les predicaba a Cristo. El gentío escuchaba lo que decía, porque habían oido hablar de los signos que hacía… La ciudad se llenó de alegría” (Hech 8, 5-8).

Jesús había enviado a sus discípulos a ser sus testigos en Jerusalén, en Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra (Hech 1,8). Algunos samaritanos habían acogido a Jesús y otros le habían negado hospedaje. Un leproso samaritano se habìa mostrado agradecido a Jesús, que lo había curado.

Los samaritanos eran considerados como enemigos de los judíos. Pero ahora, la misión de Felipe llena de alegría a toda aquella ciudad. El esparce una siembra, cuyos frutos recogerán los apóstoles Pedro y Juan al imponer las manos a los que han escuchado el mensaje y reciben el Espíritu.

El texto marca un itinerario para la misión. Tambien hoy, hemos de estar dispuestos a dar razón de nuestra esperanza, con delicadeza y con respeto, como nos lo pide la primera carta de Pedro (1 Pe 3,15).

 

LA PRUEBA DEL AMOR

 

El evangelio que hoy se proclama (Jn 14,15-21) nos sitúa de nuevo en el escenario de la última cena. Entre las palabras de despedida, Jesús deja un mensaje muy rico:

• En primer lugar ofrece a sus discípulos la señal definitiva de la sinceridad del amor. No son las palabras las que cuentan, sino las obras. La prueba de su amor al Maestro ha de ser el cumplimiento de sus mandatos.

• Consciente de que sus seguidores se sentirán huérfanos, Jesús les promete volver y acompañarlos. Sin embargo, no lo verán los que viven con el espíritu de la mundanidad, del que ahora habla el papa Francisco.

• Por otra parte, los discípulos de Jesús no deberán esperar bienes terrenos como recompensa a su amor. Si aman de verdad a Jesús y guardan sus mandatos, serán también amados por el Padre de los cielos, al que Jesús ama y se manifestará.  

 

 EL DEFENSOR Y ABOGADO

 

  En realidad, Jesús parece preocupado por la sensación de orfandad que pueden vivir sus discípulos. Los de la primera hora y los de todos los tiempos. Por eso introduce en su discurso una promesa que seguramente no esperaban:

• “Yo pediré al Padre que os envíe otro Paráclito”. Esa palabra griega puede traducirse como Abogado o Consolador. En el discurso de las bienaventuranzas, Jesús había dicho que los que lloran serán “consolados”. Este anuncio evoca aquella promesa.

• “Él estará siempre con vosotros”. Antes de su nacimiento Jesús había sido anunciado como el Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”. En su despedida dirá “Yo estaré con vosotros todos los días”. Este otro Consolador, hará sentir la presencia del Señor.

• “Será el Espíritu de la verdad”. Para el evangelio, la verdad no es solo un conjunto de certezas. En el mismo evangelio de Juan se dice que “la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo” (Jn 1,17). El Espíritu habrá de revelar el don gratuito de esa verdad.

- Señor Jesús, tú conoces nuestras tentaciones. Tememos la soledad más que al error. Estimamos nuestros intereses más que tus mandamientos. Y valoramos nuestra libertad más que tu amor y el del Padre celestial. Envíanos tu Espíritu, para que non ayude a cambiar nuestra mentalidad y nuestras opciones de vida. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 5º de Pascua. A

10 de mayo de 2020

 

 “Al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea, porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas” (Hech 6,1). Así comienza la primera lectura de este domingo quinto de Pascua. Es este un relato lleno de lecciones también para nosotros.

En primer lugar, vemos que la comunidad cristiana primitiva acoge a gentes de diferentes lenguas y culturas. La primera crisis no procede de la diversidad de creencias o de una herejía, sino de un problema práctico, referido a la justicia y a la convivencia.

En segundo lugar, esa crisis se soluciona por medio del diálogo fraterno y por el reparto de responsabilidades. Una dificultad práctica da origen a una institución nueva, como el diaconado. También hoy la Iglesia ha de estar atenta a los “signos de los tiempos”.

En realidad, solo la fe en Jesucristo, piedra angular de la Iglesia, nos ayudará a vivir como pueblo adquirido por Dios para anunciar a todos los vientos el gozo de haber sido llamados de las tinieblas para vivir en una luz maravillosa (1 Pe 2,9).

 

NO SABEMOS EL CAMINO

El evangelio que hoy se proclama nos lleva de nuevo a la sala de la última cena de Jesús con sus discípulos (Jn 14,1-12). De nuevo escuchamos otra dificultad del apóstol Tomás, que dice a Jesús: “Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?”

En estos tiempos, el acoso de las ideologías, la presión de la publicidad y la autosuficiencia de los intelectuales, que ya denunciaba el filósofo Karl R. Popper, ha llevado a mucha gente a sentirse desorientada. Son muchas las personas que tienen la impresión de no saber qué camino seguir para vivir en serenidad y alcanzar la paz y la justicia.

Además, el fulgurante estallido de una pandemia universal como la del COVID 19 nos ha obligado a vivir aislados por varias semanas, a replegarnos sobre nosotros mismos, a asistir impotentes a la muerte de muchos familiares y amigos. Más que nunca nos hemos sentido desorientados y sin saber el camino que había que tomar.

 

PERO JESÚS NOS ORIENTA

 En el capítulo 10 del Evangelio de Juan, Jesús se presentaba como la puerta del redil, que ofrece a sus ovejas defensa y libertad. En el capítulo 14 Jesús muestra el sendero para llegar a su Padre, que es también nuestro Padre.  Una triple revelación del sentido de la vida y y una triple protesta contra las infamias que nos seducen:

• “Yo soy el camino”. Corremos el riesgo de desviarnos cuando tratamos de seguir los caminos que nos señala nuestra autosuficiencia. Con demasiada frecuencia aceptamos sin rechistar las pistas que nos presentan los interesados en desorientarnos.  

• “Yo soy la verdad”. Tenemos el peligro de repetir rutinariamente que “nada es verdad y mentira; que todo es del color del cristial con que se mira”. Nos tragamos ingenuamente las mentiras que se nos ofrecen y caemos en un relativismo infame.  

• “Yo soy la vida”. Ya no hay duda de que estamos viviendo en una “cultura de la muerte”. Se ha convertido en un inmundo negocio dar muerte a los no nacidos, a los mayores, a las víctimas de la droga o a los secuestrados en una parte y otra del mundo.

- Señor Jesús, que tu Espíritu nos ayude a superar las tentaciones que nos esclavizan. Te necesitamos a ti para no andar descaminados. Necesitamos tu orientación para poder seguir con alegría tu camino, para aceptar y proclamar con valentía tu verdad y para difundir en nuestro tiempo la cultura de la vida. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 4º de Pascua. A

3 de mayo de 2020

 

“Conozca toda la casa de Israel que al mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías” (Hech 2,36). Ese es el núcleo del discurso que Simón Pedro dirige a las gentes de Jerusalén en la mañana de Pentecostés.

El que había negado a Jesús hasta tres veces ha recibido ahora del Espíritu la fuerza profética para anunciar al que es la Vida y denunciar a los que le dieron la muerte. Ese es el núcleo de la fe cristiana. El Crucificado es el Resucitado. Y por el Viviente nos llega la vida también a nosotros, afectados por el temor a la pandemia y a la muerte.

También en estos momentos de turbación podemos repetir las palabras del salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22,1).

Para muchos hermanos nuestros, que se han entregado al servicio de los contagiados por el virus, trae un importante mensaje la segunda lectura de la misa de hoy: “Que aguantéis cuando sufrís por hacer el bien, eso es una gracia por parte de Dios” (1 Pe 2,20).

 

TRES PERSONAJES

  Al comienzo del texto evangélico que se proclama en este año (Jn 10,1-10), se nos presentan tres personajes, que tienen algo que ver con el rebaño.  En las primeras comunidades había que dar algunos criterios para reconocer al ladrón, al pastor y al guarda.

• “El que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas… ese es ladrón y bandido”. No todos los que se presentaban como pastores lo eran en realidad. No servían al rebaño, sino que pretendían servirse de él. Hay que preguntarse si esa figura no se encuentra también hoy.

• “El que entra por la puerta es pastor de las ovejas”. Los que entraban por la puerta daban muestras de su vocacion, de su sinceridad, de su responsabilidad, de su entrega y de su amor a las ovejas del rebaño. Bien sabemos que esa figura vive también hoy entre nosotros.

• “A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz”. El guarda defiende de los ladrones al rebaño y facilita la entrada y el trabajo de los buenos pastores. Ese guarda es el Espíritu de Dios que actúa también hoy a través de sus enviados.

 

Y UNA RELACIÓN

Después de referirse a esos tres personajes que entran en juego ante el rebaño, Jesús apela a otra imagen, necesaria en el redil: “Yo soy la puerta de las ovejas”. ¿Qué significa esta imagen para nosotros?

• En este tiempo en que la pandemia nos ha obligado a permanecer en cuarentena, hemos podido comprender que la puerta cierra la casa, evita que entren los extraños, nos libra del contagio y preserva nuestra intimidad. Todo eso es Jesús para nosotros.

• Pero en este tiempo en que nos hemos visto confinados en nuestra casa también hemos descubierto que la puerta nos abre y facilita el encuentro, el diálogo los gestos de amistad y de entrega hacia los demás. Y también eso nos lo concede Jesús en esta situación concreta.

Jesús es la puerta. Por él podemos ir a encontrarnos con Dios. Por él Dios nos visita, nos acoge y nos perdona. Y por él encontramos a todos nuestros hermanos, sabiendo que hemos de estar abiertos para ellos, al igual que ellos se abren a nosotros.

- Señor Jesús, tú eres la puerta santa,  por la cual el Padre nos ha enviado la salvación y por la cual nosotros podemos penetrar de alguna manera al misterio de Dios. Tú eres la puerta humilde y sencila que nos facilita el encuentro y la comunicación con nuestros hermanos y que se abre para acogerlos con hospitalidad. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 3º de Pascua. A

26 de abril de 2020

 

“A Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos” (Hech 2,32). Ese es el núcleo del mensaje que Simón Pedro dirige a los judíos, a los habitantes de Jerusalén y a los peregrinos que han llegado a la ciudad para la celebración de la fiesta de Pentecostés.

• Pedro recuerda la misión y la obra de Jesús, al que Dios acreditó con los milagros y prodigios que fue realizando a la vista de todos.

• Proclama que aunque muchos de sus oyentes colaboraron para que Jesús fuera condenado a muerte de cruz, Dios lo resucitó de entre los muertos.

 • Y, finalmente afirma que los discípulos han recibido el Espíritu Santo para dar testimonio de la resurrección de Jesús, que es el Mesías esperado.

Según la primera carta de Pedro, los cristianos saben que su fe y su esperanza se apoyan en el Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (1 Pe 1,18-21).

 

NUESTRA ILUSIÓN

 El evangelio que se proclama en este tercer domingo de Pascua es un bello resumen de la catequesis cristiana (Lc 24,13-36). En él se recuerda el doble camino de dos discípulos de Jesús. Mientras se alejan de Jerusalén comparten la amarga experiencia del desaliento. Aquel en quien habían creído ha muerto. Y con él ha muerto su esperanza.

En esos dos peregrinos se ve reflejada la actitud de muchas personas de este mundo y de este tiempo. Durante algún tiempo han depositado las razones para vivir y para esperar en la economía, en la técnica, en los medios de comunicación, en los dirigentes políticos. Y de pronto, perciben que esos pretendidos fundamentos carecen de raíces.

Algunos de ellos manifiestan que comprenden que la fe de los cristianos les parece honrada y plausible. Pero simplemente no les interesa. Han decidido dejar atrás la fe que recibieron y los relatos en los que parecía apoyarse. Prefieren hacer su propio camino, aunque no les entusiasme. El camino de Jerusalén a Emaús refleja una ilusión que ha quedado bruscamente frustrada.

 

NUESTRA DEBILIDAD

Pero los discípulos que se dirigen a Emaús, todavía conservan la capacidad para escuchar y aceptar una corrección por parte de un extraño compañero de camino.

• También en este tiempo, ese otro peregrino se presta a acompañarnos por el camino y a escuchar nuestro lamento.

• También en esta hora, ese peregrino misterioso está decidido a ayudarnos a recordar las palabras que dieron sentido a nuestra vida.

• También en este momento, ese peregrino tiene palabas que pueden estimularnos y calentar nuestro corazón.

• También hoy, ese peregrino acepta  compartir nuestra cena, y puede transformar nuestro pan en fuente de vida, de luz y de sentido.

- Señor Jesucristo, tú sabes que también nosotros hemos visto derrumbarse el edificio que creíamos haber construido para que nos albergara. Tú ves que la pandemia ha venido a revelar nuestra debilidad y a fomentar en nosotros la desesperanza. Ayúdanos a reconocer tu presencia, a escuchar tu palabra y a recorrer el camino alimentados por tu pan. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


Segundo domingo de Pascua. A

19 de abril de 2020

 

“Los hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hech 2,42). Así resume el libro de los Hechos de los Apóstoles lo que mantiene a la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén.

En medio de un ambiente que no les era favorable, los hermanos retenían los puntos que significaban y fomentaban la unidad. De hecho, trataban de conservar la formación en la fe, el amor entre los hermanos, la celebración de la cena del Señor y la oración compartida.

Con el salmo evocamos con admiración hacia aquel pasado lejano y, al mismo tiempo, agradecemos y cantamos la ayuda de Dios en este momento tan difícil: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 117).

La primera carta de Pedro nos anima a seguir confiando en el Señor: “Sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavia, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas” (1 Pe 1,3-9).  

 

TRES DONES

El evangelio que se proclama en este domingo de la Divina Misericordia une dos apariciones de Jesús a sus discípulos. No viene a reprenderlos por haberlo abandonado en el huerto de los olivos. En ambos casos, el Señor los saluda con el deseo de la paz. Tres detalles configuran la primera manifestación, de la que está ausente Tomás.

• En primer lugar, Jesús les muestra las manos y el costado como señales de su identidad. Él es el mismo al que han acompado por los caminos. Y es el mismo que ha sido clavado en la cruz. Sus llagas lo identifican.

• En segundo lugar, Jesús les comunica que los envía por el mundo, al igual que el Padre lo había enviado a él como mensajero y testigo de su misericordia. Ellos habrán de ser los enviados por el enviado por el Padre.

• Y en tercer lugar, Jesús sopla sobre ellos y les infunde el Espíritu Santo, con el encargo de perdonar y retener los pecados. El aliento de Dios, que se cernía sobre las aguas primordiales, realizará ahora a través de ellos una nueva creación.

He ahí tres tres dones del Señor resucitado, que revelan su misericordia: la contemplación de las llagas, el envío al mundo y la entrega del perdón de Dios.

 

LA LECCIÓN DE LAS LLAGAS

En la segunda manifestación está presente Tomás, llamado el Mellizo. Tras desear la paz a todos, Jesús se dirige directamente al único discípulo que se había mostrado dispuesto a subir con su Maestro a Jerusalén y a morir con él si era preciso.

Ahora parece molesto porque Jesús se ha aparecido a los discípulos cuando él estaba ausente. Por otra parte, le escandaliza que se gocen de la presencia del resucitado quienes no quisieron aceptar su muerte. El relato incluye tres lecciones:

• No hay resurrección sin muerte. Las llagas que conserva Jesús son el testimonio palpable de su entrega por nosotros.

• También la Iglesia ha de dejar ver sus llagas y ha de estar dispuesta a tocar las llagas de los que sufren, con los que Jesús se ha identificado.

• El Señor resucitado nos revela la bienaventuranza de los que creen en él, a pesar de ver sus llagas y de haber conocido su aparente derrota.

- Señor Jesús, tú nos invitas a anunciar tu resurrección a todos nuestros hermanos, especialmente a los que parecen estar ausentes cuando tú te manifiestas. Ayúdanos a aceptarte en tu realidad divina y humana y a mantener la fe en tu presencia. Amén.

José-Román Flecha Andrés


AUSENCIA Y PRESENCIA

Domingo de Pascua. A

12 de abril de 2020

 

 

“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”

(Jn 20,2)

 

Señor Jesús, con las primeras luces del alba María de Magdala descubrió que tu sepulcro estaba vacío. A toda prisa fue a anunciar la noticia a tus discípulos. Con razón ha sido llamada “apóstol de los apóstoles”.

Pero todo el relato nos extraña. ¿Esperó al amanecer o salió al campo caminando en las tinieblas? ¿No había pensado en los riesgos que corría al abrir el sepulcro? ¿Fue ella sola hasta el sepulcro o se hizo acompañar por las otras mujeres que habían presenciado tu sepelio?

Evidentemente, estas preguntas no interesaban en el relato. Cuando nos arrastra la curiosidad, no dejamos espacio al asombro, ese rocío mañanero que ayuda a la fe a brotar en la tierra reseca de la estepa.

María encontró vacío tu sepulcro. Eso es lo que importa. Ella podía dar testimonio de que allí había sido depositado el cuerpo de su Maestro. Y ella puede dar testimonio de que ya no se encontraba donde fue dejado por tus amigos.

Como ella, no encontramos explicación para la evidencia. Una cosa era clara para María. Tu cuerpo fue confiado a la roca, pero la roca no podía contenerlo para siempre.

Como muchos de nosotros, María tuvo que sufrir el dolor de experimentar tu ausencia. Ni siquiera le quedaba el exiguo consuelo de saber dónde reposaba tu cuerpo. De pronto se quedaba sin ese triste anclaje que todos necesitamos.

No sabía dónde te habían puesto. Y no lo sabía ella, que se sentía con el derecho de saberlo. Con todo, la luz del alba venció a las tinieblas. Y pronto habría de saber que tu ausencia revelaba el milagro de tu presencia universal. Tú te harías presente a los tuyos en mil formas y en mil lugares.

Hoy tan solo me hace falta abrir los ojos a la luz de la mañana para descubrirte presente entre nosotros. A ti, que eres nuestro Maestro. A ti que eres la vida de nuestra vida. A ti que eres el Señor.

 

 

José-Román Flecha Andrés


JUEVES SANTO

 

1. Este es uno de aquellos tres jueves que, según el verso popular, “relumbran más que el sol”. En la misa vespertina del jueves santo celebramos la cena del Señor.

En la primera lectura de la misa (Éx 12,1-8.11-14), la evocación de la institución hebrea de la cena pascual nos invita a agradecer la liberación de Dios, que se ha hecho realidad definitiva en Jesús, el cordero de la nueva pascua.

En la segunda lectura, San Pablo recuerda cómo Jesús entregó su propia vida en la entrega del pan y del vino (1 Cor 11,23-26). Por eso, cada vez que comemos de ese pan y bebemos de ese cáliz, proclamamos la muerte del Señor, hasta que vuelva. Con razón, en cada eucaristía, anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección y manifestamos nuestro deseo de que venga a juzgar a los vivos y los muertos, completando su obra de salvación.

 

2. La lectura del evangelio de Juan (13,1-15) nos presenta a Jesús, lavando los pies a sus discípulos, para darnos ejemplo de humildad y de mutuo servicio en el amor. Así dice Jesús: “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.

El lavatorio de los pies es en el evangelio de Juan el equivalente a la institución de la Eucaristía que se recuerda en los tres evangelios sinópticos.

Ambos gestos nos revelan la entrega de Jesús. En uno se muestra como el Señor que se hace siervo, en el otro se muestra como el maestro que entrega su vida en alimento y en bebida. Como canta el prefacio de hoy, “su carne, inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece; su sangre derramada por nosotros, es bebida que nos purifica”.

Así pues, la institución de la eucaristía, la misión del sacerdocio ministerial y el mandato supremo del amor mutuo, a ejemplo de Jesús, centran nuestra meditación en este día sagrado. Por esos tres dones damos gracias en la adoración eucarística de esta tarde-noche.

 

3. Con espíritu agradecido hacemos nuestra la oración colecta de la Iglesia, reunida este día ante el misterio de la eucaristía:

“Señor Dios nuestro, nos has convocado esta tarde para celebrar aquella misma memorable Cena en que tu Hijo, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el banquete de su amor, el sacrificio nuevo de la Alianza eterna; te pedimos que la celebración de estos misterios nos lleve a alcanzar plenitud de amor y de vida. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.

 

José-Román Flecha


LA MUERTE Y LA JUSTICIA

Domingo de Ramos. A

5 de abril de 2020

 

            Este año no tendrá su habitual esplendor la bendición y la procesión de los ramos que nos introduce en el ambiente de la Semana Santa. Recibimos al que viene a nosotros en el nombre del Señor. Viene, pero hay que abrir los ojos del alma para descubrirlo en los que sufren. Nuestras palmas no son las de la victoria, sino las del martirio.  

            Con ese talante evocamos la figura del Siervo del Señor. “El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos” (Is 50,4). Ofrecer aliento y escuchar el lamento. Dos actitudes necesarias para el discípulo, siempre y en todo lugar. Pero especialmente urgentes en este momento de abandono y de muerte.

Ya sabemos que no es fácil. Hay que acomodar la lengua y el oído para ajustarlos a la Palabra que da vida. Hay que tratar de asemejarse al Señor que, siendo de naturaleza divina , “se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo y se hizo obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz” (Flp 2,6-11).

 

CUATRO DETALLES

En este año nos corresponde leer la pasión de Jesús según san Mateo. En ella encontramos al menos cuatro rasgos exclusivos de este evangelista:

• Solo en este texto Jesús proclama que bien podría acudir a su Padre, que pondría a su disposición legiones de ángeles.

• Solo en este texto se narra la muerte de Judas, que traiciona a Jesús como Ajitófel (2 Sam 17,23) hiciera con David.  

• Solo en este texto se subraya el efecto cósmico de la muerte de Jesús, al anotar el temblor de la tierra y la apertura de los sepulcros.  

• Solo en este texto se suaviza la presentación de Pilato, cuya mujer ve a Jesús como inocente, lo que le hace descargar su responsabilidad sobre los judíos y poner una guardia junto al sepulcro del Justo.

 

LA SANGRE DE CRISTO

Este relato evangélico contrapone de forma dramática el silencio de Jesús ante Pilato y los gritos de los representantes del pueblo ante el procurador:

• “Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Esta propuesta puede aplicarse a toda la sociedad actual. No se respeta la vida humana, ni en su comienzo ni en su final. Y se acepta con tranquilidad el paso de la muerte por el mundo.  

• “Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. En un momento en el que una pandemia mortal atenaza a todo el mundo, nos preocupamos más de las seguridades materiales que de abrir nuestra conciencia ante el Señor.

• “Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Sin embargo, también nosotros podemos y debemos convertir este deseo en oración. Que la sangre de Jesucristo nos limpie de nuestros pecados y corrupciones.

- Señor Jesús, no queremos creer que tu sangre ha sido derramada en vano. Mira el avance despiadado de la muerte por todos nuestros caminos. No ignores la mentira y la prepotencia que nos ahogan. Compadécete de los humildes y marginados que no encuentran protección. Y muestra a los poderosos el camino de la justicia. Amén.  

  José-Román Flecha Andrés


Domingo 5º de Cuaresma. A

29 de marzo de 2020

 

“Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío… Os infundiré mi espíritu y viviréis” (Ez 37,12-14). Con este oráculo divino el profeta Ezequiel trata de despertar la esperanza de las gentes de su pueblo que están padeciendo el exilio en Babilonia. Dios les promete el retorno a su tierra. Porque solo él es su Dios.    

El famoso salmo “De profundis” resonaba en otro tiempo en todos los funerales. Nos costó algún tiempo llegar a descubrir que era un hermoso canto de esperanza. Aunque los tiempos sean difíciles y nos amenacen todas las plagas, nuestra alma sigue esperando en el Señor y en su palabra, porque solo de él viene la redención  (Sal 129).

Si las imágenes utilizadas por Ezequiel reflejaban el anhelo de una vida más allá de la muerte, ese deseo es asegurado por Pablo en su carta a los Romanos: “Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús, vivificará también vuestros cuerpos mortales” (Rom 8,11).

 

LA AMISTAD Y LA FE

La resurrección de Lázaro nos hace ver que las antiguas intuiciones se han hech presentes por medio de Jesús (Jn 11). Él ha venido para dar la vida a los muertos. La vida del espíritu a los que han muerto por el pecado. Y la vida sin fronteras ni final, para los que le confían esta vida caduca y quebradiza.

Al llegar a Betania, Jesús se acerca a la tumba de su amigo Lázaro y pronuncia una oración en la que da destimonio de su confianza: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado”. Si sus lágrimas nos muestran la sinceridad de su amistad, su oración nos revela la hondura de su fe.

Entre los que han llegado hasta Betania para acompañar en el duelo a Marta y a María, algunos demuestran creeer en este profeta que es capaz de dar la vida a un muerto. Sin embargo, otros deciden condenarlo tan sólo por haber librado de la muerte a su amigo. Efectivamene, ese “signo” le costará a él mismo la vida.

En estos tiempos marcados por la indiferencia, nosotros nos alegramos de contar con buenas amistades. Y, sobre todo, nos alegramos de tener por amigo a Jesús. Él es el camino, la verdad y la vida. Él nos comunica razones para vivir y motivos para esperar. Él se acerca  a nuestros sepulcros y nos llama siempre a la vida.

 

EL DON DE LA VIDA

 Con todo, antes de dar la vida a su amigo, Jesús ha debido escuchar el reproche de Marta y María, las hermanas de Lázaro, que lamentan que Jesús no haya llegado antes a Betania. Pero él se revela en las palabras que dirige a Marta:

• “Yo soy la resurrección y la vida”. Creer es vencer a la muerte. Jesús participa del poder del Padre. Él es la fuente de la vida humana y de su sentido. Él le aporta su rescate definitivo cuando nuestra vida ha sido secuestrada por el pecado y por la muerte.

• “El que cree en mí aunque haya muerto vivirá”. Creer es crear. Pero significa haber sido creados. Cuando las esperanzas humanas se agotan, en él se recobran. La muerte física no es el final del camino, si ha estado marcado por el amor del Señor y por la fe en él.

• “El que está vivo y cree en mí no morirá para siempre”. Creer en Dios implica aceptar y agradecer una vida con horizontes de eternidad. A la vida física es preciso que se añada la fe en el Mesías Jesús. Sólo así será realmente vencida la muerte.

- Señor Jesús, tú nos has enseñado el valor de la amistad humana. Pero, sobre todo, nos has regalado el don de la vida verdadera. Creemos que tú eres la resurrección y la vida. Por el Espíritu que te ha guiado por los caminos y te ha resucitado de entre los muertos, también nosotros hemos sido liberados del sepulcro. Bendito seas por siempre, Señor.  

 

  José-Román Flecha Andrés


Domingo 4º de Cuaresma. A

22 de marzo de 2020

 

“Levántate y úngelo de parte del Señor, pues es este” (1 Sam 16,12). Samuel había llegado hasta Belén y había entrado en la casa de Jesé. Dios lo había enviado para buscar al que había de ungir como rey. Fijándose en la apariencia de los muchachos, el profeta hubiera elegido a cualquiera de los hijos de Jesé.

Pero Dios tiene unos criterios muy diferentes con relación a las personas. De hecho, el proyecto de Dios se centraba precisamente en David, el menor de los hermanos, que estaba en el campo, pastoreando el rebaño. No es insignificante ese dato. Con razón el salmo responsorial nos invita hoy a cantar: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22,1).

En la carta a los Efesios, se nos recuerda que, gracias a la elección misericordiosa de Dios, los que antes éramos tan solo tinieblas, ahora hemos llegado a ser luz y, por tanto, estamos llamados a vivir como hijos de la luz (Ef 5,8-14).

 

TRES PASOS

En el evangelio de este domingo cuarto de cuaresma parecen recogerse esas dos referencias a la unción y a la luz. En Jerusalén, Jesús se encuentra con un ciego de nacimiento y realiza un gesto sorprendente. Con su saliva y la tierra, hace un poco de barro y con él unge los ojos del ciego. El relato evangélico (Jn 9,1-38) nos sugiere al menos tres reflexiones:

• En primer lugar, observamos el encuentro de la misericordia divina con la soledad y la debilidad humana. En el caso el ciego de Jerusalén la iniciativa parte de Jesús. Nadie le pidió que interviniera. Él vio al hombre ciego y espontáneamente se acercó a él.

• Jesús unge al ciego con una mezcla de saliva y de tierra. Los padres de la Iglesia anotaron que nuestra salvación es fruto de la unión de lo divino que hay en Jesús y de la tierra de la que hemos sido formados y que pisamos con nuestros pies.

• Una vez que ha ungido al ciego, Jesús lo envía a lavarse al estanque de Siloé. El evangelio señala que ese nombre significa “el Enviado”. Ese nombre se refería tan solo al “canal” de las aguas, pero ahora atrae nuestra atención hacia el Enviado para darnos la luz.

Como el ciego de nacimiento, también nosotros recuperaremos la visión si lavamos nuestros ojos en las aguas de “el Enviado”. Solo él nos hará ver con claridad.

 

 CUATRO REACCIONES

Además, la curación del ciego de Jerusalén suscita al menos cuatro reacciones que reflejan también nuestras posturas ante el Señor de la luz.

• Las gentes que han conocido al ciego de nacimiento se hacen muchas preguntas sobre él y sobre lo asombroso de su curación. Con su sola presencia, el ciego interpela a sus vecinos y conocidos. Dicen que no puede ser un pecador quien ha realizado un signo tan admirable.

• Los fariseos se escandalizan porque Jesús ha realizado esta curación en sábado. No les importa la persona, les importan las normas. Su aparente fidelidad a la ley les impide descubrir la identidad del Señor de la ley. Según ellos, Jesús no puede venir de Dios.

• Ante las preguntas de los fariseos, los padres del ciego tratan de inhibirse y remitir a su hijo todas las respuestas. Saben que quien reconozca a Jesús como Mesías quedará excluido de la sinagoga. El miedo les impide reconocer la verdad y dar testimonio de ella.

• El que había sido ciego valientemente reconoce a Jesús como profeta. De nuevo experimenta la iniciativa de Jesús, que se acerca a él. Se abre a sus preguntas y profesa su fe en el Hijo del hombre. Todo un resumen del camino del creyente.

- Señor Jesús, con frecuencia sentimos que caminamos en la oscuridad. Solo tú puedes abrir nuestros ojos a tu luz. También ahora tu misericordia se sirve del barro de nuestras epidemias y de nuestra miseria. Ayúdanos a aceptarte como nuestro Señor y Salvador, a superar el miedo a las presiones que padecemos y a profesar nuestra fe con valentía. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo 3º de Cuaresma. A

15 de marzo de 2020

 

“¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestos hijos y a nuestros ganados?” (Éx 17,3). He ahí el lamento de un pueblo, que ha sido liberado de la esclavitud pero, en el desierto, siente desfallecer su confianza en el Liberador.

En efecto, la pregunta y la murmuración del pueblo que se recoge en el texto revela bien las preguntas de una humanidad que duda de la existencia y de la asistencia de Dios: “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” (Éx 17,7).

El salmo responsorial de este domingo nos invita a no repetir aquella actitud del pueblo de Israel, que, acuciado por la sed, se atrevió a poner a prueba la providencia y la misericordia de Dios (Sal 94,8-9).

Si Moisés fue un apoyo para la fe titubeante de su pueblo, nosotros tenemos un motivo mucho más importante: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5,8).

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SALVADOR Y MAESTRO

El evangelio refiere el encuentro de Jesús con una mujer de Samaría que se acercó a mediodía hasta el pozo de Jacob (Jn 4,6-42). Este espléndido relato contiene el esquema de una catequesis prebautismal. El diálogo de Jesús con la Samaritana parte de la sed que nos lleva hasta la fuente y nos ayuda descubrir el agua que Jesús nos ofrece para calmarla.

Ese encuentro con Jesús se articula en unos pasos señalados por los diversos títulos que se le atribuyen. El caminante es visto al principio como un “judío”. Pero se irá revelando como el “Señor” que merece respeto, como el “Profeta” que nos conoce e interpela, como el “Mesías” que habíamos esperado y, finalmente, como el “Salvador” que necesitamos.

Por otra parte, los discípulos reconocen a Jesús como su “Maestro” y se preocupan de prestarle el servicio que está en sus manos. En realidad, todos tendremos que ver si de verdad nos hemos encontrado vitalmente con Jesús, si hemos entrado en diálogo con él. Y debemos   preguntarnos quién es y qué significa él en este momento de nuestra vida.

 

ESCUCHAR Y ANUNCIAR

Al evocar el encuentro de Jesús con la Samaritana, san Juan de Ávila exclama con entusiasmo: “¡Bendito sea Dios que del mal de aquella mujer cuánto bien se sacó, que se ganó toda aquella ciudad!”. También para nosotros puede ser iluminador aquel diálogo junto al pozo de Jacob.

• “Dame de beber”. Jesús no viene a condenar ni a imponer. Se acerca con ánimo suplicante. Ahora tiene sed. Y la tendrá al final de su vida, clavado ya en la cruz.

• “Si conocieras el don de Dios…”. Nuestro orgullo no tiene sentido. Lo mejor de nuestra vida ha llegado como un don inmerecido. Pero el verdadero don es el mismo Jesús.

• “Y quién es el que te pide de beber…”. El mismo que nos pide de beber es el único que puede calmar nuestra sed de verdad, de bondad y de belleza.

• “Le pedirías tú…”. Jesús se adelanta a pedirnos el agua, pero él espera que nosotros se la pidamos a él. Junto al manantial se encuentran la pregunta y la respuesta.

• “Y él te daría agua viva”. Por medio de Moisés, Dios abrió la roca para calmar la sed de su pueblo. Por medio de Jesús, se nos da el agua que da vida a los que la beben.

- Señor Jesús, te reconocemos como la fuente de agua viva. Tú conoces nuestra sed. Solo el encuentro contigo puede calmar nuestros deseos más profundos. Queremos escuchar con atención tu palabra y anunciarla con humildad a todos nuestros hermanos. Amén.

 

  José-Román Flecha Andrés


Domingo 2º de Cuaresma. A

8 de marzo de 2020

 

Si el primer domingo de cuaresma nos recordaba la figura de Adán, en este segundo domingo se nos presenta al patriarca Abrán. La Biblia nos dice que él y su familia adoraban a los dioses de aquellas tierras regadas por el río Éufrates. Pero un día sintió la llamada de un Dios desconocido que lo invitaba a salir de su tierra (Gén 12,1-14).

Efectivamente, nosotros no podemos decidir el momento ni el modo de nuestra salvación. De Dios viene la iniciativa y la realización. Solo él es quien puede salvarnos del mal y del pecado. Así nos lo ha recordado el papa Francisco en su reciente mensaje para la Cuaresma de este año 2020.

Así que con razón repetimos con las palabras del salmo resposorial: “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti” (Sal 32,22). Dios se ha adelantado a esa petición, al enviarnos a Jesucristo para destruir la muerte y sacar a la luz la vida inmortal (2 Tim 1,10).

 

LO DIVINO Y LO HUMANO

El evangelio que hoy se proclama nos sitúa en el núcleo de la vivencia cuaresmal. La transfiguración de Jesús nos anuncia el misterio de su muerte y su resurrección. Los tres discípulos más cercanos subieron con Jesús a lo alto de una montaña. Allí vieron que su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvían blancos como la nieve.

A pesar de su turbación, pudieron ver que Jesús aparecía envuelto por una nube, que evocaba aquella otra que acompañaba al pueblo de Israel por el desierto. Vieron además que Moisés y Elías flanqueaban a su Maestro, como dando testimonio de su honda verdad. El representante de la Ley y el gran profeta de Israel habían descubierto a Dios en el monte santo. Y junto a ellos, Dios se revelaba ahora en su Hijo predilecto (Mt 17,1-9).

En el cuadro de la Transfiguración de Jesús, que se conserva en la Pinacoteca Vaticana, Rafael ha reflejado la dialéctica entre el monte y el valle. En el monte Jesús se ve sumergido en la luminosa realidad de Dios. Al bajar del monte se encuentra con la dolorida realidad de lo humano. He ahí la imagen de nuestra vida de creyentes. La contemplación de Dios no puede alejarnos de la atención a las necesidades de los hombres.

 

EL MENSAJERO Y EL MENSAJE

En el relato de la Transfiguración de Jesús se recoge la voz que desciende de la nube, es decir, desde el ámbito de lo divino: “Este es mi Hijo, el amado, el elegido: escuchadlo”. Cada palabra encierra un mensaje:

• “Este es mi Hijo”. Dios no es un objeto exraño a la experiencia de los hombres. Tampoco es una idea ni un anhelo insatisfecho. Es el Padre que reconoce a Jesús como hijo.

• “El amado”. Los seres humanos han temido muchas veces a los dioses. Los dioses falsos tienen boca pero no hablan. El Padre de Jesús es un Dios que siente y ama.

• “El elegido”. Jesús no fue menos humano por saberse elegido por Dios. Por el hecho de reconocer a Dios como Dios, el ser humano no pierde su categoría y su dignidad.

• “Escuchadlo”. En Jesús nos llega el mensaje de Dios. Podemos confiar en él. Dios está con él, lo apoya y garantiza su misión y la verdad de su mensaje.

El Concilio Vaticano II nos dice que, mediante la escucha de la Palabra de Dios y la oración, el tiempo cuaresmal prepara a los fieles a celebrar el misterio pascual (SC 109). En este tiempo se nos invita a leer los evangelios y escuchar la Palabra del Señor.

- Señor Jesús, tú nos revelas el amor de un Dios al que nos atrevemos a llamar Padre. Te reconocemos como Hijo y mensajero de la verdad de Dios. Queremos escuchar la voz de los cielos, que te presenta como nuestro Salvador. Sabemos que tu palabra puede orientar nuestra vida con su luz inmortal. Bendito seas por siempre, Señor.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 1º de Cuaresma. A

1 de marzo de 2020

 

Hoy la tentación es considerada como una oportunidad para satisfacer las apetencias de la persona. Nos referimos a ella con una evidente frivolidad. O tal vez con una abierta complicidad. Al menos, cuando se trata de nuestras propias tentaciones. Porque no somos tan benévolos cuando las tentaciones de los demás ponen en peligro nuestra seguridad.

Comer una fruta no puede ser algo dramático. Pero en las acciones humanas más que el acto concreto importa ver el significado. Comer la fruta del árbol prohibido significa valorar la decisión humana por encima de la voluntad divina. Eso es lo que nos enseña el relato del Génesis que hoy se proclama en la eucaristía (Gén 2,7-9; 3,1-7).

En él vemos reflejado el drama de nuestras opciones de cada día. Despreciamos el proyecto de Dios sobre nuestra vida y sobre la armonía de nuestra sociedad. Nos pierde esa sed de autonomía que nos hace pensar que somos nosotros los árbitros del bien y del mal. Por eso confundimos la satisfacción con la felicidad.

 

EL CAMINO DEL ENGAÑO

Si el primer Adán cede a la tentación, Cristo, el segundo Adán, la supera. Al principio de la cuaresma, contemplamos a Jesús en el desierto (Mt 4,1-11). Jesús fue sometido una y otra vez a la prueba. Pero salió victorioso de las ofertas con que el demonio trataba de explorar su categoría divina y su calidad humana.

En el caso de nuestras tentaciones la cuestión de fondo era, es y será siempre la misma. Con demasiada frecuencia nos creemos unos semidioses. Hemos de preguntarnos por las hondas razones que nos mueven a elegir un determinado camino. Es decir, tenemos que   plantearnos el porqué y el para qué de nuestras elecciones.

En realidad, la gran tentación de nuestra vida es la de volver la espalda a la verdad. La de pretender ignorar el plan de Dios y nuestra propia dignidad de hijos de Dios. Nuestra gran tentación es el engaño sobre nosotros mismos. Un engaño que nos aleja del camino de la verdad.

 

EL CAMINO DE LA FELICIDAD

A la segunda de las tentaciones del demonio, Jesús responde citando un tajante texto del libro del Deuteronomio: “No tentarás al Señor tu Dios”. De ser tentados, nosotros pasamos con frecuencia a ser tentadores. Tentadores de los demás y tentadores de Dios.

• “No tentarás al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando olvidamos su amor y adoramos a las cosas, como si fueran dioses que pueden salvarnos y merecer nuestro amor.

• “No tentarás al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando pretendemos ser nosotros la fuente de la fe y de la esperanza, del amor y de la vida, de la paz y la justicia.

• “No tentarás al Señor tu Dios”. Tentamos a Dios cuando nos presentamos como hijos suyos, aunque olvidamos a nuestros hermanos, que también lo llaman “Padre”.

A la luz de este mensaje, hemos de revisar las clásicas tentaciones del tener, el poder y el placer, que pueden desviarnos del camino del Señor. La cuaresma es un tiempo propicio para este examen sobre la verdad más honda de nuestra vida.

- Señor Jesús, sabemos que tu has sido tentado como nosotros. Pero reconocemos que nos has dado el ejemplo de tu insobornable fidelidad al Padre celestial. Te damos gracias por habernos revelado el camino de la fidelidad que nos conduce a la felicidad.

José-Román Flecha Andrés  


DEL ODIO AL AMOR

Domingo 7º del Tiempo Ordinario A

 

“No odiarás de corazón a tu hermano sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Los preceptos en forma negativa nos invitan a descubrir un valor positivo. Si se prohíbe el odio es en razón de la importancia del amor. Así lo ha expresado la llamada regla de oro de todas las éticas. Y así lo recoge también la Ley de Moisés (Lev 19,17-18).

Además, esta adevertencia nos exhorta a reprender al pariente cuando peca y prohibe la venganza y el rencor contra los más allegados. Con todo, los textos bíblicos llegarían a aconsejar a los israelitas la compasión hacia el prójimo en general y hacia aquellos extranjeros que acepten vivir en paz en medio del pueblo que los acoge.

La introducción a estas palabras alude al tema de la santidad, que en nuestros días no suele ocupar un tiempo en nuestras conversaciones: “Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo”. El creyente no puede limitarse a ser “políticamente correcto”. Ha de tratar de comprender y aceptar como suya la santidad del mismo Dios.

 

LA LEY DEL TALIÓN

 

Pues bien, este mensaje reaparece en el evangelio de este domingo. En el marco del Sermón de la Montaña (Mt 5,38-49) Jesús recuerda la ley del talión: “Ojo por ojo y diente por diente”. No se trata de una licencia para la venganza. Es más bien una medida para limitarla a términos de la equidad. A quien le hubieran robado una oveja, tenía derecho solo a otra oveja, y nada más. Nadie podía exigir más de lo que le habían quitado.

Pero Jesús va más allá de aquella antigua norma. En el texto aparecen cinco ejemplos de exigencias incómodas: los que agravian, abofetean, pleitean por la túnica, exigen compañía y piden dinero prestado. El Maestro exhorta a sus discípulos a que no rehúyan a estos convecinos, aunque sean insolentes, aprovechados o impertinentes.

Su mensaje sugiere tres actitudes contrarias que suponen un heroísmo más que habitual: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”. No se trata de caer en un victimismo enfermizo. Se trata de aprender a amar con gratuidad. Amar a los que nos aman y saludar a los que nos saludan es normal. Hasta los paganos lo hacen. Al creyente se le pide algo más.

 

EL SOL Y LA LLUVIA

 

¿Cuál es la razón para ese comportamiento tan generoso? No puede ser ni la cobardía ni la comodidad de quien no sabe o no quiere defenderse. Tampoco puede ser la falsa bondad de quien espera ser aplaudido por la sociedad. En realidad, solo hay un motivo. Hay que poner amor donde no lo había porque eso es lo que hace Dios. Así que, antes de ser una exhortación moral, el texto es una revelación del mismo Dios.

• Dios hace salir su sol sobre malos y buenos. No es la bondad humana la que mueve a Dios a regalarnos la luz. Y no es la maldad humana la que puede impedir a Dios hacerse presente en nuestras vidas. Él nos precede en el amor.

• Dios manda la lluvia a justos e injustos. No es la justicia humana la que determina la justicia de Dios. Es la lluvia de su misericordia la que produce sobre la tierra la verdadera justicia que es el rostro del amor. Él nos gana en misericordia.

- Señor Jesús, con tu palabra de amor y con tus ejemplos de compasión hacia los más débiles, tú nos has enseñado que no basta con olvidar las ofensas recibidas ni basta con perdonar al ofensor. Es preciso aceptarlo y amarlo como a un hijo del mismo Padre común. Sabemos que no es fácil. Pero tu luz nos ilumina y tu fuerza nos sostiene. Amén.

José-Román Flecha Andrés


LA NOVEDAD DE LA LEY

16 de febrero de 2020


 “No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”

(Mt 5,17)

Señor Jesús, tal vez ha ocurrido siempre así, pero ahora nos cuesta trabajo armonizar lo antiguo y lo nuevo. Es más, estas categorías temporales se han convetido en armas arrojadizas. Tanto las personas como los grupos sociales se acusan unos a otros de anticuados o bien de innovadores. Si las palabras que se emplean son con frecuencia malsonantes, las actitudes son realmente ofensivas.

Tú no pretendías seducir a unos y excluir a otros. Reconocías el valor de la Ley y de los mensajes de los antiguos profetas. Pero sabías que algunos se limitaban a invocar las palabras antiguas, sin llegar a descubrir su significado más profundo.

En esos casos, el peligro más evidente es el de la superficialidad, pero es aún más grave la tentación de la magia y el pecado de la incoherencia.. No podemos limitarnos a repetir los preceptos más sagrados sin esforzarnos en descubrir los valores que encierran. Las palabras por sí solas no pueden salvarnos. Solo la verdad nos hace libres.

Sin embargo, a veces pensamos que los mandamientos obedecen a una decisión autoritaria, por humana o divina que sea, que pretende limitar el ámbito de nuestra autonomía. Olvidamos que los mandamientos de la antigua Ley son la respuesta humana a la iniciativa divina de la liberación. Solo esas normas pueden hacernos humanos.

Humanos, eso es. Y tú eres la revelación de lo divino y la revelacion de lo humano. En ti descubrimos el sentido de los antiguos mandamientos. En ti se hacen realidad las antiguas profecías.

Con razón nos dejaste un mandamiento nuevo: el de amarnos unos a otros como tú nos has amado. En ese mandato se nos muestra el sentido y la plenitud de la Ley y los profetas. En él podremos superar la tentación de acusarnos de conservadores o rompedores. Solo el amor nos revela la verdad.

 José-Román Flecha Andrés 


SIGNO DE CONTRADICCIÓN

Fiesta de la Presentación del Señor

2 de febrero de 2020

 

“Este… será como un signo de contradicción”

(Lc 2,34)

 

Señor Jesús, con frecuencia nos sentimos perdidos y huérfanos. Casi todos creemos bastarnos a nosotros mismos. Pero tú sabes que nuestra confianza es frágil y nuestras fuerzas son débiles. Necesitamos contar con la luz de tu presencia.

Creemos que tu presentación en el Templo es ya la revelación y el anticipo de tu consagración a Dios. Aquel día tu presencia no pasó inadvertida. A tu llegada al Templo, fuiste reconocido por dos ancianos profetas, que representan la primera alianza de Dios con tu pueblo. Aquel día se cerraba el tiempo de la Ley y llegaba el tiempo del Espíritu.

Simeón tuvo la suerte de acoger en ti a un Dios cercano. Y descubrió la luz del día definitivo. Fue capaz de leer la salvación en sus signos más pequeños. Ana se había preparado para este momento con ayunos y oraciones. Y ahora alababa a Dios y hablaba de ti a todos los que se acercaban a ella. Escuchaba a Dios y reconocía en ti a su Enviado.

Las palabras que Simeón dirigió a tu madre ilustran el misterio que se desarrolla en la historia de la humanidad. Son una profecía sobre tu identidad y tu misión. Aceptarte o rechazarte como Salvador es lo que determina la suerte de Israel y la nuestra.

Tenía razón Siméon al anunciar que tú serías siempre una bandera discutida. Y eso es lo que eres. Bien sabemos que ante ti se divide toda la humanidad. Al aceptarte o rechazarte se manifiestan nuestras opciones más íntimas.

Simeón anunciaba a tu madre que una espada le traspasaría el alma. La mujer que te dio a luz en Belén, llegaría a ver cómo entregabas tu vida en el Calvario por los mismos que te condenaron. Y por los mismos que hoy preferimos ignorarte.

Señor Jesús, que el Espíritu que guiaba a Simeón nos ayude a descubrir hoy entre nosotros tu luz y tu verdad. Y que nos impulse a anunciar, como Ana, la buena noticia de tu presencia en el mundo. Amén.

José-Román Flecha Andrés 


EL CORDERO DE DIOS

Domingo II del Tiempo Ordinario, A.

19 de enero de 2020

  

 “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”

(Jn 1,29)

 

Señor Jesús, muchas veces hemos leído y oído esa exclamación con la que Juan Bautista te señalaba entre los peregrinos que acudían hasta él para hacerse bautizar en el Jordán.

 Nos llama la atención la imagen con la que eras identificado. Habríamos entendido que Juan te identificara con los buenos pastores que habían anunciado los antiguos profetas.

Pero aquel nuevo profeta, el mayor de los nacidos de mujer, como tú dijiste alguna vez, no te identificó con los pastores esperados, sino con el Cordero de Dios.

Acaso tu presencia le recordaba la antigua figura de Isaac, atado sobre la leña del altar como el cordero que está a punto de ser sacrificado en holocausto en fiel obediencia a Dios.

Tal vez pensaba que habías sido ya elegido para ofrecer algún día tu vida, a la misma hora en que eran sacrificados los corderos en el templo, en la víspera nerviosa de la pascua.

Quién sabe si Juan recordaba la pobre corderita que fue robada y sacrificada para satisfacer la avaricia y la infamia de un rico prepotente, según la parábola que Natán había contado al rey David.

En todo caso, tú no eras visto como un cordero más. Tú eras para Juan el Cordero de Dios. El Cordero único y definitivo. El Cordero sobre el cual se depositaba el pecado del mundo, la maldad del mundo, la náusea del mundo.

Y así era. Así es. Y así será por los siglos. Solo tú puedes librarnos del peso del gran pecado: el de no reconocer en ti el mensaje definitivo de Dios. El pecado de no aceptarte como el verdadero mensajero de Dios.

Señor, Jesús, hijo del Padre y hermano nuestro, ten piedad de nosotros. Ayúdanos a reconocerte como el Salvador entre los muchos salvadores que se nos ofrecen. Y carga sobre ti nuestro pecado.

Te lo pedimos a ti que vives y reinas y nos compadeces por los siglos de los siglos. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés



    Domingo II después de Navidad, A.

            5 de enero de 2020

 

 

 “Vino a su casa y los suyos no lo recibieron”

(Jn 1,11)

 

Señor Jesús, te reconocemos como el Verbo eterno de Dios. Todo se hizo por ti. Por ti que eres la luz que brilla de pronto en medio de las tinieblas, la verdad que disipa nuestras dudas y desmiente nuestras mentiras, la vida que nos redime de nuestra existencia rutinaria y mortecina.

Tú eres el Verbo profético que nos libera de nuestra mudez, de nuestros silencios orgullosos, cómplices y culpables.

Tú eres el Verbo que pone en ridículo nuestra charla liviana y vacía, que condena nuestras palabras groseras o procaces, que denuncia nuestras medias verdades, nuestras mentiras y calumnias.

Tú eres el Verbo que pone en nuestros labios palabras de apertura y generosidad, palabras de amor y de compromiso, palabras de memoria y de esperanza.

Tú eres el Verbo que nos impide simular pretendidas virtudes y disimular nuestros oscuros vicios.

Por eso te agradecemos que hayas venido a plantar tu tienda de campaña en medio del campamento de nuestro peregrinaje. Este campo es tu campo y nuestro paso sería perdidizo sin tu guía. Sin tu presencia nuestra vida sería triste y callada, turbulenta y desnortada.

Pero hay algo que me inquieta. Tú has venido a los tuyos y los tuyos no te han recibido. Has venido a tu casa y la has encontrado cerrada, poblada de aullidos y blasfemias.

Has venido a mi casa que es tu casa y yo no te he agradecido el don de tu visita, el esplendor de tu verdad, la caricia de tu aliento, el apoyo y la seguridad que emanan de tu bondad.

Verbo de la luz y de la vida, perdona nuestra sordera y nuestro desprecio. Tu palabra es un sacramento de eternidad que en esta temporalidad nuestra merece ser administrado con respeto.

Y con todo, Verbo de Dios, yo sé y confieso que tu palabra de hombre es siempre y para siempre una palabra de misericordia y de perdón.

 

José-Román Flecha Andrés



Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret: Jesús, María y José

29 de diciembre de 2019

 

 “Levántate, toma al niño y a su madre”

(Mt 2,13.20)

 

Padre de los cielos, parece que el sueño es el espacio que tú prefieres para comunicarte con los hombres. Durante el sueño de Adán fue creada Eva. En sueños, hablabas a Abrahán, a Jacob y a José. En el sueño llamabas al pequeño Samuel. Y descifrando los sueños hacía historia Daniel.

En sueños revelaste a José de Nazaret tu plan de salvación para nuestra humanidad. Y en el sueño lo llamaste para que asumiera su responsabilidad y defendiera la vida de María y de José.

Bien sabemos que tú eres el Invisible, pero siempre cercano. Tú no te muestras indiferente ante nuestras tareas y ante nuestros proyectos. El sueño es el espacio y el tiempo en el que tú nos revelas tus planes sobre el mundo, sobre nuestra historia y sobre nuestra vocación.

Seguramente necesitamos estar libres de intereses y desocupados para que tú puedas llegar a nuestra conciencia. El sueño nos hace vulnerables. Tú nos llamas en el sueño para encontrarnos más abiertos e indefensos ante tu voluntad.

Pero el sueño no debe cerrarnos de nuevo en nuestros miedos o arrogancias. Tú nos llamas y esperas que aceptemos tus planes sobre el mundo y sobre nuestra pequeña historia.

A José de Nazaret le pediste generosidad para comprender el misterio de tu gracia y tu elección, el misterio de la vida inesperada, el misterio del amor inexplicable.

A José de Nazaret en sueños le pediste que no se durmiera en la tranquilidad que puede darnos muerte. Los sueños fueron para él un despertar a la realidad. Una urgente invitación a asumir una responsabilidad impostergable.

Soñar era y es para nosotros apresurarnos a defender los dones y tareas de la vida y la familia, del amor y la disponibilidad.

Por eso, Padre, soñar es para mí dejar de pensar en mí mismo y escuchar tu voz para que atienda a aquellos que tú amas. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés 


Domingo 4º de Adviento, A.

22 de diciembre de 2019

“Le pondrán por nombre Enmanuel”

(Mt 1,23)

 

Señor Jesús, ante el horror de los campos de concentración y de los millones de muertos causados por las ideologías del último siglo, son muchos los que se preguntan dónde estaba Dios.

Alguien se ha atrevido a responder que Dios estaba precisamente entre los que eran humillados, utilizados y sacrificados de la forma más cruel. Dios estaba en los barracones de los prisioneros. Dios estaba entre los deportados a las estepas nevadas. Dios estaba en los que caían fulminados junto al muro que los separaba de la libertad.

Pero también en los países que presumen de favorecer la libertad de los ciudadanos cabe preguntarse dónde está Dios. ¿Puede estar Dios en un paisaje en el que conviven el hambre y la corrupción, la presunción y la desesperanza? Es verdad que ante esa inquietud caben al menos dos osadías.

No tenemos razón cuando ante cualquier acontecimiento afirmamos triunfantes que allí está Dios. Pero tampoco tenemos razón cuando, ante una vida desgraciada, aseguramos que ahí no puede estar Dios.

Por otra parte, Señor, tú sabes que muchas veces me he preguntado dónde estabas tú cuando las tinieblas envolvían mi vida. Y todavía me pregunto dónde estabas tú cuando me creía tan satisfecho y autosuficiente que pretendía olvidarme de ti.

Evocando la profecía de Isaías, el evangelio de Mateo nos dice que el ángel del Señor anunciaba tu nacimiento con un nombre que alivia nuestros temores y cura nuestro orgullo.

Tú eres el Enmanuel. Tú nos aseguras que Dios nos ama gratuitamente. Dios está con nosotros. Tu presencia en nuestra tierra nos asegura que Dios está con la humanidad. Dios está con nosotros. Y Dios está conmigo, aun en los momentos en los que, como Job, yo hubiera preferido que Dios no me acompañara por el camino.

Gracias. Señor. Tú nombre es una revelación y una promesa. En ti descubrimos que la esencia de Dios es su presencia. Bendito seas, Señor.

 

José-Román Flecha Andrés


            Domingo 3º de Adviento, A.

            15 de diciembre de 2019

Señor Jesús, nuestros propios puntos de vista nos interesan más que nuestros sentidos. Los defendemos con más fuerza que nuestros vestidos y nuestros bienes. Nos encanta interpretar a nuestro gusto la figura y las palabras de los demás.

Yo sé que en nuestra sociedad con mucha frecuencia acomodamos los hechos, las personas y sus mensajes a nuestros propios intereses. Pero tengo que reconocer que también yo caigo en ese defecto. Un defecto que, además, lo considero a veces como una habilidad que me enorgullece.

Parece que lo mismo hacían contigo las gentes que te fuiste encontrando por el camino. Seguramente, todos veían en ti a un personaje extraordinario. No eras indiferente para nadie.

Tanto que Juan el Bautista un día te envío a dos de sus discípulos para tratar de averiguar si eras el Mesías esperado o había que esperar a otro.

En lugar de usar los grandes discursos que a veces yo trato de hilvanar para presentarme o defenderme, tú apelaste a tus obras. En realidad, ellas hacían realidad las profecías sobre el Mesías que habían pronunciado los profetas.

Pero añadiste una frase que me inquieta. Una bienaventuranza, como las que eran habituales en tu pueblo: “Dichoso el que no se escandalice de mí”.

Durante mucho tiempo me costaba entender el significado de esta expresión.

Creo que querías advertirme de una grave tentación. La de tratar de ajustar tu persona y tu doctrina a mis propios intereses, en lugar de ajustar mis decisiones a tu misión y a tu palabra.

Hoy te pido que tengas compasión de esta cultura que te manipula a todas horas. Y te pido misericordia para mí, porque a veces me empeño en ver en tu mensaje un tropiezo para mis aspiraciones y proyectos.

José-Román Flecha Andrés


La Inmaculada Concepción de la Virgen María

8 de diciembre de 2019

 «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo»

(Lc 1,28)

 

Padre celestial, confieso que con una pasmosa frecuencia veo este mundo sumido en la oscuridad. Me asusta comprobar los abismos de barbarie a los que nos estamos encaminando con escandalosa frivolidad. Me gustaría mantener la esperanza, pero son muchos los motivos que me llevan a desconfiar de todos y de todo.

La verdad es que tampoco me fío de mí mismo. De sobra sé con qué facilidad olvido mis mejores propósitos de otros tiempos. ¿Dónde se han quedado aquellos altos ideales que me forjaba en mi juventud?

Con todo, yo sé que tú tienes un proyecto armonioso para este mundo. Nos gusta identificarlo con un paraíso. Y personalmente me gusta imaginarlo como un nudo de relaciones armoniosas con lo otro, con los otros y contigo, nuestro Absolutamente Otro.

En ese paisaje veo que sobresale la figura de María, aquella muchacha de Nazaret que se atrevió a dar un sí incondicional a tu propuesta.

Ella es la “llena de gracia”. Eso es: llena de tu gracia desde lo más profundo de su ser y desde lo más primitivo de su existencia. Me alegra pensar que en su limpieza tú decidiste preparar la mejor tierra para que naciera el mejor Fruto.

Ella calma mis desalientos. Mirando la fresca y transparente limpieza original de María, te pido que orientes a la Iglesia de tu Hijo Jesucristo para que grite a este mundo que es posible ser fieles a tu fidelidad.

Y, de paso, me atrevo a pedirte algo para mí. No quiero caer en el desaliento. Creo que me has llamado para anunciar que es posible la alegría. Te ruego que, al agradecerte la gracia que derramaste sobre María, también en mis atardeceres pueda yo descubrir día tras día la amable y fiable luz de la esperanza. Amén.

José-Román Flecha Andrés



Domingo 1º de Adviento, A.

1 de diciembre de 2019


“Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”

(Mt 24,42)


Señor, con mucha frecuencia me encuentro a mí mismo evocando el tiempo de tu primera venida. Me gusta pensar que los ángeles la dieron a conocer a los pastores. Evidentemente, Dios tiene unos planes muy distintos de los nuestros y elige como testigos a los que ningún tribunal humano hubiera aceptado como tales.

Ahora tú vienes también a nuestra realidad concreta, pero nosotros tratamos de ignorarte. Yo trato de ignorarte. Allá en el fondo de mi corazón, estoy convencido de que acogerte implicaría cambiar totalmente la orientación de mi vida. Y a eso parece que no estoy dispuesto.

He encontrado por el mundo muchas gentes sencillas, que aceptan con normalidad las señales de tu presencia entre nosotros. Y me siento confundido ante la limpieza de su corazón.

Pero los evangelios nos recuerdan también que tú anunciaste a tus seguidores una futura venida. No sabemos cuándo será el día. Tú solo les pedías que se mantuvieran en vela.

He de confesar que durante mucho tiempo he interpretado tus palabras como si fueran una seria prevención para huir del mal y de todas sus seducciones. Me horrorizaba pensar que al llegar podrías encontrarme polvoriento y enfangado.

Ahora me gusta entender tus palabras como una invitación a observar los signos de tu presencia. Eso creo. Cualquier día es y puede ser el día de tu venida. Cualquier día de mi vida puede ser el día de tu manifestación.

Ayúdame Señor, a mantenerme en vela, para que tu venida no me encuentre dormido ni absorto en las mil fruslerías que tratan de absorber mi atención. Tú vienes a mi vida. Y tu venida es lo único que importa. Quiero estar despierto cuando vengas. Que no se me apague la esperanza. Amén.


José-Román Flecha Andrés




Domingo 32 del Tiempo Ordinario. C

10 noviembre de 2019

 

“Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna”. Así interpela al rey Antíoco IV Epífanes uno de los siete hermanos que fueron condenados a muerte por aquel tirano que pretendía hacerlos renegar de su fe (2 Mac 7,1-2.9-14).

Como se ve, el texto contiene varias contraposiciones. Por un lado aparece un rey temporal, mientras que el joven pone su confianza en el Rey celestial. El primero impone un decreto de muerte, mientras que Dios ofrece su ley de vida. Antíoco condena a muerte a los creyentes, pero el Señor resucita a sus fieles para la vida eterna.

En el salmo 16 esa certeza se manifiesta como una confesión de fe y un grito de esperanza: “A la sombra de tus alas escóndeme. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante”.

Y, por otra parte, san Pablo recuerda a los fieles de Tesalónica que el Padre nos ha amado y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza. Amar a Dios y esperar en Cristo: esa es la respuesta del creyente (2 Tes 2,15-3.5).

 

LA MUERTE Y LA VIDA

El evangelio de este domingo 32 del tiempo ordinario retoma la idea de la resurreción, tan discutida en tiempos de Jesús. Sabemos que los fariseos la admitían. Y también la admitía Marta, la hermana de Lázaro. Pero, a pesar de que ya había entrado en la conciencia del pueblo en la época de los Macabeos, los saduceos seguían rechazándola.

Pues bien, unos saduceos se acercan a Jesús y le cuentan la leyenda de una mujer que había tenido siete maridos. Su relato recuerda lo que se atribuía a Sara, la joven destinada a convertirse en la esposa de Tobías (Tob 7,11). Los saduceos preguntan cuál de aquellos hombres sería el verdadero esposo de la mujer que se había casado con todos ellos.

Jesús responde afirmando que la vida temporal está condicionada por la muerte. La caducidad humana impone la reproducción. Pero en la vida futura, libre ya de la muerte, no es necesario el matrimonio. “Los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán, pues ya no pueden morir, son como ángeles”.

 Es más, Jesús añade que “son hijos de Dios porque participan en la resurrección”. Por tanto, parece que el ser hijos de Dios no es un punto de partida, sino el final de un camino de fe, de esperanza y de amor.

 

DIOS DE VIVOS

Pero ¿cómo puede explicar Jesús esta convicción a los que están acostumbrados a leer las Escrituras? Imitando las discusiones habituales entre ellos, Jesús afirma que la fe en la resurrección se apoya en los relatos sobre los antiguos patriarcas. Basta recordar que Dios es el Señor de Abrahán, de Isaac y de Jacob. De esa memoria colectiva se deducen dos certezas:

• “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. La afirmación sobre el destino del hombre depende de la afirmación sobre Dios. Dios nos ha creado para la vida. Para esa vida que brota de él y que ha de culminar en él. Sin embargo, la pregunta sobre lo que el hombre es y lo que va a ser de él difícilmente se podrá responder si se ignora a Dios.

• “Para Dios todos están vivos”. Conocemos los ritos funerarios de muchas culturas antiguas y actuales. En todos ellos se refleja el amor que une a los vivos con sus difuntos. Si amamos a una persona deseamos mantenerla en vida. La fe nos dice que Dios es amor. Nos ha creado por amor y su amor nos mantiene en vida para siempre junto a él.

- Padre nuestro que estás en el cielo, somos conscientes de que vivimos sumergidos en una “cultura de la muerte”. Pero hemos de reconocer que amamos la vida y amamos a los que nos la han transmitido. Es más, todos aspiramos a permanecer vivos, de una forma o de otra, mas allá de la muerte. En ti esperamos y en tu amor confiamos. Alentados por la palabra de Jesús y siguiendo su ejemplo, en tus manos encomendamos nuestro espíritu. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés 


Domingo 31 del Tiempo Ordinario. C

3 noviembre de 2019

 

“Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho… Corriges poco a poco a los que caen; a los que pecan les recuerdas su pecado, para que se conviertan y crean en ti, Señor”. Esta oración que se encuentra en el libro de la Sabiduría confiesa el amor con que Dios cuida de todo lo creado y la paciencia con la que espera al pecador (Sab 11,22-12,2).

El Creador se siente responsable de su creación. Dios no odia nada de lo que ha creado. No puede odiar al ser humano, al que ha creado a su imagen y semejanza. Así se entiende la corrección divina. Dios corrige al pecador porque lo ama. Su justicia se identifica con su misericordia y su poder solo puede entenderse como una manifestación de su misericordia.

El salmo responsorial recuerda los atributos con los que Dios mismo se había presentado a Moisés: “El Señor es clemente y misericodioso, lento a la cólera y rico en piedad, el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas” (Sal 144,8-9). Por eso, los cristianos no deberían temer la venida del Señor (2 Tes 2,2).

 

TRES ACTOS DE UN ENCUENTRO

El domingo pasado el evangelio de Lucas evocaba la oración de un fariseo y la de un publicano. En este domingo se recuerda el encuentro de Jesús con Zaqueo, un jefe de los publicanos y rico (Lc 19,1-10). En este relato se pueden distinguir tres pasos.

• En el primer paso vemos a un cobrador de impuestos que desea ver a Jesús que llega a la ciudad de Jericó. Sin ser consciente de ellos, Zaqueo se nos presenta como un buscador de Dios. Sin embargo, su baja estatura constituye una dificultad pera verlo cuando pase rodeado de gentes que si duda lo seguirán por el camino.

• En el segundo paso Zaqueo encuentra un medio para superar su dificultad. Va a la entrada de la ciudad y sube a una especie de higuera. Pero el buscador ha sido ya buscado por Jesús. Adán se había escondido entre los árboles y allí lo encontró Dios. Zaqueo se esconde en un árbol, pero Jesús lo encuentra y se invita a alojarse en la casa.

• El tercer paso lo da Zaqueo. La alegre acogida que presta al Maestro suscita la murmuración de algunos. Pero, sin prestar atención a las críticas, Zaqueo promete entregar la mitad de sus bienes a los pobres y restituir cuatro veces más de lo que ha podido robar o defraudar a los contribuyentes

Los pasos de Zaqueo son los mismos que ha de recorrer el creyente en el camino de la fe y la conversión: buscar a Jesús, acogerlo en la propia vida, compartir con los pobres y practicar la justicia.

 

EL HALLAZGO Y LA ALEGRÍA

Pero junto a estos pasos, el evangelio recoge tres declaraciones de Jesús en casa de Zaqueo. En ellas se refleja y resume la misión del Mesías:

• “Hoy ha sido la salvación de esta casa”. Jesús es el Salvador. Con ese nombre lo había anunciado el evangelio de Lucas (Lc 1,31). Jesús no proclama que el pecado de Zaqueo ha dejado de ser pecado. Pero él no ha buscado al pecador para echarle en cara su pecado sino para traerle la alegría de la salvación.

• “También éste es hijo de Abrahán”. Según el mismo evangelio de Lucas, Jesús había dicho que, después de su muerte, el pobre Lázaro fue acogido en la compañía de Abrahán (Lc 16,22). Ahora se dice que, después de su conversión, también el rico Zaqueo pertence a la familia espiritual de Abrahán.

• “El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Evocando una oveja, una moneda y un hijo que se va de casa, este evangelio de Lucas ha recogido las tres parábolas de las pérdidas y la búsqueda, el hallazgo y la alegría (Lc 15). Es claro que la búsqueda del hombre, que se había perdido resume la misión misma de Jesús.

- Señor Jesús, tú sabes bien que nuestra pequeñez nos impide descubrir tu paso por nuestra vida. Cuando pretendemos salir a buscarte, tú ya vienes a buscarnos a nosotros. Queremos acogerte con alegría en nuestra vida, para que nuestra conversión sea un humilde testimonio de tu misericordia. Amén.

José-Román Flecha Andrés 


Domingo 30 del Tiempo Ordinario. C

27 de octubre de 2019

 

“Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia”. Esta afirmación del libro del Eclesiástico (Eclo 35,15-22) recoge una convicción que atraviesa las páginas de la Biblia. Los pobres del Señor son aquellos que solo en Dios encuentran escucha y apoyo.

La prensa de todos los días nos da cuenta de injusticias sangrantes, de conspiraciones de unos estados contra otros, de trampas de todos los tipos. El mensaje bíblico nos recuerda que “El Señor es un Dios justo que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre y escucha las súplicas del oprimido”.

De esta convicción se hace eco el salmo que hoy resuena en nuestra asamblea: ”El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él” (Sal 33,19.23).

También san Pablo confiesa a su discípulo Timoteo que Dios es un juez justo, que libra del mal a quien confía en él (2 Tim 4,6-8.16-18)

 

MILAGROS Y HUMILDAD

Tras evocar la invocación de los leprosos a Jesús y las súplicas que una viuda dirigía al juez injusto, el evangelio según san Lucas nos presenta en este domingo la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14). Con ella Jesús nos enseña que la oración no siempre responde a la verdad de la persona. Solo la piedad humilde es verdadera, como lo indica la comtraposición de los dos protagonistas.

• El fariseo tiene el doble mérito de observar la Ley del Señor y dirigir hacia Él su mirada. Pero se atribuye a sí mismo esas virtudes de las que presume. Su acción de gracias refleja su autosuficiencia. Se atribuye una santidad que siempre es un don de Dios. Y en consecuencia se siente autorizado para despreciar a los que no parecen tan santos como él.

• El publicano cobra los impuestos que el imperio romano exige a sus súbditos. Eso le hace odioso ante las gentes que lo consideran como un pecador. No se atreve a adornar su oración con las abundantes palabras que usa el fariseo. Su oración nace de la humildad de quien solo puede encontrar la salvación en la misericordia de Dios.

Con razón escribió el P. Alonso Rodríguez que “mejor es el humilde que sirve a Dios que el que hace milagros”.

 

CAMINAR EN HUMIDAD

Jugando con las palabras, se podría decir: “Dime cómo oras y te diré a qué Dios adoras”. Tanto el fariseo como el publicano creen en Dios. Jesús nos dice que el publicano alcanzó la justicia y la santidad de Dios. Con ello nos invita a preguntarnos cómo imaginamos a Dios y cómo nos comprendemos a nosotros mismos.

• “Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos lleva a revisar nuestro pasado y a tratar de descubrir las cicatrices que ha dejado en nosotros el pecado. Es decir, nuestro alejamiento de Dios. Y nuestra indiferencia ante sus hijos.

• “Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos invita a sentir de verdad la seriedad del pecado. Pero también nos lleva a confiar en la misericordia de Dios que no se cansa de escuchar, acoger y perdonar a los humildes.

• “Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Esta oración nos exige admitir y confesar que solo Dios puede aceptarnos como somos y ayudarnos a ser como Él desea y espera que seamos. Solo Dios conoce nuestra verdad y puede alentarnos en el camino.

- Señor y Padre, tú conoces nuestras acciones y conoces también el espíritu con el que las llevamos a cabo. Tú conoces nuestra verdad. Demasiadas veces pretendemos justificarnos ante ti. Ten piedad de nosotros y ayúdanos a caminar en la humidad. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo 29 del Tiempo Ordinario. C

20 de octubre de 2019

 

“Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencia Amalec”. Este relato bíblico nos presenta a Moisés orando en el monte por su pueblo, mientras Josué se enfrenta en el llano a los amalecitas (Éx 17,8-13).

Evidentemente se trata de subrayar la fe de Moisés y su influencia ante Dios. Por otra parte, se anticipa ya la prsentación de Josué como el futuro guía de su pueblo. Pero, sobre todo, se pone de relieve el valor de la oración. La imagen de Moisés orando con los brazos en alto sería toda una lección sobre la misericordia de Dios y la gratuidad de la liberación.

El salmo responsorial responde al orante que se pregunta de dónde le vendrá el auxilio: “El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma, el Señor guarda tus entradas y salidas ahora y por siempre (Sal 120,7-8).

San Pablo dice a Timoteo que la Sagrada Escritura puede darle la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación” (2 Tim 3,15).

 

LOS TRES PERSONAJES

También el evangelio subraya el valor de la oración. Para reflejarlo de una forma fácilmente inteligible, Jesús lo expresa en la parábola de la viuda y el juez injusto (Lc 18,1-8). Los dos personajes encarnan dos tipos humanos de personas, al tiempo que reflejan los atributos de Dios.

• La viuda era en Israel la imagen más evidente de la pobreza y el desamparo. Se sabía por experiencia que una viuda se veía sola y no tenía quien defendiera sus derechos ante la asamblea popular. En este caso, se dice que sus derechos han sido ignorados y pisoteados repetidas veces por los prepotentes.

• Por otro lado aparece el juez al que acude la viuda reclamando justicia. La Biblia presenta varias veces a los jueces como símbolos de la rectitud y del respeto que merecen tanto la ley como las personas. Pero el texto presenta a este juez con unos rasgos que lo descalifican ante nuestros ojos: “Ni temía a Dios ni le importaban los hombres”.

• Este juez corrupto ignora a la viuda que le suplica. Después de mucho insistir, esta logra que la escuche el juez, no por responsabilidad profesional, sino para librarse de su insistencia. Por contraposición, se anuncia que Dios escucha la oración de los que le suplican y les hace justicia. Dios es justo y compasivo, misericordioso y fiel.

 

LA SÚPLICA Y EL JUICIO

La parábola del juez inicuo que ignora el lamento de la pobre viuda nos lleva también a recordar el tono de su humilde súplica:

• “Hazme justicia frente a mi adversario”. Hoy muchas personas se sienten marginadas en la sociedad, en el puesto de trabajo y aun en su propia familia.Tienen derecho a reclamar justica y atención a sus derechos.

• “Hazme justicia frente a mi adversario”. También la Iglesia, como comunidad tantas veces humillada, puede y debe dirigirse a Dios. De hecho, habrá de implorar su misericordia y su justicia, cuando muchos de sus hijos son perseguidos hasta la muerte.

• “Hazme justicia frente a mi adversario”. Muchas personas y comunidades ven pisoteados sus derechos por la injusticia de los poderosos. Pero Dios no es neutral. Pensar en el juicio de Dios es un motivo de esperanza para los oprimidos, como escribió Benedicto XVI en su encíclica “Salvados en esperanza”.

- Padre nuestro que estás en el cielo, que la fe en tu poder y tu misericordia aliente siempre nuestra oración. Y que ésta nos motive para anunciar el valor de la justicia y denunciar la injusticia que con frecuencia aplasta a los más humildes de tus hijos. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 28 del Tiempo Ordinario. C

13 de octubre de 2019

 

Orientado por una joven esclava israelita, Naamán había llegado a Samaría buscando remedio para su lepra. Por orden del profeta Eliseo, accedió a bañarse en las aguas del Jordán. Al ver que había quedado curado, aquel jefe de los ejércitos de Siria exclamó: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el Dios de Israel” (2 Re 5,13-17).  

Este relato nos dice que todo ser humano, aunque sea poderoso, es más vulnerable de lo que cree. Además el relato refleja la dignidad la libertad y la generosidad del profeta, que acoge aceptando a los necesitados, sean de la raza y religión que sean. Pero el relato habla también de la fe. Aun siendo pagano, Naamán descubre el poder de Dios sobre el mal.

Esa misericordia universal de Dios se refleja en el salmo responsorial: “Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios” (Sal 97,3). Como escribe Pablo a su discípulo Timoteo, “Dios permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2 Tim 2,13).

 

                COMPASIÓN Y GRATITUD

También el evangelio que hoy se proclama recuerda la plaga de la lepra (Lc 17,11-19). Ante Jesús aparece un día un grupo de leprosos que caminan por los campos, lejos de los pueblos y ciudades, según lo prescribe la Ley. Sin embargo, parece que han llegado a conocer la fama de Jesús.

Lo reconocen como un hombre de Dios. Así que desde lejos le imploran a gritos: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Y efectivamente, la compasión del profeta Eliseo se hace ahora realidad en la persona de Jesús, que los envía a los sacerdotes para que certifiquen su curación y puedan insertarse en la sociedad.

• Junto a la misericordia de Jesús, el relato subraya la confianza de los leprosos. Es preciso observar que todos ellos se fían de la palabra de aquel al que ya reconocen como Maestro. De hecho, aun antes de verse curados, obedecen su mandato y se ponen en camino para ir en busca de los sacerdotes.  

• Además, el relato evangélico indica que a la gratuidad del profeta ha de responder la gratitud de los favorecidos. Sin embargo, se anota que si bien son diez los que piden la curación, solo uno de ellos regresa a dar gracias por haberla obtenido. Lo asombroso es que el que se muestra agradecido es un samaritano, considerado como enemigo y proscrito.

 

FE Y SALVACIÓN

A este leproso que regresa para agradecer la sanación se dirigen las palabras de Jesús con las que se cierra este relato:  

• “Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Ha quedado claro que los leprosos no han sido curados por la fuerza de la antigua Ley de Moisés, sino por la fe en el Maestro de la nueva Ley. La sanación significa la salvación integral que solo de él puede venir.

• “Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. También queda de manifiesto que el creyente de hoy ha de aprender a pedir y agradecer. Si puede y debe dirigirse al Señor en oración, al mismo Señor ha de agradecer siempre la salvación.

• “Levántate y vete: tu fe te ha salvado”. Y ha de quedar muy claro que también los que se consideran lejos pueden acercarse al que es la fuente de la salud y de la gracia. La solidaridad en el dolor y en la prueba invita a celebrar la salvación universal.

- Padre nuestro que estás en los cielos, tú sabes que con frecuencia buscamos la excusa de nuevas lepras para excluir a algunos de nuestra sociedad. Sin embargo, hemos de reconocer que tan solo la fe en tu Hijo Jesucristo puede abrirnos a la salvación. Que tu Espíritu nos ayude a mostrarnos siempre agradecidos a tu misericordia. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 26 del Tiempo Ordinario. C

29 de septiembre de 2019

“Os acostáis en lechos de marfil; tumbados sobre las camas, coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo”. Amós era un pastor allá en las tierras de Técoa, en el reino de Judá. Un dia subió a Samaría, en el reino de Israel, y vio el lujo de que alardeaban algunas personas. Y no pudo evitar criticarlas con el lenguaje de un pastor (Am 6,1.4-7).

Al mismo tiempo pudo ver la postracion en que yacían los pobres, la indiferencia de los que los marginaban y la corrupción de los jueces que se dejaban comprar por un par de sandalias. Él nunca había pensado en ser profeta. Pero reconocía que cuando Dios habla, uno no puede quedar en silencio, sin transmitir su mensaje.

En esta línea, el salmo rsponsorial recoge una confesión de la justicia e imparcialidad de Dios: “Él mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos” (Sal 145,7). Y san Pablo escribe a su discípulo Timoteo: “Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza” (1 Tim 6,11).

 

UNA GOTA DE AGUA

El evangelio de hoy contrapone dos estilos de vida que se repiten en todo tiempo y lugar. Un hombre rico se viste con ropajes de lujo y banquetea cada día con un derroche escandaloso.

Pero a su puerta yace un mendigo que espera satisfacer algo de su hambre con las migajas que caigan de la mesa del rico, mientras deja ver unas llagas que lamen de vez en cuando los perros callejeros (Lc 16,19-31).

 El relato evangélico no da el nombre del rico. En cambio recuerda el nombre del pobre. Se llama Lázaro, que significa “Dios ayuda”. ¿Lo conocía Jesús personalmente? ¿O le atribuyo ese nombre con toda intención?

Las diferencias que los marcaban en la vida continuaron más allá de la muerte. Pero invertidas. El pobre participa de la mesa y de las bendiciones de Abrahán, el amigo de Dios. Pero el rico es arrojado a un infierno, que se describe como un horno de fuego. El rico que en vida no compartió su comida y su bebida, pide ahora que el pobre se acerque a él con una gota de agua para sus labios abrasados. Pero ya no es posible ese servicio.

 

EL PROTOCOLO DEL JUICIO

Ante esa imposibilidad, el rico tiene aun otra petición para Abrahán. Que envíe a Lázaro para que advierta a sus hermanos que aun quedan en la tierra para que cambien de conducta y no vayan a terminar en el fuego que él padece. Las dos respuestas de Abrahán son un aviso para las gentes de toda clase y condición.

• “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. No es fácil escuchar a los demás. Y es más dificil escuchar a los profetas que Dios nos envía. Su misión es anunciar el bien y la verdad y denunciar el mal y la mentira. Pero nuestros intereses nos llevan con frecuencia a descalificar a los mensajeros para no aceptar el mensaje.

• “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”. Un viejo refrán latino decía que no nos conmueve lo acostumbrado. Andamos siempre a la caza de lo extraordinario. Pero Dios no nos envía muertos resucitados para que nos adviertan. Nos envía testigos de la fe que viven junto a nosotros.

- Señor Jesús, en su exhortación “Gozaos y regocijaos”, el papa Francisco nos recuerda el protocolo por el que un día seremos juzgados, tanto los creyentes como los no creyentes. Tú te has identificado con los pobres y los necesitados. Y nos preguntarás si te hemos atendido a ti en ellos. No permitas que ignoremos el rostro de ese Lázaro que yace a nuestra puerta. Amén.

 

 José-Román Flecha Andrés


Domingo 25 del Tiempo Ordinario. C

22 de septiembre de 2019

“Escuchad esto los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo: ¿cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo y el sábado para ofrecer el grano?” (Am 8,4). El pueblo de Samaría gozaba de una cierta prosperidad. Pero Amós, aquel pastor llegado de Técoa, de pronto comenzó a denunciar las injusticias que envenenaban allí la convivencia.

Él nunca se hubiera creído un profeta. Pero con razón decía que nadie puede dejar de temblar cuando el león ruge en la selva. Es un crimen aplastar al débil y al indefenso. Pero es una infamia y un pecado tratar de ignorar los fraudes y los abusos contra ellos.

Amós sabe que algunos parecen celebrar el día del sábado, pero al mismo tiempo lamentan que no se pueda comerciar en ese día. Los que solo piensan en sus dineros no pueden detenerse a celebrar con verdad los días dedicados al descanso sagrado.  

Con razón el salmo responsorial proclama que el Señor “levanta del polvo al desvalido y alza de la basura al pobre” (Sal 112,7). Como escribía san Pablo, “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). Y esa voluntad de Dios alcanza tanto al oprimido como al opresor.

 

LA PAZ Y LOS BENEFICIOS

La parábola evangélica que hoy se proclama evoca también el ambiente de los negocios. Un administrador va a ser despedido por defraudar a su amo. Pero aprovecha una última oportunidad para ganarse unos amigos. Disminuyendo la deuda que tienen pendiente, espera conseguir sus favores cuando se encuentre en la calle y sin trabajo (Lc 16,1-13).

Lo más sorprendente del relato evangélico es que el amo felicita a ese administrador infiel por la astucia que ha demostrado. El comentario con el que Jesús concluye la parábola podría aplicarse a muchas situaciones actuales: “Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.

Algunos comentaristas modernos tienen en cuenta la frecuencia con la que aparecen los dineros en el evangelio de Lucas. Y se preguntan si el dueño no alabará al administrador porque el fraude le ha hecho comprender que no merece la pena perder el ánimo y la paz por la pérdida de unos beneficios económicos.

 

RESPONSABLES Y FIELES

Por otra parte, Jesús utiliza la parábola para dirigir a sus discípulos algunas reflexiones de tipo sapiencial. En ellas se refiere al hombre, pero también a Dios.

• “El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar”. Ser honrados en los pequeños compromisos de cada día constituye una buena preparación para asumir nuestra responsabilidad humana y para aceptar el proyecto de Dios sobre nosotros.

• “Ningún siervo puede servir a dos amos”. El corazón dividido no puede encontrar la paz, ni en el trabajo ni en la vida familiar. Pero esa división llega a ser dramática cuando pretendemos ser fieles a las voces del mundo y olvidamos la voz de Dios.

• “No podéis servir a Dios y al dinero”. Parece que siempre hemos de servir a alguien. Y muchas veces servimos a los que nos ofrecen seguridades inmediatas. Sin embargo, hemos de reconocer que esas satisfacciones no equivalen a la felicidad. Solo Dios es Dios. Solo quien adora a Dios y solamente a Dios, puede encontrar la libertad.

- Señor Jesús, reconocemos que con frecuencia vivimos asentados en el fraude y en la mentira, en el interés y en la idolatría. Que tu Espíritu nos ayude a ser responsables en las cosas de este mundo y a ser fieles a nuestra vocación cristiana. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 24 del Tiempo Ordinario. C

15 de septiembre de 2019

 

“El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo”. Siempre hemos pensado que es el hombre quien ha de arrepentirse y cambiar su camino. Por eso es tan llamativo leer que Dios se arrepiente de una decisión que había formulado. Pero así nos lo presenta hoy el libro del Éxodo (Éx 32,14).

El contexto es bien conocido. Mientras Moisés está en la montaña, los israelitas entregan sus joyas a Aarón para que les fabrique un dios visible, como los que habían visto en Egipto. La adoración del becerro de oro reflejaba su nostalgia del pasado de esclavitud y su desprecio de la futura libertad que Dios les ofrecía.

Moisés intercede por su pueblo ante el Señor. Le pregunta si va a olvidar lo que ha hecho por Israel y la esperanza que ha encendido ante sus ojos. Y Dios decide ser fiel a sí mismo, a pesar de la infidelidad de su pueblo.

El salmo responsorial se hace eco de ese atributo de Dios cuando nos lleva a implorarle: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa” (Sal 50).

 

LA PÉRDIDA Y EL HALLAZGO

Esa imagen de un Dios misericordioso y compasivo se refleja en las tres parábolas evangélicas de las pérdidas y los hallazgos. Las dos primeras evocan la pérdida de una oveja, reencontrada por el pastor y la pérdida de una moneda buscada por su dueña (Lc 15,1-10).

Quien encuentra la oveja comunica la buena noticia a los amigos. Quien encuentra la moneda, comparte esa buena noticia con las vecinas. En ambos casos se pasa del nerviosismo a la paz, de la búsqueda al hallazgo, y de la soledad a la compañía. Ni el hombre ni la mujer gozan a solas de su satisfacción por el éxito de su búsqueda.

La tercera parábola incluye detalles conmovedores. Un hijo se va de casa buscando libertad, pero pronto se ve sumido en una triste soledad. Cuando regresa, el hermano mayor se niega a recibirlo. Pero en ambos casos el padre sale de casa a encontrarse con sus hijos.

En las tres parábolas resuena la alegría por el hallazgo. La pérdida pertenece ya al pasado. Ante el gozo del hallazgo se olvida la fatiga de la búsqueda.

 

EL ENCUENTRO Y LA ALEGRÍA

Con todo, la peripecia del pastor y de la mujer no pertenecen al mundo de los cuentos. Estas parábolas reflejan las relaciones del hombre con Dios. De hecho se cierran con una conclusión con la que Jesús nos invita a levantar la vista a los cielos: “Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”.

• El pastor dedica toda su atención a la oveja que se ha perdido. La mujer tiene diez monedas, pero emplea su tiempo en buscar la que se le ha perdido.

• Los justos son la alegría de Dios. Pero mayor alegría hay cuando alguien descubre el bien, la verdad y la belleza que solo pueden encontrarse en Dios.

• La parábola del hijo pródigo concluye retomando la idea de la alegría por el encuentro del hijo y hermano que se había perdido.

- Padre celestial, reconocemos que muchas veces nos hermos perdido. Pero sabemos que tú sales cada día a buscarnos. Nuestra pérdida nos daña a nosotros. Pero el hallazgo y el reencuentro es una alegría para ti, que nos amas y nos buscas. ¡Bendito seas!

José-Román Flecha Andrés 


Domingo 23 del Tiempo Ordinario. C

8 de septiembre de 2019

 

“¿Qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere?… ¿Quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?” (Sab 9,13-18). Estas preguntas nos llevan a tomar con cautela tanto el alcance de nuestro conocimiento como nuestras pretendidas certezas.  

“Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 89). El salmo responsorial se hace eco de las palaras proclamadas en la primera lectura, para recordarnos que la verdadera sabiduría es un don de Dios. No tiene sentido enorgullecerse de lo que uno cree saber. El saber del creyente se identifica con el aceptar la palabra de Dios.

En la breve carta que Pablo escribe a Filemón, lo exhorta a recibir a Onésimo como al hermano que ahora es, tras haber recibido el bautismo de manos del Apóstol, y ya no como al esclavo que era antes de escapar de la casa de su amo. La comunidad cristiana no podía modificar las leyes del Imperio, pero podía pedir a los fieles que vivieran como hermanos.

 

LIBERTAD Y SEGUIMIENTO

Si la primera lectura nos habla de la sabiduría que viene de Dios, el evangelio nos dice que esa sabiduría se ha hecho carne en Jesús. Con razón él puede invitarnos a seguirlo por el camino, dejando atrás todos nuestros intereses. Bien sabe él que eso no es fácil. Por eso nos exhorta a calcular el peso de nuestras decisiones y nuestras posibilidades.

• La invitación a seguir a Jesús es una llamada a la libertad. En el evangelio de hoy (Lc 14,25-33), Jesús indica tres relaciones que nos remiten a los lazos familiares (v. 26), a la posesión y disfrute de los bienes (v. 33) y al cómodo apego a la propia vida (v. 26). Todos hemos de considerar si estamos dispuestos a soñar con la libertad de todos los vínculos.

• Pero no basta liberarse “de” algo. Es preciso liberarse “para” seguir al Señor. Por eso, él se refiere tres veces a su persona. “Si alguno se viene conmigo”…, “detrás de mí”…, “discípulo mío”. Nadie deja todo por nada. El evangelio nos dice una y otra vez que la llamada a la libertad es una llamada al seguimiento de Jesús.

• Junto a esas tres relaciones y referencias, se encuentran otras tres negaciones: “No puede ser discípulo mío”. Sólo quien decide libremente seguir al Maestro puede alcanzar la libertad de vivir la vida del Señor. Esa es la grandeza de la libertad.

 

EL CIMIENTO Y LA FIDELIDAD

 De todas formas, Jesús no oculta a sus discípulos que el seguimiento comporta la aceptación de la cruz que él ha de llevar un día.

• “Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”. La cruz es un patrimonio univeral. No es el Señor quien nos la impone. Más pronto o más tarde, a todos nos tocará un día cargar con nuestra propia cruz. Pero el Señor nos invita a llevarla tras él. Es decir, a reconocer que él nos precede en el camino y a seguirle con decisión y confianza.

• “Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío”. Esas palabras valen para todos los discípulos y para toda la Iglesia. No puede eximirse de llevar la cruz una comunidad que dice seguir y confesar al Crucificado. La persecución no es un accidente de la historia. La comunidad cristiana sabe bien cuál es el camino del Señor.

- Señor Jesús, muchos de nosotros creemos estar construyendo una torre fuerte y sólida, pero no la hemos cimentado sobre la base de una fe sincera y comprometida. Que tu Espíritu nos conceda el don de la sabiduría para que podamos mantenernos con fidelidad en el camino por el que tú nos precedes. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés

 



Domingo 22 del Tiempo Ordinario. C

1 de septiembre de 2019

 

“Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios y revela sus secretos a los humildes”. No deberíamos olvidar esos consejos de Jesús, hijo de Sirac (Eclo 3,17-18.20).

El texto bíblico es muy realista. A la actitud del humilde se contrapone la soberbia del orgulloso: “No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta” (Eclo 3,28). Algunas traducciones nos recuerdan que “para la adversidad del orgulloso no hay remedio, pues la planta del mal ha echado en él raíces”.

El salmo nos recuerda que Dios es el padre de los huérfanos y el protector de las viudas. Su misericordia no tiene medida. “Dios prepara una casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece” (Sal 67).

Según la carta a los Hebreos, los cristianos nos hemos acercado a un nuevo Sinaí, a la Jerusaén del cielo. Y en ella descubrimos que Dios es el juez de todos y que Jesús es el mediador de la nueva alianza (Heb 12).

 

EL AMOR GRATUITO

El evangelio que hoy se proclama recoge un hecho que parece una parábola (Lc 14,1.7-14). Es un sábado: día de oración y descanso. Jesús es invitado a comer en casa de un fariseo importante. Observa que los invitados se apresuran a escoger los primeros puestos. Y el Maestro aprovecha la ocasión para impartir dos consejos aparentemente muy humanos.

• El primero se dirige a los invitados a un banquete. Quien elige uno de los primeros puestos puede verse en el bochorno de ser obligado a cederlo a otro invitado más importante. Pero quien elige uno de los últimos, puede verse honrado cuando lo inviten a situarse en un puesto de más prestigio. Así que es más conveniente ser humilde y modesto.

• El segundo consejo se dirige al anfitrión que ofrece el banquete. Quien convida a sus amigos, a sus parientes o a sus vecinos ricos, espera ser recompensado con otra invitacion semejante. Eso es lo habitual. Quien convida a pobres, lisiados, cojos y ciegos parecerá ir contra corriente. Porque generalmente no recibirá una invitación semejante.

Los dos consejos parecen normas de protocolo social. Pero Jesús las eleva al rango religioso, mediante la bienaventuranza que sigue al segundo consejo: “Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los muertos”. Así que la humildad va unida a la generosidad de quien ama gratuitamente. Porque así es como ama Dios.

 

MODESTIA Y SENCILLEZ

La prudencia nos aconseja ser modestos y sencillos. Este relato evangélico responde a una experiencia muy humana. Pero encierra una profunda lección de fe. No sólo habla del hombre, sino de Dios. Basta reflexionar sobre la frase central.

• “Todo el que se enaltece será humillado”. Quien se enaltece a sí mismo se coloca con frecuencia en el puesto del mismo Dios. Olvida su profunda verdad y se engaña a sí mismo.  “De soberbia y vanagloria os libre Dios”, escribe Santa Teresa. Cuanto más alto sube el necio más estrepitosa es su caída.

• “El que se humilla será enaltecido”. El modelo es el mismo Cristo, que se abajó hasta someterse a la muerte y muerte de cruz, por lo cual fue ensalzado hasta recibir un nombre sobre todo nombre (cf. Flp 2,6-11). Quien de verdad ama a Dios, va por el valle de la humildad, como escribe también Santa Teresa.

- Señor Jesús, ya conocemos los banquetes humanos. Pero tú nos has convidado al banquete de tu Reino. En este caso nada vale nuestro orgullo. Que tu gracia nos ayude a vivir en la Iglesia y en el mundo con la sencillez de los pobres y los humildes. Una vida no nos bastará para agradecerte ese consejo. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo 20 del Tiempo Ordinario. C

18 de agosto de 2019

 

“Hay que condenar a muerte a ese hombre, pues, con semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y al resto de la gente. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia”. Esa fue la acusación contra el profeta Jeremías que los príncipes presentaron ante el rey Sedecías (Jer 18,4-10).

Al fin, Jeremías fue liberado de morir de hambre en el aljibe al que lo habían arrojado. Pero aquel episodio de su vida se repite también hoy. La palabra de Dios consuela a los que creen y molesta a los que se alejan de él. Por eso el profeta es acusado de perturbar la paz y el orden social. Se manipula la opinión pública y se decide eliminarlo.

Con el salmo responsorial, también nosotros hacemos nuestra la oración del condenado: “Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor se cuida de mí; tú eres mi auxilio y mi liberación: Dios mío, no tardes” (Sal 39,18).

La segunda lectura  (Heb 12,1‑4) nos recuerda que “en lugar del gozo inmediato, Jesús soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios”. También él ha sido liberado por Dios, como lo fuera Jeremías.

 

UN TEXTO ESCANDALOSO

Según el evangelio que hoy se proclama (Lc 12,49-53), Jesús es consciente de que su mensaje desencadenará graves divisiones en la sociedad y aun en el seno de las familias. Hasta los hijos se enfrentarán a sus padres, aparentemente por causa de la fe.

Este texto puede resultar escandaloso. Pero no revela la intención de Jesús sino la realidad que se iba a seguir del anuncio de su mensaje. De sobra sabía él que el evangelio no dejaría indiferentes a las personas. Quienes trataran de vivir en cristiano con frecuencia resultarían molestos hasta a sus mismos familiares.  

Pero esa división se habría de repetir una y otra vez a lo largo de los siglos. También hoy las familias se encuentran divididas por el fundamentalismo de los miembros que se han pasado a otro grupo religioso. O por los familiares que se burlan de los que tratan de mantener la fe. O por los jovenes que buscan su afirmación personal renegando de la fe de sus padres.

 

LA CRISIS Y EL MARTIRIO

Con todo, es preciso recordar la frase con la que comienza este texto evangélico: “He venido a prender fuego a la tierra. ¡Y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!” Esas dos referencias al fuego y al bautismo revelan la fuerza del mensaje de Jesús.  

• “He venido a traer fuego en el mundo”. El fuego puede ser entendido como el símbolo del amor, pero también como el símbolo del juicio. El fuego purifica los metales. Y a él se arroja la basura. También la figura y el mensaje de Jesús purifican nuestra conciencia y someten a crisis los pretendidos valores de nuestra sociedad.

• “Con un bautismo tengo que ser bautizado”. En la pregunta que Jesús dirigió a Santiago y Juan, el bautismo significaba el martirio (Mc 10,38). Como se ve, Jesús es muy consciente de las intenciones de los que quieren condenarlo a muerte. Pero acepta voluntaria y generosamente la suerte que le espera.  

- Señor Jesús, cuando preguntaste a tus discípulos qué decían las gentes sobre ti, ellos recordaron que muchos te comparaban con el profeta Jeremías. Al igual que él, también tú fuiste y eres acusado de ser enemigo del pueblo. Tú eres el príncipe de la paz. Pero nuestras opciones generan las divisiones que tú preveías. Danos fuerzas para seguirte por el camino.

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo 19 del Tiempo Ordinario. C

11 de agosto de 2019

 

“La noche de la liberación se les anunció de antemano a nuestros padres para que tuvieran ánimo al conocer con certeza la promesa de que se fiaban”. El libro de la Sabiduría (Sab 18,6-9) recuerda así la larga esclavitud que el pueblo de Israel padeció en Egipto. Y, sobre todo, celebra y agradece la intervención de Dios para liberarlo.

 • En primer lugar, el texto recuerda la noche. En medio de las tinieblas resonó la señal de Dios para salir de Egipto y comenzar a caminar hacia la tierra de la libertad. En medio de nuestra oscuridad es posible escuchar la voz de Dios que abre un camino insospechado.

• El anuncio de la liberación no generó en los padres de Israel un sentimiento de orgullo y de autosuficiencia. No eran ellos los que habían soñado y proyectado la salida de Egipto. La iniciativa era de Dios. Bastaba creer en él. Y agradecerle el don de la liberación.

• La esperanza de la partida tampoco aumentó el individualismo. Todos supieron que la intervención de Dios se dirigía al pueblo de los oprimidos. Todos estaban llamados a salir de Egipto. Todos habían de compartir los riesgos y las esperanzas.  

 

LAS ENEMIGAS DE LA ESPERA

A esta memoria del pasado, evocado por el libro de la Sabiduría, corresponde el mensaje evangélico sobre la libertad y la esperanza (Lc 12,32-48). También en él se subrayan al menos tres virtudes: la generosidad del desprendimiento; la vigilancia en la espera y la responsabilidad en la convivencia.

• La esperanza no se entiende con la indiferencia. Si esperamos al Señor hemos de compartir con los demás nuestro tesoro. Ni las cosas ni las instituciones pueden ofrecernos la salvación. Es un suplicio la espera cuando no se cultiva la fraternidad. La esperanza nos exige mantener buenas relaciones con nuestros hermanos.

 • La esperanza no se hermana con la pasividad. Si esperamos al Señor, no podemos vivir adormilados. Es preciso estar despiertos y vigilantes como el centinela que aguarda la aurora. Como los criados que aguardan el regreso de su amo. El Señor recompensa nuestra espera y nuestra paciencia, humillándose hasta hacerse nuestro servidor.

• La esperanza no se compagina con la glotonería. Si esperamos al Señor, hemos de mantenernos sobrios. Las mil adicciones que hemos ido aceptando como hábitos inocentes terminan por llevarnos a perder el juicio, nos degradan y nos esclavizan. Sólo se salvan los que tienen hambre y sed de la justicia.

 

Y LAS AMIGAS DE LA ESPERANZA

Pero el evangelio no trata solo de proponer buenas actitudes humanas. En realidad nos presenta a Jesús como el Hijo del hombre, que viene a traernos la salvación que esperamos. Una frase resume la urgencia y el gozo de la espera: “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre?”.

• “Estad preparados”. No se prepara a recibir al Señor quien sucumbe a las tentaciones de la desesperanza o de la presunción. La primera nos hace creer que nunca llegaremos a la meta. Y la segunda pretende convencernos de que ya la hemos alcanzado. En ambos casos nos impiden seguir caminando con decisión y esperanza, con audacia y alegría.

• “A la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre?” A veces entendemos esta frase como una amenaza. En realidad, es una advertencia para que prestemos atención a los signos de los tiempos. A la hora que menos pensamos podemos descubrir que el reino de Dios está aquí, que el Señor camina con nosotros.

- Señor Jesús, tú conoces todo lo que nos mantiene en una vergonzosa esclavitud. Pero sabes también que esperamos la liberación. Creemos que nuestra libertad solo puede realizarse si te esperamos a ti, si creemos en ti, si te reconocemos a ti en nuestros hermanos más humildes y marginados. Ayúdanos a mantener viva la esperanza. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo 18 del Tiempo Ordinario. C

4 de agosto de 2019

 

 

“Vaciedad sin sentido, todo es vaciedad”. Es muy conocido este inicio del libro del Eclesiastés (Ecl 1,2). El texto añade una reflexión sobre la preocupación humana por el trabajo: “Hay quien trabaja con destreza, con habilidad y acierto, y tiene que legarle su porción a quien no ha trabajado. También esto es vaciedad y gran desgracia” (Ecl 2,21-23).

Pero el problema no es el trabajo sino la fugacidad de la vida, que quita sentido a los afanes por acumular unos bienes que es preciso dejar a otros. Con frecuencia olvidamos que no estamos en esta tierra para vivir aquí para siempre.

Esa idea de nuestra limitación temporal se repite en el salmo responsorial, en el que nos dirigimos a Dios reconociendo que nuestra vida es frágil y breve: “Mil años en tu presencia son un ayer, que pasó, una vela nocturna” (Sal 89,)

Por feliz coincidencia, en la segunda lectura de la misa de hoy, san Pablo nos recuerda que hemos resucitado con Cristo. Y, por tanto, nos exhorta a aspirar a los bienes de arriba, no a los de la tierra (Col 3,1-2).

 

MEDIADOR Y ÁRBITRO

El evangelio de Lucas, que vamos siguiendo a lo largo de este año, se refiere con frecuencia al dinero, o mejor a los pobres y a los ricos. El texto que hoy se proclama en la Liturgia (Lc 12,13-21) podría dividirse en dos partes, centradas en el tema de la codicia.

• En la primera parte, uno de los que escuchan a Jesús le expone su enemistad con su hermano a causa de la herencia familiar. Su petición nos recuerda la de Marta. Ambos piden a Jesús que haga de mediador en cuestiones familiares: “Dí a mi hermana… Dí a mi hermano…” También hoy algunos quieren que Jesús solucione sus problemas.

• En la segunda parte, leemos la parábola de un hombre rico que ha recogido en sus campos una cosecha muy abundante. Junto a la satisfacción por la cosecha, se le plantea el problema de construir unos almacenes más amplios para recogerla. Pero Dios es el árbitro que marca el final de nuestra carrera.

Con todo, el mensaje que se desprende de la parábola subraya sobre todo la arrogancia y el engaño en el que vive este hombre. Parece convencido de que la abundancia de sus bienes le garantiza una larga vida. Como en el libro del Eclesiastés, también en este relato se sugiere que la preocupación verdadera es la de la caducidad de la existencia.

 

DIOS Y LOS DEMÁS

Es interesante descubrir que la parábola contrapone a la palabra del rico la palabra de Dios. El rico espera disfrutar de su cosecha durante muchos años. Pero Dios le anuncia que su vida ha llegado a su término.

• “Necio, esta noche te van a exigir la vida”. Si la sabiduría refleja la armonía del hombre con Dios, la necedad revela la autosuficiencia de la persona, es decir su pecado. No se puede olvidar que quien decide la duración de la vida no es el hombre sino Dios. Nadie es dueño de su futuro.

• “Lo que has acumulado ¿de quién será?” Además de escuchar la voz de Dios, el hombre siempre ha de prestar atención a sus hermanos. El rico es interpelado por Dios, pero hará bien en recordar a las personas que lo rodean. Ninguna cosecha le pertenece para siempre. Siempre hay unos “otros” que heredarán nuestros bienes.

- Padre de los cielos, con razón Jesús nos exhortaba a confiar en tu providencia. De ti proviene nuestro pan de cada día. Tú nos entregas los bienes para que reconozcamos tu generosidad y los compartamos con alegría. Que tu Palabra nos recuerde la honda verdad de nuestra vida y nos ayude a tenerte en cuenta a ti y a nuestros hermanos. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 16 del Tiempo Ordinario. C

21 de julio de 2019

 

  “Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo” Con estas palabras se dirige Abrahán a los tres peegrinos que han llegado hasta su tienda, allá en el encinar de Mambré (Gén 18,1-10). La proverbial hospitalidad de los beduinos se convierte en oración en sus labios. Una petición que puede inspirar a todos los creyentes.

Pero el texto no solo se hace eco de la súplica del nómada. Recoge también la promesa que formula uno de los peregrinos que han sido acogidos por él: “Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo”. Una promesa que revela el carácter divino de aquellos mensajeros.

El salmo responsorial se hace eco de esta escena bíblica y nos invita a repetir: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?” (Sal 142,2). La respuesta del salmo es una memoria de virtudes que predisponen a la persona para encontrarse con los demás y con el mismo Dios.

 

LA INDIFERENCIA DE JESÚS

También en el evangelio que hoy se proclama encontramos una escena de hospitalidad. Mientras va de camino, Jesús se detiene en una aldea. Una mujer llamada Marta le ofrece hospitalidad en su casa y se precocupa de servirle. Mientras tanto, su hermana María se sienta a los pies de Jesús y escucha su palabra (Lc 10,38-42).

Marta se queja ante Jesús de que su hermana la deje a ella sola ocuparse de las atenciones que requiere la hospitalidad: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”.

 Naturalmente esa interpelación que brota de los labios de Marta puede ser interpretada como una doble acusación. Marta está incómoda por la actitud de María. Pero, de paso, considera que Jesús no hace bien en ignorar aquella situación. Cabe todavía preguntarse si esta doble acusación se debe al cansancio o tal vez a un ataque de celos.

Durante una tempestad en el mar, los discípulos se habían dirigido a Jesús con una fórmula muy semejante: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” (Mc 4,38). El escenario es muy diferente. Pero el lamento es muy semejante. En un caso y en otro late la inquietud por la aparente indiferencia de Jesús ante la situación de la persona.

 

LAS OCUPACIONES Y EL SENTIDO

Ahí queda la pregunta. Pero también nos interesa escuchar la doble respuesta que Jesús dirige a Marta.

• “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: solo una es necesaria”. Esta observación va dirigida a toda la Iglesia, que parece demasiado empeñada en multiplicar su actividad. Pero es válida también para una sociedad que pone todo su afán en las ocupaciones terrenas, mientras se olvida de considerar el sentido que encierran.

• “María ha escogido la mejor parte, y no le será arrebatada”. Esta segunda manifestación de Jesús se dirige de nuevo a la Iglesia, llamada a escuchar la palabra del Señor. Pero interpela también a una sociedad que persigue a los creyentes y desprecia sus creeencias, sus símbolos y sus ritos.

- Señor Jesús, también hoy vienes a nuestra casa, pero nosotros no ponemos interés en ofrecerte hospitalidad. Abre nuestros corazones para que aprendamos a acogerte en los pobres y en los marginados, en los emigrantes y en los perseguidos. Con ellos llegas tú a nuestra casa. Bendito seas tú, que vienes en el nombre del Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 15 del Tiempo Ordinario. C

14 de julio de 2019

“Escucha la voz del Señor tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos… El precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable…El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo” (Deut 30,10-14). Son muy atinados esos avisos que el libro del Deuteronomio pone en boca de Moisés.

Los mandamientos de Dios a su pueblo no han nacido de un capricho divino. Corresponden a los grandes valores éticos que la humanidad de todos los tiempos ha podido descubrir, gracias a la experiencia humana y a la luz natural de la razón. El cumplimiento de esos preceptos y mandatos garantizaría la paz y la justicia, la armonía y la concordia.

El salmo responsorial que hoy se canta nos exhorta a la humildad y nos invita a buscar al Señor, para que nuestro corazón pueda alcanzar una vida nueva y feliz (Sal 68,33-34).

DOS PREGUNTAS Y UN MENSAJE

Según el evangelio de este domingo (Lc 10,25-37), un letrado se acerca a Jesús y le dirige una pregunta muy semejante a la del joven rico: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” Jesús conoce las tradiciones de su pueblo y puede también leer lo que hay en el interior de su interlocutor.

Jesús supone que el letrado conoce ya el camino que lleva a la vida. Y así es. El letrado menciona un precepto del libro del Deuteronomio: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser”. Y añade otro precepto que se encuentra en el libro del Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

El primer precepto era generalmente admitido por todos. Pero el segundo suscitaba por entonces numerosas discusiones. Según algunos, el prójimo digno de amor era quien pertenecía al pueblo de Israel. Según otros, prójimo era tan solo el que cumplía la Ley. Así que el letrado dirige a Jesús una segunda pregunta: “¿Quién es mi prójimo”.

Jesús responde con un relato sobre un viajero que baja de Jerusalén a Jericó por un camino infestado de ladrones, que lo apalean y lo dejan medio muerto.

MISERICORDIA PARA TODOS

El relato continúa evocando a tres personajes que pasan por el mismo camino, a cuya orilla yace aquel hombre malherido.

• En primer lugar, pasa por allí un sacerdote. Ve al hombre maltrecho, pero da un rodeo para no acercarse a él, tal vez para no contaminarse con la sangre. El caso es que pasa de largo y no se interesa por él.

• Después pasa por el mismo lugar un levita, que repite los mismos gestos. También él da un rodeo para mantenerse alejado del herido. Y también él trata de ignorar su desgracia y pasa de largo.

• Pasa por allí otro viajero que se fija en el herido. Se le conmueven las entrañas, cura sus heridas, lo carga en su cabalgadura y lo lleva a un albergue. Tras atenderlo personalmente, deja un dinero al posadero para que siga cuidando de él y promete volver por allí y pagar los gastos que el cuidado haya causado.

Al final del relato, Jesús cambia la segunda pregunta del letrado. No vale preguntarse quién es el prójimo sino quién se hace prójimo del hombre apaleado. El letrado responde secamente que aquel que tuvo misericordia. Nunca pronunciaría la palabra “samaritano”. Pero sus escrúpulos nacionalistas nos han dado la respuesta precisa.

- Señor Jesús, en muchas culturas el tercer personaje de la fábula representa la figura y los valores de quien la cuenta. Nosotros sabemos que tú eres nuestro buen samaritano. Tú nos has recordado que toda la Ley se resume en el amor a Dios y el amor al prójimo. Y nos enseñas que todos somos invitados a ser testigos y portadores de la misericordia para todos los que sufren. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 14 del tiempo ordinario. C

7 de julio de 2019

 

“Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto” (Is 66,10). Es impresinante esta serie de promesas divinas que recoge el último capítulo del libro de Isaías. Dios va a facilitar el nacimiento de la nueva Jerusalén. Es la hora de la alegría.

Dios va a hacer que la paz corra hacia Jerusalén con la abundancia de un río caudaloso. La causa de la alegría será para su pueblo esta presencia misericordiosa de Dios. A este mensaje responde el salmo responsorial con una invitación a la asamblea: ”Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente” (Sal 65,6).

Con todo, la felicidad y la gloria no tienen su causa en los logros humanos. San Pablo escribe a los gálatas que él sólo puede gloriarse en la cruz de Jesucristo (Gál 6,14-18).

 

EL ENVÍO Y EL MENSAJE

Al iniciar su subida hacia Jerusalén, Jesús envía a sus discípulos por delante de él, con la intencion de que le preparen el camino (Lc 10,1-12.17-20).

Jesús los envía de dos en dos, porque el testimonio de una persona solamente es creíble cuando es apoyado por otra. Además, los discípuos han de caminar unidos, puesto que son enviados a anunciar la paz.

Jesús los envía ligeros de equipaje para que el menaje no parezca apoyado por la fuerza, las riquezas o los medios de los mensajeros. Los envía con el encargo de que curen a los enfermos que se encuentren, de modo que sean recibidos como portadores de la misericordia y de la compasión de su Maestro.  

Y, finalmente, Jesús envía a sus discípulos con un mensaje muy concreto que han de proclamar en todo lugar: “Está cerca de vosotros el Reino de Dios”. No era esta una advertencia para tratar de prevenir un castigo contra los impíos. Era el buen anuncio de la presencia de Dios entre los hombres. Jesús mismo era ya el Reino de Dios.

 

HERALDOS DEL REINO

Los discípulos retornan de su misión y comunican a Jesús los efectos asombrosos de su predicación, de las curaciones y de los exorcismos que han realizado. Y entablan con su Maestro un diálogo lleno de contrastes:

• “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”. El nombre significa y representa la dignidad de Jesús. Los discípulos se alegran al comprobar el poder que ejerce el nombre del Maestro.

• “No estéis alegres porque se os someten los espíritus”. Jesús advierte a los suyos para que no caigan en el optimismo ingenuo de creer que yan han logrado someter a los espíritus que manejan este mundo.

• “Estad alegres porque vuestros nombres están inscrito en el cielo”. Los discípulos aludían al nombre de Jesús, pero él alude ahora al nombre de los suyos. Han de alegrarse porque el Padre los tiene ya presentes en su reino.

- Señor Jesús, sabemos que tú nos has elegido para enviarnos por el mundo como mensajeros de tu paz y heraldos del Reino de Dios. Pero tú sabes que a veces pensamos que ya está dominado el mal de este mundo. No permitas que caigamos en el desaliento por los aparentes fracasos ni en la satisfacción por los avances conseguidos. Nuestra alegría nace solamente de sabernos amados por el Padre celestial. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo 13º del Tiempo Ordinario. C

30 de junio de 2019

 

 “Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los mató, hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente. Luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a sus órdenes” (1 Re 19,21). Así se proclama en la primera lectura de la misa de hoy.

Como se ve, Elías busca un sucesor para su misión, y Eliseo acepta la misión que se le confía. Inmediatamente abandona su profesión de agricultor y decide seguir a aquel profeta de fuego. Es interesante ver que no solo deja sus pertenencias sino que las convierte en el objeto de un sacrificio que ofrece a Dios y a sus familiares y amigos.

A este relato de vocación responde adecuadamente el salmo responsorial: “Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré” (Sal 15,8). En este contexto, son muy importantes las palabras que Pablo escribe a los Gálatas: “Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros” (Gál 5,13).

 

POBREZA Y URGENCIA

 De la vocación nos habla también el evangelio de este domingo. Jesús ha tomado ya la decisión de dirigirse a Jerusalén, donde se ha de cumplir su misión. Mientras camina con sus apóstoles, aparecen tres personajes que podrían haber llegado a ser discípulos suyos.  

• El primero manifiesta su voluntad de seguir al Maestro, pero Jesús le da a conocer que él no tiene donde reclinar la cabeza. Ha de quedar claro que seguir a Jesús no va a ser fácil. El discípulo ha de estar dispuesto a compartir no solo la austeridad, sino también la pobreza de su Maestro.

• El segundo es invitado por Jesús, pero le manifiesta el deseo de ir a enterrar a su padre. El texto no dice si acababa de morir o si el hijo deseaba posponer su respuesta a la llamada hasta que su padre hubiera muerto. Jesús le advierte sobre la urgencia de la llamada y la disponibilidad que ha de acompañar al que quiera seguirle.  

 

RADICALIDAD Y SEGUIMIENTO

 Seguramente, en las primeras comunidades cristianas era fácil identificar estas posturas y advertencias con algunas personas concretas que, por interés o por comodidad, habían rechazado la llamada del Señor. El relato evangélico centra nuestra atención sobre el diálogo entre un tercer candidato y el mismo Jesús:

• “Te seguiré Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia”. En Israel era muy importante el respeto a los padres y la unión con la familia de origen. Este candidato quiere seguir a Jesús, pero no quiere ignorar a su gente.

• “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”. El profeta Elías había permitido a Eliseo ir a despedirse de su familia. Jesús pide al candidato una mayor radicalidad para seguir con verdad al Mesías.

- Señor Jesús, te damos gracias por habernos llamado a seguirte en tu propia misión.   Ayúdanos a escuchar tu voz y comprender que el seguimiento exige una disponibilidad radical y generosa.   Amén.

José-Román Flecha Andrés


Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.C

23 de junio de 2019

 

“Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino. Era sacerdote del Dios Altísimo” (Gén 14,18). Este rey no es un israelita. Pertenece a los cananeos que habitaban la tierra a la que llegó Abraham procedente de Ur de los caldeos.

Este sacerdote no presenta al Dios Altísimo un sacrificio de animales, sino una ofrenda de pan y de vino. Por otro lado, bendice a Abraham y este le ofrece el diezmo del botín que ha conseguido en una batalla contra un grupo de reyezuelos.

Es importante observar que el salmo responsorial ensalza al Mesías y lo proclama como “sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec” (Sal 109,4). Por tanto el sacerdocio de Jesús no está vinculado al de Aarón. Tiene una dimensión univeral.

 

LA ALIANZA Y LA ENTREGA

En su primera carta a los Corintios, san Pablo es el primero en transmitir la tradición que recuerda la noche en la que Jesús pasó a sus discípulos el pan y el vino de la nueva alianza, como signo y sacramento de su vida y de su entrega (1 Cor 11,23-26). Al celebrar la eucaristía hacemos memoria de aquella entrega y damos gracias por ella.

- “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. Con el gesto del pan partido y compartido, Jesús expresaba su entrega a sus hermanos. A los que participaban en aquella cena pascual y a los que seguirían sus pasos a lo largo de los tiempos.

- “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”. La sangre de los animales sacrificados sellaba las alianzas entre los pueblos y sus proyectos comunes. El vino compartido anticipaba el sacrificio de Jesús y sellaba la alianza de Dios con los hombres

- “Haced esto en memoria mía”. La muerte del Justo injustamente ajusticiado nos interpela. En la Eucaristía proclamamos que su memoria pervive en nosotros. La presencia de Cristo está viva en medio de su comunidad.

- “Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”. Vivimos en esperanza. Deseamos que la presencia de Cristo se haga visible en nuestro mundo y en nuestra historia.

 

ESCUCHAR Y COMPARTIR

El evangelio que se proclama en esta fiesta del cuerpo y de la sangre de Jesucristo nos recuerda el relato de “la multiplicación de los panes y los peces”. Ante la necesidad de la gente y la perplejidad de los discípulos sobresale la decisión de Jesús.

• “Dadles vosotros de comer”. Estas palabras de Jesús no son una simple llamada a la generosidad personal de los discípulos de antes o de ahora. Tampoco son una exhortación a tratar de cambiar un sistema económico-social. Son mucho más.

• “Dadles vosotros de comer”. Estas palabras son una interpelación y un mandato. Están dirigidas a los discípulos que seguían al Maestro y a los que tratamos de seguirlo en nuestros días. Ponen de manifiesto nuestro egoísmo y nos llaman a la responsabilidad.

• “Dadles vosotros de comer”. Estas palabras de Jesús son un grito profético que anuncia un mundo de bienes compartidos y denuncia nuestra insolidaridad. La Eucaristía que celebramos nos exige hacer nuestra la entrega de Jesús. Nos lleva a vivir un amor sincero a los demás. Y a promover una caridad generosa y una justicia eficaz.

- Señor, nosotros creemos que en la eucaristía nos has dejado el memorial de tu pasión y la certeza de tu presencia entre nosotros. Queremos permanecer fieles a tu mandato. Y deseamos escuchar tu voz para compartir con nuestros hermanos el alimento que sacia el hambre y la fe que ilumina el camino. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés

 


Solemnidad de la Santísima Trinidad

16 de junio de 2019

 

“El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra”. Dios es comunidad eterna y comunicación con el hombre que ha creado por amor. El libro de los Proverbios presenta esa comunicación con la imagen de la Sabiduría que se goza con los hijos de los hombres (Prov 8,22-31).  

La creación del mundo y la lección que las cosas creadas transmiten al ser humano se convierte en admiración e interrogante en el salmo octavo: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? (Sal 8,4-5).

La sabiduría de Dios ha sido identificada con su Hijo. Y el amor de Dios ha sido reconocido e invocado como su amor. Así lo recuerda san Pablo a los Romanos: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5).

 

TRES PUNTOS DE UNA REVELACIÓN

El evangelio que se proclama en esta fiesta de la Trinidad santa de Dios nos remite a las palabras de despedida que Jesús dirige a sus discípulos tras la última cena (Jn 16,12-15). Son unas pocas líneas, tan densas como luminosas que nos introducen en el ser de Dios, en la vida de Dios, en la comunicación de Dios. He aquí tres puntos de esa revelación:

• El Espíritu de la verdad nos guiará hasta la verdad plena. La hondura y el amor de Dios son tan fecundos como inagotables. Nos serán revelados por el Espíritu nos irá ayudando a penetrar tras ese velo mientras vamos haciendo camino. El misterio de Dios es oscuro para quien trata de descubrirlo por sí mismo. Pero es luminoso para quien se deja guiar por el Espíritu.

• El Espíritu glorificará a Jesús. Mientras recorría los caminos de su tierra, Jesús fue ignorado y despreciado hasta ser condenado a muerte por los dirigentes de su pueblo. Pero el Espíritu había de reivindicar su suerte y revelar su gloria. Esa revelación irá marcando el paso de la historia. Sólo gracias al Espíritu acertamos a ver y aceptar a Jesús glorificado.

• Todo lo que tiene el Padre es de Jesús y es anunciado a los hombres por el Espíritu. Conocido por el Padre, solo Jesús lo conocía a su vez. Esa unión y esa intimidad interpersonal entre el Padre y el Hijo nos es revelada siempre y a cada uno de nosotros por la presencia y la acción del Espíritu.

 

GRATITUD Y ALABANZA

En su carta a Serapión escribía san Atanasio unas palabras que hoy se proponen a nuestra meditación en el “Oficio de Lecturas”: “En la Iglesia se predica un solo Dios, que lo trasciende todo, lo penetra todo y lo invade todo. Lo trasciende todo en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo en el Espíritu”.

• El Padre lo trasciende todo. Está más alla de nuestras experiencias y aspiraciones. Más allá de lo que podemos conocer y apetecer. A él nos dirigimos por la fe.

• El Hijo lo penetra todo. Es la Palabra que nos revela la majestad y la bondad de Dios. Y nos revela lo que nosotros somos y lo que estamos llamados a ser. Él alienta nuestra esperanza.

• El Espíritu Santo lo invade todo. Conoce lo que somos y lo que necesitamos, lo que despreciamos y lo que valoramos. Él suscita en nosotros la fuerza del amor.

- Ante la Trinidad santa de Dios, misterio de luz, de resplandor y de gracia, solo nos atrevemos a pronunciar esta oración de gratitud y alabanza: “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”.

 

José-Román Flecha Andrés


Solemnidad de la Ascensión del Señor

2 de Junio de 2019

 

            * “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” (Hech 1,11). Son dos personajes que parecen ser mensajeros celestiales. Y así suena la pregunta que dirigen a los amigos de Jesús, en el momento en que ellos que viven la doble experiencia de verlo glorificado y de quedar huérfanos del Maestro que era su guía.  

            * “El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse”. Esta segunda advertencia de los mensajeros celestiales suena como una profecía. Los discípulos del Señor no pueden olvidar el pasado vivido con su Maestro. Tampoco pueden evadirse del presente. Pero han de mirar al futuro de la misión que les ha sido confiada.

Con el salmo 46 proclamamos que “Dios asciende entre aclamaciones… y se sienta en su trono sagrado”. Efectivamente, Dios resucitó a Jesús de entre los muertos y lo sentó a su derecha en el cielo, como dice la segunda lectura de la misa de hoy (Ef 1,17-23). Esa imagen expresa la divinidad de Jesucristo. El Señor está por encima de todo lo que nos ocupa y nos preocupa.

 

PREDICACIÓN DE LA CONVERSIÓN

El evangelio de Lucas se refiere de forma muy escueta al misterio de la Ascensión de Jesús a los cielos (Lc 24,46-53). Pero en su brevedad, este relato subraya tres elementos fundamentales de la fe y de la esperanza de todos los discípulos del Maestro.

• En primer lugar, se pone en boca de Jesús un resumen del misterio pascual, es decir, de su muerte y su resurrección. Al igual que Jesus había hecho con los discípulos que caminaban a Emaús, también ahora subraya que su suerte y su entrega estaban previstas en las Escrituras.

• Además, Jesús envía a sus apóstoles a todos los pueblos, como mensajeros de la misericordia de Dios. Al igual que Jonás había sido enviado a Nínive, los discípulos del Señor habrán de predicar la conversión para el perdón de los pecados.

• Finalmente, Jesús promete a sus discípulos la presencia continua del Padre celestial. Gracias a su asistencia, podrán ser testigos creyentes y creíbles de lo que el Mesías ha dicho y hecho para llevar a cabo la salvación del mundo.  

Jesús ha cumplido su misión y ha sido glorificado. Ahora confía su propia tarea a los que ha elegido para compartir su vida y su ministerio hasta el fin de los tiempos y hasta las últimas periferias de la tierra, como dice el papa Francisco.

 

LA MISIÓN Y LA ALEGRÍA

Pero el texto evangélico añade todavía algo más. Es preciso que la comunidad recuerde siempre tres detalles que hacen presente en la Iglesia este misterio de la glorificación de Jesús.  

• El primer detalle es la nota sobre esa doble bendición. Jesús bendice a sus discípulos y los bendecirá siempre. Pero, al mismo tiempo, la oración de los discípulos incluye la bendición “ascendente”. En ella se refleja la gratitud de la comunidad por los dones de la fe y la misión.

• El segundo detalle es precisamente la ascensión a los cielos. Con razón había dicho el Maestro que de los pobres de espíritu es el reino de los cielos. Ya sabemos que “los cielos” son la metáfora del mismo Dios. El que ha bajado del Padre, asciende al Padre y comparte su gloria.

• El tercer detalle es esa nota sobre la alegría que embarga a los discípulos al regresar a Jerusalén. La fe les ayuda a comprender que Jesús permanecerá con ellos para siempre, guiándolos en la misión e intercediendo por ellos, como también ha dicho el papa Francisco.

- Señor Jesús, hoy te bendecimos y te damos gracias por tu vida y por tu mensaje de amor y de misericordia. Te rogamos que ayudes siempre a tu Iglesia a difundirlo con audacia y generosidad por el mundo. Y a cada uno de nosotros concédenos la alegría de poder compartir tu camino y de esperar activamente tu manifestación. Amén. Aleluya.

José-Román Flecha Andrés


Domingo 4º de Pascua. C

12 de mayo de 2019

 

 “Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra” (Hech 13,47). Esas palabras del libro de Isaías, señalan a Pablo y Bernabé un importante giro en su tarea misionera. Han comenzando anunciado el evangelio a los judíos, pero en Antioquía de Pisidia comprenden que han de anunciarlo sobre todo a los gentiles, es decir, a las personas que pertenecen a la cultura helenista.

La tarea no ha de ser fácil, como habrán de experimentar a continuación en las ciudades de la región de Licaonia. Pero los dos apóstoles descubren en la realidad que van encontrando las rutas misioneras que se abren frente a ellos. Se diría que están dipuestos a leer los signos de los tiempos y a seguir el camino que Dios les indica.

El salmo responsorial, en cambio, nos invita a situarnos en el lugar de los que escuchan la palabra de los evangelizadores: “Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 99,3).

 

LA VOZ Y LA VIDA

Esa imagen de las ovejas y el rebaño reaparee en el evangelio que todos los años se proclama en este cuarto domingo de Pascua. Una vez más evocamos la imagen de Jesús como Buen Pastor. En el texto que leemos este año se contienen seis verbos que, al reflejar seis acciones, resumen y explican la relación entre Jesús y sus discípulos (Jn 10,27-28).

• “Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco”. Escuchan la voz de Jesús quienes han decidido aceptarlo como su Maestro y vivir de acuerdo con su mensaje. Pero, al mismo tiempo, pueden tener la seguridad de que no son ajenos a la atención de ese Maestro que conoce a sus discípulos.

• “Ellas me siguen y yo les doy la vida eterna”. Para escuchar al Maestro, es preciso seguir sus pasos. Siguen a Jesús los que han sido llamados por él y lo han dejado todo por él. Esos discípulos creen que los valores de la vida temporal encuentran su plenitud y su perfección en la vida eterna, a la que el Pastor los conduce.  

• “No perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano”. Son muchos los peligros y las tentaciones que acechan a los discípulos del Maestro. Pero el Buen Pastor les asegura que siempre los cuidará y los librará del mal. El Buen Pastor vigila para que nada ni nadie pueda arrebatarle sus ovejas.

 

 EL PADRE Y LAS OVEJAS

 “Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 29-30).

• “Más que todas las cosas”. Esta frase parece un tanto misteriosa. De hecho, puede significar que las ovejas que el Padre ha confiado a Jesús constituyen el mejor don de este mundo. Pero también puede indicar que el Padre es mejor y más fuerte que los que tratan de poner dificultades al rebaño que ha confiado a su Hijo.

• “Nadie puede arrabatar nada”. El verbo griego que se traduce por “arrebatar” aparece muchas veces en el Nuevo Testamento. Todo indica que los discípulos del Señor habrán de sufrir múltiples asechanzas. Pero nadie es más fuerte que el Padre. Nadie puede arrebatar a Jesús las ovejas que el Padre ha confiado a su cuidado.

• “Yo y el Padre somos uno”. Tras indicar la relación de Jesús con sus discípulos, se revela la relación que le une a su Padre. Una relación nos lleva a la otra. Las ovejas pueden vivir en la confianza, sabiendo que el Padre de Jesús vela por el rebaño de su Hijo.

- Señor Jesús, te reconocemos como el Buen Pastor, que ha dado la vida por sus ovejas. La fe nos dice que tú cuidas de nosotros. La esperanza nos invita a seguir fielmente tus pasos. Y la caridad nos lleva a convivir con nuestros hermanos. Juntos queremos escuchar tu voz y confiar en tu protección. Amén. Aleluya.  

José-Román Flecha Andrés


Domingo 3º de Pascua. C

5 de mayo de 2019

 

 “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero… Testigos de esto somos nostros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen”. Esta es la respuesta de Pedro al sumo sacerdote que prohíbe a los apóstoles enseñar en el nombre de Jesús (Hech 5,27-41).

Su palabra es realmente profética. Anuncia la resurrección de Cristo. Y denuncia la injusticia de quienes lo condenaron a muerte. Y eso, con la plena conciencia de que ese ministerio profético les ha de costar perscuciones y castigos. Pero la fidelidad a la llamada de Dios está por encima de las normas y las prohibiciones de los hombres.

Pero en las palabras de Pedro hay además otro punto importante. Él y sus compañeros se consideran testigos del misterio y de la misión de Jesucristo. Y para serlo de verdad, el testigo ha de estar ahí y ser diferente. La valentía es una nota distintiva del testigo. Con razón se canta en el salmo: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado” (Sal 29,2).

 

CUATRO PASOS

El evangelio que se proclama en este domingo tercero de Pascua (Jn 21,1-19) consta de cuatro partes: la crisis de siete discípulos de Jesús que se retiran al lago, el encuentro con el Señor, las preguntas a Pedro y el encargo que le confía Jesús, y finalmente la pregunta por la suerte del discípulo amado. En muchas celebraciones se leerán solo las dos primeras.

• El relato evoca y presenta el paso que va de la noche al amanecer, de las tinieblas a la luz, de la soledad de los discípulos al encuentro con un personaje que aparece en la mañana a la orilla del lago (vv.3-4).

• Hay otro paso importante que va de la ignorancia al conocimiento. En un principio no saben que ese personaje que los espera en la costa es Jesús (v.4). Pero uno de ellos reconoce que es el Señor y se lo comunica a Pedro (v.7). Al fin todos saben que es el Señor (v.12).

• Un tercer paso va de la esterilidad y del fracaso de esos discípulos que, a pesar de su experiencia, no logran pescar nada en toda la noche (v.3), a la satisfacción ante una pesca más abundante de lo que habrían podido soñar (v. 6.8).

• Y hay finalmente un cuarto paso que lleva a los discípulos de la carestía y el hambre, puesto que no tienen nada que comer (v. 5), al disfrute del almuerzo que Jesús ha preparado para ellos (vv. 9-12).

 

 LA PRESENCIA DEL MAESTRO

Son siete los discípulos que se vuelven al lago de Galilea. Ese es el lugar en el que se desarrolla la escena del encuentro con Jesús. Allí pescaba Simón en otros tiempos. Y allí regresa, como si tratase de olvidar el tiempo vivido junto a Jesús.

• Esta huida de Pedro puede ser más dramática que la cobardía con la que afirmó no conocer a su Maestro. Pero Jesús no olvida a quien parece querer ignorar su llamada inicial. Y repetirá el mismo consejo al pescador frustrado.

• Pedro ha de saber que su trabajo puede resultar baldío, aunque lo lleve a cabo en compañía de otros que comparten su desaliento. Solo cuando escucha el consejo del Maestro su pesca se hace asombrosamente abundante.

• Pedro no debe olvidar que algunos abandonaron a Jesús cuando hablaba del pan de la vida. Ahora, como en la última cena, Jesús toma en sus manos el pan y el pescado y se lo da. El Señor repite los signos de su entrega.

- Señor Jesús, resucitado de entre los muertos, sabemos que tú nos buscas y nos llamas a pesar de nuestros olvidos y traiciones. Tus palabras y tus gestos hacen evidente tu presencia de Maestro entre los que queremos ser tus discípulos. No permitas que nos alejemos de ti. Amén. ¡Aleluya!

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo II de Pascua

Domingo de la Divina Misericordia

 

“La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Salmo 117,22-24). Esa invitación a la alegría, con la que concluye el salmo responsorial, resume y refleja el espíritu de la experiencia pascual.

Pilato consideraba una broma que le presentaran como rey de los judios a aquel hombre tan débil y desvalido. De ninguna manera podía ser una amenaza para el imperio. Pero el que fue despreciado, condenado y ajusticiado había de triunfar sobre la muerte. La piedra desechada se convertiría en la piedra fundamental de un nuevo edificio.

 Un edificio construido como una comunidad viva, que permanecía unida por “la enseñanza de los apóstoles, la vida común, la fracción del pan y la oración”. Así lo recuerda la primera lectura de este domingo segundo de Pascua (Hech 2,42).

Los hermanos de aquella nueva comunidad vivían unidos y compartían todos sus bienes. Pero esa nota no es solo un recuerdo histórico. Esos han de ser también los signos que han de distinguir a todos los que hemos renacido para una esperanza viva y para una herencia incorruptible. Así nos lo enseña la primera carta de Pedro (1 Pe 1,3-4).

 

LA PAZ Y EL PERDÓN

Al ver que era apresado en Getsemaní, los discípulos habían huído cada uno por su lado. Seguramente se han enterado de que su Maestro ha muerto crucificado. Y ahí están ahora, con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos (Jn 20,19-31).

• Pero, de pronto, Jesús se hace presente entre sus discípulos. Les hace ver las llagas de sus manos y su costado. Han de comprender que es el mismo que ha sido crucificado. Y han de aprender ya para siempre que el camino de Jesús a la gloria había de pasar por la humillación hasta la muerte y una muerte de cruz.

• Junto al temor, los discípulos han debido de probar el sentido de la culpa. No se abandona tan a la ligera a un Maestro que los ha guiado con claridad y con paciencia. Pero Él no viene ahora a reprocharles su cobardía. Llega y les ofrece los dones de su paz y su perdón. Y les confía la impensable misión de pasar ese perdón a los demás.

• A la sorpresa del encuentro acompaña el gozo de ver que no ha caducado la confianza de su Maestro. Pero la experiencia de la alegría no puede ser solo individual. Los que han descubierto al Señor resucitado comunican la noticia a Tomás, cuando éste se reincorpora a la comunidad: “Hemos visto al Señor”.

 

 LUZ Y VALENTÍA

El evangelio de hoy evoca dos momentos. En el primero, Tomás no se encuentra en el grupo de sus amedrentados compañeros. En el segundo, Tomás está presente cuando se les revela el Señor Resucitado. Tres frases marcan el diálogo que centra el encuentro.  

• “No seas incrédulo, sino creyente”. Jesús recuerda a Tomás que el misterio de la cruz nunca fue ni será el final del camino. Es verdad que solo con la fe se puede aceptar la muerte de Jesús. Pero la fe es necesaria también para aceptar que el Resucitado vive entre nosotros.

• “¡Señor mío y Dios mío!” En ese humilde susurro de Tomás se refleja la trémula confesión de la fe de todos los discípulos del Maestro. La muerte y resurrección de Jesús nos impulsan a confesar con decisión su señorío y su divinidad.

• “Dichosos los que crean sin haber visto”. Con esa última bienaventuranza del evangelio, Jesús hace de Tomás el portaestandarte de todos los que apoyamos nuestra fe en la fe de los que vivieron la experiencia del encuentro con el Señor resucitado.

- Señor Jesús, tú conoces nuestro miedo y nuestro alejamiento de la comunidad. Te damos gracias por los dones de tu paz y tu perdón. Y te pedimos luz y valentía para confesarte siempre como nuestro Dios y Señor. Amén.  

José-Román Flecha Andrés


Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

  

“Pasó haciendo el bien… Dios estaba con él… Nosotros somos testigos… Lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse… Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos”. Pedro lo había proclamado así ante los judíos en Jerusalén (Hech 2,32). Y así lo proclama también ahora en Cesarea ante el centurión pagano Cornelio (Hech 10,34-43).

Los apóstoles habían oído las enseñanzas del Maestro y habían sido testigos de su compasión y de su acción misericordiosa. Ahora han de convertirse en testigos convencidos y convincentes de la gloria del Cristo resucitado.

Ante ese anuncio que llega hasta nosotros, respondemos con fe y con alegría: “Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 117).

También hoy es importante la proclamación pública de esta experiencia de fe. Pero es igualmente necesario el cambio de nuestras actitudes. Es preciso vivir como resucitados. Así nos lo advierte el apóstol Pablo: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios” (Col 3,1).

 

APÓSTOL DE APÓSTOLES

El evangelio de este domingo de Pascua nos lleva a acompañar a María Madalena hasta el sepulcro donde había sido depositado el cuerpo de Jesús (Jn 20,1-9). Es el amanecer del primer día de la semana. Aquella discípula que lo había seguido por los caminos y había estado presente en la hora de la muerte de su Maestro, no puede olvidarlo.

• Como ella, a lo largo de los siglos los cristianos volvemos con fe y gratitud a aquel amanecer que siguió a la condena, a la muerte y a la sepultura de Jesús.

 • Como ella, no siempre encontramos al que buscamos con angustia, cuando sentimos que nos falta el apoyo en el que habíamos fundamentado nuestra fe.

• Como ella, también nosotros nos volvemos confiadamete a los hermanos de nuestra comunidad, con los que hemos recorrido los caminos de la fe.

• Como ella, también nsotros tenemos la secreta esperanza de que nuestros hermanos encuentren en el sepulcro vacío una nueva razón para creer y caminar.  

Con razón, María Magdalena ha sido calificada a lo largo de la historia como la verdadera apóstol de los apóstoles.

 

ENTENDER Y VIVIR

El relato evangélico de este día de Pascua se cierra con una anotación referida a Pedro y al discípulo al que amaba Jesús: “Hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”.

• También nosotros hemos oído muchas veces la proclamación de las Escrituras. Sabemos que ese es el inicio de nuestra fe. Así que es preciso escuchar con atención lo que nos ha sido revelado.

• También nosotros tenemos muchas dificultades para comprender las Escrituras. Hay una evidente presión exterior que nos hace dificil aceptar la única verdad que pueda traernos la salvación.  

• También nosotros, como los discípulos de Jesús, tenemos expectativas personales muy egoístas. Hay muchos intereses y muchos prejuicios que nos impiden aceptar la misión y el mensaje del Maestro.  

- Señor Jesús, también nosotros escuchamos con gusto tus parábolas y te reconocemos como Maestro. Sin embargo, no aceptamos la perspectiva de muerte que nos anuncias y nos alejamos de la cruz. De esa forma, nos resulta difícil creer que resucitas y nos invitas a vivir contigo para siempre. Que tu luz nos ilumine y nos guíe para vivir como resucitados. Amén.

 

José-Román Flecha Andrés


Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

 

“El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento” (Is 50,4). En este tercer canto sobre el siervo de Dios, lo vemos como un discípulo fiel. Por una parte, escucha con atención la palabra de Dios. Y, por otra, la trasmite sin temor, a pesar de los ultrajes que por ello recibe.

Esa imagen anticipa ya la de Jesús, el discípulo que escucha la palabra de su Padre. Es más: él es la misma Palabra de Dios, que anuncia la salvación y está dispuesto a morir por mantenerse fiel a esa misión.

El salmo responsorial recoge una antigua oración que los evangelios pondrán en boca de Jesús crucificado: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado” (Sal 21). Hay que leerlo entero para ver que ese grito desemboca finalmente en la esperanza.

 San Pablo, por su parte, recuerda a los fieles de la ciudad de Filipos que Cristo, siendo de condicion divina, se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz (Flp 2,6-11). Con ese recuerdo del Salvador, humillado por los hombres y exaltado por Dios, comenzamos la Semana Santa.

 

EL DUEÑO DEL POLLINO

En este domingo de Ramos se lee la pasión de Jesús según san Lucas (Lc 23,2-49). Pero antes, al inicio de la procesión, se proclama el texto evangélico de la entrada del Señor en Jerusalén (Lc 19,28-40). Al leerlo, nos asalta siempre una curiosidad y nos estimula una advertencia de Jesús.

• En primer lugar, nos preguntamos a quién pertenecía el pollino que los discípulos habían de ir a buscar, por orden de su Maestro. ¿Conocía Jesús al dueño del pollino? ¿Había observado previamente que siempre solía estar atado a la entrada de Betfagé? ¿Trata el evangelista de subrayar que Jesús conoce nuestras posesiones y nuestra disponibilidad?

• En segundo lugar, nos impresiona la respuesta que los discípulos han de dar a quien les pregunte por qué desatan y se llevan el pollino: “El Señor lo necesita”. De nuevo nos preguntamos si el dueño del pollino ya reconocía el señorío de Jesús. Pero al mismo tiempo nos preguntamos si estamos dispuestos a “prestar” al Señor todo lo que él necesita de nosotros.

 

LA PAZ Y LA GLORIA

Según el texto evangélico, los discípulos que acompañan a Jesús por aquel camino que baja del Monte de los Olivos, prorrumpen en gritos de alegría:

• “Bendito el Rey que viene en nombre del Señor”. La bendición con que eran recibidos los peregrinos (Sal 118,26) es ahora una aclamación que brota de la fe. Pero no llega el reino de David que algunos esperaban. Llega el Rey de Jerusalén, llega nuestro Rey, pero viene como un servidor. El papa Francisco comenta que “viene a nosotros humildemente y con el poder de su amor divino perdona nuestros pecados y nos reconcilia con Dios y con nosotros mismos”.

• “Paz en el cielo y gloria en las alturas”. Los bienes que los peregrinos deseaban al acercarse a la ciudad de Jerusalén se resumían en el gran don de la paz (Sal 122,8). El evangelista une estos deseos de los discípulos que compañan a Jesús con la revelación angélica de los dones que aporta a la tierra el nacimiento del Mesías (Lc 2,14). Esa es también nuestra fe. Y ese es nuestro testimonio.

- Señor Jesús, creemos que también en este tiempo tú llegas a nuestra vida y a una sociedad que no te reconoce como el Mesías. Danos luz y fuerza para anunciarte y acogerte como el enviado de Dios que nos trae la paz y la salvación. ¡Bendito seas por siempre, Señor!

José-Román Flecha Andrés


V Domingo de Cuaresma


“No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo, mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, corrientes en el yermo… para dar de beber a mi pueblo”.  Al recuerdo de la liberación que Dios había ofrecido a su pueblo en el pasado, se contrapone ahora la promesa de una nueva intervención (Is 43,16-21).

Ningún pueblo debería olvidar su pasado. Y menos el pueblo de Israel, que hizo del “recordar” no solo una advertencia para la vida social sino también una exigencia de fidelidad a la alianza que Dios le había otorgado.  

El profeta conoce el dolor de un pueblo humillado por sus enemigos y deportado a una tierra extraña. Pero conoce también la bondad de Dios. Por eso invita a sus gentes a mirar al futuro. Dios promete liberar a su pueblo de los sufrimientos que ha padecido en Babilonia.

A esa certeza responde el salmista al cantar: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 125). San Pablo, por su parte, trata de olvidar lo que ha dejado atrás para valorar el conocimiento de Cristo y correr hacia la meta prometida (Flp 3,8-14).  


ALGUNAS PREGUNTAS

También el evangelio que hoy se proclama contrapone de algún modo el pasado y el futuro (Jn 8,1-11). Los escribas y fariseos traen ante Jesús a una mujer presuntamente sorprendida en adulterio.

La intención de los que la acusan es manifiesta. Si el Maestro no aprueba el mandato de apedrear a la adúltera, se sitúa escandalosamente contra la Ley de Moisés. Si la condena, demuestra no tener la compasión que se espera de un profeta.

• En este  relato evangélico se acusa a la mujer, pero no se menciona al cómplice de su adulterio. Eso nos hace dudar de los acusadores. ¿No han querido o no han podido detener al cómplice? ¿En su cultura interesa solo el pecado de la adúltera? Tal vez ni siquiera les interese la conducta de la mujer, sino la ocasión para poder acusar a Jesús.  

•  En el relato se dice que Jesús se inclina  por dos veces para escribir algo en el suelo. ¿Pretendía crear un espacio de silencio para que los acusadores reconocieran sus propios pecados? ¿O trataba de evocar que también la ley de Moisés había sido escrita dos veces por el dedo de Dios?


REVELACIÓN Y PERDÓN

La actitud de Jesús ante la mujer sorprendida en adulterio es un excelente resumen del evangelio. Como ha escrito el papa Francisco, citando a san Agustín, en este escenario quedaron frente a frente la “misericordia” y la “mísera”, es decir, la necesitada de compasión. Será oportuno prestar atención a lo que Jesús dice tanto a los fariseos como a la mujer.

• “El que esté sin pecado que le tire la primera piedra”.  Estas palabras de Jesús revelan y denuncian la incoherencia de todos los que, antes y ahora, presumen de cumplir la letra de la Ley cuando no han querido asumir su espíritu. Además, nos revelan la grandeza y la comprensión del Maestro. Jesús es el único que está sin pecado. Por tanto, es el único que podría juzgar, pero  no juzga.

• “Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más”. La sociedad niega la seriedad del pecado, pero condena al pecador. No lo ve como persona, sino como asesino o adúltero, como ladrón o calumniador. Por el contrario, Jesús no niega la gravedad del pecado ni la seriedad de la culpa. Pero se muestra siempre dispuesto a ofrecer el perdón. El Maestro no mira tanto al pasado como al futuro.  

- Padre de los cielos, tú sabes bien que somos débiles. Tú conoces nuestro pecado. Pero nosotros sabemos y creemos que en Jesús nos revelas tu misericordia y nos concedes tu perdón.  Agradecemos tu perdón. Te pedimos la gracia de no condenar a nuestros hermanos y hermanas. Y la sabiduría para que el pasado nos lleve a mirar con esperanza el futuro. Amén.

José-Román Flecha Andrés


IV Domingo de Cuaresma

“Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto”. Con ese oráculo que hoy se proclama, Dios recuerda a Josué que Él ha liberado a su pueblo y lo ha ido guiando hacia la libertad (Jos 5,9). Ha terminado ya la fatigosa peregrinación por el desierto. Al acercarse a la tierra que Dios le ha prometido, el pueblo podrá disfrutar de los frutos esperados. Y podrá ofrecer al Señor las primicias de sus cosechas, como se recordaba en el primer domingo de cuaresma.

El salmo responsorial convierte aquellas promesas del pasado en una certeza para el presente. También para nosotros Dios abre las manos con una generosidad de Padre: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 33).

El primer don de ese Padre generoso es el de la reconciliación. San Pablo nos anuncia que Dios nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo. Y, además, nos ha encargado el servicio de reconciliarnos con nuestros hermanos y con él mismo (2 Cor 5,17-21).

 

PÉRDIDAS Y HALLAZGOS

 La parábola que hoy se proclama pertenece al capítulo evangélico de las pérdidas y los hallazgos. Un pastor perdió una oveja y no descansó hasta que la encontró. Lo mismo hizo una mujer que había perdido una moneda. Pero más elocuente aún es el relato sobre un hijo que se había perdido y ha sido reencontrado por su padre y por su hermano   (Lc 15,32).

 El hijo que se fue de casa busca la libertad. Recordando al filósofo Isaías Berlín, podemos decir que el joven consigue la “libertad de” las aparentes ataduras que lo mantenían sujeto, pero no alcanza la “libertad para” el servicio y el amor. Lejos de su casa, se convierte en un esclavo de sus gustos, en un servidor de un amo que lo trata como a un esclavo y en un solitario despreciado por todos.

 En realidad, la parábola que llamamos del hijo pródigo es la parábola de la generosidad liberadora del padre. En la experiencia de la soledad, el hijo menor redescubre el valor del hogar familiar El hijo mayor permanece en la casa, pero no ha descubierto la libertad que le proporciona el amor de su padre. Solo el amor nos hace libres. Solo el amor nos hace reconocer nuestra verdadera dignidad.

 

LA VERDADERA ALEGRÍA  

 Al retornar a casa, el hijo menor desea ser tratado como un jornalero más. Seguramente esa es la última tentación. Los verdaderos creyentes no pueden presentarse ante Dios reclamando un premio o un salario por su trabajo.

• Al que regresa triste y pobre el padre lo recibe con los brazos abiertos. Lo viste de fiesta para subrayar su dignidad. Y le entrega el anillo con el que él ratifica los contratos. La alegría por el hijo reencontrado revela la confianza del padre y demanda la responsabilidad del hijo.

• Y al hijo mayor, que ha permanecido en la casa, el padre le recuerda una doble relación. Es un hijo, con el que el padre comparte todos sus bienes. Y tiene un hermano, al que debe aceptar y recibir como tal.

A las palabras del hijo menor, el padre no responde con palabras, sino con los gestos de la fiesta y la alegría. Pero al hijo mayor sí que le dirige una invitación que marca el tono de todo el relato: “Deberías alegrarte porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.

- Padre de los cielos, reconocemos que nuestra desgracia se debe precisamente al hecho de que hemos ignorado tu amor y malentendido el ideal de nuestra libertad. Agradecemos esa misericordia con la que nos recibes. Y te pedimos que nos ayudes a comprender dónde está la verdadera alegría. Amén.

José-Román Flecha Andrés



III Domingo de Cuaresma

 

“He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel” (Éx 3,7-8). Dios no es indiferente a la humillación que están padeciendo los hebreos.

A lo largo de su vida, Moisés había conocido los numerosos dioses que eran venerados en las tierras del Nilo. No es extraño que, ante el fenómeno de la zarza ardiente, pregunte el nombre del dios que pretende liberar a los hebreos. La respuesta es terminante. Solo puede ser reconocido como Dios el que se compadece de los oprimidos.

El salmo nos lleva a responder: “El Señor es compasivo y misericordioso” (Sal 102). Sin embargo, frente a esa compasión de Dios, los hebreos no siempre se mostraron agradecidos. Según san Pablo, “la mayoría de ellos no agradaron a Dios” (1 Cor 10,5). Por eso, el Apóstol advierte a los fieles y les desea que “el que se crea seguro, se cuide de no caer”.

 

LOS APLASTADOS

 Según el evangelio de Lucas, Jesús oye contar a algunos un hecho que debió de conmover a las gentes. Unos peregrinos galileos fueron masacrados en Jerusalén por orden de Pilato. Por su parte, Jesús recuerda a unos obreros que habían muerto aplastados por el derrumbe de una torre junto al estanque de Siloé (Lc 13,1-9).

En aquel tiempo se consideraba que la retribución por la conducta humana era inmediata. Se pensaba que los males físicos responden al mal comportamiento de quien los padece. Así que las gentes debieron de considerar como pecadores tanto a los aplastados por la crueldad romana como a las víctimas de una desgracia en el trabajo.

En realidad, esa presunción sigue vigente también hoy en muchos ambientes. Cuando sucede una catástrofe, son muchos los que se preguntan escandalizados: “¿Qué mal han hecho estas personas para ser castigadas de esta forma?”

Pero según Jesús, las desgracias no siempre atrapan a los más culpables. Si fuera así, muchos de sus oyentes habrían sido asesinados o atrapados por los cascotes de la torre. Jesús sabe que todos somos pecadores y a todos nos exhorta a la conversión.

 

LOS PERDONADOS

 En el evangelio que hoy se proclama, Jesús añade la parábola de la higuera estéril. Hace tiempo que no da fruto, así que el dueño decide arrancarla, pero el viñador intercede por ella. Si las noticias afirmaban la extensión del pecado, la parábola ofrece la esperanza del perdón.

• “Señor déjala todavía este año”. En primer lugar, se sugiere que el pecado comporta siempre la esterilidad de la existencia. Sin embargo, se nos concede todavía tiempo para el reconocimiento humilde de nuestros pecados. Este es el tiempo para la conversión.

• “Yo cavaré alrededor… a ver si da fruto”. Todavía hay un espacio y un tiempo para la esperanza. Claro que la esperanza no puede arrastrarnos a la evasión ni a la pereza. De hecho, exige de nosotros un esfuerzo. La conversión requiere el trabajo del cultivo.

• “Si no, el año que viene la cortarás”. Por otra parte, la esperanza que nace de la misericordia de Dios tampoco puede llevarnos a la irresponsabilidad. El fracaso no es una fatalidad inevitable. Es una posibilidad que siempre exige atención y esfuerzo.

- Padre nuestro, tú conoces nuestra debilidad y nuestro pecado. Sin embargo, te muestras siempre misericordioso con todos los que invocan tu perdón. Ten piedad de nuestras culpas y concédenos una nueva oportunidad para que podamos dar el fruto que tú esperas de nosotros. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés


II Domingo de Cuaresma


“Cuando iba a ponerse el sol, un sueño profundo invadió a Abrán y un terror intenso y oscuro cayó sobre él. El sol se puso y vino la oscuridad”. Ese es el escenario en el que Dios se muestra a Abrán para concertar con él una alianza (Gén 15,12.17).

El relato subraya la iniciativa de Dios. Dios saca de su tienda a Abrán, le invita a mirar al cielo, le recuerda el pasado en el que lo sacó de su tierra de Ur y le promete un futuro en el que le dará en propiedad la tierra en la que ahora se encuentra.

Si el texto anota la oscuridad en la que se ve envuelto Abrán, el salmo responsorial canta el misterio de la luz que guía a los creyentes: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?” (Sal 26,1).

En su carta a los Filipenses, san Pablo, anuncia que Jesucristo transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa” (Flp 3,21).

 

LA INICIATIVA DE DIOS

 Pues bien, esa futura transformación de nuestra condición humana encuentra ya su cumplimiento y su modelo definitivo en la transfiguración de Jesús en lo alto del monte. El evangelio de Lucas (Lc 9,28-32) nos ofrece hoy algunas pautas para nuestra reflexión:

• Si en otro tiempo Dios sacaba a Abrán de la quietud de su carpa de nómada, Jesús se lleva consigo al monte a los tres discípulos predilectos. Hay una iniciativa divina que antecede y anticipa las decisiones humanas.

• Si Abrán cayó en un profundo sueño ante la revelación de la gloria de Dios, también los discípulos de Jesús se caen de sueño ante la revelación de la gloria de su Maestro. En el sueño que no podemos controlar nosotros se manifiesta esa presencia que nos asombra.

 • Si Abrán se ve sumergido en la oscuridad, en la que Dios le ofrece su alianza, los discípulos de Jesús se ven cubiertos por una nube. Y de la nube llega esa palabra por la que Dios reconoce y presenta a Jesús como su Hijo.

 

LA ESCUCHA DE LA PALABRA

 Según el evangelio, desde el seno de la nube resuena una voz que viene de lo alto. La nube representa a Dios. Un Dios inaferrable e indomesticable. Un Dios invisible a los ojos humanos, pero cercano a todos los que han de prestar oídos a su palabra y su mensaje.

• “Este es mi hijo, el escogido, escuchadle”. En un primer momento, se ofrece la revelación de Jesús como hijo eterno de Dios. Jesús es más que un profeta. Su venida marca la plenitud de las antiguas esperanzas.  

• “Este es mi hijo, el escogido, escuchadle”. En un segundo momento, se anuncia a Jesús como el elegido entre todos los hombres. En él se hace visible la figura del Siervo del Señor y se cumple la misión redentora que a él se atribuía.

• “Este es mi hijo, el escogido, escuchadle”. En un tercer momento, la voz de Dios se convierte en exhortación. Todos los que se encuentren con Jesús son invitados a escucharle con atención. Él transmite la palabra de Dios. Él es la misma palabra de Dios.

- Señor Jesús, también nosotros nos encontramos a veces en la oscuridad y sumidos en un sueño profundo. Pero, en medio de la tiniebla, tú eres la luz que nos libra del temor y del cansancio y la palabra de Dios que guía nuestros pasos por los senderos de este mundo. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.

José-Román Flecha Andrés


I Domingo de Cuaresma


LIBERTAD Y VERDAD

 

“Traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado”. Esas son las últimas palabras del “credo” que el israelita pronunciaba al llevar al templo las primicias de sus cosechas. A las palabras, el texto añade el gesto que completa el rito: “Los pondrás ante el Señor, tu Dios y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios” (Dt 26,9-10).

 Así pues, a la generosidad del Dios que lo había liberado de la esclavitud, el pueblo había de responder con la gratitud de quien reconoce la misericordia de que ha sido objeto. La fe nos dice que solo Dios es Dios. Solo él puede ofrecer la verdadera libertad. Y solo él merece la adoración del hombre.

En el salmo responsorial resuena la promesa de la protección de Dios a los fieles que lo buscan: “A sus ángeles ha dado órdenes, para que te guarden en tus caminos. Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra” (Sal 90,11-12).

Tmbién san Pablo nos asegura que Dios es el Señor, el único Señor, “generoso con todos los que lo invocan” (Rom 10,8-13).

 

LA MENTIRA Y LA VERDAD

 

En el primer domingo de cuaresma meditamos las tentaciones de Jesús en el desierto. Más que aquella roca pelada que se alza sobre Jericó, el desierto de la cuarentena es la metáfora de toda una vida, en la que Jesús ha aceptado y vivido su misión.

• En primer lugar, el demonio presenta a Jesús un medio mágico para superar el hambre. Pero Jesús sabe y confiesa que el verdadero alimento del hombre es la palabra de Dios, que da la vida y el sentido para la vida.  

• En segundo lugar, el demonio invita a Jesús a aceptar como un ideal el deseo de alcanzar el poder y la gloria. Ofrece lo que no posee y lo que no puede dar. Sus pretendidos regalos no garantizan la libertad. He ahí el contraste entre el mentiroso y el verdadero.  

• En tercer lugar, el demonio se atreve a citar las palabras del salmo. Pretende que Jesús se deje caer desde el alero del templo para hacer notar su calidad de Hijo de Dios. Pero Jesús sabe que no se puede tentar al Señor, para lograr un triunfo clamoroso.  

También para nosotros, el desierto es la imagen del encuentro con la libertad que Dios nos concede para que podamos vivir en la verdad (Lc 4,1-13).

 

LA FE Y LA PRUDENCIA

 

El papa Francisco repite una y otra vez que el demonio no es un mito. Las tentaciones de Jesús no son una leyenda. Reflejan la verdad de su misión. Y la honda verdad de los que aspiramos a seguirle por el camino. Ante las falsas promesas del demonio, sólo la verdad de la palabra de Dios nos hace realmente libres.

• “No sólo de pan vive el hombre”. A lo largo del camino pretendemos saciar nuestra hambre con alimentos que no pueden sustentarnos. Y deseamos saciar nuestra sed de libertad con adiciones que nos mantienen como esclavos.

• “Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto”. A lo largo del camino, nos fijamos muchas veces en los medios y perdemos de vista la meta. Adoramos a los ídolos que nosotros mismos fabricamos. Y después lamentamos la soledad en la que enfermamos.

• “No tentarás al Señor tu Dios”. A lo largo del camino tomamos con frecuencia decisiones que nos llevan al fracaso y después culpamos a Dios de habernos abandonado. Junto a la virtud de la fe hay que aprender cada día la virtud de la prudencia. No podemos imponer nuestra voluntad a Dios.

- Señor Jesús, al principio de esta nueva cuaresma, queremos escuchar la palabra de Dios que tú repetías al tentador. Que ella nos ayude a mantenernos libres en el camino y servidores sinceros de la verdad. Amén

José-Román Flecha Andrés


VII Domingo del Tiempo Ordinario

 

“El fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona. No elogies a nadie antes de oírlo hablar, porque ahí es donde se prueba una persona” (Eclo 27,6-7). Después de usar la imagen de la criba que separa el trigo de la paja y la del horno que pone a prueba las vasijas, el Sirácida se refiere a los frutos de los árboles.

Esos tres criterios sirven de introducción para exponer lo que quiere enseñar: que el valor de la persona se manifiesta cuando habla. Podríamos añadir que la persona se revela también por su silencio. Por tanto, no hay que apresurarse en juzgar a quien no hemos oído personalmente.

            Según el salmo responsorial, quienes permanecen fieles al Señor, seguirán en la vejez dando fruto y proclamando que él es justo y fiable como una roca (Sal 91,15-16). Si la fe triunfa sobre la muerte, san Pablo nos invita a entregarnos a la misión que nos ha sido encomendada, “convencidos de que nuestro esfuerzo no será vano en el Señor” (1 Cor 15,57-58).

 

LOS CIEGOS

 También Jesús subraya la importancia de la coherencia en la práctica de la vida cristiana (Lc 6,39-45). El Maestro utiliza en primer lugar la parábola que podríamos llamar de los ciegos, redactada como una madeja de preguntas:

• “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?” La primera pregunta parece un refrán popular. La comunidad cristiana trata de subrayar la responsabilidad que corresponde a los hermanos.

• “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?” No basta aprender a guiar con rectitud a los hermanos. Hay que tratar de ser justos a la hora de juzgarlos.

• “¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Hermano, déjame que te saque la mota del ojo’, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo?” Es un hipócrita quien ve los defectos ajenos por menudos que sean y no reconoce sus propias faltas.

 

LOS ÁRBOLES

 A continuación el evangelio de Lucas, pone en boca de Jesús la parábola del árbol y los frutos que recuerda el texto del Sirácida:

• “No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto”. La observación del ambiente campesino sugiere y apoya una lección sobre la responsabilidad.

• “No se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos”. Este pensamiento puede ser una advertencia para desconfiar de las apariencias. O una invitación a confiar en los que ofrecen sus buenos frutos en la comunidad.

• “El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca”. La palabra y las obras reflejan el fondo de la conciencia de la persona. Es preciso pedir el don de un corazón limpio para que ilumine y justifique la vida toda.

- Señor Jesús, tu eres el fruto bueno que nos ha entregado el Padre. Tus gestos y tus palabras nos han revelado la grandeza de la bondad divina y el ideal y la posibilidad de alcanzar la bondad humana gracias a los dones del Espíritu. Bendito seas por siempre.

José-Román Flecha Andrés



VI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C

“Él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor”. El grito de David sonaba como un desafío desde el otro lado del barranco. De noche se había acercado hasta el campamento del rey Saúl. Y se había llevado desde su misma cabecera la lanza de aquel rey que lo perseguía con una tropa desmesurada (1 Sam 26,23).

La escena se repite a lo largo de la historia. El poderoso y el débil. El rey y su fiel vasallo, que lo ha librado del enemigo y toca el arpa para aliviar las depresiones del rey. La fuerza teme a la debilidad y utiliza toda su influencia para satisfacer su envidia y su deseo de mantenerse en el poder. Pero el joven David se muestra grande en su pequeñez. No quiere vengarse. No daría nunca la muerte al ungido por el Señor.

No hay razones políticas para la grandeza del perdón. Sólo hay esa razón religiosa que pregona el salmo responsorial: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas” (Sal 102,8.10). Nuestra fe nos invita a vivir no según el modelo del hombre terreno. Nos exhorta y nos ayuda a vivir según los ideales del hombre celestial (1 Cor 15,45-49).

 

LO RAZONABLE Y LA LOCURA

 

Tras la proclamación de las bienaventuranzas, el evangelio de Lucas nos recuerda el mensaje fundamental de Jesús: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian”. Cuatro verbos que resumen una propuesta que parece descabellada e imposible (Lc 6,27-38).

En un lenguaje oriental, tan colorista como exagerado, el texto concreta en algunos ejemplos ese tipo de amor inimaginable que propone el Maestro. Presentar la mejilla al que nos hiere. Dar más que lo que nos piden. No reclamar lo que nos arrebatan. ¿No es una locura?

Amar a los que nos aman, hacer el bien a quien nos ha hecho bien, prestar dinero para cobrarlo con intereses. Eso es lo normal, lo habitual, lo más razonable de este mundo. Eso lo hacen con frecuencia hasta los más degenerados. Claro que para seguir comportándonos así, no necesitábamos al Mesías de Dios. ¿Dónde estaría la novedad que todos soñamos?

 

EL TALANTE DEL PADRE

 

Dios es compasivo y misericordioso. Imitar esas cualidades suyas es el camino de la sabiduría y de la armonía social. Así es el Padre. Y solo con ese espíritu pueden imitarle sus hijos. Ese talante se concreta en dos prohibiciones y en dos exhortaciones:

• “No juzgar”. No conocemos las profundas motivaciones que llevan a los demás a actuar. No conocemos todas las circunstancias en las que se sitúan sus decisiones.

• “No condenar”. No podemos negar a los demás la oportunidad para revisar su comportamiento. Nada es definitivo mientras vamos de camino.

• “Perdonar”. Somos un “ejercito de perdonados”, como ha dicho el papa Francisco. Todos hemos necesitado y necesitaremos una y mil veces el perdón.

• “Y dar”. Nadie es autosuficiente. Estamos rodeados de pobres. Podemos dar alimentos y vestidos, oportunidades y medios para vivir. Y sobre todo, el tiempo, que es la vida misma.

- Señor Jesús, tú has querido adoptar la regla de oro de todos los tiempos: hacer a los demás lo que queremos que hagan con nosotros. Pero tú no te limitas con ello a apoyar nuestro egoísmo. Nos invitas a contemplar e imitar la generosidad del Padre. ¡Bendito seas!

José-Román Flecha Andrés


IV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C

“Médico, cúrate a ti mismo; haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún. Y añadió: En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo”. El evangelio acaba de recordar una visita de Jesús a Nazaret y su intervención en la sinagoga en la acostumbrada reunión del sábado. En un primer momento, la reacción de sus conciudadanos fue de estupor por las que pronunciaba. La frase que recoge Lucas: “¿No es éste el hijo de José?” deja entrever que, quedaba una cierta dificultad de entender verdadera identidad de Jesús y de su mensaje. Esta admiración inicial se transforma bien pronto en un rechazo, que les lleva a sacar fuera de la sinagoga al Maestro, tratando incluso de empujarle en un barranco vecino.

    Este cambio de actitud de los habitantes de Nazaret Lucas lo explica como resultado de la provocación que encerraban la afirmación que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Jesús no hace otra cosa que expresar en voz alta algo que existía en los corazones de los que le escuchaban. Es un problema de fe lo que está en juego en la escena de la sinagoga de Nazaret. Un problema que no se circunscribe a aquella situación concreta, un problema que permanece constante en la Iglesia de todos los tiempos.

    El mensaje de Jesús ha de ser creído, aceptado. La potencia que el Hijo del hombre puede usar para confirmar sus palabras no puede ser exigida ni utilizada como espectáculo al servicio de los intereses ni de los ciudadanos de Nazaret ni de los cristianos de todos los tiempos. Jesús ha venido a traer un mensaje de salvación, un mensaje de conversión para cambiar la vida y la mentalidad de los hombres. En la medida en que Jesús, para mantener su fidelidad al Padre que lo ha enviado, no se deja instrumentalizar por los hombres, suscita necesariamente rechazo, repulsa. Jesús no acepta convertirse en el juguete de nuestros caprichos; no acepta adaptar sus enseñanzas a las pretensiones mezquinas de los hombres, para permitirles continuar viviendo según su propio talante; no acepta satisfacer sin más la curiosidad humana con prodigios y signos. Por esto la multitud rechaza a este hombre que pretende ser Maestro pero que no es complaciente a sus exigencias, y, cuando llegará el momento, no dudará en clavarlo en la cruz para sacárselo de en medio. La sombra de la cruz aparece desde este momento en la vida de Jesús y Lucas construirá el relato de su evangelio como una subida lenta e inexorable hacia Jerusalén, hacia el Calvario.

    El rechazo de los habitantes de Nazaret refleja la actitud que el mensaje de Jesús ha encontrado a lo largo de la historia. El mensaje destinado a Israel pasó a los paganos, mejor dispuestos a la conversión que el pueblo escogido. Esta es la advertencia severa que el evangelio de hoy dirige a nosotros, la Iglesia de Jesucristo. Nosotros confesamos que Jesús es el Hijo de Dios, pero como los judíos corremos el peligro de no querer aceptar su mensaje hasta el fondo, ofrecemos resistencia a la conversión, buscando acomodar el evangelio y sus exigencias a nuestro modo de pensar y de vivir, a nivel de nuestra mediocridad. Jesús pasó entre los suyos de Nazaret que intentaban echarlo por el barranco y se alejó. No dejemos que pase y se aleje de nosotros, no nos quedemos con las manos vacías por no haber querido abrirnos al mensaje de salvación.

    Estas consideraciones podrían parecer muy abstractas, alejadas de la realidad concreta de cada día. La segunda lectura puede ayudar a concretar lo dicho: Si queremos aceptar el mensaje de Jesús no pidamos milagros, no busquemos manifestaciones carismáticas aptas para dejar bocabiertos a quien las contemple. El apóstol nos dice: si de veras creéis en Jesús, practicad el amor. Y por amor se entiende no un sentimiento melífluo y etéreo, sino un saber ser comprensivos, serviciales, evitando la envidia y el engreimiento, no siendo mal educados ni egoístas, no irritándonos a la más pequeña contrariedad, no conservando en el corazón las ofensas, reales o imaginarias que nos hayan hecho. El que ama de verdad y no de palabra, disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. Si aceptamos a Jesús demostrémoslo viviendo a fondo el programa del amor.

P. Jorge Gibert, OCSO



III Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C

“Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro”. Hemos celebrado en estas últimos días la semana de plegaria para la unidad de la Iglesia, y estas palabras de San Pablo pueden ayudarnos a reflexionar acerca de la realidad de esta Iglesia a la que pertenecemos, y verla, no tanto como organización humana, objeto a menudo de nuestras críticas, sino como realidad espiritual de comunión con el mismo Jesús y también con toda la humanidad.

Hoy, la primera lectura ha evocado una solemne celebración que tuvo lugar en Jerusalén en los momentos de restauración del culto después del destierro a Babilonia. El pueblo se reunió para escuchar la lectura de la Ley, de la Palabra de Dios contenida en la Escritura, que el sacerdote Esdras leía desde un púlpito. El pueblo, llorando, expresaba sus sentimientos al recordar a la vez la voluntad de Dios y también sus propias debilidades. La lectura de la Escritura, al decir de los sacerdotes y levitas, había de ser motivo de alegría, pues Dios quiere la salvación de su pueblo y el gozo en el Señor es la fortaleza de su pueblo.

En esta misma línea conviene leer el fragmento del evangelio de san Lucas. Jesús participa en una asamblea, en una reunión del pueblo, en la sinagoga de Nazaret. Los presentes, se recuerda, se sentían unidos por el deseo de escuchar la lectura del texto sagrado, pero también el comentario que iba a pronunciar su compatriota, un maestro que iba adquiriendo fama por sus enseñanzas y por los signos que realizaba. Jesús recibe de pie, en signo de veneración, el libro del profeta Isaías y lee: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido, me ha enviado para dar la Buena Nueva a los pobres, para anunciar el año de gracia del Señor”. Las palabras del profeta se refieren al Mesías y a su actividad, y Jesús afirma con toda autoridad: “Hoy se ha cumplida esta Escritura”.

La lectura de la Escritura en nuestras celebraciones litúrgicas no es un elemento decorativo y mucho menos un lujo. Cuando los lectores proclaman la Palabra, es el mismo Espíritu que vivifica aquellos textos antiguos y, a través de ellos, hace resonar de nuevo la voz de Dios que nos interpela, que solicita nuestra atención y espera nuestra respuesta. Es importante alcanzar un amor sincero y vivo hacia la Sagrada Escritura, dado que, como afirma san Jerónimo, quien no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, y de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo.

Las celebraciones de la Iglesia católica, al igual que las de las demás Iglesias y comunidades que quieren seguir a Jesús y a su Evangelio, responden siempre a un mismo esquema que ahonda sus raíces en la historia del pueblo de Israel, que era consciente de que Dios le había hablado y urgía escuchar y responder, y establecer un diálogo de vida. Los israelitas leían los libros de lo que llamamos Antiguo Testamento, y los cristianos añadimos los cuatro Evangelios y los demás escritos del Nuevo Testamento. Así se realiza lo que afirma el autor de la Carta a los Hebreos: “En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos”.

Cuando nos reunimos para celebrar la asamblea litúrgica del domingo somos personas libres, cada uno con su historia, sus circunstancias y sus necesidades, y para todos nosotros la escucha de la Palabra y la participación al único pan eucarístico permiten realizar aquella unidad necesaria entre aquellos que, a pesar de ser muchos y diferentes, somos un solo cuerpo en Cristo Jesús, que es la Iglesia, en la que hemos recibido un único bautismo, hemos sido enriquecidos con un mismo Espíritu, y participamos de un único pan y de un único cáliz.

P. Jorge Gibert, OCSO



II Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C

“Había una boda en Caná de Galilea: la madre de Jesús estaba allí y también Jesús y sus discípulos”. El evangelista Juan evoca un episodio de la vida de Jesús que deja entrever tanto la dimensión humana de Jesús como el anuncio de la obra de salvación que ha venido a realizar en el mundo. En una fiesta de bodas, que por entonces duraban varios días y en las que el vino corría en abundancia, se llega a una situación delicada dado que el vino empieza a faltar. Es la madre de Jesús que, con femenina intuición, advierte la difícil tensión que se creaba. Para los novios y familiares se vendrían las críticas y la vergüenza.

A la simple observación que hace María, Jesús responde de modo desconcertante: “Todavía no ha llegado mi hora”. La falta de vino pasa de la dimensión de problema doméstico a ser imagen de una realidad importante, como es la situación de la humanidad ante el misterio de la salvación. La hora de Jesús es, sin duda alguna, la hora de su entrega al Padre, de su sacrificio supremo que obtendrá para todos los que crean la plenitud de la vida, evocada por la imagen del vino. María, entrando de lleno en la intención de su Hijo, propone a los sirvientes y en ellos a todos nosotros, la actitud justa para aprovecharse de la hora de Jesús: “Haced todo lo que él diga”.

La transformación del agua en vino es un signo. Ciertamente, la abundancia de vino nuevo y mejor saca del embarazo a los de la boda, pero sobre todo indica la salvación inesperada y copiosa que Jesús ha ofrecido cuando llegó su hora. Si el mayordomo puede felicitar al esposo por el vino nuevo que ha reservado para el final, nosotros podemos agradecer a Dios el amor que nos ha manifestado en Jesús y responder con una fe activa, como la de los discípulos, al signo que nos ofrece.

A los padres y exegetas que han comentado esta página no ha pasado desapercibido el significado de este banquete de bodas del que nada se dice ni del esposo ni de la esposa. De ahí que se ha querido entender la realidad significada por esta boda a un nivel más profundo: la relación entre Dios y su pueblo a menudo descrita como un matrimonio entre Dios e Israel, que culminará en la intimidad entre Jesús y la Iglesia.

El tema aparece insinuado en las palabras del profeta, que, en el momento delicado de la restauración después del destierro, quiere fortalecer la esperanza del pueblo y le invita a mirar hacia el futuro, en el que, por obra del mismo Dios, la salvación será una realidad. Si el pueblo de Israel, incluso en los momentos de graves dificultades habían sabido conservar un amor tan vibrante hacía la ciudad de Jerusalén, confiando ver realizada en ella la salvación, cuanto más nosotros hemos de amar a la Iglesia, la esposa por la que Jesús se ha entregado, para purificarla de sus pecados e introducirla en la riqueza desbordante de su amor.

En la Iglesia, de la que formamos parte, encontramos el vino nuevo y óptimo que es el don del Espíritu, del que habla san Pablo en la segunda lectura. El Espíritu se manifiesta por medio de diversos dones, servicios y funciones, todos orientados al bien común, para que Dios lleve a cabo todo en todos. Nosotros hemos de ser conscientes de la propia vocación, de la llamada recibida, para contribuir, con los carismas que se nos han confiado, al crecimiento de la Iglesia.

Cada vez que celebramos la eucaristía podemos vivir la hora de Jesús, dado que, cada vez que celebramos el memorial de su sacrificio se realiza la obra de nuestra salvación. Los discípulos, en Caná de Galilea vieron el signo de la conversión del agua en vino y creció su fe en Cristo. El signo de la Eucaristía que se nos ofrece hoy es mayor que el de Caná, y es necesario que nuestra fe nos impulse a participar activamente en la vida de la Iglesia.

P. Jorge Gibert, OCSO


Fiesta del Bautismo del Señor
Comienza el Tiempo Ordinario

“Juan respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Juan invitaba a una conversión sincera y administraba un bautismo de agua como signo que manifestaba la voluntad de acoger a Aquel que bautizaría con el Espíritu de Dios, es decir a Jesús. Y un día Jesús se presentó a Juan y le pide ser bautizado. Él no necesitaba ni convertirse ni bautizarse. Si lo hace es para indicarnos el sentido de nuestro bautismo. Al salir del agua, como dice San Lucas, “se abrió el cielo y el Espíritu de Dios bajó como una paloma y se posó sobre él”. El Padre interviene en la voz venida del cielo que dijo: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.

    El Espíritu de Dios descansa ahora sobre Jesús, indicando así que es el Mesías. El Espíritu de Dios le acompañará durante todo su ministerio hasta el momento supremo, cuando, desde la cruz entregará el espíritu de nuevo al Padre después de haber llevado a cabo la obra que se le había encomendado. La voz del Padre lo reconoce y lo proclama hijo amado y predilecto, el único que cumple su voluntad.

    La teofanía que acompaña el bautismo de Jesús es, ante todo, la proclamación de su condición y actividad mesiánica, pero nos ayuda también a entender el sentido profundo que tiene para nosotros nuestro bautismo. Todos los que nos consideramos cristianos fuimos bautizados poco después de nuestro nacimiento, y, cuando se administra el sacramento a un niño con dificultad puede éste tener conciencia de todo el significado profundo que entraña.

    Por esto la escena del bautismo de Jesús puede ayudarnos a reflexionar sobre el significado de nuestro propio bautismo. Ser bautizados con el agua es recibir un sacramento, un signo que indica lo que Dios mismo realiza en nosotros. Como Jesús, también nosotros recibimos el mismo Espíritu de Dios, que nos hace miembros de su cuerpo, que es la Iglesia, y el Padre nos acepta en consecuencia como hijos suyos. El bautismo es un nuevo nacimiento a nivel espiritual, nos hace hombres nuevos, nos capacita para comportarnos como hijos de Dios. De modo semejante a Jesús, el cristiano, impulsado por el Espíritu y hecho hijo de Dios, ha de trabajar en la obediencia al Padre, cumpliendo su voluntad hasta que le llegue el momento de ofrecer su vida en la muerte, para poder participar después en la resurrección obtenida por Jesús y ofrecida a todos los hombres.

Hoy, en la primera lectura, del libro del profeta Isaías, Dios por boca de su profeta ha recordado a su pueblo que se ha cumplido su servicio, que está pagado su crimen, que se revelará la gloria del Señor. Completando el discurso, san Pablo en la segunda lectura, afirmaba que en estos días hemos celebrado la aparición de la bondad de Dios y de su amor por los hombres, bondad y amor que se concretan para nosotros en el baño del segundo nacimiento, es decir el bautismo, con la renovación por el Espíritu. Por esta razón, el bautismo, al hacernos hijos de Dios, abre para nosotros unas nuevas y magníficas posibilidades pero reclama también nuestra colaboración. El don recibido no actúa como una fuerza mágica que permita recostarnos en una inercia, pensando que si algo no funciona en último término el responsable es Dios. El don lo tenemos, ahora nos toca hacerlo fructificar. Seamos agradecidos a Dios por el don que nos hace y dispongámonos a trabajar al servicio del Reino de Dios, al seguimiento fiel del Evangelio de Jesucristo.  

P. Jorge Gibert, OCSO



Solemnidad de la Epifanía del Señor

“Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. El evangelista san Mateo anuncia ante todo el hecho del nacimiento del Hijo de María, al que se da el título de rey de los judíos. El oráculo del profeta Miqueas, que se cita, indicando a Belén como lugar del nacimiento tiene la función entroncar este nacimiento con toda la historia de las promesas de salvación que Dios ha hecho a su pueblo mostrando que se trata de Aquel que ha sido predestinado a ser el rey de Israel, el Mesías salvador anunciado desde antiguo por los profetas.

San Pablo, en la segunda lectura, recuerda que ha llegado el momento dispuesto por Dios para manifestar al mundo el misterio de salvación. Pero el apóstol añade que este misterio revelado por el Espíritu atañe no sólo a Israel, sino también a los demás pueblos, llamados por Dios a ser miembros del mismo cuerpo y partícipes de las mismas promesas. Y así se comprende mejor que san Mateo hable de unos magos procedentes de oriente, de unos personajes no pertenecientes a Israel pero que demuestran una buena disposición para acoger al Salvador mandado por Dios. Estos hombres han visto un signo, una estrella, han tratado de interpretar su significado, se han dejado guiar por ella. Es bien poco pero al mismo tiempo es mucho.

El tema de la luz en el cielo es un elemento que aparece a menudo en la Biblia y que sirve para anunciar una intervención de Dios en favor de su pueblo. La primera lectura habla hoy de la luz que está por llegar sobre Jerusalén, anunciando la gloria del Señor. Se trata de un texto escrito después del destierro y destinado a confortar al pueblo ante las ruinas de la ciudad santa. El profeta, jugando con los conceptos de tinieblas y luz, invita a contemplar lo que Dios hará en su momento: Jerusalén, la ciudad del gran rey será el centro del universo y todos los pueblos, atraídos por la gloria del Señor se acercarán para servirlo.

San Mateo habla no sólo de luz, sino de la luz de una estrella. Este signo se encuentra en el libro de los Números, cuando el profeta Balaán anunció el destino futuro de Israel con la imagen de una estrella que saldría de la estirpe de Jacob. El resplandor de una estrella pone en movimiento a esos magos, les lleva a dejar su patria con las comodidades que allí podían tener y a lanzarse a una aventura. Y más tarde no dudan acoger el nuevo signo que es un niño en brazos de su madre y, con sus dones, reconocen y proclaman al rey del universo. Para aquellos hombres, el encuentro con Jesús les lleva a una conversión, discretamente indicada por el evangelista al decir que regresaron a sus países por un camino distinto del camino hecho para llegar hasta Jesús.

Pero el texto evangélico presenta también una dramática advertencia: el pueblo judío, representado por el rey Herodes, los sacerdotes y los letrados, que detentaban la herencia de siglos de historia y profecía, muestran reticencia al anuncio del nacimiento del Mesías. En todo caso, no se mueven, se sienten seguros en sus posiciones y no se incomodan en buscar al recién nacido. Así, quienes parecían ser los principales destinatarios de la salvación anunciada, corren el peligro de que se les escape de las manos y pierdan la oportunidad a abrirse al don de Dios.

Nosotros, los cristianos, hemos sido hechos herederos de las promesas, miembros del cuerpo de Jesús que es la Iglesia, pero esta realidad no nos permite descansar tranquilos, como si ya todo estuviese hecho. Constantemente, la luz de la Palabra de Dios nos invita a buscar a Jesús, como la estrella impulsó a los magos, nos apremia a ofrecerle la actividad de una vida inspirada en el evangelio, y a continuar nuestra peregrinación por caminos distintos de los utilizados antes de haber encontrado a Jesús.

P. Jorge Gibert, OCSO


Solemnidad de la Sagrada Familia de Nazaret: Jesús, María y José

“Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. ¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”. El episodio evangélico que se proclama hoy, más que un ejemplo de convivencia entre Jesús, María y José, muestra un momento de tensión en su experiencia familiar, con motivo de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo. San Lucas, al escribir el evangelio de la infancia de Jesús, lo hace a la luz de los acontecimientos pascuales, que dan sentido a toda la fe cristiana, y es desde esta perspectiva que hemos de entender este episodio.

José y María suben a Jerusalén para celebrar la Pascua, y aquel año llevan consigo a Jesús, con doce años cumplidos, pues, según las costumbres judías, los adolescentes llegaban a la mayoría de edad a los trece años. Jesús, en el momento en el momento del regreso a Nazaret, se queda en Jerusalén. Sus padres lo buscan ansiosos durante tres días. Estos tres días remiten al hecho de la muerte y resurrección. En efecto, el drama de los apóstoles y discípulos en el momento de la pasión al desaparecer su amado Maestro lo vivieron anticipadamente María y José al perder a su hijo. María y José encuentran a su hijo en el templo en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas, y todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

La reprensión de María a su hijo es del todo legítima. Más que un regaño es una queja, expresión de amor en el fondo. María se siente herida en su condición de madre en cuanto su hijo desaparece sin decir nada. María se siente madre; ahora constata que tiene un hijo, pero que no lo posee de forma egoísta. En su espíritu se repetía la pregunta que no tiene respuesta: ¿Por qué? El drama interior de María anuncia el drama de la comunidad apostólica que no acaba de entender el escándalo de la cruz. Y aún hoy la Iglesia continua preguntándose sobre el porqué de la cruz, sobre la necesidad de la muerte del Salvador.

La respuesta de Jesús a sus padres es, en el fondo, el planteamiento de la dimensión transcendente del mensaje cristiano, que es invitación a superar las coordenadas humanas y ponernos en camino en pos de Jesús. Llamada nada fácil, porque son demasiado fuertes los vínculos que nos atan a la realidad de este mundo. Es comprensible que María y José no comprendieran lo que quería decir Jesús, como más tarde los apóstoles no entendían a Jesús cuando hablaba de muerte y de resurrección.

En este sentido María aparece como el prototipo de creyente. No ha entendido lo que su hijo intentaba decirle, pero en lugar de rechazarlo haciendo valer su autoridad de madre, trata de penetrar más y más en su significado, a través de una asidua, atenta y constante meditación: “María conservaba todo esto en su corazón”. La palabra de Jesús puede, a menudo, aparecer como llena de sombras, de oscuridad, pero, a la larga, siempre es la respuesta justa que el hombre necesita para sus problemas. La propuesta de la fe no es siempre verificable, quizá no lo es nunca; hay que aceptarla, meditarla hasta que se pueda asumir con generosidad, como hizo María, como hace la Iglesia. María y José nos muestran el camino de la fe, de la humilde aceptación de la voluntad de Dios, el único que existe para llegar a la verdadera alegría de la vida terna.

P. Jorge Gibert, OCSO



IV Domingo de Adviento

“María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre”. San Lucas ha recordado cómo María se puso en camino para ir al encuentro de su pariente. Pero María no va a comprobar la veracidad de cuanto le había dicho el ángel, como lo demuestra el elogio que Isabel hará de ella: “Dichosa tú que has creído”. María va al encuentro de Isabel para compartir la gracia divina que cada una de ellas ha recibido en forma y grado diferentes. María, al acercarse a su pariente, lleva consigo al Hijo de Dios que ha tomado carne en su seno. María visita a Isabel y, en la persona de su Hijo, Dios visita a su pueblo para borrar cuanto de pecado y de error puede impedir la comunión de vida y de esperanza que Dios quiere establecer con los hombres. La visitación de María recuerda que ha llegado el tiempo de la gran visita de Dios a los hombres, la plenitud de los tiempos, el momento de la salvación.

La Palabra que Dios ofrece a los hombres como principio de salvación y que se encuentra escrita en la Biblia, ayuda a entrever en la trama de la historia la constante intervención de Dios, que quiere ayudar a los hombres a encontrar el camino justo para alcanzar sus promesas de salvación. La Biblia presenta estas intervenciones divinas en la historia de los hombres como visitas que Dios hace ya sea a todo el pueblo, ya sea a personajes concretos. La última y definitiva intervención de Dios en la historia de los hombres es la encarnación del Hijo de Dios que vino a visitar a los suyos como el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en las tinieblas y guiarlos por el camino de la paz.

En la primera lectura, el profeta Miqueas ha indicado en forma de anuncio y promesa lo que la visita de María a Isabel muestra ya presente. A lo largo de la historia, Dios había hablado con frecuencia a su pueblo por medio de los profetas para mantenerlo alerta de modo que no perdiera el ánimo y esperara la salvación que llevaría a cabo el Mesías. Hoy Miqueas hablaba del resto del pueblo que permanecerá a pesar de las pruebas y angustias que se abatirán sobre él. Para este resto se anuncia un futuro positivo que tendrá lugar bajo un jefe que ha de venir, cuya misión será pastorear a los suyos con la fuerza de Dios, asegurando así la paz y la tranquilidad para todos. Miqueas habla de este rey que ha de venir situándolo en la descendencia del rey David, precisando que saldrá de la pequeña ciudad de Belén, al mismo tiempo que habla también de la madre que le dará a luz. Pero insiste de modo especial en su origen, afirmando que es desde antiguo, de tiempo inmemorial, palabras que, a la luz del evangelio, pueden interpretarse como alusión a su trascendencia. El nuevo caudillo pondrá fin a la enemistad de los hombres con Dios y él mismo será la paz.

La visita de María, grávida de Jesús, a su pariente Isabel muestra que ha llegado el momento de la gran intervención de Dios para salvar a los hombres, intervención que el autor de la carta a los hebreos insinúa al hablar de la entrada en el mundo del Hijo de Dios hecho hijo de María. No se entretiene en describir detalles de esta venida en su dimensión humana, sino que apunta a la consumación de la redención. “Me has preparado un cuerpo, -hace decir a Jesús, con palabras entresacadas del salmo 39-, y dado que no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias, aquí estoy, oh Dios para hacer tu voluntad”. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre en María, ha venido al mundo para cumplir la voluntad del Padre, ha venido para reparar el error del primer hombre y por su obediencia obtener la salvación para todos los que por la desobediencia de uno solo estaban apartados de Dios: Todos quedamos santificados por la oblación de Jesucristo hecha una vez por siempre.

P. Jorge Gibert, OCSO



Domingo III de Adviento


“Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Juan el Bautista, el precursor de Jesús propone a quienes le escuchan un bautismo de agua, es decir un signo que indica la voluntad de prepararse para acoger a Aquel que bautizará con Espíritu Santo y fuego. Lo que Juan anuncia en verdad es un juicio que Dios quiere realizar, y que hay que entender como una posibilidad de acoger la salvación, más que como una posible amenaza de condenación.

En este sentido, Juan hace suya la doctrina acerca de la conversión que había sido señalada ya por los antiguos profetas y que reclama dejar el culto de los falsos dioses, respetar al prójimo y procurar hacer todo el bien posible. De este programa no se excluye a nadie, como tampoco ninguna situación humana o profesional puede ser un obstáculo para acoger el mensaje de renovación. Por esto los que escuchan al Precursor, ya sean recaudadores de impuestos o soldados, categorías que en aquella época eran despreciadas, ya sencillas personas normales, se acercan a él y le preguntan: “¿Qué hemos de hacer nosotros?”. La llamada a la conversión es una invitación a hacer de otra manera lo que se hace habitualmente; no es una propuesta para huir del mundo, sino para estar en él de otro modo. Lo en verdad importante es sentir en nosotros mismos la inquietud de que no podemos seguir como hasta ahora.

El discurso de Juan anunciando el juicio de Dios está teñido de seriedad, y contrasta con la insistente invitación a la alegría de las dos primeras lecturas. Pero la llamada sobre el juicio descansa sobre la misma convicción que anima al profeta Sofonías y al apóstol Pablo a proclamar la necesidad de llenar el corazón y los labios de júbilo: Dios viene a nosotros, más aún, está en medio de nosotros para proponernos un mensaje de salvación, que si lo aceptamos con generosidad, nos permitirá gozar para siempre de la verdadera e inextinguible alegría.

El profeta Sofonías vivió en medio de graves amenazas que se cernían en el horizonte para Jerusalén y sus habitantes. El profeta interpreta estas calamidades como castigo por los pecados del pueblo, pero no se limita a anunciar desgracias, sino que está seguro que el amor que Dios tiene por su pueblo supera infinitamente cuanto puedan merecer los pecados cometidos y se siente impulsado a invitar con insistencia a mantener la alegría que da la confianza de lo que Dios hará con los suyos. Por esto el profeta repite incansable, dirigiéndose a su pueblo: No temas, no desfallezcas, regocíjate, grita de júbilo, gózate de todo corazón.

San Pablo, hoy, invita a estar alegres porque el Señor está cerca. El apóstol vive la urgencia de esta realidad, ansía la llegada del Señor que viene y quiere todos participen de la misma esperanza. La llegada del Señor, la inminencia de su venida es para Pablo un motivo de alegría. La alegría que anuncia y recomienda es el resultado de una dedicación serena y decidida al servicio del Señor. Las preocupaciones que la vida lleva consigo no han de ser obstáculo para esta alegría. Se impone en todo caso una actitud moderada, una visión serena de la realidad, vivida en un clima de oración y súplica, para permanecer en la paz de Dios.

Se acerca la Navidad. Hemos de prepararnos a las fiestas con espíritu de fe. Si somos creyentes de verdad, la celebración de la Navidad ha de ser una llamada de advertencia de que aquel niño que contemplamos en la limitación de su infancia será el juez que nos pedirá cuentas de cómo hemos vivido. De nada nos servirá adornar nuestros hogares y nuestro corazón, si antes no nos preguntamos con seriedad: ¿Qué hemos de hacer nosotros? ¿Qué espera el Señor de quienes nos proclamamos sus discípulos y nos disponemos a recordar su aparición entre los hombres? Si lo preguntamos con espíritu sencillo, Dios no dejará de darnos una respuesta.

P. Jorge Gibert, OCSO



Domingo II de Adviento


“Vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados”. Cada año, por estos días de diciembre, la liturgia de la Iglesia evoca a la figura de Juan, el Precursor de Jesús, como invitación a prepararse para acoger la salvación que Dios, en su inmenso amor generoso, no cesa de ofrecer a la humanidad

San Lucas se entretiene en precisar el momento en el que tiene lugar el comienzo de la actividad del Bautista enumerando algunas regiones vecinas de Israel, así como los políticos que las gobernaban en aquel momento. De este modo, quiere hacer comprender que la misión de Juan está orientada a la persona de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, destinado a ser el salvador de todo el mundo. Para describir la actividad profética de Juan, Lucas utiliza unas palabras del libro de Isaías: “Una voz grita en el desierto, preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale”, para insistir en el esfuerzo que supone el hecho de que, muy pronto, todos podrán ver la salvación de Dios.

Y esta actividad del Precursor inicia en el desierto. El desierto, para los antiguos, significaba un lugar desolado, donde el caos y la confusión tienen amplio margen. El desierto aparece como la antítesis de la ciudad, obra humana y construida según un determinado orden, que ofrecía a todos seguridad y bienestar. Pero la salvación que Dios ofrece no es fruto del esfuerzo humano, sino don de Dios y por eso el desierto es el lugar más idóneo para anunciar este don gratuito y generoso de Dios. Con su predicación Juan quiere disponer a sus oyentes a acoger al Mesías que dará en plenitud esta salvación anunciada. La misión de Juan de preparar el camino de Jesús terminó hace mucho tiempo, pero su mensaje de conversión para poder recibir al Mesías permanece siempre actual, y conviene estar preparados para que, cuando llegue el momento, podamos acoger la salvación que se nos ofrece.

De esta salvación habla también hoy el profeta Baruc, con las palabras con que quiere animar al pueblo que sufría bajo el peso de las contrariedades: “Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y viste las galas perpetuas de la gloria de Dios. Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo: Dios se acuerda de ti”. El profeta se dirige a Jerusalén, la capital de Israel, y que personifica el destino del pueblo entero, con sus luces y sombras, infidelidades y promesas de restauración, y le anuncia que son inminentes los tiempos en que Dios actuará de nuevo y todo cambiará. El mensaje se escribe mirando también a un futuro lejano, a otras generaciones del pueblo de Dios que esperarán siempre en medio de dificultades y contradicciones la salvación de Dios.

Y siempre en la línea del anuncio de la salvación que se nos ofrece, el apóstol Pablo, en el fragmento de la carta a los Filipenses, recomienda un esfuerzo interior que lleve a afianzarnos más y más en la empresa buena que Dios mismo ha iniciado en cada uno de nosotros, al llamarnos a la fe, y que trata de llevar adelante hasta el día de Jesús, cuando nuestro Salvador, fiel a sus promesas, vendrá de nuevo con gloria para hacernos participar de su salvación eterna. Precisando más, el apóstol intenta describir esta conversión como un crecimiento de la comunidad de amor que es la Iglesia, crecimiento que comporta un progreso de penetración y sensibilidad espirituales para apreciar los auténticos valores e ir adquiriendo frutos de justicia, capaces de purificarnos de todo lo que puede impedirnos llegar al día de Jesús limpios e irreprochables.

P. Jorge Gibert, OCSO



Solemnidad de la Inmaculada Concepción

“Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza”. La lectura del libro del Génesis ha evocado la situación de la humanidad, que por haber desobedecido a Dios, quedó herida por el pecado y sometida a la lucha constante entre el bien y el mal, tal como se ha manifestado a lo largo de la historia de la humanidad. Pero la tradición cristiana ha sabido descubrir en esta página sombría un signo de esperanza, pues la victoria final será para el género humano. En efecto, la estirpe de la mujer vencerá al diablo, cuando Dios, hecho hombre en el seno de María, se convertirá en bendición salvadora para todos los hombres. El nombre de «madre de todos los hombres» con el que saluda Adán a Eva, encontrará su total realización en otra mujer, en María, cuya maternidad, al pie de la Cruz, será extendida, por voluntad del Señor crucificado, a todos los hijos de Dios.

Este designio de salvación que Dios ha dispuesto en Jesús ha sido cantado por San Pablo en la segunda lectura, en cuanto Dios ha bendecido en su Hijo a la humanidad con toda clase de bienes espirituales y celestiales, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor, para alabanza de su gloria. Este magnífico plan, preparado por Dios desde toda la eternidad para todo su pueblo, tuvo una primera realización en la persona de María, elegida, predestinada por Dios para que aceptase ser la Madre de su Hijo en el momento de la Encarnación. El privilegio de la Concepción Inmaculada de María, visto desde esta perspectiva, no aleja a la humilde Virgen de Nazaret del resto del pueblo de Dios, sino que hace de ella la primera criatura que recibe el don gratuito de la bendición divina en toda su plenitud, obtenida por el sacrificio de Jesús para todo el género humano.

San Lucas, en el Evangelio, ha recordado el anuncio del Angel a María. El evangelista evoca un contexto de referencias bíblicas que abren horizontes vastísimos y coloca el si de la Virgen de Nazaret en el centro de la historia de la salvación. «Alégrate, llena de gracia, -dice el Angel-, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres... No temas, has encontrado gracia ante Dios». Estas expresiones son un eco de otros textos del Antiguo Testamento, que invitaban a la alegría porque el Señor había escogido a Jerusalén, la «Hija de Sión», como la llaman, para residir en ella como en su tabernáculo, desde cual aseguraría la salvación del pueblo. Las palabras del Angel, colocadas en este contexto bíblico, nos hacen comprender que los anuncios proféticos relativos a Jerusalén, como sede del Dios salvador, han de aplicarse no a la ciudad material sino al resto fiel del pueblo, sobre el cual Dios ha mantenido su misericordia, y entre este resto fiel han de entenderse sobre todo como relativas a la humilde Virgen de Nazaret, que se dispone a acoger al Dios que, en su amor, viene a salvar a todos los hombres que estén abiertos para acogerle con la misma generosidad de María. Sobre María descansa el Espíritu del Altísimo, aquel mismo Espíritu que al comienzo planeaba sobre las aguas para dar vida al universo, y que en el éxodo guió a Israel hacia la tierra prometida.

María ha hallado pues gracia ante Dios, ha sido escogida para ser la Madre del Hijo de Dios hecho hombre, ha sido preparada para decir, en su momento, el «fiat» salvador, que abre a todos los hombres la esperanza de la salvación. María es pues el vértice santo del pueblo de Dios llamado a la santidad. Como cantaremos en el Prefacio, ella es «Comienzo e imagen de la Iglesia», a la cual pertenecemos también nosotros. Ella, con su «fiat» nos indica el camino a seguir, nos enseña a abrirnos generosamente a la acción salvadora de Dios, para que un día, con Ella, podamos participar plenamente en el Reino que su Hijos nos ha preparado.

P. Jorge Gibert, OCSO


I Domingo de Adviento

“Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días se salvará Judá, y en Jerusalén vivirán tranquilos”. Para nosotros, cristianos, Dios ha dejado promesas de paz, de justicia y de salvación en las páginas de las Escrituras y es bueno atenderlas en medio de las dificultades del vivir cotidiano, porque una vida sin esperanza no es vida, sino muerte.

Las semanas que faltan para la solemnidad de la Navidad de Jesús reciben el nombre de tiempo de adviento. Adviento significa llegada, venida y por lo tanto supone una llamada a la esperanza. En efecto no se nos invita simplemente a prepararnos al recuerdo del nacimiento del hombre Jesús que tuvo lugar hace más de dos mil años, sino a recordar su venida al final de los tiempos, cuando el Señor vendrá definitivamente, para hacer efectivas sus promesas de salvación, anunciadas repetidamente por los profetas, y ansiadas por todos y de las que fue prenda su nacimiento.

Este sentimiento de espera anhelante, caracterizaba a las primeras comunidades cristianas y la expresaban en la plegaria que, según san Pablo, repetían sin cesar: “Maranatha”, es decir: “Ven, Señor”. El mismo san Pablo afirma que cada vez que celebramos la Eucaristía y repetimos el signo de partir el pan y beber su cáliz, demostramos que estamos esperando su venida, hasta que vuelva definitivamente. Pero esta venida tarda, la espera se hace larga, y es fácil pensar que todo esto no es más que una bella ilusión, si no es una evasión para no enfrentrarnos con la realidad dura de la vida cotidiana.

Pero la fe en una venida definitiva de Jesús es un artículo del credo y hemos de mantenerla a pesar del desencanto que pueda producir no verla realizada. Pero la celebración de la Navidad, el recuerdo del nacimiento de Jesús en Belén es una confirmación para nuestra esperanza. Así como el nacimiento de Jesús significó el cumplimiento de muchas profecías, su celebración hemos de verla como prenda de que la segunda parte vendrá, aunque tarde.

A menudo se nos dice que la vida del cristiano ha de ser una vida de fe pero quizá se insiste poco en la esperanza. Se nos inculca el deber de creer en Jesús, en su Evangelio, de tratar de ver la realidad de cada día a la luz de lo que nos ha enseñado el Señor. Y esto es bueno, pero no basta. La fe, la auténtica fe no es algo estático, inmóvil, no es una simple conformidad o resignación sino una actitud dinámica que no se conforma, que lucha, que se esfuerza, que mira hacia el futuro, a pesar de de las dificultades y contratiempos.

Las lecturas proclamadas hoy repiten con insistencia la invitación a la esperanza: “Mirad que llegan días en que cumpliré la promesa que hice”, dice Dios por boca de Jeremías. “Alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación; estad siempre despiertos”, advertía Lucas. Pero esta invitación a la esperanza en la venida del Señor hemos de entenderla en sentido positivo. No podemos perder nuestro tiempo en ponderar las dificultades que puedan sobrevenir, ante lo que se nos viene encima, en los acontecimientos extraordinarios que el futuro pueda traer. Lo importante, como afirma Lucas, es prepararnos: estar despiertos, mantenernos en pie, no embotar nuestra mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero.

San Pablo, en la segunda lectura, invitaba a proceder como se nos ha enseñado, rebosando de amor mutuo, de amor a todos, y de esta manera permanecer fuertes esperando al Señor que viene. Se trata de entender en su profundidad la relación que Jesús ha venido a establecer entre los humanos, se trata de empeñarnos con sinceridad en el respeto de la justicia, del derecho y de la verdad, sobre todo de los más pobres, de los más marginados. Se trata de tener conciencia de que el Reino de Dios que viene necesita de alguna manera de nuestra colaboración, de abrir espacios para que pueda llegar a ser una realidad.

P. Jorge Gibert, OCSO


Solemnidad de Cristo Rey

“Venga a nosotros tu reino” repetimos cada vez que recitamos el Padre nuestro, la oración que Jesús ha dejado a los suyos. En su predicación, durante el ministerio, ocupa un lugar importante la mención del Reino, tema que no era una novedad para los lectores habituales de las Escrituras. En efecto, Dios, el Dios que, escogió a Israel, lo sacó de Egipto y en el Sinaí estableció con él una alianza de amor y fidelidad. La condescendencia de Dios, que ofrece a los suyos la libertad, que se hace su aliado, su guía y protector fue expresada por Israel con la aclamación: “Dios reina, Dios es nuestro rey”.

Esta convicción del pueblo escogido la expresa hoy el salmo responsorial: “El Señor reina”. No se trata de recordar únicamente hechos pasados. Dios continúa actuando hoy, continua salvando a su pueblo. Su trono está firme, es decir no hay lugar al temor, pues Dios nunca se vuelve atrás de sus promesas. Pero este reinar de Dios pide una respuesta. Por esto el salmo ha recordado sus mandamientos. Si queremos que Él nos guíe hemos de seguir sus enseñanzas, caminar por las sendas que, en su amor, nos mostró.

Pero la realidad de la historia hizo comprender a Israel que, a menudo, el hombre no acepta este reinado de Dios; más aún, que a veces, volviendo la espalda al Dios salvador, se deja llevar por falsos ídolos que son expresión de sus propias pasiones y lo que tendría que haber sido un paraíso de justicia y paz, los mismos hombres lo han convertido en un infierno de dolor y muerte. Y en medio de la purificación del sufrimiento, el pueblo escogido fue creciendo en la convicción que el reinado de Dios acabaría por vencer, que se establecería de modo definitivo.

La primera lectura relata una visión del libro del profeta Daniel destinada a sostener la fe de Israel en un momento de particular gravedad de su historia. Un hijo de hombre aparece ante Dios y es revestido de poder, honor y reino. Este hijo de hombre, esta figura enigmática de contorno apenas difuminado, es un anuncio de una nueva intervención victoriosa de Dios en la historia de los hombres. Y cuando Jesús empieza su anuncio: el Reino de Dios está cerca, utiliza precisamente la expresión de Daniel, al designarse a sí mismo como el Hijo del hombre.

Un día Jesús multiplicó panes y peces para saciar a una multitud hambrienta que le seguía, y la reacción de aquella gente fue la de proclamarle a Jesús. Pero éste se escondió, porque no había venido para eso. Más tarde, sus enemigos se atrevieron a denunciarlo al gobernador romano como un vulgar conspirador que intentaba hacerse rey en lugar del Cesar. Cuando Pilato preguntó a Jesús: “¿Tú eres rey?”, éste le respondió: “Tú lo dices: Soy rey”. Pero añade a renglón seguido: “Mi reino no es de este mundo”. Jesús, el Hijo del hombre, ha nacido, ha venido al mundo para que sea una realidad el reino de Dios, para ser testigo de la verdad anunciada durante siglos.

Pero Jesús no busca ser un rey que detenta poder, tal como se entiende generalmente. Jesús recalca que ha venido a servir no a ser servido. Jesús comienza a reinar en el momento preciso en que es clavado en la cruz. Cuando es elevado para ser crucificado, cuando su aventura humana toca su fin, es cuando empieza su reinado, cuando lleva a término su misión. Por esto la segunda lectura puede saludarle como “Testigo fiel, Primogénito de entre los muertos, Príncipe de los reyes de la tierra”. Él no ha buscado su gloria, ni ha pretendido esclavizar a los demás.

Si queremos tener parte en el Reino de Jesús hemos de abrir nuestro corazón a la verdad de Dios, hemos de saber controlar nuestras pasiones, vencer nuestro egoísmo y nuestra ambición, hemos de crecer en el amor, aquel amor que nos hace ser servidores de nuestros hermanos, que nos lleva a defender la justicia y la libertad de todos para que pueda ser una realidad la paz que Jesús nos ha obtenido con su oblación.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario -  Ciclo B


“Verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad”. Estas palabras de Jesús que acabamos de escuchar podrán parecer una provocación absurda para muchos de los que pisan nuestras calles y plazas, y sin embargo forman parte del contenido de nuestra fe cristiana. En efecto, cada domingo, cuando hacemos nuestra profesión de fe, al recitar el Credo, decimos: “Desde allí ha de venir para juzgar a vivos y muertos”. Somos cristianos porque creemos que, después de su muerte en cruz y su sepultura, Jesús conoció la resurrección de entre los muertos, inaugurando una nueva forma de vida que no tendrá término, y según se nos ha dicho, esta misma vida está ofrecida a todos y cada uno de los mortales en la medida en que crean en Jesús y vivan según su evangelio. El misterio pascual de Jesús es una realidad que abarca el presente y además está abierto al futuro y por esta razón no dudamos en afirmar que el Resucitado se hará presente de nuevo, no solo para cada uno de nosotros, cuando llegue la hora de la muerte, sino también para toda la humanidad, cuando el universo llegará a su punto final.

Esta realidad es lo que el evangelio de hoy ha recordado: que un día Jesús volverá, y que nos encontraremos con él. Pero es necesario precisar que no se nos explican ni el cómo, ni el cuándo ni el dónde tendrá lugar este encuentro. No sólo: Jesús asegura que no nos hace falta saberlo. Lo importante es retener que hemos de vigilar, que hemos de prepararnos, que hemos de vivir nuestra vida a la luz de la fe, de una fe que nos asegura que Dios nos ama y que todo contribuye al bien de aquellos a quienes él ama. Y esto por encima de las tribulaciones, de los momentos difíciles, que nos empujan casi a pensar que Dios no se interesa por nosotros, que pasa alegremente de las angustias de los hombres.

Cuando intentamos mirar hacia el futuro nos encontramos con algo que no podemos evitar, que es la muerte. Hoy, la primera lectura trataba del tema y decía que los que duermen en el polvo despertarán, es decir los muertos resucitarán. Esta afirmación es el resultado de siglos de reflexión del pueblo de Israel acerca de la realidad de la vida a la luz del amor y de la justicia de Dios, y que recibió su confirmación con la resurrección de Jesús. De nuevo se nos hace una promesa pero no se nos dan detalles que satisfagan la curiosidad. De nuevo se nos pide un acto de fe, un ponernos en manos de Dios, confiando en él. He aquí el mensaje cristiano. Mensaje que, como afirma san Pablo, es locura y desatino para los que no creen, pero que para nosotros que hemos aceptado el riesgo de creer en Jesús, es motivo de consuelo y de confianza.

La lectura de la carta a los Hebreos ha recordado la realidad de la oblación que Jesús hizo de sí mismo en la cruz a favor de la humanidad entera. Jesús se entregó una vez por siempre por todos y ha obtenido el perdón de todos los pecados, abriendo el camino para poder llegar al reino que Dios nos ha preparado. Cada vez que celebramos la Eucaristía, hacemos presente este sacrifico de Jesús, prenda que Dios nos ha dejado para recordarnos incesantemente que sus promesas no fallarán, que pase lo que pase, su palabra permanece fiel y que un día alcanzaremos el objeto de la promesa.

Pero este mirar hacia el futuro desde la perspectiva de Jesús y del evangelio sin duda puede suscitar una reacción de escepticismo. Conviene recordar que los autores bíblicos al tratar estos temas utilizan imágenes o términos que encajan con dificultad en las categorías mentales de nuestra época. Hoy, cuando nos planteamos el futuro, acostumbramos a pensarlo como un tiempo mejor que el presente, una situación en la que el progreso ayude a eliminar todo lo que causa sufrimiento o injusticia y se logre una existencia pacífica. Pero nosotros, como cristianos hemos de esperar firmemente que Jesús vendrá de nuevo con gloria para juzgar a vivos y muertos, que ofrecerá la resurrección de los muertos y que la vida del mundo futuro que no tendrá fin. No podemos dejar de mantener nuestra fe, de tratar de vivir esperando con amor la llegada definitiva del Señor.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XXXII del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres —imagen del auténtico—, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros”. La carta a los Hebreos describe la obra redentora de Jesús desde la perspectiva de su condición de sacerdote. Hablar de “sacerdocio”no quiere decir aludir a una simple función cultual, sino que expresa todo su modo concreto de existir, del sentido real que dio a toda su vida y actividad. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, para salvar a los hombres sus hermanos, se ha entregado libremente una vez para siempre, sin ahorrar nada, asumiendo en la Cruz todo el sufrimiento humano para ofrecerlo a Dios. No resulta fácil al hombre de hoy entender esta afirmación de nuestra fe, porque en la medida en que se va perdiendo el concepto de pecado como gesto libre y responsable del hombre que se separa de Dios, es difícil entender la necesidad de una redención y, en consecuencia, el hecho de que el mismo Hijo de Dios se hiciera hombre para entregarse por nosotros.

Toda la radical exigencia que supone esta entrega de Jesús por la humanidad, viene hoy ilustrada de alguna manera por las otras lecturas. Marcos pòne en labios de Jesús una singular advertencia: “¡Cuidado con los escribas!! Jesús no duda criticar abiertamente el comportamiento de los escribas, letrados o maestros de la ley, que encarnaban la autoridad religiosa de Israel, pues dedicaban su vida al estudio de la ley de Dios y gozaban del respeto popular. Jesús les echa en cara su interés en ser admirados por sus amplios ropajes, su afición a las reverencias en público, su empeño en ocupar los primeros puestos en reuniones tanto religiosas como mundanas. Mucho más grave es la acusación de que, con el pretexto de su vida, tratasen de sacar provecho de los bienes de viudas, imagen de los pobres y poco protegidos por el ambiente social de aquel momento. Jesús no les reprocha su dedicación peculiar al estudio de la ley de Dios, sino su comportamiento práctico y poco ejemplar.

Esta página del evangelio contiene una seria advertencia válida también para nosotros, que hemos aceptado el evangelio. Nuestra fe ha de evitar quedar en meras exterioridades. Hemos sido llamados a ser testigos de Jesús y hemos de cumplir nuestra misión con el modo de ser, de hablar, de actuar. Pero si nuestra condición de cristianos se redujera a manifestaciones exteriores de religiosidad, sin que el evangelio penetre en nuestra vida real, estaríamos fuera del camino justo. Toda manifestación externa sólo es válida en la medida en que esté motivada por profundas convicciones. De lo contrario mereceríamos el epíteto de hipócritas que el mismo Jesús aplicó a los hombres religiosos de su tiempo.

En contraste con la crítica de los letrados, sorprende la alabanza que Jesús hace de la pobre viuda, que echa en el cepillo del templo una mínima cantidad pero que para ella suponía cuanto tenía para vivir. A la ostentación de los escribas, Jesús opone la pureza de intención de la viuda, que se fía tanto de Dios en medio de su miseria que es capaz de renunciar incluso a la necesario para la vida, testificando así una fe muy profunda. La viuda pobre representa la verdadera respuesta que Dios espera de nosotros: una donación total y sin condiciones a Dios como expresión de fe vivida profundamente, y no solamente proclamada por los labios.

La actitud de esta pobre mujer refleja la de otra viuda, recordada por la primera lectura. En un momento difícil de su ministerio, el profeta Elías es enviado a una viuda que vive angustiada por la miseria. Cuando se disponía a preparar la última comida para sí y para su hijo, aceptando con fe humilde y sincera la palabra del profeta como la de un enviado de Dios, se abandona en las manos de Dios, y no duda en servir a Elías. Hemos sido llamados a hacer de nuestra vida un servicio a Dios a imitación de Jesús, sin condiciones ni contrapartidas. La actitud de los letrados indica el peligro que hay que evitar, mientras el ejemplo de las dos pobres viudas muestran cómo Dios espera de nuestra generosidad una entrega total, sin condiciones.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XXXI del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“El primero mandamiento es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos”. Un letrado, un especialista en el estudio de la Ley de Dios, interroga a Jesús sobre cual es el precepto más importante, y Jesús le recuerda el doble mandamiento del amor a Dios y a los hermanos. Ante el entusiasmo expresado por el letrado, Jesús le dice: “No estás lejos del Reino de Dios”. De esta pasaje del evangelio se puede deducir que el Reino, objeto de su predicación, es una realidad a la que el hombre puede llegar en la medida en que esté dispuesto a pagar el precio necesario. Porque en la vida, todo tiene un precio, cualquier elección que hagamos exige, de parte nuestra, una toma de posición en un sentido concreto, que por el mismo hecho de adoptarla supone la renuncia a otras posibilidades. No podemos tenerlo todo a la vez, y como decía un filósofo, actuar es sufrir, pues cada vez que escogemos algo, se impone necesariamente el dolor de la renuncia a todo lo demás. Para entrar en el Reino de Dios hay que estar dispuesto a aceptar las condiciones que Jesús mismo propone.

La segunda lectura presenta hoy a Jesús como el sacerdote que permanece para siempre, y que por esto puede salvar a los que quieren acercarse a Dios, asegura el acceso al reino y a la gloria que él mismo ha recibido. Pero el autor de la carta a los Hebreos insiste también que si Jesús ha entrado en esta gloria es porque se ha ofrecido a si mismo, porque ha asumido plenamente su suerte, y con gritos y lágrimas, con oraciones y súplicas, aprendió, sufriendo, a obedecer, consumando su vida hasta el final y mereciendo ser autor de salvación eterna para todos. Jesús es sacerdote porque en su vida humana ha escogido la voluntad del Padre, se ha entregado a ella, ha hecho de ella su alimento. Así muestra como hemos de comportarnos nosotros si queremos seguirle hasta el final.

Si queremos entrar en el Reino es toda nuestra vida que ha de manifestar nuestra adhesión al Padre, nada de lo que forma nuestra vida puede o debe ser substraido de nuestra donación a Dios. De ahí la importancia de la educación de nuestra fe, sin divisiones ni categorías. Culto, plegaria, familia, profesión, cultura, actividad social y política, descanso y diversión, todo ha de ser vivido de modo que nos permita entrar en el reino de Dios. Estamos ante una cuestión de capital importancia, que no puede ser tratada con ligereza.

En la respuesta al letrado Jesús cita el libro del Deuteronomio que conforma la plegaria que todo israelita piadoso repite dos veces al día y que es a la vez, profesión de fe en el único Dios y confesión de su amor por los hombres. El pensamiento semítico que ha inspirado esta fórmula está muy lejos de dividir al hombre en sectores. Lo que quiere inculcar es la necesidad de empeñar toda la persona en el servicio de Dios. No podemos acercarnos al Reino con la sola inteligencia, cultivando ideas y teorías, ni con la sola voluntad, con prácticas morales y ascéticas, ni con la sola sensibilidad. Es todo el hombre que ha de dedicarse a buscar a Dios. No somos algo abstracto sino personas concretas, nacidos en un país concreto, en un momento determinado de la historia, formados en una cultura más o menos precisa, dedicados a determinadas tareas, investidos de concretas responsabilidades. Todo en nosotros ha de estar orientado a buscar el Reino y su justicia

Al letrado del evangelio Jesús ha recordado el precepto del Antiguo Testamento de amar a Dios por encima de todo y lo completa con el precepto del amor a los hermanos. No podemos decir que amamos a Dios, a quien no vemos, si no somos capaces de amar al hermano que vemos y que padece necesidad. Amar a Dios y amar a los hermanos: he aquí lo que Jesús espera de nosotros. Los dos preceptos tienen en común una cosa: el amor. Amar es la actividad que Dios reclama del hombre. Como dice san Juan de la Cruz, en el último juicio seremos examinados sólo sobre el amor.

P. Jorge Gibert, OCSO


Este domingo 28 de Octubre celebramos la Consagración de la Iglesia de la Abadía de Viaceli, Solemnidad para nosotros.
Esta es la misa que celebraremos este domingo. Pero compartimos la reflexión para las lecturas del Domingo del Tiempo Ordinario correspondiente: XXX Ciclo B

“Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos”. El profeta Jeremías, al que tocó vivir el final del reino de Judá y que fue acusado de ser el eterno pesimista, no dudó en lanzar un grito de esperanza, anunciando la redención que Dios quiere obrar en favor de su pueblo. A los horrores de la destrucción de Jerusalén se contrapone el regreso triunfante de los desterrados de cualquier condición, para entrar de nuevo en su tierra renovada. Jeremías hablaba de tiempos futuros que a él no le fue dado ver. La fe cristiana afirma que esta era de paz y renovación inició con la venida de Jesús, pero también reconoce que aún no se ha manifestado en toda su plenitud. La redención se ha realizado en Jesús, hemos sido salvados en la fe pero ésta sólo se irá manifestando poco a poco en nuestras vidas y se manifestará en plenitud al final de los tiempos.

Esta visión que propone la fe hoy queda iluminada por el signo que Jesús realiza con el ciego de nacimiento. Marcos presenta a Jesús caminando hacia Jerusalén, donde le espera el Calvario. Y contrastando con el dinamismo del Maestro, contemplamos a Bartimeo, un pobre ciego, sentado junto al camino, pidiendo limosna para sobrevivir. Es una imagen de la impotencia y de la resignación ante la pobreza y la muerte que oprime a toda la humanidad, dada la imposibilidad de entrar por nuestras solas fuerzas en el ámbito de la salvación. En su camino, Jesús no duda en pararse un momento, parada que no es pérdida de tiempo, porque le permite arrancar al ciego de la obscuridad, para hacerle entrar en la luz, de modo que pueda confesar su fe y de seguir con decisión a Jesús.

El evangelista ha descrito con detalle la escena. El ciego, sentado junto al camino, al enterarse de que se acerca Jesús, se decide y prorrumpe con una plegaria vehemente: “Hijo de David, ten compasión de mí”. El grito disgusta a los presentes que quieren hacerle callar. La fe perseverante del ciego se expresa también con sus gestos: se levanta, suelta el manto, se acerca a quien puede salvarle. Al ser interrogado por Jesús pide: “Maestro, que pueda ver”. Una vez recuperada la vista, no se queda en su sitio, no deja a quien le ha curado: lo sigue en su caminar, pues es consciente de que ha sido transformado completamente.

La iluminación que Bartimeo recibe es lo que Jesús ofrece a toda la humanidad. Bartimeo tenía plena conciencia de su ceguedad, de su pobreza, y por esto grita e insiste. Todos tenemos necesidad de que Jesús nos ilumine, pero él no podrá hacerlo si nosotros no estamos convencidos de que somos ciegos, de que estamos en las tinieblas, más o menos oscuras y de que sólo él puede darnos la luz. Gozamos de la luz natural, sabemos muchas cosas, confiamos demasiado en nosotros mismos y en los bienes que poseemos, y en consecuencia nos falta la vehemencia y la constancia de Bartimeo para poder decir: “Señor, que pueda ver”.

Jesús pasa junto a nosotros cada vez que nos reunimos para celebrar la eucaristía, cada vez que escuchamos su palabra, cada vez que nos acercamos al altar. Dice hoy la segunda lectura que Jesús ha sido constituido Sumo Sacerdote y se ha ofrecido a sí mismo para el perdón de todos nuestros pecados, restableciendo así nuestra amistad con Dios. Siempre está dispuesto a salvarnos, a iluminarnos. lo que importa es que le dejemos actuar. Si queremos aprovecharnos de la gracia de su paso cerca de nosotros hemos de imitar a Bartimeo: conscientes de nuestra necesidad, hemos de solicitar su favor, diciéndole, plenamente convencidos de nuestra ceguedad, de nuestra impotencia: “Señor, que puedar ver”.

P. Jorge Gibert, OCSO



Domingo XXIX del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“Jesús replicó: No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?. El domingo pasado, el evangelio evocaba a uno que deseaba alcanzar la vida eterna y que, al pedirle Jesús, junto con la observancia de los mandamientos, la renuncia de los bienes para seguirle, se retiró con pesar no sintiéndose con ánimos para llevar a cabo tal programa. Hoy, son Santiago y Juan, dos hombres que acogieron con generosidad la llamada de Jesús, y le siguieron dejándolo todo, pero un día, después de haber convivido con Jesús, de haber escuchado sus enseñanzas acerca del Reino de los cielos que estaba por llegar, de haber sido testigos de sus milagros, le piden poder estar sentados junto a él, cuando llegue la gloria del Reino. Pero Jesús les responde: “No sabéis lo que pedís”.

Quizás se puede criticar a los dos hermanos, reprochandoles una desmesurada ambición que les lleva a intentar pasar delante de otros que han sido llamados antes que ellos. Pero también se podría decir que, en su entusiasmo por el mensaje de Jesús y por su afecto hacia el Maestro, desean asistirle y colaborar generosamente en la misión recibida. En realidad lo que pasa es que no han comprendido aún el significado profundo de lo que significa la gloria para Jesús, que no es el triunfo, entendido en modo humano, no el ejercicio del poder, ni la victoria aplastante sobre sus enemigos. La gloria de Jesús es la cruz, su grandeza es ser servidor, esclavo de los hombres, es dar su vida en rescate por todos.

    Dios, en la persona de su Hijo, ha entrado en la historia de la humanidad para librarla de las potencias que la esclavizan y devolverle la libertad. Pero esto lo ha hecho no por la fuerza ni con la violencia, sino poniéndose en manos de los hombres y dejándose llevar hasta la muerte. Y Dios ha quebrantado la lógica de estas fuerzas destructoras ratificando, con la resurrección del Crucificado, el perdón que Jesús desde la cruz concedió a sus verdugos.

Esta realidad la han recordado las dos primeras lecturas de hoy. El libro de Isaías decía, hablando del Siervo de Dios, figura del Mesías: “Cuando entregue su vida, verá su descendencia, a causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará, con lo aprendido mi siervo justificará a muchos”. Y el autor de la carta a los Hebreos presenta a Jesús como el sumo sacerdote que, por haber sido probado en todo exactamente como nosotros sabe compadecerse de nuestras debilidades.

Si la gloria de Jesús es pues su cruz, estar a su derecha o a su izquierda no podía concederlo a Santiago y Juan, pues estos lugares estaban reservados a los dos ladrones crucificados con Jesús. Pero Jesús no defrauda las esperanzas de los apóstoles y de todos aquellos que deseen tener parte con él: “¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar?”. El cáliz y el bautismo son imágenes del misterio de la muerte salvadora de Jesús, que ofrece a quien quiere seguirle. Son alusiones muy concretas al bautismo y a la Eucaristía que nos incorporan al cuerpo de Jesús que es la Iglesia. Pero no basta para ser o decirnos cristianos, haber sido lavados con las aguas bautismales o participar en la mesa eucarística. Es necesario asumir lo que estos sacramentos anuncian y significan, entrar en el misterio de donación de si mismo que ha caracterizado a Jesús, es hacernos siervos, esclavos de los demás, es dar nuestra vida en rescate por todos.

La historia enseña que, a menudo, la Iglesia, o mejor, algunos hombres de Iglesia, han pretendido el poder, el dominio, la gloria, justificando sus pretensiones con la excusa del Evangelio. Pero obrando así olvidaban que el Hijo del hombre vino no para ser servido, sino para servir. Superando la tentación de escandalizarnos o indignarnos como los otros diez discípulos ante las pretensiones de Santiago y Juan, hemos de convencernos que la gloria de Jesús está en su cruz y que podremos estar a su derecha y a su izquierda en la gloria solamente si vivimos la realidad de nuestro cristianismo, hecho no de palabras o gestos vacíos, sino de entrega total a Dios y a los hermanos por el amor y el servicio.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoque, y vino a mí un espíritu de sabiduría. La quise más que la salud y la belleza y me propuse tenerla por luz”. En la Biblia por sabiduría se entiende una actitud del espíritu que se deja guiar por Dios y por sus preceptos y que dispone a interpretar la vida y cuanto acontece en ella, ayuda a encontrar normas y actitudes para evitar el mal y el error y mantenerse en la senda justa, y, de esta manera alcanzar en paz y serenidad el fin de la propia existencia. Esta sabiduría conduce también a una equilibrada percepción de los bienes materiales, para saber utilizarlos en provecho de la vida, sin dejarse esclavizar por ellos. Esta reflexión de la sabiduría bíblica sobre la riqueza, puede ayudar a entender mejor el contenido del evangelio de hoy.

    Marcos ha recordado el episodio de uno que se acercó a Jesús preguntándole acerca de lo qué tenía que hacer para obtener la vida eterna. La respuesta de Jesús no deja lugar a dudas: “Observa los preceptos de la Ley”. Y a continuación el mismo Jesús cita algunos mandamientos del Decálogo: no matarás, no cometerás adulterio, no darás falso testimonio, no estafarás, honrarás a tus padres. Se trata de preceptos fundamentales para regular de la vida de la sociedad humana, de modo que todo se desarrolle de modo justo y equitativo, evitando que ésta se convierta en una selva, en la que prevalezca la ley del más fuerte.

    Aquel individuo respondió a Jesús que había cumplido esos mandamientos desde su juventud, y, según Marcos, esta respuesta obtuvo que Jesús lo mirase con cariño. Jesús mira con cariño a cuantos vivan practicando estos mandamientos y, en consecuencia, para ellos está prometida la vida eterna. Es Jesús que lo dice. En la formulación de estos preceptos no aparece ninguna indicación que haga directa referencia a Dios. ¿Sería excesivo pensar que cualquier persona que practique estos mandamientos con sinceridad, aunque no esté Dios dentro de su horizonte, puede esperar seguramente la vida eterna?

    Pero Jesús, dirigiéndose a aquel individuo, añade: “Una cosa te falta, anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme”. Ante esta respuesta, aquel hombre se hace atrás, pues no se atreve a seguir a Jesús sin limitaciones. Se le pide algo más que una fiel observancia de unos preceptos. Se le pide un cambio profundo en su misma existencia. Resulta que la Sabiduría de que habla hoy la primera lectura no ha penetrado todavía en el espíritu de este hombre.

    Lo que Jesús pide no es fácil. Se trata de abrirse a la fe, una fe hecha de amor sincero y decidida aceptación, que descubre la presencia de Dios en la persona de Jesús, y por eso, sin cálculos materiales y egoistas, se deja convencer para dejarlo todo y seguirle sin concesiones ni retrasos. Las palabras de Jesús poseen una enorme fuerza, recalcada por cuatro imperativos: anda, vende, da, sígueme. Jesús quiere indicar que la llamada a seguirlo es una propuesta que compromete a todo el hombre, pues es una invitación a una disponibilidad total.

    El hombre en cuestión, según Marcos se retiró pesaroso, porque era muy rico. La reacción de Jesús sorprendió a sus discípulos: “Qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero. Los discípulos, angustiados preguntan: ¿quién podrá pues salvarse?, Jesús responde: Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”. Jesús advierte que, por mucho que digamos creer en él, si hacemos de los bienes materiales objetivo de la vida, hemos equivocado el camino. Urge abrirnos a la acción de Dios para poder buscar con generosidad el reino de Dios y su justicia, siguiendo de cerca a Jesús. Sólo así, además de darnos lo que haga falta en la vida, el Señor nos salvará y nos hará entrar en la vida eterna que no tiene fin.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XXVII del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Un fariseo, deseoso de poner a prueba a Jesús le pregunta sobre la licitud del divorcio, práctica vigente en la sociedad que se regía por las leyes dadas por Moisés. La reacción de Jesús es clara y no deja lugar a dudas, exponiendo su pensamiento en relación con el matrimonio, un tema importante y fundamental para la misma existencia de la Iglesia, que es el pueblo de Dios. En efecto, Moisés había transigido con el divorcio a causa de la terquedad de los judíos, como precisa Marcos, pero Jesús deja bien claro que, al principio, no fue así, dado que Dios creó al hombre y a la mujer para que,  unidos, viviesen siempre juntos.

Esta enseñanza de Jesús conviene leerla a la luz de la lectura del libro de Génesis, que muestra a Dios preocupado por el bien del hombre y, para que éste no tenga que vivir sólo, se entretiene en ofrecerle primero las bestias del campo y los pájaros del cielo, que iba plasmando con amor y delicadeza. Pero en ninguno de ellos el hombre encuentra solaz y compañía. Sólo cuando Dios saca la mujer del costado del hombre adormecido, éste puede exclamar: “¡Ésta si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”. Y el hombre lo deja todo para unirse a la mujer y formar una única realidad de por vida. Esta realidad es la que Jesús reclama para dar al matrimonio todo su valor, dejando de lado la práctica del divorcio.

El discurso de Jesús es sin duda extremadamente duro para una sociedad como la nuestra en la que sólo parece tener importancia el gozo fugaz de cada momento y se evita en lo posible cualquier esfuerzo por mantener los valores humanos y espirituales y asegurar su permanencia a pesar de las dificultades que puedan sobrevenir. Por otra parte, hay que reconocer que vivir dos personas juntas hasta la muerte no es fácil. El matrimonio exige sin duda una fuerte dosis de capacidad de comprensión, de paciencia, de saber transigir, de saber perdonar, de superar el desánimo y de tratar de empezar de nuevo cada vez que se constata un descalabro a pesar de todos los esfuerzos, evitando con discreción y magnanimidad toda actitud que pueda llevar a la rotura.

No ha de escandalizar si aparecen dificultades al tratar este tema. Incluso los apóstoles, formados espiritualmente por el mismo Jesús, llegaron a decir, como afirma el evangelio de Mateo en el texto paralelo, que sin la posibilidad de divorcio, no le sale a cuenta al hombre tener mujer. Una afirmación de este género sólo puede ser hecha desde una visión egoísta de la vida, en la que el otro, sea quien sea, es considerado sólo como instrumento o medio para satisfacer los propios instintos y conveniencias y no como un tú, que merece todo el respeto y la atención, porque es tan hijo de Dios como nosotros y con el cual conviene mantener un constante diálogo.

Existe otro aspecto que conviene tener en cuenta. Vivir, desde el punto de vista de la fe cristiana, no consiste en un ir tirando por la existencia, buscando el modo más fácil y superficial de hacerlo, sorteando todo lo negativo o lo que cueste esfuerzo. En la vida todo tiene un precio que, queramos o no, hay que pagar de alguna manera. Hoy la segunda lectura explicaba que Dios, para quien y por quien existe todo, en su designio de amor y de vida, pensó en llevar a la gloria a una multitud de hijos, a nosotros. Y para lograrlo, y aquí radica el aspecto, en verdad desconcertante, de que juzgara conveniente perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de salvación, Jesús, el cual aparece ahora coronado de gloria y honor después de haber pasado por su pasión y muerte.

Hagamos el esfuerzo de aceptar el evangelio con espíritu de niños, aunque nos parezca exigente o no concuerde con nuestros deseos, confiando que Dios nos dará, si la pedimos con confianza, la fuerza para poder vivir haciendo en todo la voluntad del Padre que nos ama y no ha dudado en entregar incluso por nosotros a su propio Hijo.
P. Jorge Gibert. OCSO



Domingo XXVI del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”. Estas palabras que Marcos ha conservado son una severa advertencia para nosotros, que queremos ser discípulos de Jesús. Uno de los apóstoles, y precisamente Juan, el predilecto, pretendía impedir que un desconocido realizase exorcismos usando el nombre de Jesús por no ser del grupo. Frase, en apariencia sencilla, pero cargada de prejuicios, que muy a menudo han causado y causan aún terribles daños en la vida de la Iglesia. “No es de los nuestros”.

Esta sencilla afirmación introduce una división en la sociedad humana: nosotros y los demás. Por nosotros se quiere entender al grupo de los que siguen al Maestro, de los que escuchan sus palabras, de los que, al menos teóricamente, han optado por el evangelio que Jesús enseña. Nosotros: la porción elegida, los buenos, los poseedores de la verdad. Los demás: el resto de la humanidad, los que, en principio pueden ser salvados también, pero que, de momento son como marginados, ciudadanos de segundo orden, sin voz ni voto.

Marcos no atribuye esta forma de pensar a Jesús sino a los apóstoles, o al menos a uno de ellos. A los discípulos les molesta que se haga el bien en nombre de Jesús fuera del círculo reducido de los que le siguen. Cuántas veces nos cuesta también a nosotros aceptar que haya hombres y mujeres que no son de los nuestros, y que, en nombre de Jesús hacen el bien, y anuncian también el evangelio. A aquel apóstol que se expresaba de esta manera le faltaba mucho para entender la Buena nueva de Jesús.

La reacción de Jesús es decidida: “No se lo impidáis”. Y la razón es sencilla: “Porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí”. Así Jesús hace entender que hay muchos modos de estar a su lado, de ser de los suyos. Desde la perspectiva de Jesús, en el proyecto de Iglesia que propone, no caben pretensiones de monopolio sobre el evangelio y la salvación. Nadie puede erigirse en árbitro de los demás o a creerse verdadero discípulo de Jesús y, en consecuencia, preferirse a otros o marginar a quienes no estén en su misma línea. En la Iglesia tienen derecho a existir variedad de formas y diversidad de opiniones respetando siempre la figura de Jesús y sus enseñanzas. En estos últimos tiempos también el papa Francisco ha hablado en este sentido.

La respuesta de Jesús coincide con la que Moisés daba en la primera lectura del libro de los Números. Dios comunicó el Espíritu a setenta ancianos de Israel, para que ayudasen a Moisés en la misión de dirigir al pueblo. Otros dos personajes, que a pesar de haber sido llamados se habían quedado en el campamento, reciben también el Espíritu y profetizan a su vez. Ésto no agradó a Josué, que pretendía que Moisés les hiciese callar. Moisés, como Jesús, hace comprender que el don del Espíritu no pertenece a una minoría, no está reservado a un grupo selecto, sino que todo el verdadero Israel está destinado a recibir la plenitud del Espíritu y profetizar, para ser en verdad un pueblo de profetas.

Hoy el apóstol Santiago, en la segunda lectura, habla de un tema delicado, de las riquezas y de los bienes materiales, que según la enseñanza de la Biblia, son expresión de la bendición divina. Pero el apóstol recuerda también que el abuso de estos bienes puede oscurecer la presencia de Dios y ser escándalo de los demás hasta corromper el corazón humano. Santiago arremete con vehemencia no contra los ricos y sus bienes, sino contra el abuso que se puede hacer de ellos, gozando de los mismos sin freno alguno y sin respeto alguno por los que pasan necesidad.

Jesús espera de nosotros que no pongamos obstáculos a la fe tanto de los que creen en él cómo de los que aún no creen. La palabra de Dios invita hoy a un serio examen de conciencia para ver cómo vivimos la fe que profesamos, si somos realmente testigos de Aquel que por nosotros no ha dudado entregar incluso su propia vida.

P. Jorge Gibert, OCSO



Domingo XXV del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, y lo matarán y después resucitará”. Jesús anuncia a sus discípulos por segunda vez lo que le espera en Jerusalén, es decir su pasión, muerte y resurrección. La forma verbal pasiva que utiliza el evangelista permite entender las palabras de Jesús desde la perspectiva de que es Dios mismo, al que Jesús llama su Padre, que entrega a su Hijo en manos de los hombres, como única posibilidad para salvarlos.

    Dios entrega a su Hijo a los hombres sabiendo bien como acostumbran a actuar los hombres. Una muestra de este modo de comportamiento lo ha descrito el apóstol Santiago en la segunda lectura. Quién está privado de la Sabiduría que viene de Dios, y se deja llevar por el espíritu del mal, se enzarza en envidias, peleas, luchas y conflictos, desórdenes y toda clase de males. “¿No son acaso los deseos de placer, decía el apóstol, que combaten en vuestro cuerpo? Codiciáis lo que no podéis tener, y acabáis asesinando. Ambicionáis algo y no podéis alcanzarlo: así lucháis y peleáis”. Un humanismo que pretenda bastarse a sí mismo, prescindiendo de Dios es terrible y cruel en sus consecuencias.

    El autor del libro de la Sabiduría, en la primera lectura, haciendo hablar a los impíos, es decir a quienes prescinden de Dios y se dejan llevar por sus propios instintos, subraya la incomodidad que supone para ellos la presencia del “justo”. Quien obra el bien, quien intenta seguir a Dios y a su voluntad es causa de molestia por su misma existencia: “Se opone a nuestras acciones, dicen los impíos, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada, es un reproche para nuestras ideas, su conducta es diferente; sólo verlo da grima”. Y así los impíos deciden someter a tortura al justo para comprobar su moderación, hasta condenarlo a muerte ignominiosa. Esto hicieron con Jesús los que materialmente lo clavaron en la Cruz, los cuales, de alguna manera, representaban a toda la humanidad.

    Dios entrega a su Hijo en las manos de los hombres para salvarlos y Jesús deja hacer, acepta con conciencia y libertad el designio salvador de Dios, aunque suponga su propia muerte, dando así muestra de su voluntad de dar su vida por nosotros, haciéndose el último, el servidor de todos. Este discurso no es fácil y los apóstoles no lo entienden, o no quieren entenderlo. Y Marcos, con acerba ironía, recuerda que los apóstoles, después de oir a Jesús, sólo se preocupan de quien es el más importante, de quien ocupará el mejor puesto en el reino mesiánico de Dios que Jesús anuncia. Marcos subraya el contraste que existe entre la voluntad de Jesús de dejarse entregar para ser fiel a la voluntad del Padre con la preocupación de los discípulos de buscar los mejores lugares del escalafón. Después de más de veinte siglos de Iglesia, la lección aún no la hemos aprendido como demuestra la experiencia cotidiana.

    Podría parecer fuera de lugar en este contexto el gesto y las palabras de Jesús sobre el niño. Jesús está tratando de recordar: el niño representa aquí aquel que no cuenta, el que a menudo se descuida, el que no puede imponer su voluntad, sino que está a merced de los mayores. Jesús, sometiéndose al Padre y aceptando la pasión se muestra como el siervo, el último, el más pequeño. Ser discípulo de Jesús requiere imitarle en su gesto de aceptar el designio salvador de Dios, aunque lleve consigo el pasar a ser siervos de los demás, a quedar en el último lugar, en vez de ocupar los primeros puestos.

    Santiago, criticando a los que se dejan llevar por la sabiduría de este mundo, ha recordado que pedimos y no obtenemos porque a menudo pedimos mal. Pidamos con insistencia la Sabiduría que viene de arriba, que es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante y sincera. Esta Sabiduría nos permitirá entender a Jesús y su Evangelio, nos permitirá ser sus discípulos y tener parte con él en su Reino.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XXIV del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“¿Quién dice la gente que soy yo? ¿Quién decís vosotros que soy yo?”. Jesús plantea a sus discípulos unas preguntas de indudable importancia, dado que, con su enseñanza y con sus signos había suscitado, entre los que le seguían, una cierta inquietud, un deseo de saber exactamente quién era en realidad.

La respuetsta de Pedro: “Tú eres el Mesías”, refleja el sentir de los discípulos y podría parecer la solución del enigma, pero sin embargo no resuelve del todo la cuestión. Si por una parte Pedro afirma reconocer a Jesús como Mesías, por otra aparece claro que esta afirmación no corresponde aún a la realidad misma de Jesús. En efecto, cuando, después de la confesión, Jesús empieza a anunciar su pasión, muerte y resurrección, Pedro no duda en reprenderle. Pedro confiesa a Jesús como Mesías, pero tenía su propia idea de cómo había de ser el Mesías, idea muy distinta de como la concebía y aceptaba Jesús. Porque Jesús es el Mesías, el Salvador, pero no según las aspiraciones populares que esperaban un Mesías liberador político, que debía reivindicar el orgullo nacional de Israel.

Jesús es ciertamente el Mesías: sus obras y sus enseñanzas quieren suscitar la fe y la adhesión a él, o mejor, al plan dispuesto por Dios para la salvación de los hombres. Pero este plan de Dios había sido anunciado ya por el Antiguo Testamento y debía de realizarse con toda fidelidad, plan que incluía también el aspecto del Mesías siervo doliente, que no duda en ofrecer su vida para el bien de todos, como ha recordado la primera lectura. El personaje del que habla el libro de Isaías se encuentra ante sus enemigos y no opone resistencia ni se aleja de sus insultos y desprecios, porque está convencido que tiene a Dios consigo para llevar a cabo su obra. Este texto, con toda probabilidad, era conocido por los discípulos, pero a pesar de todo se muestran reticentes a la hora de aceptar el planteamiento de Jesús.

Esta es la tentación de los discípulos y de Pedro, y esta es la tentación constante de la Iglesia: confesar el mesianismo de Jesús sin aceptar la Cruz con todo lo que significa. La historia enseña que los cristianos, muy a menudo, imitando a Pedro, nos lamentamos de la Cruz y de sus exigencias. Sorprende realmente el modo como responde Jesús a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanas! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”. Quien no acepta todo el mensaje de Jesús, incluida la cruz, no sigue a Dios sino a Satanás.

Y si los discípulos en el momento de la Pasión se hicieron atrás, se escondieron y huyeron, en el fondo es porque no se habían decidido a aceptarlo como el Mesías querido por Dios, el Mesías que conoció el fracaso que lleva consigo la cruz. Aceptar la Cruz es algo difícil y no se puede asumir sin la intervención del Espíritu. Sólo a la luz de la Pascua, al asegurarnos que el crucificado está vivo se puede creer hasta el fondo, superando todos los obstáculos. La luz de la Pascua es la única que permite contemplar cara a cara la cruz.

Pero Jesús no se detiene en subrayar la importancia de la Cruz para sí mismo, sino que, reuniendo a la multitud, les dice: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a si mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Jesús durante toda su vida ha demostrado cómo ha cargado con la cruz, aceptando la voluntad de Dios y llevándola a término. Por lo tanto quien quiera seguirle ha de hacer lo mismo. Una vez más la palabra de Jesús es dura, pero no no admite paliativos: hemos de aceptar de Dios la propia cruz hasta la consumación.

El apóstol Santiago completa el mensaje del evangelio al afirmar que la fe no puede quedar reducida a una adhesión mental a ciertas formulaciones abstractas. La fe debe traducirse en obediencia práctica a Jesús como Él se ha hecho obediente al Padre. Las obras de la fe que el apóstol pide están en la misma línea de renunciar a la propia vida y cargar con la cruz para seguir a Jesús. Y Él concluye el discurso afirmando: “El que pierde su propia vida por mi y el Evangelio, la salvará.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XXIII del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. El evangelista Marcos recuerda como presentaron a Jesús un sordo que apenas podía hablar, pidiéndole que le impusiera las manos y, al hacerlo se le abrieron los oídos y se le soltó la traba de la lengua. Los signos que Jesús obró durante su ministerio sorprenden y provocan una cierta inquietud. En primer lugar porque no estamos acostumbrados a ver milagros en la vida normal de cada día. En segundo lugar, resulta incómodo el modo como los evangelistas hablan de cojos que andan, de ciegos que ven, de leprosos que quedan limpios o de muertos que resucitan. Es fuerte la tentación a considerar estos relatos como género literario, o incluso como simples leyendas, construidas con más o menos buena fe para enaltecer la figura de Jesús y suscitar la fe en él.

El relato del evangelio de hoy, además de las dificultades comunes con otros milagros, ofrece unas características particulares. En primer lugar no se nos dice quién es el presenta el sordomudo a Jesús. No hallamos trazas de diálogo entre Jesús y aquel hombre y la única insinuación a la fe podría descubrirse en el mismo hecho de acercar el pobre hombre a Jesús. Además, Marcos describe los gestos que Jesús realiza para sanar a aquel hombre, gestos que quizás hieren nuestra sensibilidad: se separa de la multitud, le mete los dedos en los oídos y le toca con la saliva la lengua, después eleva los ojos al cielo, suspira y pronuncia finalmente una palabra en arameo: “Efeta, ábrete”. Se podría entender estos gestos como un modo para indicar al sordomudo las intenciones que animan a Jesús: quiere devolverle el uso de los oídos y de la lengua. Jesús solicita la ayuda del Padre del cielo para que mande su Espíritu y realice el signo, mediante una breve plegaria, expresada en el suspiro del que habla el evangelista.

Sin embargo, el hecho de abrirse los oídos y soltarse la lengua de aquel hombre puede ser considerado desde una perspectiva más profunda: anuncian el sentido real de toda la obra que Jesús, con su encarnación, muerte y resurrección ha venido a realizar: dar a los hombres la capacidad de escuchar la Palabra de Dios y de proclamar sus alabanzas, al recibir la salvación que se ofrece a todos. Y el clamor de la multitud que presenció el prodigio: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”, expresa esta misma convicción. De alguna manera, la multitud entiende que en la persona de Jesús encuentran su realización las promesas de salvación que anunciaron los profetas, cómo recuerda la primera lectura de hoy.

En efecto Isaías invita a la esperanza a cuantos se sienten oprimidos por las dificultades de la vida, del dolor y del sufrimiento, de la contradicción y de la lucha. Pero Dios mismo en persona, decía el profeta, vendrá para salvar. El miedo que esclaviza los corazones quedará disipado ante la actuación de Dios: a los ciegos, a los sordos y a los cojos se les anuncia un cambio radical, su curación. La imagen del agua que hace revivir el desierto requemado, la estepa y el páramo áridos trata de ilustrar los efectos de esta venida de Dios que se nos anuncia. Esta promesa ha encontrado su realización en la salvación operada por Jesús.

Pero no podemos olvidar que hemos sido salvados en la fe, pues aún no gozamos de la plenitud de los dones que Jesús nos ha prometido y quiere darnos. Hoy, el apóstol Santiago invita a traducir la fe en obras. Si creemos que Dios ha escogido a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman, hemos mantenernos a cubierto de los falsos criterios de la sociedad en que vivimos. El apóstol apremia a no dejarnos guiar por el egoísmo, el poder, la fuerza, el dinero, el prestigio, valores que se usan normalmente para juzgar a las personas, sino más bien, adoptando los criterios de Dios, evitando la acepción de personas y poniéndonos al servicio de los desheredados, de los que sufren. Que el Señor nos conceda ajustar nuestros caminos a los criterios de Dios, que nos han sido manifestados con toda claridad en la persona de su hijo amado, Jesucristo nuestro Señor.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XXII del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“Por propia iniciativa, Dios, el Padre de los astros, con la Palabra de la verdad nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas”. En los momentos actuales en que abunda la confusión y el desánimo, estas palabras del apóstol Santiago ofrecen una visión optimista de la realidad de la persona humana. En efecto, tanto el hombre como la mujer somos criaturas de Dios, obra magnífica de su amor. Conviene además recordar que Dios, una vez realizada la obra de la creación, no se ha desentendido de la humanidad, abandonándola a su suerte. Es una verdad recordada a lo largo de la sagrada Escritura que Dios llama al hombre por su nombre, para invitarle a llevar a cabo un papel concreto en esta representación que es la vida de la humanidad sobre la tierra. La misma palabra que nos engendró permanece en nosotros como semilla de vida, pero que no actúa de modo mágico. La palabra de Dios es fuerza de vida en la medida en que la aceptamos, y colaboramos con ella, permitiéndole ser luz y guía, alimento y sostén. Por esto insiste el apóstol: “Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañandoos a vosotros mismos”.

En la primera lectura, un texto del libro del Deuteronomio, Moisés recordaba cómo Dios ha dado a su pueblo mandatos, decretos y preceptos. Para el hombre de hoy resulta difícil compaginar la imagen de un Dios justo y bueno con la de un Dios legislador. La dificultad para aceptar al Dios legislador nace de la no aceptación por parte nuestra de la condición de criaturas. La Escritura recuerda desde sus primeras páginas que al hombre siempre le ha costado obedecer y que se rebeló contra el primer mandato que se le impuso, comiendo del árbol prohibido por escuchar una voz le repetía que desobedeciendo sería como Dios, no dependiendo de nadie ni de nada. Y la Escritura concluye que esta trágica ilusión termina en el drama de la muerte de la que nadie puede escapar.

Los preceptos, normas, leyes o mandatos que puede dar Dios no son expresión de falta de respeto a la personalidad del hombre o de la mujer: son indicaciones que enseñan cómo evitar el mal, cómo hacer del mundo un espacio habitable, cimentado en el respeto mutuo, en la verdad, en la justicia y en el amor. Porque, como Jesús advierte en el evangelio de hoy, el peligro no viene de fuera, acecha dentro de nosotros mismos: Dentro del corazón del hombre nacen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad.

No sería justo deducir de estas palabras de Jesús que todo es negativo en la realidad de la humanidad. Lo que hace Jesús es constatar una triste realidad: es decir los límites, las miserias de la humanidad, pero al mismo tiempo afirma que ha venido para ayudar, para darle la mano y hacerle salir a flote, e iniciar así un cambio de ruta que aleje de la muerte y conduzca a la vida. Por eso conviene estar atentos a la Palabra que se nos comunica y que puede salvarnos.

Pero Jesús advierte de otro peligro: “Dejáis a un lado los mandamientos de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”. Lo que Dios propone es principio de vida. Los mandamientos de los hombres, aunque aparezcan como signo de libertad, a la larga esclavizan, no ayudan al hombre a crecer humana y espiritualmente. Jesús nos invita a abrirnos a su Palabra, a comportarnos en la vida según su voluntad, demostrando con nuestro obrar la fe que arde en nuestro interior. Por eso Santiago no duda en afirmar: “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es visitar a los atribulados y no mancharse las manos con este mundo. Como dice la Escritura: “Observa los mandamientos y vivirás”.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XXI del Tiempo Ordinario - Ciclo B

“Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?”. El evangelista Juan ha recordado que no sólo las multitudes que escucharon el discurso sobre el pan de vida, sino también los mismos discípulos empezaban a vacilar y a criticar a Jesus, poniendo en duda sus palabras. Todos nosotros hemos tenido momentos de desconcierto, de duda, de vacilación. Más de una vez nos hemos sentido tentados a decir: Las exigencias de la fe y del Evangelio son duras; vale más echarlo todo por la borda y tratar de vivir tranquilos, olvidando a Dios y a sus palabras.

Cada vez que rezamos el «Padre nuestro» pedimos a Dios que no nos deje caer en la tentación, en la gran tentación que nos acecha constantemente, la tentación de abandonarle, de no depender de él, de no sentirnos atados por sus mandamientos, de ser libres, de respirar sin constricciones, de construir el mundo y la vida a nuestro antojo, a nuestra medida, no a la de Dios. Pero los simples criterios humanos no bastan para hacer que el mundo sea más justo, más pacífico, para que los hombres sean menos egoístas, para que la miseria, la enfermedad o la muerte puedan ser vencidas.

Si no nos cerramos a la llamada que el Padre hace resonar en lo más íntimo y recóndito de nuestro interior como cascada de aguas cristalinas, tendremos que aceptar lo que afirma Jesús: “El espíritu es quien da vida; mis palabras son espíritu y son vida”. Por esto conviene que consideremos como dirigida a cada uno de nosotros la pregunta que Jesús hace a sus íntimos, a los doce apóstoles, al ver que muchos de sus discípulos se alejaban de él: “¿También vosotros queréis marcharos?”.

La primera lectura evocaba la doble propuesta que Josué hizo al pueblo, en el momento de entrar en la tierra prometida: la de creer en Dios y servirle o la de entregarse al culto de las divinidades de los pueblos que acababan de ocupar, divinidades menos exigentes que el Dios de la revelación. “Yo y mi casa serviremos al Señor”, proclama solemnemente Josué, y el pueblo, al menos con sus labios, dice que también escogen servir con fidelidad al Dios de los padres, porque tiene conciencia de todos los beneficios recibidos de la mano de Dios.

Cada uno de nosotros tiene su propia historia personal, ha sido objeto del amor de Dios, ha experimentado de alguna manera sus signos y maravillas. Lo importante es tener conciencia de que nos ha rescatado de alguna manera de esclavitudes y dependencias, que nos ha mostrado señales de su benevolencia y nos ha protegido en los momentos difíciles. En este sentido san Pablo, en la segunda lectura, recordaba a nivel de la Iglesia, es decir del cuerpo que formamos los que hemos aceptado creer en Jesús, Señor y Cristo, que Él ha amado a su Iglesia hasta entregarse a sí mismo por nosotros para purificarnos con el baño del agua y la palabra, es decir nuestro bautismo, para colocarnos ante sí llenos de gloria, sin mancha ni arruga, sino santos e inmaculados.

Desde esta perspectiva, adquiere todo su urgencia la pregunta de Jesús a los doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Como en otras ocasiones, el evangelista hace hablar en nombre de los demás a Pedro, que ha experimentado ya repetidas veces y que en el futuro experimentará aún más su propia miseria y el amor de Jesús: “¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”. Creer en Jesús no es una fórmula mágica que resuelve sin esfuerzo nuestros problemas. Es una apuesta para tratar de dar un sentido a nuestra existencia, para no perder inútilmente nuestro esfuerzo de cada día, para que, perdiendo las pequeñas libertades que nuestro egoísmo nos dicta, alcancemos la verdadera libertad que sólo Dios nos ofrece. Escuchemos pues como dirigida a nosotros la pregunta de Jesús: “¿También vosotros queréis marcharos?”, y tratemos de responder con Pedro generosamente desde el fondo de nosotros mismos.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XX del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre”, afirmaba Jesús en los domingos anteriores. Pero hoy añade algo nuevo cuando afirma: “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Es más que natural la reacción contraria de quienes le escuchaban. Debieron quedar desconcertados cuando el Maestro, admirado por sus enseñanzas y sus milagros, les habla de dar su carne como comida y su sangre como bebida. Para nosotros, cristianos, que desde niños hemos aprendido que el pan que partimos en la Eucaristía es el cuerpo del Señor, sus palabras nos resultan familiares, pero sin duda, fuera del contexto cristiano, son en realidad un escándalo, o mejor un despropósito. Pero Jesús no repara en la oposición que sus palabras suscitan. Y añade: “Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. Este pasaje conviene considerarlo atentamente, dándolo por conocido. Es lícito preguntarse qué quiere decir exactamente Jesús con sus palabras.

    El hecho de referirse a su carne y a su sangre ha de entenderse como un anuncio velado de la muerte violenta que le espera en la cruz. Clavado en el madero, Jesús ofrece su vida por los hombres, derramando su sangre para llevar a término el don de si mismo, para asegurar la vida a los que creen en él. A los que han de tener parte en su vida eterna, les invita a comer su carne y a beber su sangre. Esta nueva afirmación es en realidad un anuncio del gesto que realizará en la cena que precedió su pasión. El jueves santo por la noche, sentado con los discípulos para comer la cena pascual, Jesús tomó el pan, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo”. Y tomando la copa del vino, afirmó: “Este es el cáliz de mi sangre”. Jesús ha dejado a los suyos un banquete ritual, la nueva cena pascual, que nos permitirá participar realmente en el misterio de su muerte y de su resurrección.

    En la Biblia, comer y beber en la presencia de Dios significa participar en plenitud en la comunión con él. Así, Moisés y los ancianos de Israel, cuando subieron al monte Sinaí, después de haber contemplado la gloria de Dios, comieron y bebieron en su presencia. David, al trasladar el arca a Jerusalén, y Salomón, al dedicar el nuevo templo, ofrecieron al pueblo un banquete como culminación de los sacrificios de comunión que caracterizaron aquellas celebraciones. En el libro de Isaías, la inauguración del reino de Dios es descrita como un banquete que Dios mismo prepara con manjares frescos y buenos vinos. Hoy, la primera lectura nos ha recordado el banquete de pan y vino que la Sabiduría prepara para los inexpertos, es decir, los sencillos, los pobres, que acogen su invitación. La sabiduría, atributo divino y fuente de vida verdadera, ofrece un alimento que hace amigos de Dios, que aparta de la inexperiencia e introduce en el camino de la vida. En efecto, Dios ha preparado para los hombres un encuentro de vida sin término, expresado bajo la imagen de un banquete. A lo largo de la historia ha enviado a sus siervos, los profetas, para invitar a los hombres a entrar en comunión con él. La imagen se convierte en realidad en Jesús, que en el sacrificio eucarístico nos hace entrar en comunión de vida con él, en el pan y en el vino nos da su cuerpo y su sangre. Puede ayudarnos a entender el sentido de la Eucaristía el hecho de que cuando los hombres quieren profundizar en la amistad y la comunicación, acostumbran a congregarse en torno una mesa, pues, el participar juntos en la comida y la bebida, crea un clima de cercanía, de intercambio, de fraternidad.

    San Pablo exhorta hoy en la segunda lectura a no ser insensatos, sino sensatos, a no seguir la sabiduría de este mundo, sino a la Sabiduría de Dios, a no emborracharnos de vino que lleva al libertinaje, sino participar constantemente en la Acción de gracias, la Eucaristía, con salmos, himnos y cánticos inspirados, dejándonos guiar por el Espíritu que nos llevará a la plena comunión con Dios y con su Hijo Jesucristo.

P. Jorge Gibert, OCSO


Solemnidad de la Asunción de la Virgen María al Cielo
Madre del Císter desde el S. XII

 “Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida”. La realidad de la muerte es la primera de las pocas certezas indiscutibles que existen, pero la experiencia que los apóstoles vivieron en Pascua, al cerciorarse que Jesús, el mismo que había expirado clavado en la cruz, había vuelto de la muerte a la vida, se transformó en anuncio gozoso, y fuerza capaz de transformar sus vidas y las de muchos otros. Veinte siglos de confesión cristiana de la resurrección, manifestada de palabra y con una vida vivificada por el evangelio, tienen peso, tienen una importancia no despreciable.

    Y hoy, esta proclamación de la victoria del Señor sobre la muerte viene reforzada por la celebración de la Asunción de su Madre, la Virgen María. En efecto, la fe de la Iglesia enseña que María, que vivió íntimamente unida a su Hijo Jesús, terminado el curso de su vida mortal, participó plenamente también en la victoria de su Hijo, resucitando como él y entrando en cuerpo y alma en la vida eterna. Lo que es una promesa para todos los creyentes en Jesús, para María, siempre según la fe de la Iglesia, es ya una realidad, gozando de la vida eterna de modo total y pleno.

Esta fe de la Iglesia tiene su fundamente en la misma Escritura. El evangelio ha recordado las palabras que Isabel, llena del Espíritu Santo, pronunció con gozo: “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Ciertamente, el sentido primero de estas palabras se refiere al misterio de la divina maternidad, es decir, que el hijo que había concebido por obra del Espíritu Santo, sería el Hijo de Dios hecho hombre, venido para la salvación de todos. Pero aquella mujer que había sido escogida por Dios para colaborar tan estrechamente con la Palabra de Dios hecha carne hasta el punto de poder ser llamada con verdad Madre de Dios, no podía quedar alejada del triunfo de su Hijo, no podía ser pasto de la muerte y de la corrupción aquel cuerpo que había sido morada de la divinidad, templo de Dios, arca de la verdadera alianza. Por esto la fe del pueblo de Dios ha afirmado que María ha seguido a su Hijo en la victoria de la muerte, sin esperar, como los demás, el momento en que Jesús, aniquilado el último enemigo que es la muerte, entregará a su Padre el Reino de los elegidos. Por esta razón, el cántico que el evangelio pone en labios de María, afirma: “El Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

Pero el triunfo de la Virgen Madre sobre la muerte expresado en el misterio de su asunción a los cielos no es un privilegio de María, colocándola por encima de los demás mortales. El Prefacio que inicia hoy la plegaria eucarística afirma que María, la Virgen Madre de Dios, es figura y primicia de la Iglesia, es decir de la asamblea de todos los creyentes, que, como María, un día será glorificada y en cuerpo y alma gozará de la vida de Dios para toda la eternidad. Junto con María elevada a la gloria del cielo, pidamos al Señor que hace proezas con su brazo, que enaltezca a los humildes de corazón, que colme de bienes a los hambrientos y que, acordándose de su misericordia, nos ayude a nosotros sus siervos para caminar por la vida de tal modo que un día podamos participar plenamente de la glorificación de María, Madre de Dios, Madre de la Iglesia, Madre nuestra.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XIX del Tiempo Ordinario - Ciclo B

“Elías se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: ¡Basta Señor! ¡Quítame la vida, que no valgo más que mis padres!”. Es consolador ver como aquel profeta que, con sus palabras y sus obras mantuvo en vilo al pueblo de Israel, en un determinado momento de su actividad fue víctima de una depresión hasta el punto de desear la muerte. Todos nosotros hemos experimentado el amargo fruto del desaliento, hemos palpado los límites de la impotencia, y hemos sentido el deseo de escapar del torbellino de problemas e interrogantes que nos acosan y angustian. Esta reacción es propia de la naturaleza humana, pero no por eso es lícito sucumbir a ella renunciando a seguir luchando. De hecho Dios no abandona al profeta en su desánimo. Pero tampoco resuelve sus problemas. Sólo le da de comer y beber para que continúe caminando, señalándole una meta, una alta montaña que escalar, para recibir allí el encargo de volver sobre sus pasos, de continuar su lucha, de defender más aún si cabe el derecho y la justicia, sin temer la contradicción ni espantarse al ver que no siempre su esfuerzo es coronado por el éxito.

Pero junto a este desánimo, es posible que experimentemos también el desgarro interior que supone sentir como se desmorona la fe, como se desvanecen formas o verdades que parecían estables y definitivas. El evangelio habla hoy de algunos discípulos que, ante las afirmaciones de Jesús, se dejan llevar por una crítica acerba, y pasando del entusiasmo por aquel Maestro extraordinario, se entretienen en considerar su origen y su parentela, buscando una justificación para retirarse y abandonar. Jesús les dice que no se dejen llevar por el desánimo, ni por la desilusión, cediendo ante obstáculos imprevistos, para evitar que se hunda definitivamente el esfuerzo realizado.

En este punto de su exposición, el evangelista pone en labios de Jesús una frase que conviene entender de modo justo, pues de lo contrario puede causar un daño enorme. Dice Jesús: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado”. Más de uno ha abusado de estas palabras y, a la primera dificultad, considera tener licencia para retirarse con la conciencia tranquila, dando por descontado que el Padre no lo ha atraído. Pero una lectura atenta del texto hace ver que estas palabras de Jesús van en una dirección completamente distinta. El Padre ha enviado a Jesús para la salvación de toda la humanidad, y sería una contradicción que se entretuviese en escoger a unos y rechazar a otros. A todos atrae el Padre y les encamina hacia Jesús. Por eso éste puede añadir: “Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí”. Respetuoso hacia su obra, Dios respeta la libertad del hombre y no lo fuerza. Llama, pero no obliga. Invita al diálogo, pero no lo impone. Espera, desea, ansía, porque ama, siempre dispuesto a dar más de lo que puede uno imaginar. Se ofrece como pan, es decir como alimento que sostiene la vida, que da la vida. Está a nuestra disposición, basta alargar la mano, como Elías, tomar el pan, beber el agua, para rehacer nuestras fuerzas y continuar nuestro caminar por la vida, en espera de llevar a término la tarea que se nos ha encomendado, incluida en la gran aventura de este universo.

Pero no es todo fácil, sin tropiezos. La realidad de la vida en este universo lleva consigo límites y contradicciones. La segunda lectura recomienda: “Sed imitadores de Dios, como hijos queridos: Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros. El apóstol explica que hemos de perdonar como hemos sido perdonados. Es signo de madurez humana saber entender que todos hemos sido perdonados alguna que otra vez. Perdonar como hemos sido perdonados. Somos lo que somos, pero no estamos abandonados. El Señor se nos ofrece como pan de vida, como compañero en el camino, como ejemplo a imitar. No dejemos pasar esta oportunidad.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XVIII del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”. Con estas palabras Jesús acoge a la multitud que, después del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces, busca al que ha saciado su hambre. Han comido, se han saciado, sí, pero no han visto, es decir, según el modo de expresarse de san Juan, no han entendido el signo. Jesús no ha venido para resolver problemas materiales sino para llevar a los hombres un mensaje de salvación. Por esto les recomienda afanarse para superar sus puntos de vista demasiado materiales y abrirse a las nuevas perspectivas que el Hijo del hombre ha venido a proponerles.

Es interesante considerar el hilo de la argumentación de Jesús. A aquella gente, que vio en aquel Maestro una solución para poder comer sin trabajar, les propone en cambio trabajar para obtener un alimento que no perece, trabajar en la obra de Dios, es decir, creer en Jesucristo. Jesús no nos propone hacer actos de piedad: oraciones, genuflexiones, abstinencias, mortificaciones u otras prácticas por el estilo. No busca una religiosidad externa, sino que quiere penetrar hasta el fondo de nosotros mismos. El evangelista dice que hay que creer, y que creer es trabajar, es esforzarse.

Si somos sinceros, hemos de reconocer que creer no es fácil. Creer no es simplemente adherir la mente a unas formulaciones abstractas, sino aceptar la persona de Jesús, ponerse en sus manos, renunciar a todo para dejarse iluminar por Él. Sólo puede creer el que es consciente de su propia indigencia, de sus propios límites, de las tinieblas que lo sumergen, y que al encontrar a Jesús, renunciando a los propios parámetros y actitudes, se fía de él, acepta dar un salto en el vacío. Creer es, como ha dicho alguien, dar la mano, fiarse, aceptar que Dios nos ama y que sabe mejor lo que nos conviene y lo que necesitamos. Pero hay que puntualizar porque creer no es renunciar a la razón evitando tomar responsabilidades. Creer es un trabajo y un trabajo que no es fácil. La experiencia personal nos lo enseña.

La respuesta que la multitud da a la invitación de Jesús es reveladora. ¿Qué signo haces? le dicen. Acaban de comer hasta saciarse y piden un signo. Para colmo de la ironía, se refieren al mana, al alimento que Israel recibió de la mano de Dios durante la travesía del desierto, cuando se iba formando como pueblo escogido, y que era signo de la providencia amorosa de Dios hacia aquellos que se fían de él. Es el tema que nos ha sido recordado en la página del libro del Éxodo que hemos escuchado como primera lectura.

Con paciencia, Jesús les explica que el mana, llamado pan del cielo, no era otra cosa que un signo que anunciaba el verdadero pan del cielo, Jesús. Leyendo esta página, espontáneamente uno se siente llevado a juzgar aquella multitud que pide signos. Si nos examinamos, veremos que también nosotros caemos en su mismo error. Tenemos signos, tantos signos que nos invitan a la fe, pero no nos bastan. Queremos algo más tangible, algo que nos convenza. ¿Qué queremos? En el fondo lo que nos pasa es que tenemos miedo de caer en manos de Dios, de dejarnos a nosotros mismos para ser de él, para dejar que conduzca nuestra vida, no según su antojo, sino en la medida de su amor, que por nosotros no ha dudado en entregar a su propio Hijo, al que hemos clavado en la cruz porque alteraba nuestros planes, nuestros proyectos, nuestra comodidad, nuestro falso concepto de la libertad humana.

“Señor, danos siempre de ese pan”. La multitud pronuncia esta magnífica plegaria, que debería ser siempre la nuestra. Pero dudo que aquella gente fuese consciente de lo que decía exactamente.

Si nosotros repetimos hoy la plegaria de la multitud, Él nos invita por boca de S. Pablo, a no seguir comportándonos como gentiles. Urge abandonar el anterior modo de vivir, para renovarnos en la mente y en el espíritu, vestirnos de la nueva condición humana, creada por Jesús a imagen de Dios, según la justicia y la santidad verdaderas.

P. Jorge Gibert


Domingo XVII del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados”. El evangelista Juan evoca hoy el gesto del Señor saciando a la multitud que le seguía, un gesto único, que en su materialidad no se repite en la historia de cada día. En efecto, Jesús no ha venido para resolver los problemas que plantea la alimentación de la humanidad sino para salvar a los hombres y llamarlos a formar parte de su pueblo que es la Iglesia.

El relato del evangelista centra su atención sobre la persona de Jesús, de modo que tanto los discípulos como la multitud quedan en una cierta penumbra. En la cercanía de la fiesta de Pascua, sube a un monte y reúne mucha gente para adoctrinarles. El evangelista evoca a la figura de Moisés, que después de celebrar la Pascua, guió a su pueblo al monte Sinaí. Jesús es presentado como el nuevo Moisés, que, puesto al frente de su pueblo, le asegura un manjar espiritual, don de Dios, prefigurado tanto por el mana como por el signo de los panes y peces multiplicados.

La escena llega a su ápice con la pregunta de Jesús a sus discípulos sobre cómo saciar el hambre de la multitud. El evangelista hace notar como, una vez sentados todos en la hierba, Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó; haciendo recoger las sobras para que nada se perdiera. El gesto quiere dar a conocer al enviado de Dios, suscitar en quienes fueron testigos del mismo la fe profunda en la Palabra de Dios que se ha hecho carne y ha acampado entre nosotros para ser luz y vida. Jesús espera de las multitudes una actitud de fe sincera, una entrega confiada a su amor, una voluntad de seguirle.

Pero la multitud no comprende el signo. Piensan solamente en proclamar rey a Jesús, para asegurarse que no les falte nada materialmente, y no comprenden que se les está invitando a ponerse en sus manos por la fe. Ante esta incomprensión, Jesús se retira a la montaña. Esta página es una seria advertencia para todos nosotros. ¿De que nos serviría participar materialmente en el banquete de la eucaristía si la fe en Jesús no ilumina y sostiene toda nuestra vida? El sacramento de la eucaristía ha de ser signo de nuestra fe, de nuestra adhesión real y personal a Jesús, que debe animar toda nuestra existencia. De lo contrario nuestras celebraciones no serían otra cosa que representaciones escénicas, vacias de contenido.

La fe que Jesús reclama no es simple adhesión a una serie de verdades, de dogmas, de principios teóricos, sino una conversión sincera. S. Pablo, en la segunda lectura, traducía ésto a un lenguaje más casero cuando invita a ser humildes, amables, comprensivos, sobrellevandonos mutuamente con amor, manteniendo la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. No son simplemente piadosas recomendaciones. Pablo muestra la motivación de sus palabras: estamos ante un solo Dios, un solo Señor, Jesús, un solo Espíritu, una sola fe, un solo bautismo, un solo cuerpo, una sola meta, la esperanza a la que hemos sido llamados. Abramos nuestra mente y nuestro corazón para saber entender los gestos que Jesús ha multiplicado a lo largo de la historia de modo que sepamos acoger por la fe a Jesús, el enviado del Padre, de modo que encontremos en él la fuerza que necesitamos para alcanzar la plenitud de comunión con Dios por la fe y el amor.
P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XVI del Tiempo Ordinario - Ciclo B

“Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. Con esta propuesta, según el evangelista Marcos, Jesús acoge a los discípulos que regresaban para dar cuenta de su primera misión. Las palabras de Jesús no son una invitación a la pasividad, a un descanso egoista sino a hacer un alto en el camino para tratar de profundizar la experiencia realizada, en el silencio, la reflexión, la escucha y la plegaria, de manera de poder dedicarse después con nuevo ímpetu a la misión que les está reservada.

Pero todo se precipita y tanto Jesús como sus discípulos en lugar de hallar un lugar tranquilo para conversar con calma, se encuentran de nuevo ante una multitud, ávida de ser enseñada, ansiosa de ser conducida por el camino de la salvación. Y ante aquella multitud, Marcos afirma que Jesús “sintió compasión de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles con calma”.

Marcos, al hablar de la lastima o mejor de la compasión que Jesús experimenta ante el espactáculo de la multitud que lo busca, no intenta expresar un sentimiento fugaz, fruto de una circunstancia concreta, de la emoción del momento, sino más bien la actitud que explica el abajamiento del Hijo de Dios que se hace hombre y se muestra obediente hasta la muerte para salvar al hombre del pecado y de la muerte. Dios, siempre fiel a sus promesas, no ha ahorrado nada para atraer a los hombres de todos los tiempos. La expresión «andaban como ovejas sin pastor» aparece en diversas ocasiones en el Antiguo Testamento para designar a Israel privado de jefes, descuidado por sus reyes, abandonado a merced de sus enemigos, privado de una guía segura y estable.

Este tema ha sido presentado en la primera lectura. El profeta Jeremías arremete contra los pastores que, olvidando su cometido, han hecho posible la dispersión y la pérdida de las ovejas que se les habían confiado. Dios que ama sobremanera a su pueblo, se ocupará él mismo de reunir a las ovejas, de hacerlas volver a sus dehesas para que crezcan y se multipliquen. Para esta obra, Dios se sirve de pastores escogidos, fieles a su deber, entre los cuales destaca el vástago de David, el Mesías, que es el Buen Pastor, como ha recordado el salmo responsorial.

Como ha dicho san Pablo en el fragmento de la carta a los Efesios, en la segunda lectura, Jesús ha derramado su sangre por las multitudes, para constituir un único rebaño, reconciliando a judíos y gentiles, estableciendo la paz entre todos los pueblos y razas, entre sí y con Dios mediante su cruz. La Iglesia, este nuevo rebaño que Jesús ha formado, no ha de ser un ghetto cerrado, un club para gente selecta y clasista; ha de permanecer abierta a todos, ha de vivir la misma compasión que Jesús sintió ante la muchedumbre que se le acercaba y ha de dedicarse con generosidad y constancia, con paciencia y amor, a enseñar con calma el camino de Dios, la buena nueva del Evangelio.

La Iglesia que Jesús ha querido formar ha de evitar la tentación de encerrarse en si misma, de caer en un legalismo esteril e inútil. La legítima satisfacción de ser cristianos no ha de llevarnos a un orgullo que a la larga o a la corta lleva a considerar como ignorantes o incluso malvados, a quienes no comparten nuestro punto de vista. La Iglesia de Jesús no ha de ser intolerante en nombre de la verdad que ha de anunciar y defender, más bien ha de trabajar para hacer caer las barreras que separan a los hombres, ha de suprimir el odio, comunicar el único espíritu para crear la paz, tanto para los que están cerca como para los que están lejos. Sintiéndonos pecadores perdonados por el gran amor de Jesús, hemos de sentir el ardiente deseo de comunicar a los demás este mismo amor del que hemos saboreado las positivas consecuencias. Hagamos los posibles para que arda en nosotros y se comunique a todos el amor de Jesús que hemos recibido.
P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XV del Tiempo Ordinario - Ciclo B

“Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Ellos salieron a predicar la conversión”. Con estas afirmaciones inició la realidad del fenómeno humano y religioso que conocemos como cristianismo y que tuvo lugar en los primeros años de nuestra era, gracias a la acción de un pequeño grupo de hombres, que, no parándose a considerar sus propios límites, se lanzaron a una obra, que hoy consideramos ingente. Aquellos doce hombres, que llamamos apóstoles, fueron escogidos por Jesús para ser enviados. Y enviados para anunciar. Y para anunciar un mensaje humanamente poco atrayente como puede ser la conversión.

Continuamente recibimos mensajes insistentes de los medios de comunicación, que repiten invitaciones, propuestas, ideas o proyectos de parte de quienes se sienten poseedores de soluciones más o menos acertadas para los problemas que aquejan a la humanidad, y, sobre todo para prometer un bienestar que esté por encima de las dificultades que la misma vida entraña. Esta realidad de la información es parte de la esencia misma del hombre llamado a vivir en sociedad. Precisamente por esta razón, también Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, no dudó en escoger a unos personajes de su entorno para confiarles la tarea de hacer llegar a todos el mensaje de salvación que el Padre le había encomendado. Tarea nada fácil, dado que supone un esfuerzo notable acercarse a los demás, solicitar y obtener su atención inicial, con la esperanza de llegar a convencerles, y obtener de ellos la aquiescencia y la aceptación del mensaje transmitido.

Pero, como dice el proverbio, no hay peor sordo que el que no quiere escuchar. En la primera lectura se nos recordaba el rechazo que encontró, sobre todo en los responsables religiosos de su tiempo, el profeta Amós. Pastor y cultivador de higos, este hombre sencillo y rudo, fue llamado por Dios para levantar la voz y sacudir el espíritu de quienes reposaban en un cómodo y pacífico bienestar, fruto de la injusticia social y de la insensibilidad del espíritu. Amós sólo tiene en su favor el mandato y la fuerza del Señor, y con generosidad responde a la llamada y ejerce su ministerio a pesar de las dificultades. La figura de Amós representa un ejemplo del misterio de la llamada de Dios y la respuesta del llamado, que no se deja amedrentar por la oposición encontrada o el desánimo ante los obstáculos.

Hoy Jesús advertía a sus apóstoles del peligro del desánimo que podía surgir al encontrar oposición en la transmisión del mensaje. Suscita admiración contemplar a distancia de veinte siglos la acción evangelizadora de aquellos hombres, poco preparados desde el punto de vista humano, que asumieron la árdua tarea de dirigirse al mundo greco-romano, rico y potente cultural y espiritualmente, y al mismo tiempo poco dispuesto al mensaje centrado en la cruz y la resurrección de Jesús.

Una primera consecuencia conviene sacar de esta realidad: El mensaje que Jesús ha confiado a sus apóstoles y enviados, y que ahora ha de comunicar la Iglesia de los creyentes, es demasiado importante para dejarse vencer por pequeños fracasos. Se puede perder una batalla sin perder la guerra. Hay que insistir, una y repetidas ocasio-nes, pues la llamada divina de la conversión de por sí no es agradable y aceptable, y es fácil entender la oposición que supone su anuncio. Por eso entristece constatar como hombres preparadísimos en el campo de la evangelización, no han sabido resistir la crítica, la oposición o el rechazo, y se han retirado, renunciando a la lucha.

Otra consideración que la historia propone es que el anuncio del evangelio no puede reducirse a un ejercicio de oratoria, a una exposición teórica. Ser evangelizador supone asumir la realidad pura y dura de una coherencia extrema entre la palabra anunciada y la vida de cada día. Hoy se habla mucho de nueva evangelización. Y ésta está condenada de antemano al fracaso si los apóstoles del momento no viven lo que predican y enseñan. Dice el proverbio: Obras son amores y no buenas razones. Porque vivieron lo que enseñaban los primeros apóstoles convirtieron el mundo de entonces. Queda claro el camino a seguir para la tarea que nos espera en el mundo de hoy.
P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XIV del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. Estas palabras dejan entrever la tristeza que pudo producir en Jesús la actitud negativa que encontró en su visita a la ciudad de Nazaret, que san Marcos nos ha recordado hoy. Llegado el sábado, Jesús, como de costumbre, se puso a enseñar en la sinagoga y el evangelista constata como sus palabras asombraban a sus conciudadanos, que no entendían como aquel paisano, del que conocían la profesión – para ellos era el carpintero - y también a los demás miembros de su familia, hablase como hablaba, y hubiese sido capaz de realizar los milagros que se oían contar de él. Quedaron admirados pero no creyeron en él; más aún se escandalizaron. Marcos puntualiza que Jesús quedó sorprendido y extrañado por su falta de fe. En consecuencia, añade el evangelista, no pudo hacer milagros. Jesús se muestra dolido y apesadumbrado por el modo de comportarse de sus conciudadanos, cerrados ante el mensaje que Dios les hacía llegar por medio de su Hijo.

El párrafo del libro de Ezequiel, de la primera lectura, puede ayudar a entender mejor este episodio evangélico En él Dios avisaba al profeta, al comienzo de su misión, de que su actividad, su predicación, encontraría con toda seguridad oposición y rechazo, pues es enviado a un pueblo de dura cerviz, de corazón obstinado. La Biblia informa que las intervenciones de Dios a favor de su pueblo provocan muy a menudo reacciones negativas en lugar de obtener la aceptación que se podía desear y esperar.

La Palabra de Dios, penetrante y afilada, quiere provocar en nosotros un cambio, una conversión. Personajes como los cobradores de impuestos Leví y Zaqueo. la adultera, la samaritana o la Magdalena e incluso el mismo Pablo, muestran una capacidad de apertura de espíritu que hace posible la regeneración interior del individuo. En cambio, otros muy seguros de sí mismos, convencidos de gozar del favor de Dios, como los fariseos, escribas y sacerdotes que aparecen a lo largo del evangelio, permanecieron incapaces de conversión. Aunque de entrada pueden sorprenderse, su corazón no es receptivo y la sorpresa fácilmente se transforma en escándalo y al final concluye en rechazo.

Marcos ha conservado esta página del evangelio porque el rechazo de Nazaret no ha terminado, sigue de alguna manera hasta nuestros días. No faltan hoy, como lo hicieron en su momento los ciudadanos de Nazaret, quienes contemplan a Jesús y a su mensaje desde puntos de vista que hacen difícil sino imposible creer en él. A veces nos quejamos de que Dios no interviene en nuestra época, que ya no realiza signos para fortalecer nuestra fe. Pero seguramente es nuestra actitud la que explique el Señor no haga ya milagros. Jesús ha venido para anunciar el reino y lo hace mostrando su fidelidad al Padre y a su mensaje, aunque ello lo lleve hasta la muerte y la muerte de cruz. En el fondo tocamos aquí la esencia misma del misterio pascual: la vida viene sólo a través de la muerte y esto por culpa de la dureza de corazón de los hombres. Lo importante es creer en Jesús y en su mensaje, aunque ello suponga romper nuestros esquemas, para entrar en el plan de Dios.

Hoy hemos escuchado el testimonio de uno los que creyeron: Pablo. Aceptó la Palabra, se dejó formar por ella, creyó de verdad y por eso anduvo por el camino del Señor. Pero, el gran apóstol, sin rubor, no duda en proclamar su propia debilidad: “Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Porque cuando soy débil entonces soy fuerte”. Pablo ha entendido el ejemplo de Jesús. Con Pablo pongámonos en la escuela de Jesús y dejando de lado nuestra suficiencia esforcémonos en creer en el evangelio que se nos propone, dejándonos llevar por el mismo camino por el que él paso, seguro que más allá de la cruz, de la contradicción, de la prueba, nos espera la gloria y el descanso en el Reino de Dios.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo XIII del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra”. De las pocas certezas indiscutibles que existen para todos nosotros, la primera de todas es la realidad de la muerte. El gran don de la vida que disfrutamos, con todas las posibilidades que ofrece, tanto a nivel material como a nivel espiritual, guste o disguste, tiene fijado un término que no puede ser superado. Junto a esta realidad de la muerte aparece también otra certeza que es la enfermedad, con el dolor y el sufrimiento que la acompañan y que tiñen de sombras el paso del tiempo. Desde que la humanidad existe estas realidades han jugado, juegan y continuarán jugando a pesar de todos los adelantos de la ciencia, un papel importante en el esfuerzo que el hombre desarrolla por crecer, dominar la tierra y contribuir de alguna manera en la evolución de la misma creación. La historia de la cultura muestra los intentos enormes que el hombre ha realizado para afrontar, desafiar o superar el misterio de la muerte.

Ante estas realidades hay quienes se rebelan ante lo que consideran una ley inaceptable y cruel. Otros aceptan con más o menos serenidad que todo es pasajero y caduco, y que no queda más remedio que asumir que todo terminará. Por esta razón intentan aprovechar el tiempo puesto a su disposición para disfrutar de cuanto está a su alcance, Otros, cimentados sobre creencias religiosas, a veces muy dispares en sus formulaciones, no se resignan a perderlo todo y esperan, más allá del umbral de la muerte, una nueva realidad, que asegure una supervivencia, una continuidad.

Las lecturas de este domingo invitan a reflexionar sobre este aspecto de la realidad humana, desde la perspectiva de la revelación cristiana contenida en la Sagrada Escritura. En la primera lectura, el autor del libro de la Sabiduría, un judío del siglo primero antes de Cristo, que conocía bien a la vez tanto el contenido de la revelación como la cultura elenística, no duda en afirmar categóricamente que Dios no hizo la muerte, que no goza destruyendo a los vivientes, sino que creó al hombre para la inmortalidad.

Hay que reconocer que a menudo la mentalidad popular interpreta la muerte y la enfermedad como castigos impuestos por Dios. Pero nuestro Dios no es Dios de muerte, de sufrimiento, de dolor y angustía, sino un Dios de vida. Y esta verdad la proclama la imagen de Jesús clavado en la cruz: para vencer a la muerte, se dejó crucificar a fin de darnos una esperanza segura de vida, que no puede ser destruída por la muerte.

San Marcos, en el evangelio recuerda hoy cómo Jesús llevó a cabo dos signos extraordinarios: cura a la mujer que padecía flujos de sangre y devuelve a la vida a la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga de los judíos. Jesús se proclama el mensajero de Dios que anuncia a su pueblo la superación de la enfermedad y de la muerte. Muchos enfermos continuan sufriendo y muchos se hunden cada día en la muerte. Pero el mensaje de Jesús permanece válido para todos los que creen. Pero ¿quién nos asegura que todo eso es verdad?

Tocamos el tema delicado de la fe. Fijémonos en la mujer del evangelio, que está convencida que tocando el vestido de Jesús se curará. Y así sucede. Y Jesús le dice claramente: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud”. Al padre angustiado por la muerte de su hija, Jesús le dice: “No temas, basta que tengas fe”. Y pudo abrazar de nuevo a su hija. Creer es darse, entregarse, hacer confianza, lanzarse al vacío, seguros de que Dios nos recibe en sus manos, nos acoge y nos salva. Quienes celebramos hoy el día del Señor, su victoria sobre el pecado y la muerte, se nos pide que con nuestra vida demos testimonio de la fe que profesamos y que digamos al mundo que Jesús ofrece la vida que no acaba, más allá de la muerte y de la enfermedad.

P. Jorge Gibert, OCSO


Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista

“Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas y pronunció mi nombre”. Estas palabras del profeta Isaías las utiliza hoy la liturgia para presentar la figura de Juan el Bautista, el Precursos del Señor. La Iglesia cristiana normalmente acostumbra a celebrar la memoria de los santos en el día aniversario de su muerte, para indicar que su santidad queda consagrada en el momento de participar con Jesús en el misterio de la muerte. Sin embargo Juan el Bautista ha merecido que se celebre también su nacimiento gracias al relato de san Lucas de la visitación de la Virgen María a su prima Isabel, esposa de Zacarías y madre de Juan, durante la cual Juan fue llenado por el Espíritu de Dios estando aún en el seno materno.

    El evangelio de hoy recordaba que Juan, siendo aún joven se retiró al desierto de Judea, y llamado por Dios, predicaba junto al Jordán, invitando a los hombres a recibir un bautismo de agua como signo de conversión de los pecados, en la espera del juicio de Dios. Por medio de Juan, desde el desierto, Dios mostró a los hombres su designio de salvación. El desierto, para los antiguos, era la antítesis de la ciudad, obra de los hombres y construida según un determinado orden, que podía ofrecer seguridad y bienestar. Pero la salvación que Dios ofrece no es fruto del esfuerzo humano, sino don gratuito de Dios y por eso el desierto es el lugar más idóneo para anunciar la generosidad del Señor. Con su predicación Juan dispone a sus oyentes a fin de que puedan acoger al Mesías ques está por llegar, al enviado de Dios que dará en plenitud la salvación anunciada.

    La misión de Juan no fue nada fácil, pues fue llamado a ser el precursor de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, el salvador de todos los hombres. No es fácil ser precursor. A Juan un día le preguntaron: ¿Eres el Mesías, o uno de los profetas? Y con una enorme dosis de sensatez y de honestidad reconoció que no lo era. Al insistirle para que dijera quien era, contesto con palabras entresacadas del libro de Isaías: “Una voz grita en el desierto, preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas, porque todos verán la salvación de Dios”. Juan es voz que anuncia, precursor, no Mesías ni profeta. En esto radica su grandeza.

Juan, en el ejercicio de su misión, conoció momentos de zozobra, de oscuridad, en la dificil tarea de preparar el camino de Jesús. Su misión terminó, pero su mensaje de conversión para poder recibir a Jesús permanece actual. Juan es como un vigía, un centinela que advierte, que invita a estar preparados para que, cuando llegue el momento, podamos aprovecharnos de la salvación que ofrece Jesús. Juan, con su vida, con su fidelidad a la misión recibida continua indicando a Aquél que salva, a Jesús, que está ya en medio de nosotros. Ciertamente sabemos quién es Jesús, hemos oído hablar de él, somos sus discípulos, recibimos sus sacramentos, pero todavía no le conocemos de modo suficiente, hemos de aprender a conocerle mejor. Que el ejemplo de Juan, el Precursor nos lleve a Jesús, nos enseñe a ser fieles a la vocación recibida, a trabajar sin desanimarnos hasta participar plenamente en la redención que Jesús nos ofrece, en la vida que no tiene fin.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo X del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“Caminamos sin ver al Señor, guiados por la fe”. Estas palabras del apóstol Pablo ayudan a entender, de alguna manera, la vida de los creyentes en este mundo concreto y por lo tanto obligado a asumir las responsabilidades que incumben a todos los humanos. Lo que ha de distinguirnos de los demás hombres es nuestra fe en el Señor, nuestra esperanza en sus promesas, mientras nos dirigimos hacia el encuentro definitivo, que nos aguarda al final de nuestro caminar. Todos sabemos que llegará el momento en que, como dice Pablo, dejaremos el destierro de este cuerpo para vivir junto al Señor. El pensamiento de la muerte y del juicio debería despertar en nosotros, como decía el apóstol, la voluntad de esforzarnos en agradar al Señor, la fuerza necesaria para ser responsables y coherentes con nuestras ideas, nuestros deberes, y sobre todo con nuestra fe, y así poder alcanzar la satisfacción de haber aprovechado nuestra existencia y de no haber perdido nuestro tiempo.

San Marcos, en el evangelio, ha recordado que Jesús exponía a sus oyentes su mensaje con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado. En su ministerio, Jesús escoge imágenes vivas, entresacadas de la vida cotidiana, para conducir a sus oyentes al misterio del Reino de Dios que había venido a anunciar. Hoy son dos las parábolas que invitan a entender como actua el Reino de Dios.

En la primera, habla de la semilla que ha sido echada en la tierra y que, mientras los humanos, y con ellos el mismo sembrador, siguen los avatares de la vida cotidiana, en el silencio y en la aparente ineficacia, sigue el curso natural su desarrollo y crecimiento, que le lleva a su total perfección, a pesar de las dificultades y resistencias que puedan presentarse. En el momento oportuno la mies estará preparada para que la hoz pueda entrar en acción. Así ocurre con la Palabra de Jesús, sembrada primero por él mismo, después por los apóstoles y ahora por los ministros de la Iglesia, va germinando en cada hombre mientras se espera el juicio que vendrá un día y que demostrará el resultado. Dios no va en busca de hechos portentosos o de movimientos espectaculares de masas, sino corazones dóciles, capaces de acoger la sencillez de la Palabra, para dar fruto en el momento oportuno.

La segunda parábola subraya la desproporción que existe entre la semilla y el desarrollo que alcanza luego. La semilla de mostaza, la más diminuta, a pesar de su pequeñez crecerá y llegará a ser más alta que las demás hortalizas y los pájaros podran cobijarse bajo sus ramos. El Reino de Dios, la obra que Él quiere realizar en nosotros, tiene una apariencia y unos principios humildes, pero su desarrollo, se nos asegura, será sorprendente. La realidad cristiana se presenta como algo pequeño, débil, aparentemente ineficaz dentro de nosotros mismos y dentro de la misma sociedad humana; pero detrás de ella está el poder del Señor que trabaja en el silencio, sin prisas.

Como ha dicho Ezequiel en la primera lectura, Dios coge el ramito insignificante y olvidado, el que los hombres han dejado de lado, y se convierte en un árbol noble, que humilla a los árboles altos, que seca a los árboles lozanos y hace florecer a los árboles secos. La palabra de Dios invita pues a la esperanza. Las dificultades que podemos encontrar en nosotros mismos y en las circunstancias que nos rodean no han de atemorizarnos. Con humildad, con generosidad, abrámonos a la acción de Dios y, tratemos de colaborar en cada momento, esperando confiados que, en el momento oportuno, podamos recoger el fruto que anhelamos.
P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo X del Tiempo Ordinario - Ciclo B


Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: “Creí, por eso hablé”, también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará. San Pablo, en el momento de escribir esta carta a los Corintios, experimentaba que su organismo, - su hombre exterior, como él dice -, se iba deshaciendo, por la fatiga y el desgaste; presentía que se acercaba cada vez más el momento en que su morada terrena se desmoronaría, es decir, que llegaría la muerte y podría pasar a obtener el sólido edificio construído por Dios que tiene duración eterna en el cielo. El apóstol se encara a esta realidad de la vida humana con absoluta tranquilidad, por razón de su fe profunda, fe que le ha asistido en toda su vida y que ahora, hacia el ocaso de la existencia, le llena de confianza, convencido de que quien resucitó a Jesús, también con él nos resucitará a todos nosotros.

La reflexión optimista del apóstol no vale sólo para él. A la luz de nuestra fe en Jesús muerto y resucitado, deberíamos contemplar toda nuestra existencia para vivirla en la esperanza. Nada de lo que hemos hecho, soportado o sufrido, deja de tener valor. Todo contribuye a la gloria que el mismo Dios ha prometido y que, sin duda, un día nos dará. Conviene asumir con fe vigorosa y decidida la realidad de nuestra existencia, realidad que está lejos de ser algo pacífico o entusiasmante, dado que por doquier encontramos huellas de dos realidades negativas que pesan sobre la vida humana: el pecado y la muerte. Para librarnos de ellas Jesús ha llevado a cabo su misterio pascual de muerte y resurrección.

La primera lectura ha evocado la escena del paraíso en que Dios impone al hombre y a la mujer el castigo por su pecado. No es fácil entender esta página de la Biblia. Para el hombre de hoy hablar de un Dios que sale a pasear por el jardín, o de un hombre que se esconde por temor de ese mismo Dios porque está desnudo, o de una serpiente que habla y que con su discurso arrastra a Eva y a Adán hasta un castigo, castigo impuesto por Dios por algo que parece tan poco importante como el haber comido el fruto de un árbol, puede parecer poco serio, como una fábula para niños. Y sin embargo, esta página encierra un mensaje sumamente importante para quien acepte creer en Dios.

El autor del relato bíblico, bajo la inspiración de Dios y sirviéndose de imágenes muy atrevidas desde el punto de vista teológico, intenta decirnos que la tragedia del hombre radica en haber desobedecido a Dios. Al decir «no» a Dios ha desencadenado una alteración del orden primitivo que conduce hasta la muerte. El autor sagrado afirma también que la triste suerte de la humanidad, que experimentamos también cada uno de nosotros, no es toda culpa del hombre. Ha intervenido en esta historia el mal, una potencia maligna, representada por la serpiente en la primera lectura, y a la que Jesús se refiere en el evangelio llamándola Beelzebú o Satanás. Esta fuerza del mal no es un adversario de Dios a su mismo nivel, pero actúa constantemente para tratar de desbaratar la obra de salvación que Dios quiere llevar a cabo. Por esto el Hijo de Dios se ha hecho hombre y, en la persona de Jesús, no duda en entablar combate para vencer el mal.

Esta realidad negativa del mal y del pecado, influye sobre nosotros, nos lleva a relativizar la voluntad de Dios expresada en los mandamientos, nos hace dudar de la misma existencia de Dios, nos induce a contender con nuestros hermanos, apartándonos de la verdad y de la justicia, conculcando la libertad y la dignidad de los hombres. Pero Dios nos da fuerza para saber mantener con firmeza nuestra fe, cumpliendo en todo la voluntad de Dios, y hablando, es decir confesando cuanto creemos. De esta manera podemos debelar el mal en nuestra propia vida y en la vida de los demás, en la medida en que nos sea posible. De esta manera, como nos decía el evangelio, contaremos para el mismo Jesús, seremos algo para él, seremos su madre y sus hermanos.

P. Jorge Gibert, OCSO


Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor "Corpus Christi"

“Tomad, esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre derramada por todos”. Las palabras del evangelista Marcos han evocado la cena que Jesús celebró con sus discípulos en la noche que precedió a su pasión, y en la cual llevó a cabo unos gestos significativos. El pan que se fraccionaba y distribuía en todo banquete adquiere una nueva dimensión al afirmar Jesús que es su cuerpo. Del mismo modo, la copa de vino que los comensales bebían al final de la cena, se convierte en la copa de sangre del Maestro, de la sangre de la nueva alianza.

Sin duda alguna, los discípulos, en aquel momento debieron recordar la escena en que Jesús, después de multiplicar panes y peces para satisfacer el hambre de sus seguidores, prometió que daría su cuerpo como comida y su sangre como bebida. Semejante afirmación suscitó entre sus oyentes primero sorpresa, después indignación, y, en consecuencia, muchos de ellos optaron por retirarse, convencidos de que aquél Maestro había ido demasiado lejos en sus pretensiones. Lo prometido en aquel entonces, adquiere realidad en esta cena.

Pero para llegar a entender el sentido real de las palabras de Jesús, fue necesario que los apóstoles pasaran por la dura experiencia de la cruz, del sepulcro y de las apariciones pascuales y comprender así el sentido exacto de lo que el pan y el vino anunciaban, es decir el cuerpo de Jesús desgarrado sobre la cruz y su sangre derramada como signo del amor de Dios a la humanidad, que Jesús había venido a anunciar, sobre todo con su obediencia hasta la muerte, y todo para restaurar la alianza de Dios con su pueblo.

El concepto de alianza es un tema importante que aparece a menudo en la Biblia. Dios, creador del universo, se encontró con que su obra preferida, el hombre, se estaba apartando de él, engreído de su propia realidad, sin darse cuenta que todo era pura gracia del amor de Dios. Éste, sin embargo, no cejó y, a través de los avatares de la historia se acercó al hombre, proponiéndole un pacto de amistad para procurar así su salvación. La Biblia habla sobre todo de las alianzas selladas sucesivamente entre Dios y Noé, Dios y Abrahán, Dios y Moisés. La primera lectura ha recordado la alianza del Sinaí: Dios comunicó los mandamientos a Israel por medio de Moisés y el pueblo se comprometió a obedecer. La aspersión con la sangre del sacrificio que se había ofrecido selló aquella alianza.

Sin embargo el pueblo volvió a ser infiel, olvidándose de los beneficios recibidos, pero Dios se mantuvo fiel y no cejó en sus esfuerzos. Y así el mismo Hijo de Dios se hizo hombre para anunciar los pensamientos de paz y de salvación que el Padre ha tenido siempre. Y como ha recordado la lectura de la carta a los hebreos, Jesús se convierte en mediador de la nueva y definitiva alianza. Con la sangre derramada en la cruz, cancela nuestros pecados y nos hace capaces de poder ofrecer el verdadero servicio al Dios vivo, que puede disponernos a recibir la herencia eterna.

El rito celebrado por Jesús y sus apóstoles en la intimidad del cenáculo, después de Pascua se convirtió en el signo característico de la nueva comunidad de los creyentes, que, asiduos a las enseñanzas de los apóstoles y a la oración, partían el pan con alegría.   Pero recibir materialmente la Eucaristía, comulgar con el sacramento del cuerpo y la sangre de Jesús reclama una respuesta concreta que ha de manifestarse en la vida de cada día. Comulgar no es un gesto mágico que produce efectos especiales. Comulgar es un signo que reclama un esfuerzo personal de cada uno de nosotros. Comulgar significa buscar la unión con Dios, unión que pasa necesariamente por los hermanos. Todo signo reclama la realidad, y ésta no es otra cosa que llegar a ser comunidad, vivir como hermanos, sin reticencias ni limitaciones, sin exclusiones ni discriminaciones. Tarea nada fácil, pero a la que no podemos renunciar si queremos ser fieles a Jesús y a la Eucaristía que nos ha dejado.

 

P. Jorge Gibert, OCSO 


Solemnidad de la Santísima Trinidad
Jornada "Pro Orantibus" por los contemplativos y las contemplativas

“Reconoce hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, alla arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro”. El libro del Deuteronomio pone en labios de Moisés esta afirmación que propone un mensaje que ha dejado huella no solamente en la historia de Israel sino también en la de toda la humanidad. En efecto, Moisés es el hombre que hizo salir de Egipto a unas pobres tribus esclavizadas por el Faraón; éstas, en la soledad del áspero desierto fueron formando el pueblo hebreo, el pueblo de Israel, que, a pesar de su pequeñez y fragilidad, pudo y supo superar los repetidos ataques y persecuciones de naciones mucho más fuertes y potentes, para llegar hasta el día de hoy, como heredero y portador de una rica tradición espiritual, en cuyo seno apareció Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, venido para salvar a la humanidad entera.

    La fuerza de Israel, la razón que explica su supervivencia, es precisamente su fe en el Dios único, el Dios que le escogió, le guió, lo protegió. La Biblia ha conservado los avatares de esta relación entre Dios y su pueblo escogido, relación hecha de rebeliones, pecados y apostasías, junto con muestras de perdón, de amor y de misericordia. Israel llegó a conocer a Dios, no a través de teológicas formulaciones expuestas por maestros del saber, sino que su fe surgió de la experiencia, ya que ha sentido a Dios junto a sí, en el bien y en el mal, y desde esta realidad vivida ha creído, se ha fiado de Dios. Y esta fe, esta confianza en Dios no quedaron en palabras que arrebata el viento, sino que revisten la decisión concreta de observar los mandamientos, que han entenderse no como imposición de dominio por parte de Dios y de sujección de parte del hombre, sino como respuesta amorosa y libre del hombre a este Dios que se le hace vecino y compañero, con el que mantiene un diálogo de vida.

    Este Dios único, amante de los hombres, ha querido, en la plenitud de los tiempos, hacerse presente en la tierra en la persona de su Hijo Jesús. Por él anuncia con inusitada insistencia su deseo de ser reconocido como Padre amoroso, su voluntad de que los hombres sean en verdad hijos y herederos suyos, participando en la misma vida divina. Y comunica con generosidad su mismo Espíritu, para que enseñe a los hombres a llamar sin miedo a Dios con toda confianza: “Abba, Padre”.

    Pero la historia se repite. Una vez más, el hombre de hoy a menudo cierra los oídos de su corazón y no deja que entre en él la Palabra que salva. Poco a poco, los individuos primero, la sociedad después, vamos marginando al Dios que se ha manifestado en la historia. Podemos constatar como cada vez más se considera inútil e innecesario el Dios que se nos ha revelado. El hombre, para no estar sometido al Dios que le ha dado la vida, la inteligencia y la libertad, en nombre de la libertad que le corresponde como rey de la creación, no duda en escoger otros dioses, ante los cuales se postra, para rendirles homenaje y servicio, para dedicarles su atención, su tiempo y sus energías, ante los cuales no duda en sacrificar incluso su vida y la de los demás. Los nuevos dioses que han suplantado al Dios de la Biblia se llaman dinero, poder, placer, diversión, negocios. Y estos dioses, aunque prometan mucho, al fin de cuentas no son capaces de proporcionar la verdadera vida, la verdadera libertad, que en cambio ofrece el Dios de la revelación.

    Nuestro Dios, el Dios de la revelación, no pide que salgamos de este mundo. Fue él que nos dijo que creciéramos, que llenáramos la tierra y la sometiéramos. A la humanidad le espera una gran labor, la de colaborar con Dios en la promoción del mundo, para que sea cada vez más justo, más humano, pero esta gran obra hemos de hacerla como hijos de Dios, sin renegar de aquel que ha querido ser llamado Padre y hacernos hijos y herederos. Quizás no estará de más que hoy, en la intimidad del corazón, nos examinemos y nos preguntemos con toda sinceridad: ¿a qué Dios adoramos? ¿En qué Dios creemos? ¿a qué Dios servimos?

P. Jorge Gibert, OCSO


Solemnidad de Pentecostés


“Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envio yo. Recibid el Espíritu Santo”. En la tarde del día de Pascua, Jesús se dejó ver por sus apóstoles, que, después de los días de la pasión y muerte de su Maestro, permanecían escondidos en el cenáculo. Fue un encuentro muy distinto de los que habían tenido lugar durante el ministerio por tierras palestinas. El Jesús que se les presentó en aquel atardecer era el vencedor de la muerte, que, después de haber cumplido la voluntad del Padre, iniciaba una nueva forma de estar con los suyos, para hacer llegar a todos los hombres y mujeres el mensaje de paz y vida que el Padre le había confiado. En este primer encuentro con Jesús resucitado, constituido Señor y Mesías, da a los suyos el Espíritu como don pascual. Lo recibieron los apóstoles en el cenáculo aquella tarde de Pascua, y después, de modo oficial, abiertamente, el día de Pentecostés, que hoy conmemoramos.

El libro del Génesis, que abre la historia de nuestra salvación, cuenta que, en el momento de la creación, el Espíritu de Dios aleteaba para suscitar vida en el caos primordial. Este Espíritu de Dios dejó sentir toda su potencia en los patriarcas y profetas, enviados por Dios para ir educando a la humanidad. Este Espíritu descendió sobre la Virgen María para que el Hijo de Dios se hiciera hombre y acampara entre nosotros. Fue este Espíritu que bajó sobre Jesús en el bautismo del Jordán y que le acompaño mientras pasaba haciendo el bien, enseñando y curando. Y ahora, resucitado de entre los muertos entrega este Espíritu a los que creen en él para que continuen su obra en el mundo. Y este Espíritu se ha ido transmitiendo hasta nosotros, que lo hemos recibido por los sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, confirmación y eucaristía. Es este Espíritu que nos hace de verdad hijos de Dios, que, cuando nos dirigimos a Dios, nos hace clamar: “Abba, Padre”.

Si el Espíritu fue el origen y el principio de la encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María, es también principio y origen de la presencia de Jesús en todos y cada uno de los creyentes. En la sobremesa del jueves santo por la noche, Jesús dijo a sus discípulos: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Y esta promesa la lleva a cabo precisamente el Espíritu, como dijo: “El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”. La presencia del Hijo de Dios entre los hombres no ha terminado con la Ascensión de Jesús a los cielos. Está presente en todo aquel que se abra a la acción del Espíritu, pero en el día de hoy, Pentecostés, el Hijo de Dios por su Espíritu permanece entre nosotros, en nosotros, nos hace portadores del Espíritu.

Los relatos de los Hechos de los apóstoles reseñan las maravillas que el Espíritu llevaba a cabo en los comienzos de la predicación evangélica: el don de lenguas, que permitía a los hombres entenderse por encima de las barreras de la existencia de tantos idiomas y modos de expresarse; curaciones de enfermos, resurrecciones de muertos y tantos signos que movían a las gentes a confesar a Jesús, a hacerse bautizar y formar parte de la familia de los creyentes. Y podemos preguntarnos: ¿Existe aún el Espíritu? ¿No se habrá olvidado de nosotros?

No. El Espíritu existe y continúa actuando en nuestro mundo. Es obra del Espíritu que, en un mundo en el que deja sentir su fuerza el neopaganismo del consumo, del edonismo, de las ambiciones y fanatismos, haya tantos creyentes que viven su fe diariamente, hasta llegar a gestos de auténtico heroísmo. Es obra del Espíritu la fidelidad de tantos obispos, sacerdotes, religiosos, padres y madres de familia, educadores, personal sanitario, para citar algunos, que no desmayan ante la tarea que se les pide. El Espíritu existe, y, si hacemos atención, podemos descubrir su actuación en nuestra historia personal, con la misma energía que demostró al comienzo de la Iglesia. El Espíritu está a la puerta y llama, a nosotros toca abrirle la puerta y dejarle que entre y transforme nuestro yo para configurarlo a Jesús, que por nosotros murió y resucitó.

P. Jorge Gibert, OCSO 


Solemnidad de la Ascensión del Señor al Cielo

“Después de hablar a sus discípulos, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios”. Con estas palabras el evangelio de Marcos pone punto final al relato de la vida y la actividad de Jesús, el Maestro de Nazaret. Para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, estas afirmaciones pueden parecernos poco normales, por lo que se impone una relectura de este texto a fin de entender el mensaje que la Palabra de Dios quiere ofrecernos hoy. Aunque los términos del vocabulario utilizado los conocemos por haberlos escuchado al aprender el catecismo, no estará de más analizarlos de nuevo.

En primer lugar está el término cielo. En la Biblia aparece con dos acepciones distintas: Una es la del firmamento, es decir lo que vemos por encima de nuestras cabezas, por donde discurren, para usar un modo muy primitivo de hablar, el sol, la luna y las estrellas. La segunda acepción entiende por cielo el ámbito reservado a Dios, el cual, aunque no seamos capaces de ubicarlo, supone algo por encima de la realidad en la que vivimos, y en este sentido podemos entender que se diga que Jesús sube al cielo. El sentido de la frase del evangelista es que Jesús de Nazaret, que fue crucificado y que los discípulos vieron resucitado, ha entrado en la intimidad de Dios.

Desde esta perspectiva, la ascensión de Jesús es un aspecto más del misterio pascual, que vincula su victoria sobre la muerte con su glorificación final. En efecto, al vencedor de la muerte le corresponde estar junto al Padre, que lo ha enviado y que, después del aparente fracaso de la cruz, lo ha resucitado. El Hijo de Dios antes de hacerse hombre y estar con nosotros estaba en Dios, junto a Dios. Y mientras vivió entre los hombres no dejó de estar con el Padre. Es justo pues que Jesús regresase junto al Padre.

Pero al regresar junto al Padre, Jesús no da por terminada su obra. No abandona a los suyos. Cierto, han terminado los días en que Jesús pasaba predicando, enseñando, haciendo el bien y curando por tierras de Palestina. Esta función la deja ahora a sus discípulos. Los envía para que pregonen el evangelio por todas partes. Pero no les deja solos, no los abandona. Ahora, que vuelve al Padre, continua de alguna manera con los suyos, por medio de su Espíritu. El evangelista decía que el Señor coopera con sus apóstoles confirmando su palabra con señales y prodigios. El Señor permanece con nosotros en la Palabra que se proclama constantemente y en el Pan eucarístico, partido y compartido. Permanece junto al que sufre y al que es portador de paz y de justicia. Permanece junto al que trabaja para suscitar vida en el desierto de nuestro mundo egoista y cruel. Permanece en el rostro de todo hombre y toda mujer que le busca, ama y espera. Hemos de estar agradecidos porque se ha fiado de nosotros y ha confiado su obra en nuestras manos, nos ha enviado por el mundo para ser signos y testigos de su presencia y de su evangelio que pretender ser camino de salvación para todos los pueblos.

La primera lectura decía que cuando Jesús dejó de ser visto por los apóstoles, éstos se quedaron mirando fijos al cielo. Fue necesaria la intervención de dos personajes que les dijeron: “¿Qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo?” Cuantas veces los creyentes mereceríamos una advertencia semejante. Porque podemos estar mirando al cielo considerando que también nosotros, miembros del cuerpo de Jesús, un día estaremos en el cielo con nuestra cabeza, que nos ha precedido. Pero a menudo miramos al cielo dejándonos llevar por nostalgias de tiempos pasados, lamentando nuestras incapacidades, que, de hecho, son excusas para evadirnos de nuestra llamada dejando tranquilas nuestras conciencias. O simplemente miramos el cielo para no ver cuanto queda por hacer en este mundo en que vivimos. Levantémonos de una vez, volvamos a la ciudad como los apóstoles y pongámonos al trabajo, confortados por el Espíritu de Jesús que nos acompaña, para que el mensaje del evangelio llegue a todos y obtenga el fruto que Dios espera.

P. Jorge Gibert, OCSO


IV Domingo de Pascua

“Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”. Es testimonio unánime que una amistad auténtica es uno de los mayores tesoros de que se puede disfrutar en esta vida. Por esta razón es una sorpresa gratificante que el Hijo de Dios hecho hombre no dude en llamar amigos a aquellos que él mismo escogió para hacer de ellos sus discípulos, sus testigos, destinados a transmitir el mensaje de salvación al resto de los hombres. Con esta afirmación, Jesús muestra además que la relación entre él y nosotros, entre el Salvador y los salvados, es completamente distinta de la que puede darse entre un gobernante y sus súbditos, entre un amo y sus siervos. La relación que ha de existir entre él y nosotros ha de ser la misma que se da entre amigos de verdad.

Al hablar de amistad, Jesús no se refiere a un cierto tipo de camaradería, superficial, que a la primera dificultad se desvanece, sino a un vínculo estable que busca desinteresadamente el bien del otro. Este tipo de amistad no siempre es fácil incluso entre los humanos. Por desgracia, existen personas que, a causa de anteriores experiencias negativas, se sienten frustrados y desconfiados, incapacitados para una auténtica relación de amistad con sus semejantes, y se limitan a mantener un trato interesado y utilitario, que, precisamente por ser tal, deja de merecer el nombre de amistad. Este aspecto de la realidad hace apreciar mejor la novedad que suponen las palabras de Jeús cuando nos invita a entrar en su amistad real y duradera.

Esta afirmación de Jesús aparece como ápice de un discurso en el que entremezcla con insistencia dos conceptos que, a primera vista, parecerían destinados a excluirse mutuamente, como son el del amor, que dice relación espontanea entre personas libres, y el de la práctica de los mandamientos, que entraña sumisión. Con todo, cabe preguntarse si realmente son compatibles amor y mandamientos. Existen quienes no dudan en afirmar que si Dios es el creador de los hombres, si Dios nos ha hecho libres, si Dios es bueno, si Dios ama, no se entiende que pueda imponer preceptos y normas, que coartan la libertad, que impiden actuar según los propios instintos y tendencias, que trate a los hombres como niños incapaces de ser responsables.

En su discurso, Jesús afirma: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Permaneced en mi amor”. Conviene prestar atención a este razonamiento: el Padre ama al Hijo, el Hijo a su vez ama a los hombres. Y de éstos se espera y se les pide que permanezcan en el amor, que mantengan la nueva realidad que Jesús ha venido a ofrecer a los hombres. Y es en este punto que Jesús introduce la propuesta sorprendente: el que quiera permanecer en el amor, ha de guardar los mandamientos. Guardar los mandamientos aparece como el único modo de permanecer en el amor. Y para salir al paso de posibles objeciones y mostrar que lo que pide no es absurdo o incoerente, Jesús se propone a sí mismo como ejemplo concreto y real, diciendo: “Lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Y si él puede hacerlo, no ha de ser imposible tampoco para nosotros.

Y por si pudiera quedar aún alguna duda, y facilitar la aceptación de sus palabras, da un paso más y dice: “Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Amor y mandamientos en la perspectiva de Jesús no pueden oponerse precisamente porque el contenido de los mandamientos no es otra cosa que el amor. Y termins diciendo: “Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Esto es lo que él ha hecho, lo que explica el sentido de la venida del Hijo de Dios hecho hombre entre los hombres. Jesús vive para amar, para amar a Dios, que le ha enviado, para amar a los hombres a los que ha sido enviado. Y pide de nosotros que nos dejemos arrastrar por esta corriente de amor, que nos abramos para recibir y para dar amor.

Reconozcamos, como decía el apóstol Juan en la segunda lectura, la iniciativa de amor que parte de Dios, y esforcémonos en amarnos unos a otros, demostrando así que conocemos de verdad a Dios y que tratamos de agradarle de todo corazón.

 P. Jorge Gibert, OCSO



V Domingo de Pascua

“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada”. El evangelio que leemos en este domingo, proponiendo la imagen de la vid y de los sarmientos, invita a comprender a la Iglesia como comunidad de los creyentes. Jesús se sirve, como en otras ocasiones, de una imagen sacada de la vida real de su pueblo, la imagen de una cepa, algo sumamente familiar a los palestinos del tiempo de Jesús. Para quien la contempla desde el exterior, una vid con sus sarmientos forman una unidad de vida. La vid saca de la tierra la savia vital que comunica a sus sarmientos, para que estos puedan dar el fruto que se espera de ellos. Los sarmientos tienen vida en la medida en que están unidos a la vid. Sólo hay posibilidad de dar fruto: permanecer unidos a la vid. Permaneciendo unidos a Jesús se nos promete la vida, vida que se manifiesta en el dar fruto abundante.

En cambio, si el sarmiento se separa de la vid, ya sea por propia voluntad, ya por la intervención del agricultor que corta y aparta aquellos sarmientos que no producen fruto, a ese sarmiento no le espera otra cosa que la destrucción: el sarmiento inútil se deja secar, y termina en el fuego. Saliéndose un poco de los límites de la comparación, Jesús termina su discurso afirmando que, en la medida en que permanecemos unidos a él, podemos dirigirnos al Padre por la oración y ser escuchados. Si somos sarmientos de la verdadera vid, tenemos libre acceso al Padre, al labrador, que nos conoce y nos ama en la medida que formamos una sola cosa con su Hijo, el predilecto.

El eco de estas palabras de Jesús relativas a la oración se encuentra también en la segunda lectura en la que el apóstol san Juan recuerda que, en la medida en que guardemos sus mandamientos y hagamos lo que le agrada, cuanto pidamos en la oración lo recibiremos de su generosidad. Esta insistencia en el valor de la plegaria tiene una enorme importancia. Creer que Dios nos ha salvado pero dejar el resultado de esta salvación sólo para después de la muerte a la larga podría llegar a desanimarnos. En cambio, cuando Jesús insiste que con la oración podemos pedir cuanto necesitamos, sin miedo, con el atrevimiento propio de los hijos, acerca de alguna manera a nosotros el resultado del misterio pascual del Señor. Éste no queda lejos, está junto a nosotros, podemos acceder a él por la oración hecha en su nombre.

Pero esta oración no es un medio que tenemos para servirnos de Dios según nuestros caprichos y obtener de él lo que nos plazca. La verdadera oración, la plegaria hecha al Padre en nombre de Cristo sólo será tal si brota de una vida de amor profundo que vincule a los hermanos. Conviene entender que nuestra unión con Jesús, en virtud de la cual podemos dirigirnos al Padre en la plegaria, exige una unión real con los hermanos: No amemos de palabra ni de boca, nos decía el apóstol san Juan, sino con obras y según la verdad. Si nos amamos así, si guardamos de este modo sus mandamientos, daremos el fruto abundante que se espera de los sarmientos unidos a la vid.

Hoy, la lectura de los Hechos de los Apóstoles ha recordado cómo Pablo, que en un primer momento fue perseguidor de los discípulos de Jesús, después de que viera al Señor en el camino a Damasco, pasó a ser un ardiente propagador de su evangelio. Pero, como se nos decía, al principio no todos se fiaban de él: sólo cuando su actividad fue aprobada por los apóstoles, cuando no quedaron dudas de que era un sarmiento unido a la vid se le reconoció la misión que había recibido y que mucho contribuyó a la edificación de la Iglesia en la fidelidad al Señor por obra del Espíritu Santo.

La fe en el Resucitado nos vincula con Dios, pero ciertamente también entre nosotros, en cuanto formamos parte, por voluntad de Jesús, de un cuerpo, de un pueblo, la Iglesia. Como los discípulos, después de la experiencia de la Pascua, supieron mantener esta unidad del espíritu en el vínculo de la paz y convertir en realidad la Iglesia, como reunión de todos los creyentes de Jesús, también nosotros debemos esforzarnos para permanecer unidos a Aquel que nos ha llamado y ha salvado por su muerte y su resurrección.

P. Jorge Gibert, OCSO


IV Domingo de Pascua - Domingo del Buen Pastor


“Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas”. En la sociedad de la técnica, quizás pueda parecer poco conveniente esta afirmación de Jesús, pero no se puede olvidar que nuestra fe hunde sus raíces en la Biblia, que ésta ha sido escrita precisamente en el pueblo de Israel, un pueblo de pastores. Jesús, para hacerse entender utilizó el lenguaje y las figuras que respondían a su su pueblo, y por esta razón conviene tratar de entender lo que Jesús quiere decir cuando afirma: “Yo soy el buen Pastor”. Un pastor que quiera vivir de su rebaño, ha de vivir para su rebaño. En este interés del pastor por sus ovejas es donde Jesús pone el acento. Un mal pastor, un asaliariado, cuando ve el peligro, huye, piensa antes en si mismo que en las ovejas. Jesús, en cambio no busca un interés material sino una relación personal con cada una de las ovejas, que desemboca en el amor, en la amistad. Y por esto afirma: “Conozco a las mías y las mías me conocen igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre”.

Cuando existe esta relación, llegado el caso, el pastor no duda en sacrificar su propia vida. Dar la vida no es un juego de niños. Y Jesús afirma que él da su vida, la entrega libremente, sin dudar, y la entrega por nosotros, porque nos ama. He aquí el mensaje que Jesús quiere comunicarnos. El misterio de la cruz es un misterio de amor. Porque nos ama se dejó crucificar. Es ley de vida amar y ser amado. Todos deseamos que haya alguien nos ame, alguien en quien descansar, alguien para quien seamos algo más que un número o una cosa. Cuanta gente va por el mundo mendigando amor o amistad sin lograr saciar esta ansia. Y he aquí que el Hijo de Dios, Jesús, nos hace esta confesión: nos conoce, nos ama y por nosotros, dio su vida, libremente, sin dudar. Conviene reflexionar sobre esta afirmación.

Precisamente por este amor que Jesús nos profesa, san Pedro ha podido decir a los judíos que le cuestionaban por haber curado a un enfermo, como ha recordado la primera lectura: “Ningún otro puede salvar; bajo el cielo no se nos ha dado otra posibilidad de salvación sino en Jesús”. Al margen de Jesús de Nazaret, la humanidad puede formular infinidad de teorías, sistemas, ideologías o doctrinas para mejorar el mundo y la sociedad. Pero solamente Él es la piedra que a menudo han desechado los arquitectos del mundo mejor en el que sueña la humanidad, no queriendo reconocer que Dios lo ha puesto como piedra angular, sobre la cual todo tiene que descansar.

Tratando de precisar un poco más el plan de Dios para con el género humano, san Juan, en la segunda lectura, ha recordado que somos hijos de Dios. Casi saliendo al encuentro de las objeciones que una tal afirmación puede suscitar, el apóstol añade que la realidad que comporta ser hijos de Dios, por ahora no podemos comprenderla, se nos escapa, porque aún no se ha manifestado lo que seremos. En efecto, afirma que seremos “semejantes a Dios, porque le veremos tal cual es”.

Cabe preguntarse si es posiblke repetir estas palabras a la gente que vive sin tener un trabajo, a quienes mueren de hambre por el egoismo de unos pocos, a quienes les falta un techo donde cobijarse, a los que mueren cada en tantos lugares del planeta, a quienes son víctimas de discriminaciones por razón de raza, de lengua o de religión. La religión es el opio del pueblo, se ha dicho. Muchos son los que han naufragado ante este mensaje, que aparece difícil de entender.

La respuesta puede encontrarse recordando que Jesús es la piedra angular, fuera de la cual no hay salvación, por quien hemos sido hechos hijos de Dios, que se declara el buen pastor que da la vida por los suyos, a los que conoce y ama, es el mismo que nos invita a dar la vida por los hermanos siguiendo su ejemplo, que nos recomienda practicar la justicia y la verdad, dar de comer al hambriento, de beber al sediento, acoger al forastero, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos. Es el mismo que nos invita a trabajar por la paz, a tener el corazón limpio, a ser pobres de espíritu.

 P. Jorge Gibert, OCSO


III Domingo de Pascua

“Se presentó Jesús en medio de ellos y les dice: Paz a vosotros. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona”. San Lucas, al recordar la primera aparición del Señor resucitado en medio de sus discípulos, constata que su primera reacción fue de miedo, que se transformó después en sorpresa, porque no acababan de creer en la realidad que tenían ante sus ojos a causa de la alegría. Jesús ayuda a los incrédulos, y no le basta mostrar sus llagas, se deja tocar, e incluso come con ellos. La realidad de Pascua no fue una simple reanudación de la experiencia que habían vivido antes del Calvario. Supone el comienzo de un cambio, una conversión que había de transformar a aquellos hombres, apocados y a menudo reacios a dejarse convencer, en testigos de la voluntad de Dios de salvar al mundo por medio de su Hijo Jesucristo.

En efecto, las experiencias pascuales son la habilitación de los discípulos para la obra que les estaba reservada. Los apóstoles han sido escogidos por Dios para ser testigos de la resurrección de su Hijo, y para poder llevar a término esta misión de modo conveniente era necesario que estuviesen convencidos de la realidad pascual, es decir de la identidad entre el crucificado y el resucitado. Jesús ha resucitado para llevar a cumplimiento todas las promesas que Dios ha hecho a su pueblo para asegurar la vida a aquellos que habían merecido la muerte por causa de sus pecados. Por lo tanto el mensaje de los apóstoles no es simplemente que Jesús vive a pesar de haber muerto, sino que vive para dar vida a todos los que, arrepintiéndose de sus pecados, se conviertan y crean en él.

Hoy, el apóstol san Pedro recuerda que el Dios de Israel, el Dios de los Padres es el autor de la glorificación de su Hijo, el Siervo fiel y obediente, que los suyos habían negado como Mesías y lo habían entregado a la muerte. Si mataron al autor de la vida y dieron libertad a un homicida, lo hicieron por ignorancia pero precisamente su ignorancia sirvió para que se cumplieran los designios de Dios. Ahora se ofrecen los frutos de la redención, y Pedro invita al arrepentimiento y a la conversión, prometiendo el perdón de todos los pecados, incluso el de haber matado al autor de la vida.

Es posible que sorprenda, en medio de la alegría pascual, la insistencia en el recuerdo de los pecados de los hombres, de nuestros pecados. Pero precisamente ahí está la importancia del mensaje pascual. La resurrección de Jesús, su victoria sobre la muerte no es una evasión de la realidad en que vivimos. Cada uno de nosotros conoce su propia historia, sus contradicciones interiores, sus combates entre el bien y el mal. Y si consideramos el mundo en el que vivimos no podemos dejar de constatar el cúmulo de egoísmos, ambiciones, injusticias y violencias que oprimen a los hombres, que arrancan lágrimas y quejas, que son fuente de dolor y sufrimiento. Y toda esta realidad, nos dice la Escritura, es consecuencia de esta actitud del hombre que llamamos pecado, de su desobediencia a Dios. Y el único remedio es Jesús, muerto y resucitado.

Por esto, san Juan, en la segunda lectura, ha recordado que Jesús, el resucitado, víctima de propiciación por nuestros pecados y por los de todo el mundo, está ante el Padre intercediendo por nosotros. Si aceptamos como auténtica esta realidad, si confesamos que conocemos a Jesús, se impone una decisión: hemos de evitar el pecado, hemos de guardar los mandamientos. Aceptar a Jesús, el resucitado, lleva consigo una unión estrecha entre fe y acción. Únicamente así sabremos que conocemos a Dios y que permanecemos en él en íntima comunión.

P. Jorge Gibert, OCSO


II Domingo de Pascua - Domingo de la Divina Misericordia

“Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado”. El evangelista Juan recuerda hoy la iniciativa de Jesús de presentarse en medio de sus discípulos, para ofrecerles el don de la paz, el don mesiánico por excelencia, que Jesús ha obtenido con su victoria sobre el pecado y la muerte. Este encuentro impulsa la fe de los discípulos presentes, los cuales se llenaron de alegría al ver al Señor, una alegría que va más allá del hecho de encontrar de nuevo al Maestro. Jesús, que había sido enviado por el Padre, envía ahora a los discípulos para que convenzan a los demás de la victoria pascual, confortados por el Espíritu que les acompañará en su misión y les capacitará para otorgar el perdón de los pecados, reconciliar a la humanidad con Dios e introducirla en la verdadera paz.

Pero este anuncio suscita la reticencia de Tomás, que no estaba presente en aquel momento. No le basta el testimonio del resto de los discípulos, y afirma que sólo creerá cuando, personalmente, haya podido experimentar lo que afirman sus compañeros. La duda de Tomás ha tenido un valor apologético en la historia de la Iglesia y lo tiene aún para nosotros. El reto de Tomás es aceptado por el Señor, que ocho días más tarde se ofrece a la experiencia del discípulo incrédulo. Éste no sólo acepta el hecho de la resurrección, sino que proclama la dignidad mesiánica de Jesús, al proclamar: “Señor mío y Dios mío”.

El anuncio cristiano descansa sobre el testimonio de los que han visto al Resucitado. La fe pascual de los discípulos es fruto de la experiencia concreta: han visto y han creído. La fe de los que después de ellos han de creer sin haber tenido tal experiencia tiene como fundamento el testimonio de los apóstoles, que reciben del Resucitado la misión de anunciar la experiencia pascual. Estos tales, que somos nosotros, son declarados dichosos. Sin duda habrá muchos que les pasará como a Tomás, que tendrán dificultad en creer sin haber visto. La auténtica fe cristiana se basa no sobre las pruebas sensibles sino sobre la palabra del Señor transmitida de generación en generación. Esta es la realidad que como Iglesia hemos de vivir y testimoniar, en la convicción de poseer el mismo Espíritu comunicado por el Resucitado a sus discípulos la noche de Pascua.

La segunda lectura habla también de la fe. San Juan afirma que el que cree ha nacido de Dios, posee la vida. Esta fe es creer en Jesús, que ha demostrado ser el Hijo de Dios por medio del agua y de la sangre, es decir en el bautismo del Jordán y en la Cruz. Pero la fe en Jesús, la fe que puede vencer al mundo, no es una fe abstracta referida a hechos pasados, sino una fe que anima la vida, que nos lleva a observar los mandamientos, y, sobre todo, que nos lleva a amar a los hermanos con un amor semejante al que Jesús ha demstrado con su vida y su muerte.

Nuestra fe en Jesús ha de manifestarse, no solamente con las palabras, sino en la vida de cada día de todos nosotros, que formamos la comunidad de los creyentes. Lucas, en la lectura de los Hechos de los Apóstoles, describe cómo ha de ser la comunidad cristiana, y el primer criterio es el de la comunión en el vivir, pensar y actuar, que llega hasta poner en común todo lo que poseían: vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos. Tal modo de actuar, que va más allá de las tendencias de la naturaleza humana es fuente de alegría para los que la viven, y para los demás motivo de admiración y testimonio que convence a los que aún no creen.

Aunque celebrar la Pascua quiere decir recordar cuanto ha hecho por nosotros el Señor Jesús, también es una llamada a responder con generosidad, para asegurar la vocación que hemos recibido y aceptado en el bautismo, y a trasmitirla con nuestro testimonio a los demás hombres, nuestros hermanos.

P. Jorge Gibert, OCSO



Domingo de Pascua

“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. El evangelio ha hablado simplemente de una tumba vacía y de unos hombres que sólo ven unos lienzos dónde había sido depositado el cuerpo de Jesús. El evangelista afirma: “Vieron y creyeron”. ¿Creyeron en qué? Afirmar la resurrección de Jesús, creer en ella, plantea muchos más problemas de lo que podría parecer a primera vista. Y por otra parte, es el fundamento esencial de nuestra condición de cristianos. San Pablo lo dijo claramente: “Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana y somos los más desgraciados de los hombres”.

    Creer en Jesús y en Jesús muerto y resucitado no es fácil. En una ocasión, Pablo de Tarso, se permitió hablar de la resurrección de Jesús ante el Areópago de Atenas, pero sólo cosechó risas e indiferencia. Y con todo, esta es nuestra fe, y no podemos ni debemos de avergonzarnos de proclamarla. A los primeros discípulos se les concedió poder ver al resucitado: “Hemos comido y bebido con él después de su resurrección”, decía Pedro en la primera lectura. Los demás, los que no hemos tenido esta posibilidad, hemos de imitar a Pedro y a Juan, cuando visitaron la tumba vacía en la mañana de Pascua. Vieron sólo el lugar vacío y unos lienzos abandonados. Pero, como dice el evangelista, vieron y creyeron.

    Hemos de ser muy realistas y darnos cuenta de que este cuadro tiene también sus sombras. Pueblos que fueron ejemplares en recibir y vivir la fe de Cristo, como el próximo oriente y el norte de Africa, han dejado de ser cristianos hoy día, o sólo conservan reducidas minorías. Entre naciones que, por su fe profesada y vivida, escribieron páginas gloriosas de la historia, hoy día va decayendo el espíritu cristiano, dejando espacio al escepticismo o a la indiferencia, cuando no a un rechazo de Jesús, de su evangelio, de su resurrección.

    Porque creer en el resucitado no es una cuestión de carácter únicamente intelectual. Jesús resucitado exige un cambio de vida. Exige buscar los bienes de arriba, no los de la tierra, exige morir al pecado, al egoísmo, echar fuera la levadura vieja, la levadura de la corrupción de que habla el apóstol Pablo. Y es aquí donde empiezan las dificultades. Es fácil, o al menos es menos difícil aceptar ideas, principios, afirmaciones. El problema se complica cuando estas ideas reclaman actitudes, tomas de posición, cuando piden que uno se comprometa e inicie un nuevo modo de vida.

    Quienes nos hemos reunido hoy para confesar nuestra fe en Jesús resucitado, lo hemos hecho en fuerza del Espíritu de Dios que él mismo nos ha comunicado, pues sin él no podemos confesar que Jesús es el Señor victorioso. No permanezcamos sordos a la acción del Espíritu, dejémonos llevar por él para vivir una vida nueva como Jesús espera de nosotros.

P. Jorge Gibert, OCSO


Misa de la Vigilia Pascual

“Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro”. La fidelidad que demostraron esas mujeres al Señor, permaneciendo junto a él en la tarde del viernes santo, cuando los discípulos se habían dispersado, es la que les lleva a prestar este homenaje al que murió en la cruz. Pero al entrar en la sombra del sepulcro se encuentran con un persnaje vestido de blanco que les dice que el crucificado no está aquí, que ha resucitado y las envía a comunicar a los demás discípulos que va por delante de ellos a Galilea. Buscaban el cuerpo de Jesús y se les dice que ha resucitado. Esperaban encontrarlo en el sepulcro y resulta que les va por delante a Galilea. En lugar de embalsamar un cadáver reciben el nuevo encargo de anunciar la resurrección de Jesús.

Marcos deja entrever la sorpresa, más aún, el espanto y el miedo que tal noticia produce en aquellas mujeres, que salen corriendo, sin tan sólo cerciorarse de que el sepulcro está realmente vacio. En efecto, la buena nueva pascual no es algo que el espíritu humano puede aceptar sin quedar profundamente desconcertado. Para superar esta sorpresa es necesario permanecer en silencio y esperar que Dios ilumine para alcanzar la verdad, y poder después actuar de acuerdo con ella. Esta noche la Iglesia invita a escuchar el anuncio pascual en el ambiente de fiesta y de alegría.

Con los signos de la nueva luz y del cirio, saludamos a Aquel que ha destruído definitivamente las tinieblas y la muerte, que es la luz verdadera que brilla en la tiniebla y alumbra a todo hombre. A la luz de, Resucitado, la liturgia de la palabra ha subrayado algunos momentos y aspectos de la historia de la salvación. Estas lecturas no son una nostálgica mirada dirigida a tiempos pasados, sino una toma de conciencia de la voluntad salvadora de Dios, que a través de los tiempos ha ido preparando la victoria pascual de Jesús.

El relato de la primera creación evocaba la Palabra creadora de Dios, que por su Espíritu fecunda contínuamente el universo; el hombre con sus valores y límites; la intrínseca bondad de la obra de Dios, la cual, no obstante el pecado del hombre que trata de deformarla sin cesar, merece una nueva y definitiva intervención divina, que es precisamente nuestra redención.

La figura de Abrahán, que creyendo en la palabra de Dios, esperando contra toda esperanza, incluso cuando las promesas que se le habían hecho parecía que estaban para ser anuladas por el mismo que las había hecho, es el modelo para nuestra fe personal en la vida de cada día.

El paso del mar Rojo, típica intervención de Dios en la historia para salvar a los que creen en él, es también al mismo tiempo imagen de lo que se realizado en el bautismo que todos hemos recibido.

Los fragmentos del libro de Isaías, del profeta Baruc y del profeta Ezequiel aseguran que Dios no cesa nunca de manifestar su amor, que se ha concretado en la alianza ofrecida a los hombres por Dios y que en Jesucristo ha llegado a ser la alianza nueva y eterna.

Finalmente Pablo explica la relación que existe entre la resurrección de Jesús y nuestro renacimiento espiritual por el bautismo, que nos dispone a vivir una vida nueva por la fuerza del Espíritu Santo que hemos recibido.

Adoctrinados por estas enseñanzas, renovamos las promesas bautismales, para responder con decisión a la llamada de Dios e iniciar una vida nueva.

A nosotros no se nos concede como se concedió a los apóstoles ver con nuestros ojos al Señor resucitado, pero conviene acoger el anuncio de la resurrección con agradecimiento y silencio, de modo que, con el espíritu renovado, con una fe ardiente, podamos ser testigos de la victoria del Señor, anunciando con nuestra palabras y sobre todo con nuestra vida, que el Señor ha resucitado realmente.

P. Jorge Gibert


Viernes Santo


“Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.

Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron”. Esta página del libro de Isaías fue objeto de atenta meditación para las primeras generaciones cristianas para entender el escándalo de la Cruz. En efecto, la muerte de Jesús de Nazaret plantea una serie de cuestiones no fáciles de resolver. Sabemos muy bien por experiencia el abismo que existe entre el hablar del triunfo de la Cruz y la realidad de la persecución, del sufrimiento, del fracaso, de la enfermedad, de la muerte, cuando nos tocan de cerca y los experimentamos en nuestra propia carne. Pero el sufrimiento del Siervo de Yahvé no es algo morboso, un complacerse en el dolor y en la contradicción sin más. El texto lleva hacia una visión positiva, anuncia una luz, una salvación para tanta gente, la eficacia de un gesto inaudito, que nuestra sensibilidad acepta con dificultad.

En esta misma línea, la segunda lectura ofrece la descripción de la muerte, no ya de un personaje desconocido, sino del hombre Jesús, el cual, en los días de su vida mortal, ofreció ruegos y súplicas, con poderoso clamor y lágrimas, y, experimentando la obediencia con lo que padeció, fue escuchado por su actitud reverente. El autor de la carta a los Hebreos propone a nuestra contemplación a Jesús, que para llevar a término la propia misión, se comportó como un hombre sujeto a la angustia, al dolor, como el Pontífice definitivo, que entrando en el santuario del cielo, obtiene la salvación eterna para todos los que le obedezcan.

El relato de la Pasión según san Juan ha subrayado el aspecto glorioso de Jesús, que exaltado en la Cruz, atrae a todo el mundo, para manifestar la gloria que el Padre le ha reservado. En la escena del huerto de los Olivos, la afirmación YO SOY, alude a la teofanía del Sinaí, y aunque puede hacer caer en tierra a sus mismos perseguidores, libre y generosamente abraza la suerte que le espera. En su coloquio con Pilato, el Señor no duda en afirmar su realeza mesiánica, cambiando así los papeles, demostrando que es él, Jesús el verdadero juez, y que los juzgados, pero no condenados, son todos los demás, incluído el procurador romano.

La presencia de María al pie de la Cruz y las palabras que el Hijo dirije a su Madre, evocan que ha iniciado el reino de Jesús, la nueva creación, en la cual no falta una mujer, llamada a ser la Madre de todos, y que, al contrario de Eva, será fiel a su vocación. Y Jesús, desde la Cruz anuncia que su obra está cumplida y entrega su Espíritu. En la mente del evangelista, la muerte de Jesús adquiere una dimensión teológica: desde la cruz devuelve al Padre el Espíritu que estuvo presente en su concepción, que se posó sobre él en el bautismo de Jordán, que le acompañó en su ministerio para realizar sus signos, y que, después de su resurrección, dará a todos los que crean en él, como signo de que han llegado los tiempos mesiánicos, anunciados por el profeta Joel.

Hoy, como Iglesia, elevamos nuestras oraciones para acoger a todo el universo, creyentes e incrédulos, cristianos y miembros de otras religiones. La solemne plegaria del Viernes Santo ha de hacernos sentir en verdad católicos, universales, superando los estrechos límites de nuestro habitual egoísmo. Y después de haber orado, veneramos la Cruz, signo de nuestra salvación. La Cruz es  intrumento de la Pasión del Señor y nos invita a recordar su significado. El beso que daremos a Cristo clavado en la Cruz ha de ser un beso que nace del corazón y de la mente, es decir del amor y de la fe. Ha de ser como un compromiso aceptado con seriedad, no una ficción, y menos aún un beso como el de Judas, en el huerto de getsemaní, beso de traición y de muerte.

P. Jorge Gibert, OCSO


Jueves Santo

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Hoy, la primera lectura evoca el sentido de la Pascua hebrea, que es un rito antiquísimo, nacido entre pastores nómadas, y que después fue recogido por Moisés como signo de la nueva intervención de Dios en la historia de su pueblo, como fue la liberación del yugo egipcio y el inicio del camino de la libertad. Jesus, en la noche en que iban a entregarlo, sentado en la mesa con sus discípulos, repitió aquel rito pascual dándole un nuevo significado. El pueblo continua necesitado de liberación, Dios está dispuesto a intervenir de nuevo; pero ahora no será la sangre de un cordero el signo que protegerá al pueblo sino la sangre del Hijo del hombre que será inmolado en la cruz. San Pablo, en la segunda lectura, ofrece la versión cristiana del rito pascual, en el cual el pan y el vino son signos del cuerpo y de la sangre de Jesús, que anuncian y hacen presente la salvación que Dios nos ofrece, hasta el momento en que participaremos con Jesús en la gloria del Padre y la salvación será realidad para cada uno de nosotros.

El evangelio de san Juan, en lugar de recordar el rito pascual cristiano, describe la escena del lavatorio de los pies de los discípulos por parte de Jesús, el cual sabiendo que “el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y se pone a lavar los pies a los discípulos”. El gesto de Jesús de lavar los pies de los discípulos significa que ha venido hasta nosotros para servirnos, no para ser servido, ha venido para asumir nuestras miserias, para participar en verdad de nuestra vida humana. Dios, el Creador, ha amado tanto al hombre, al hombre pecador, que se ha puesto a su servicio, ha dado la vida por él, hasta morir clavado en la cruz. “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vsotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”. Jesús no invita simplemente a repetir el gesto material de lavarnos los pies unos a otros. Jesús pide mucho más. Nos pide que le imitemos en su gesto de dar la vida por los hermanos.

San Juan, al substituir, en la narración de la última cena, la institución de la eucaristía por el lavatorio de los pies, quiere indicarnos la exigencia que comporta reunirnos para participar del sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor. En efecto, ¿de qué sirve asistir a la misa, participar en los cantos, escuchar las lecturas, sumir el pan consagrado, si, al salir de la celebración, continuamos siendo como antes de entrar? A modo de ejemplo: si seguimos pretendiendo ser el centro del universo, imponiendo a los demás nuestro punto de vista o nuestr capricho, si tratamos de continuar medrando en bienes temporales aprovechándonos de la debilidad o de la candidez de los demás, si usamos a los demás como objeto para saciar nuestras pasiones, si no nos damos cuenta que los bienes que la vida a puesto a nuestra disposición han de ser administrados para el bien común y no sólo para nuestro provecho, si nos desentendemos de las obligaciones sociales y políticas, para permanecer en una cómoda traquilidad, qué sentido tiene participar del pan partido que es el cuerpo de Jesús? Que esta celebración del Jueves Santo deje grabadas en nuestro corazón las palabras que Jesús nos ha dicho hoy: “Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vovotros lo hagáis también”.
P. Jorge Gibert, OCSO

Domingo de Ramos en la pasión del Señor - Ciclo B

“Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás, gritaban:

Viva, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Viva el Altísimo!”.

Ya a finales del siglo IV, el domingo anterior a la Pascua, el pueblo de Jerusalén, con palmas y ramos en las manos, repetía la entrada solemne de Jesús en la ciudad santa, antes de iniciar su pasión. Esta costumbre ha llegado hasta nosotros y, en la procesión, aclamamos a Jesús como Rey y Mesías, tal como lo hicieron las muchedumbres de Jerusalén que le saludaron como Hijo de David, Rey de Israel, entonando jubilosos el Hosanna. Todos ellos habían seguido sus enseñanzas y admirado sus milagros. Pero el triunfo de aquella entrada tuvo un carácter efímero y pasajero. El entusiasmo de los que aclamaron a Jesús el domingo de Ramos no duró, ya que aquellas mismas multitudes, hostigadas por las autoridades del pueblo, solicitaron el viernes santo  su crucifixión. El domingo de Ramos recuerda que Jesús entra en Jerusalén para ofrecerse a sí mismo, humilde y obediente, a la voluntad del Padre. Jesús es Rey, Mesías, Hijo de David, no porqué lo aclaman como tal las muchedumbres, sino porque libremente, por amor, dará su vida en el madero de la cruz.

            El fragmento del libro de Isaías de la primera lectura describía a un personaje del que no se nos da el nombre y que la tradición, tanto judía como cristiana ha decidido llamar “Siervo de Dios”. Hombre notable por su rectitud y su fuerza de ánimo aparece siempre dispuesto a cumplir voluntad de Dios, aunque esto le acarree dolores y ultrajes. La razón de su aguante no es otra que la confianza amorosa que ha puesto en Dios y que le asegura que Dios no abandona nunca a los que él ama. El “Siervo de Dios” ayuda a entender el misterio de Jesús, que se entrega por amor.

            Lo que anunciaba de modo velado la profecía de Isaías, Pablo lo describe con incisivas palabras: Jesús, a pesar de ser Dios y tener conciencia de serlo, no ha dudado en rebajarse, hasta hacerse hombre, pasando por uno de tantos. Sometiéndose a la muerte como cualquier mortal, permaneció fiel hasta dar su vida clavado en la cruz, el ignominioso patíbulo que los romanos habían impuesto. Pero precisamente por esto el Padre lo ha exaltado, le ha dado un nombre que está por encima de cualquier otro nombre y toda la creación se postra ante él.

            Finalmente, la palabra del evangelista Marcos permite seguir paso a paso los últimos momentos de la vida terrena de Aquel que, por amor nuestro, se ofreció al Padre. El texto sagrado invita a seguir los diversos momentos del drama: como se fraguó la traición de Judas, uno de los doce; la cena pascual que anticipa litúrgicamente el misterio de la cruz; la agonía en el huerto y los detalles del prendimiento, juicio y pasión del Maestro hasta llegar al grito angustiado del crucificado, haciendo suya la oración del salmo 21: Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Las lecturas de este domingo nos ayuden a comprender cual ha de ser nuestra actitud, para no entregarlo como Judas, para no negarlo como Pedro, para no abandonarlo como los demás discípulos, para no imponerle la pasión y muerte como las autoridades judías y romanas, para no limitarnos a ofrecer servicios póstumos a un cadáver. Más bien, que como el centurión pagano lleguemos a confesar: Realmente este hombre es Hijo de Dios. La Pasión de Jesús terminó ciertamente para Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre,  pero continua teniendo lugar en tantos de aquellos pequeños que él mismo reconocía como hermanos suyos. Sus palabras:”Lo que hicísteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicistéis”, podrían entenderse en el sentido de que lo que me hicisteis un día, hoy continuáis haciéndolo en mis pobres hermanos.


P. Jorge Gibert OCSO

V Domingo de Cuaresma-Ciclo B


“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto”. El texto evangélico que se proclama en este domingo nos sitúa en los días que precedieron a la pasión y muerte de Jesús, y ayuda a conocer los sentimientos que embargaban su ánimo. Seguramente puede sorprender que hable de sufrimiento, de dolor y de muerte. Aunque cueste aceptarlo, dolor, sufrimiento y muerte los encontramos en nuestro mundo, malherido por las injusticias, por el mal reparto de los bienes, los encontramos en los hospitales, cárceles y campos de concentración, en todos los lugares dónde el hombre explota a sus semejantes sin misericordia. A menudo nos preguntamos por qué Dios permite tantas desgracias, y a veces le culpamos a Él de ello, sin darnos cuenta que son nuestro egoismo y nuestra ambición los que causan el mal y el dolor que oprimen el mundo. Hemos nacido para la vida y en nosotros surge imperioso el deseo de la felicidad y del bienestar, pero si no encauzamos debidamente este mismo deseo, en lugar de ser fuente de vida lo será de muerte y desolación.

Sólo desde la perspectiva de la fe es posible comprender y aceptar este misterio de dolor, sufrimiento y muerte. Hoy Jesús intenta explicarnos este aspecto de la existencia, con el simil del grano de trigo que aparentemente muere y se descompone, pero que se convierte en principio de vida, y que alude claramente a su propia experiencia. En efecto, Jesús habla de la próxima glorificación del Hijo del hombre, es decir de sí mismo, y así conduce a sus interlocutores al significado real de los acontecimientos que está para vivir en la Pascua. Para llegar al triunfo de la Pascua Jesús ha de pasar necesariamente por la prueba de la muerte. Por eso proclama: “Cuando yo seré elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. La muerte que le espera en la cruz será victoria para él y para todos los que creerán en él.

Pero a pesar de esta visión optimista que Jesús tiene de su propia muerte, el evangelista muestra el aspecto humano de Jesús, sensible a la realidad del dolor y del sufrimiento. Las palabras que pone en sus labios dejan entrever la angustia que embargaba su espíritu: “Ahora mi alma está agitada, y, ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”. Vemos a Jesús sumido en una angustia atroz que le desgarra, pero al mismo tiempo, su amor al Padre y a nosotros, le mantiene fiel a la plegaria, para poder ser dócil en el cumplimiento de la voluntad de aquel que le ha envíado.

En este mismo sentido van las palabras de la carta a los Hebreos, que recordaba a Jesús orando a gritos y con lágrimas, presentando oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte. Y se nos dice que Dios le escuchó ciertamente, pero sin ahorrándole la muerte, pues para eso había venido, sino dándole la posibilidad de superarla con la resurrección gloriosa. El autor de la carta se complace en insistir que “aprendió, sufriendo, a obedecer”. Jesús no desmayó ni se hizo atrás, aguantó hasta la consumación: por eso es autor de salvación eterna para todo el que cree en él. El dolor, el sufrimiento y la muerte sólo podemos asumirlos desde la perspectiva de la fe en Jesús. Pero creer significa vivir lo que él vivió y con el mismo espíritu con que él lo vivió. Por eso hoy el evangelio concluye diciendo: “El que quiera servirme, que me siga. El que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna y estará dónde estaré yo”.

Decía Juan que algunos no judíos, venidos a Jerusalén para celebrar la fiesta de Pascua. deseaban ver a Jesús. Ojalá que quienes celebramos hoy esta Eucaristía tengamos también el deseo de ver y conocer mejor al Jesús, en quien creemos, y que es el fundamento de nuestra esperanza, y nos esforcemos en vivir en comunión con sus padecimientos, hasta hacernos semejantes a él en su muerte y en su resurrección.

P. Jorge Gibert, OCSO


IV Domingo de Cuaresma-Ciclo B

“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él, tenga vida eterna”. La historia de Israel recuerda que cuando cruzaban el desierto hacia la tierra prometida, sufrieron la modedura de serpientes venenosas, y que Moisés, por indicación de Dios, hizo una serpiente de bronce, que colocada sobre un palo, curaba a los que la miraban con fe. La intención de Jesús, al recordar este episodio bíblico, es preparar a los suyos a entender la muerte que le esperaba sobre el leño de la cruz, no insistiendo tanto en lo que suponía para él mismo, sino en lo que signiificaba para nosotros, es decir la promesa de vida y de salvación que nos obtiene. Quién contemple con fe a Jesús elevado en la Cruz, obtendrá la salvación, tal como los israelitas que miraban la serpiente de broce, alcanzaban su curación.

El evangelista nos informa que este signo es manifestación del gran amor que Dios siente por la humanidad, por cada uno de los hombres y de las mujeres, porque Dios no quiere la condenación de nadie, sino la salvación de todos. Conviene insistir en este aspecto, porque, a menudo, debido a una catequesis mal planteada, se ha propuesto una imagen falsa de Dios, descrito como un juez riguroso siempre dispuesto a descargar sobre los pobres humanos su castigo. Este no es el Dios de los cristianos. Hay que repetir con fuerza que Dios ama, que Dios nos busca, que nos ofrece el perdón y la vida. Y si ha de haber condenación para alguien, el evangelista afirma con énfasis, que no será Dios que la imponga. Sólo se condena quien se cierra en si mismo, quien no quiere dejarse iluminar por la luz, quien prefiere las tinieblas a la luz que se nos ha manifestado en Jesús. Quién obra el mal, dice san Juan, se esconde, no quiere que la luz muestre sus obras, y con esto se pone a sí mismo fuera del camino que conduce a la via.

Hoy, la primera lectura invita a recordar que el universo entero es obra del amor de Dios, que en repetidas ocasiones ha buscado el bien de todos. Pero los humanos no queremos escuchar a Dios, preferimos dejarnos llevar por nuestros intereses, por nuestras pasiones, olvidando los bienes recibidos y haciendo el mal. Cuando cosechamos los frutos de tal actitud, nos volvemos hacia Dios, pidiendo ayuda, y Dios vuelve de nuevo a hacer el bien para convencer de una vez. En este forcejeo entre Dios y la humanidad, Dios ha dado la máxima prueba de su voluntad poniendo en nuestras manos a su propio Hijo, al cual hemos clavado en la Cruz, cual gesto de desesperación para ver si, por fin, Dios nos dejaba en paz, si nos abandonaba a nuestra suerte.

Abundando en lo dicho por el evangelista, Pablo insiste en recordar que Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Jesús, y así estamos salvados por pura gracia. Al tema del amor de Dios que salva, que hace lo imposible para atraerse al hombre y hacerle participar de su vida, Pablo añade la dimensión de gratuidad ligada a la salvación. No son nuestras obras que nos salvan, no tenemos ningún título para exigir algo de Dios: sólo el amor libre de Dios, busca sólo perdonar, establecer nuevos lazos de unión y de amor, a pesar de nuestras continuas deficiencias. Salvados por gracia y mediante la fe, Dios espera de nosotros que nos dediquemos a demostrar con hechos la fe que decimos profesar, a cumplir con las buenas obras nuestro agradecimiento por haber sido salvados.

Hay quien piensa que los cristianos, con nuestra fe en el Dios que salva, demostramos tener poca confianza en el hombre, en sus posibilidades. Y en consecuencia se hacen esfuerzos por construir una sociedad en la que Dios queda marginado, sino desterrado. Pero el hombre, dejado a sí mismo, acaba por sucumbir a su egoísmo, y los resultados los podemos ver constantemente en el mundo en que vivimos. Los cristianos no somos pesimistas en relación con la humanidad, sino más bien realistas. En esta fe continuemos nuestro peregrinar, llenos de alegría y confianza, hacia la Pascua ya cercana.

P. Jorge Gibert, OCSO


III Domingo de Cuaresma - Ciclo B


“Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí”. La primera lectura de este domingo del libro del Exodo, ha recordado los diez mandamientos que Israel recibió de Dios por medio de Moisés, el núcleo de la Alianza que Dios estableció con su pueblo, y sobre el cual descansa tanto la fe de los judíos como la de los cristianos. La Biblia narra cómo Dios, en su misericordia, se fijó en un grupo que gemía esclavizado en Egipto, para hacerle salir al desierto. En su peregrinar, junto a la montaña del Sinaí, y por medio de Moisés, Dios hizo con ellos un pacto para que se convirtieran en un pueblo libre, dedicado al culto de Dios. El decálogo era la norma de este culto deseado por Dios de aquella gente. Es decir Dios esperaba de aquellos hombres y mujeres que viviesen según los principios contenidos en el Decálogo.

Los diez mandamientos era el marco que aseguraba la estructura social del pueblo, la protección de los indefensos y la garantía de la convivencia de la comunidad. El decálogo no es una invención arbitraria que el pueblo habría atribuído a Dios. Los mandamientos contienen los grandes principios de la ley natural, y señalan la base necesaria para que la sociedad humana pueda ser justa y pacífica, y no una selva despiadada bajo la ley del más fuerte. Hay quien opina que un Dios que dice amar, un Dios que llama a los hombres a la libertad, de hecho se contradice al imponer leyes como los mandamientos. Pero libertad no es sinónimo de anomía ni de anarquía. Se puede decir que, según el mensaje bíblico, Dios quiere ser amigo de los hombres y en los mandamientos ha indicado los límites mínimos para agradarle y permanecer en su amistad.

Pero el hombre, por su manera de ser, necesita signos que le recuerden sus compromisos y así apareció en el pueblo escogido una forma de culto celebrado en un santuario, para recordar que el verdadero culto era una vida según los preceptos de la alianza. Pero poco a poco el culto del templo se fue convirtiendo en signo vacío, al faltar la fidelidad en la vida. Aquel culto mereció la crítica de los profetas, por haber quedado reducido a un gesto que tranquilizaba las conciencias de los que no vivían según la voluntad de Dios. Es desde esta perspectiva que ha de entenderse el gesto anómalo y vehemente realizado por Jesús y que sorprendió a sus paisanos y las autoridades del pueblo.

En efecto, Jesús entra en el templo de Jerusalén y expulsa a los que vendían animales para los sacrificios y vuelca las mesas de los que cambiaban monedas para el pago del tributo. Con su gesto, Jesús anuncia que ha llegado el momento del comienzo de un orden nuevo en el ámbito del servicio a Dios. Los responsables del templo, inquietos, le preguntan con qué autoridad se permetía actuar de aquella manera. Y Jesús les dice: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. El signo que le piden será dado en la resurrección que sigue a su muerte en la cruz, y que abre definitivamente tiempos nuevos de salvación.

El evangelio de hoy termina con una constatación importante. Jesús dice que no se fiaba de todos los que decían creer en él. Sabía que su fe era muy superficial, demasiado ligada a los signos que hacía, no fruto de una adhesión total de amor y obediencia. Los mismos discípulos, que le seguían de cerca, que decían creer en él, cuando sobrevino la pasión, le dejaron, huyeron. Solo el signo de la resurrección les convenció de la potencia del Señor y convirtió sus corazones. Dios nos propone como único signo y única sabiduría a Jesús crucificado, que si no es contemplado bajo la luz de la fe, es escándalo y necedad. Dispongamos nuestra conciencia para aplicarnos más y mejor a vivir según los mandamientos de Dios, de modo que nuestro culto sea testimonio de una fe que se traduce en obediencia.

P. Jorge Gibert, OCSO

II Domingo de Cuaresma


“Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos”. Si el domingo pasado se nos invitaba a recordar el austero ayuno de Jesús en el desierto, hoy se nos invita a contemplarlo en la gloria de la transfiguración. Los días de oración y árdua lucha con la tentación contrastan con la visión de paz y gozo de la escena del Tabor. Los dos aspectos se complementan, porque la Transfiguración no es una evasión de la misión de Jesús ha asumido en cumplimiento de la voluntad del Padre. La gloria de Jesús entre Moisés y Elías, la Ley y los Profetas del Antiguo Testamento, es la gloria del Hijo Unigénito que el Padre no ha dudado de entregar para la salvación de los hombres, sin ahorrarle ni siquiera la cruenta muerte en la cruz. Las palabras que, desde la nube, oyeron los discípulos recuerdan que la obra iniciada por Jesús tendrá un final glorioso, en la resurrección, pero el camino que a ella conduce pasa por la dureza de la cruz, por la pasión que le espera al Señor en Jerusalén.

En la segunda lectura, san Pablo, escribiendo a los Romanos, ofrece una pista para entender las palabras del Padre. Dios nos ama por pura bondad, gratuitamente, a pesar de que somos pecadores, y porque nos ama, ha dispuesto un plan para permitirnos llegar a ser hijos y herederos suyos. Por esta razón ha enviado a su Hijo, el Unigénito, el amado, para que llevase a término la obra de nuestra salvación. Y el Apóstol subraya que Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo ha entregado por nosotros en el misterio de Pascua, en la muerte y resurrección de Jesús, constituído Señor y Mesías, que está ahora sentado a la derecha del Padre. Por parte de Dios y de Jesús, nuestra salvación es segura, pero a nosotros nos toca colaborar, para hacer nuestra esta salvación que se nos ofrece, mediante la fe que se traduce en buenas obras.

Cuando Pablo se atrevió a decir que Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte, sin duda tenía presente el episodio que ha recordado la primera lectura, el llamado sacrificio de Isaac, que es, sin duda, una de las páginas más dramáticas de la Biblia. La finalidad original de la narración parece ser el deseo de educar a la humanidad en contra de los sacrifios humanos entonces habituales, en una época religiosamente subdesarrollada. El autor del texto sagrado coloca este mensaje en una narración en la que aparecen en juego la fe y la obediencia de Abrahán. El patriarca, que habiendo creído en la promesa que le hizo Dios, había dejado patria, tierras y familia y se lanza a peregrinar, precisamente en el momento en que palpa, por decirlo así, la promesa de Dios en la carne de su hijo Isaac, es invitado a ofrecerlo en sacrificio. Isaac no es únicamente un hijo de Abrahán: es el hijo, el hijo único, el que ama, el hijo de la promesa, el comienzo de la bendición divina. El texto hace sentir lel drama de aquel hombre, que se siente herido en su propia carne, que se siente desgarrado en su propia fe.

Aquel hombre que un día había renunciado a su pasado, es invitado ahora a renunciar a su futuro. Pero Abrahán no duda, su fe es más fuerte que sus sentimientos de padre, y creyendo en la esperanza contra toda esperanza, porque sabe que Dios no puede ser infiel a su promesa y que puede devolver a la vida incluso los que han muerto, no se vuelve atrás. La fe de Abrahan triunfa y recibe de nuevo al hijo de la promesa. La tradición cristiana, reflexionando sobre esta página ha visto en Isaac la figura de Jesús, ofrecido por el Padre y no perdonado, en un sacrificio que sellará para siempre las promesads divinas y obtendrá la salvación de los hombres. En nuestro caminar cuaresmal, mientras tenemos ante nuestra mirada la victoria de Pascua, sin pretender construir tiendas para gozar de la paz del Tabor, sin miedo a renunciar lo mejor de nosotros mismos, dejemos espacio para que el Espíritu de Dios obre en nosotros la salvación, de manera que podamos participar un día en el triunfo del Hijo de Dios.

P. Jorge Gibert, OCSO



I Domingo de Cuaresma


“El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas y los ángeles le servían”. Esta experiencia que Jesús vivió en el desierto está al origen de la cuaresma cristiana. Lo que en un principio fue un tiempo de preparación para los catecúmenos que debían recibir el bautismo la noche de Pascua, y para los penitentes que debían ser reconciliados el jueves santo, se ha convertido, para todos los que creemos en Jesús, en una invitación a la  reflexión y a la conversión, para tratar de descubrir las exigencias del bautismo que un día recibimos, para invitarnos al arrepentimiento de nuestros pecados, para poder llegar a la Pascua con el espíritu renovado.

El relato de la experiencia de Jesús en el desierto que ha conservado el evangelio de san Marcos, aunque muy sobrio, contiene sin embargo los elementos esenciales para comprender lo que representa en el conjunto de la vida de Jesús. En primer lugar habla de la presencia activa del Espíritu Santo, el mismo Espíritu que se posó sobre Jesús en el bautismo del Jordán. El mismo Espíritu, que en el antiguo testamento había guíado a los patriarcas, a Moisés, a los profetas, empuja ahora a Jesús al desierto, para una prueba. Así como Israel pasó cuarenta años en el desierto, después de salir de Egipto, Jesús, que es el verdadero Israel, va al desierto para sostener la prueba de su fidelidad a Dios y obtener la victoria sobre Satanás. Si Jesús puede vencer la tentación es porque posee la fuerza del Espíritu de Dios.

Jesús, en el desierto, como  nuevo Adán, pero fiel a Dios, asume toda la creación para reunirla de nuevo y ofrecerla, purificada y renovada, al Padre. La prueba de cuarenta días en el desierto prepara el encuentro con el Dios de la alianza, que escoge a sus elegidos y les envía para una misión en vista de la salvación de los hombres. Por esto, después de salir victorioso de la prueba, Jesús empieza a anunciar: “Está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed en la Buena Noticia”.

La escena de la tentación de Jesús en el desierto es imagen de la misión que el Padre le encomendó y llevó a cabo. En la segunda lectura, san Pedro ayuda a entender que la existencia de Jesús entre los hombres fue una tentación continua que culminó con la muerte en la cruz. Enviado por el Padre al mundo, proponía a los hombres el camino justo para dejar el pecado y volver a Dios. Pero la humanidad no acepta su invitación. Más aún, porque su predicación ponía de manifiesto la precariedad de la relación de los hombres con Dios, estos no dudaron en infligirle la muerte. Lo mataron como hombre, - la muerte es la gran tentación a la que Jesús aceptó de someterse -, pero como que poseía el Espíritu, lo que parecía una derrota se convirtió en la gran victoria: fue devuelto a la vida, bajó al abismo de la muerte para dar nueva vida a todos los que estaban retenidos por la muerte y el pecado.

En la primera lectura el recuerdo del diluvio universal, el castigo impuesto a los hombres a causa de sus delitos, termina con un mensaje de esperanza. Dios propone a Noé y a los suyos una alianza de paz, de amistad, de perdón. Y Dios se compromete a no volver a castigar a la humanidad, y pone como señal el arco iris. Tal como el cazador o el guerrero que deciden no usar más su arma y la cuelgan del muro, así Dios pone en medio de las nubes su arco, para que los hombres no olviden que tiene pensamientos de paz y no de aflicción. Este mensaje vale también para nosotros, pues aunque nuestra conciencia nos acuse de pecado, hemos de estar seguros de que Dios está bien dispuesto para con nosotros. Ha suspendido su arco, nos ofrece a su Hijo crucificado por nosotros, nos invita a la conversión, a empezar una nueva vida, nos invita a entrar en el combate con Satanás, como Jesús en el desierto, con la seguridad de que la victoria está de nuestra parte, en la medida que sigamos las huellas de Jesús, que nos dejemos convencer por sus palabras, creamos en el Evangelio y nos dispongamos a entrar en el Reino de Dios.

P. Jorge Gibert, OCSO


VI Domingo del Tiempo Ordinario-Ciclo B


“Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: Quiero: queda limpio. Este relato del evangelio de Marcos aparece como algo insólito en el mundo occidental que ha logrado eliminar o reducir al mínimo esta enfermedad. Además de las consecuencias físicas que entrañaba y por el temor de contagio, la lepra estuvo penalizada con duras prescripciones, como las que ha recordado la lectura del libro del Levítico. Los leprosos debían andar harapientos, con la cara cubierta, viviendo separados del resto de la población, evitando lugares habitados, y, en consecuencia, también el templo del Señor. A las dolencias físicas se juntaba una marginación de la vida social y religiosa.

            No es difícil comprender el estado de espíritu de aquel hombre que se atreve a acercarse al Jesús. Seguramente habría oído hablar de él y de los beneficios que obtenían quienes se le acercaban. A aquel pobre enfermo, hundido en el abismo de su infierno material y espiritual, le quedaba una sola esperanza, y así se atrevió a arrodillarse a los pies de Jesús. Confiesa su fe en la potencia del Señor al afirmar que puede limpiarle; y al mismo tiempo suplica con humildad, consciente que no tiene derecho alguno a obtener lo que desea, diciendo: “Si quieres”.

            El evangelista recuerda la compasión que sintió Jesús. El término que usa Marcos no indica un sentimiento superficial de lástima, sino una conmoción en lo más íntimo de su ser. Jesús ve en el leproso el drama de tantos hombresy mujeres que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Y Él ha venido para salvar a estas personas. Repitiendo el modo de expresarse del enfermo, dice: “Quiero, queda limpio”. A las palabras añade un gesto inaudito, tocando al leproso. Según la mentalidad de entonces, tocar a un leproso equivalía a quedar contagiado. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, ha venido al mundo para tocar la miseria humana, para ser uno más entre nosotros, para darnos la posibilidad de quedar limpios e iniciar una nueva vida.

            Contrastando con la compasión manifestada por Jesús, aparece dura la severidad con que impone al pobre hombre no divulgar el hecho de su curación entre las multitudes, sino comunicarlo sólo a los sacerdotes que, según la ley, debían certificar la curación. Jesús quiere evitar que se interprete mal su acción. Jesús no es un curandero que resuelve puntuales problemas. Jesús encarga al leproso curado la misión concreta de hacer comprender a los sacerdotes, y a través de ellos a todo el pueblo, que el Reino de Dios ha llegado, que los signos anunciados por los profetas se están realizando. El modo auténtico de agradecer el favor recibido no es deshacerse en palabras vanas, sino demostrar con su vida el don recibido.

            Si nos preguntamos acerca del sentido que puede tener para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, releer esta página del evangelio, conviene recordar que continuan existiendo miles y miles de personas que sufren en su cuerpo graves enfermedades y en su espíritu se sienten marginadas; personas que no hallan ni aprecio ni compasión entre sus hermanos, ya sea por causa de sus propias acciones, ya sea porque no logran integrarse en los parámetros, no siempre justos, que rigen en nuestra sociedad. Jesús ha venido entre los hombres para salvarlos a todos: quiere curarlos, limpiarlos, reintegrarlos en la comunión fraterna.

            Pero, ante todo, es necesario que queramos dejarnos curar. A menudo nos falta la actitud del leproso. En primer lugar hay que tener conciencia de la propia miseria, para decidirnos a dar el paso y acercarnos a Jesús; después, hay que creer en su poder con humildad, no como si mereciéramos su intervención, sino con el espíritu de pobre del leproso. Solo entonces podremos también oir de los labios de Jesús: “Quiero, queda limpio”. No es fácil pero es necesario esforzarnos en mantener siempre la actitud del leproso del evangelio: acercarnos a Jesús con espíritu humilde, sin exigencias ni pretensiones, manteniendo viva la fe profunda en el amor que Dios nos tiene, este amor que todo lo puede y que ha de ayudartnos, día tras día, a superar las deficiencias propias de nuestra condición humana.

P. Jorge Gibert, OCSO


V Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio y, ¡ay de mí sí no anuncio el Evangelio!”. El apóstol Pablo nos recuerda que su vocación supuso la transformación de un fariseo perseguidor de la primera iglesia en un ardiente heraldo de la buena nueva, del Evangelio que Jesús había anunciado con palabras y signos. Pablo está convencido de que su trabajo apostólico significa dar a conocer el Evangelio para participar él mismo de los beneficios que supone para la humanidad la obra de Jesús. Pero esta disposición de Pablo no es algo que atañe sólo a él, sino que caracteriza a toda la Iglesia, desde Pablo hasta hoy: anunciar el Evangelio con decisión y generosidad, sin buscar compensaciones humanas. Al decir Iglesia no hemos de pensar sólo en el papa, en los obispos o en los presbíteros. Todos los bautizados, si hemos entendido qué significa aceptar el seguimiento de Jesús, estamos llamados a anunciar el Evangelio, la Buena Nueva del Reino, con nuestra vida y con nuestra palabra.

Anunciar el Evangelio de Jesús. Es una frase que se repite a menudo pero que conviene comprender su profundo significado. Jesús vino al mundo para salvar al hombre del pecado y de todas sus consecuencias, la más importante de las cuales es la misma muerte que, queramos o no, angustia y oprime el vivir de los hombres. Hoy escuchamos la lamentación de Job, un hombre que representa a todos los hombres y mujeres que a lo largo de la historia y aún hoy día, están sujetos a la fatiga, a la injusticia, al dolor, al sufrimiento, a la desesperación, a la nostalgia, concientes de la brevedad de la existencia, que se encamina fatalmente hacia la muerte. Job describe con metáforas familiares muy expresivas sus penas para las que humanamente hablando no se vé remedio.

Su problema, como el problema de todos los que le asemejan, sólo encuentra solución en la fe, en la acogida de la Buena Nueva que Jesús ha traído a los hombres. Pues Jesús ha venido para salvar al hombre todo entero, no sólo de las contrariedades de la vida presente sino incluso de la nada que parece esconderse detrás de la muerte: Jesús ha venido a ofrecer la vida y una vida que es más vida que la que vivimos cada día, que no conoce ninguna clase de límite, porque es un don de Dios y en Dios.

El Jesús que delinea el evangelio de hoy ofrece tres rasgos que se complementan mútuamente y señalan cómo interpretar su venida entre los hombres. Marcos habla de la oración de Jesús, que se levanta de madrugada, y se retira en descampado para orar, para orar al Padre, como precisan los otros evangelistas. Jesús, por ser quien es, el Hijo de Dios, tiene necesidad de orar, de estar en comunicación intensa y profunda con el Padre que le ha enviado y que le asiste en todo su ministerio. Es en la oración que Jesús recibe la fuerza de predicar, de anunciar el Reino, de invitar a los hombres a la conversión, a volverse hacia Dios y abrirse a su amor. Éste es el contenido de la Buena Nueva de Jesús, éste es el Evangelio que Pablo anunciaba y que la Iglesia de todos los tiempos ha de continuar haciendo llegar a todos los hombres sin excepción, incluso a aquellos que, por considerarse suficientemente adultos, creen poder prescindir de Dios.

Y para que sus palabras no vuelen con el viento y queden en el corazón de los hombres para dar el fruto conveniente, Jesús se prodiga en favor de los necesitados. Primero es la suegra de Simón Pedro que recibe el beneficio de su presencia. Después de ella son todos los enfermos y poseídos de la comarca. Pero Jesús no se para, continua caminando de aldea en aldea para anunciar el Reino, que es para lo que ha venido. El Señor que constantemente se nos acerca en sus sacramentos, quiere levantarnos de nuestra postración espiritual para que vivamos generosamente al servicio del Evangelio, en bien de todos nuestros hermanos.

P. Jorge Gibert, OCSO


IV Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“Jesús, el sábado, fue a la sinagoga a enseñar, y se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad”. La autoridad que Jesús mostraba al enseñar, quedó confirmada aquel día concreto con la liberación de un hombre que, según afirma el evangelista, tenía un espíritu inmundo. En el ambiente cultural en el que se movía Jesús, se atribuian a espíritus malignos las enfermedades y disturbios que podía padecer la gente. Con este modo de hablar se intentaba expresar que Dios, el Creador bueno y misericordioso, no puede aprobar las enfermedades y demás miserias que afligen a la humanidad. Pero en realidad lo que conviene afirmar es que estas miserias, estos males, de hecho son consecuencia del pecado, que desde el principio hasta hoy, pesa sobre la humanidad, pecado del que Jesús ha venido a librarnos con su muerte y resurrección.

            El evangelista Marcos recuerda que el espíritu maligno reaccionó con violencia contra la persona de Jesús, al que confiesa como el «Santo de Dios», es decir el que viene a destruir el reino del mal, para dar espacio al Reino de Dios. En efecto, Jesús ha venido para vencer el mal, el pecado, la muerte. La lucha es encarnizada y llegó a su ápice en la muerte del Hijo del hombre en la cruz que le preparamos los hombres. Pero precisamente en aquel momento la potencia del mal fue vencida con la esperanza de la victoria que es la resurrección del crucificado, dando comienzo al Reino de Dios. La curación de aquel endemoniado es un anuncio de esta victoria que se perfila a lo lejos y de la que podemos participar.

            Pero el Reino de Dios exige nuestra cooperación. No basta escuchar y admirarse de la doctrina de Jesús. De nada sirve que Jesús con su muerte haya vencido a la potencia del mal, si nosotros nos dejamos dominar aún por el pecado, sea cual sea su naturaleza: egoísmo, ambición, odio, sensualidad, injusticia, mentira. Como invita hoy el salmo responsorial: “Ojalá escuchemos hoy su voz y no endurezcamos nuestros corazones”, para abrirnos a la verdad, para dejar espacio a la vida.

            San Pablo hoy ha hablado del celibato, o si se prefiere de la virginidad. Se trata de un signo del Reino de Dios, que subraya la dedicación total al Señor. El celibato consagrado es un don de Dios, tal como lo es el matrimonio. Es necesario insistir que lo importante no es ser célibe o casado: el auténtico valor consiste en estar abiertos a la llamada de Dios y responder con generosidad., sea cual sea la senda que escojamos.

            Todo lo que hizo y anunció Jesús durante su ministerio por tierras palestinas no es otra cosa que la realización de la promesa realizada por Moisés cuando comunicó al pueblo de Israel: «Un profeta, de entre los tuyos, de entre tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios. A él lo escucharéis», como recordaba la lectura del libro del Deuteronomio. El auténtico profeta en la Biblia es aquel que habla en nombre de Dios, que transmite el mensaje que ha recibido de él. Aunque a veces hayan podido anunciar lo que estaba por suceder, su misión consistió sobre todo en ser portadores fieles de la palabra de Dios.

Los profetas con frecuencia denunciaron y criticaron situaciones que no respondían a la voluntad de Dios manifestada en su ley. Por esta razón, fueron personajes incómodos, portadores de inquietud, en la medida que no dejaban dormir en paz a quienes vivían en la mediocridad que se habían construído. Por esta razón, muchos profetas fueron perseguidos e incluso pagaron con su vida la fidelidad a la vocación recibida. Dios continúa suscitando en la historia de la humanidad personajes que anuncian la Palabra salvadora, que indican el camino a seguir para alcanzar la verdad que lleva a la vida. Pero esta misma promesa reclama, de parte nuestra, disponer nuestros ánimos acoger el mensaje que se nos propone y alcanzar la vida que Dios nos ofrece tan generosamente.

P. Jorge Gibert, OCSO


III Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B


“Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el evangelio”. Con estas palabras Jesús inició su ministerio por tierras palestinas, y ahora, después de más de dos mil años de Iglesia, este mensaje continúa siendo proclamado, pues no ha perdido su actualidad. No ha perdido su actualidad por parte de Dios, que continua invitando a los hombres a la conversión para que puedan entrar en su Reino, para ser en verdad sus hijos, pero, sin embargo, por parte de la humanidad este mensaje lo hemos ido relativizándolo, banalizando la cuestión.

Por esta razón, la lectura del libro del profeta Jonás, que evoca el relato de la conversión de Nínive, la capital del imperio asirio, puede sernos de ayuda. Si bien puede parecer difícil de aceptar que todos, desde el rey al último habitante de la urbe, adopten posturas de conversión, planeen y realicen un cambio en su existencia, sólo porque a un buen hombre que se las daba de profeta, se atrevió a anunciar la próxima destrucción de la ciudad, el mensaje es que la llamada de Dios a la conversión es una realidad.

Una llamada a la conversión es algo complejo, más grave de lo que parece a primera vista, pues en el fondo exige nada menos que aceptar la idea de un Dios, creador de todo lo que existe, de un Dios legislador que señala a los hombres unas pautas para su comportamiento en la vida de cada día, de un Dios ante el cual, se quiera o no se quiera, habrá que rendir cuentas un día. Y es esto precisamente lo difícil, lo que se rechaza, lo inaceptable.

Si somos sinceros hemos de reconocer que no es fácil aceptar que dependemos de un Dios que, a menudo permanece demasiado tiempo escondido y sólo hace llegar su palabra por medio de personas que no siempre son testigos fiables, o que incluso a menudo barnizan el mensaje con sus propias preferencias. Pero, queramos o no, toda conversión supone abrirse para dejar espacio a Dios en nuestra vida. He aquí el punto neurálgico de la cuestión.

El hombre de hoy vive en un mundo en el que la técnica intenta resolver todos los problemas, y, en consecuencia, deja poco espacio para Dios, que aparece cada vez menos necesario, e incluso a veces como peligroso. En efecto, a menudo se presenta a Dios como un aguafiestas, que desbarata nuestros planes, que parece envidioso del valor, de la libertad y de la felicidad de los hombres. De ahí es fácil insistir con energía en favor de la autonomía del hombre. Seguir por esta linea, avanzar por esta senda puede conducir muy lejos, puede plantear graves problemas y, al mismo tiempo, aportar pocas respuestas y soluciones.

No hemos de cerrar nuestro corazón a la llamada de Dios. Hemos de acoger la advertencia de Jonás a los ninivitas: Conviene convertirse, reconocer ante Dios nuestro pecado y dar comienzo a un nuevo modo de ser. Como un día lo hicieron los corintios, hemos de aceptar la indicación de Pablo de que el momento es apremiante, porque la representación de este mundo se termina. Y también hemos de hacer nuestra la invitación a convertirnos y creer en el evangelio. De lo contrario, nuestra presencia aquí carecería de sentido, sería un formalismo vacio.

Dios nos llama a la conversión, es cierto, pero nos llama también a ser pescadores de hombres, a trabajar para que la llamada, el mensaje, llegue a todos los hombres. Escuchar la llamada no es difícil. Responder a la misma es más complicado. Pues todos tendemos a interpretar la llamada de Dios, haciendo que se acomode en lo posible a nuestro plan, a nuestra conveniencia, aunque para ello haya que mitigar el sentido radical de la llamada de Dios. ¡Cuántas veces queremos hacer nuestra propia voluntad, barnizada de modo que parezca voluntad de Dios, en lugar de ponernos a disposición de Dios, como nos lo muestran los apóstoles e incluso el mismo Jesús! Hoy por hoy tenemos tiempo. Aprovechémoslo para llevar a cabo cuanto el Señor nos pide, nos propone, cuanto espera de nosotros.

P. Jorge Gibert, OCSO



II Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo B

“El Señor se presentó y le llamó como antes: «¡Samuel, Samuel!» Él respondió: «Habla, que tu siervo te escucha». El joven Samuel vivía en el templo dedicado al Señor, pero como dice el texto, no conocía al Señor, pues nadie le había explicado la palabra de Dios. Quizá también nosotros, que frecuentamos a menudo a la casa de Dios, puede darse que no nos apliquemos a escuchar y a entender su Palabra, con el resultado de que Dios sea un desconocido para nosotros, que no progresemos en su amistad y conocimiento, y que cuando nos llame quizá no mostremos interés en responder a su llamada. Samuel, a pesar de no conocer al Señor, demuestra una actitud disponible y no tiene miedo a responder, para él Dios no es un aguafiestas, que puede hacer fracasar todos sus planes e ilusiones. Y el texto termina diciendo que Samuel crecía y Dios estaba con él y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.

En este ambiente de llamada de Dios conviene leer el texto del evangelio de hoy. Consideremos en primer lugar la idea de movimiento que ofrece la escena: Jesús pasa, hace su camino. Y arrastrados de alguna manera por este pasar de Jesús, los discípulos, incitados por las palabras de Juan, siguen a Jesús; éste les invita a ir dónde estaba él, Andrés lleva a Pedro ante Jesús. Este movimiento va acompañado de otra acción: ver, mirar. Juan se fija en Jesús que pasa, Jesús ve a los que le siguen; éstos ven donde vive el Señor, Jesús mira a Pedro. Al final la escena permite encontrar reposo: se quedaron con él. El juego de estos verbos ayuda a entender el sentido de la vocación. La vocación es, sí, una llamada que Dios dirige al hombre, pero éste no pierde su libertad de acción, ha de prestar atención, fijarse, ha de ver, ha de seguir, ha de convencerse, ha de decidirse, sin volver la mirada hacia atrás. Sólo así podrá quedarse, permanecer con el Señor en la paz.

Jesús es el primer llamado, por decirlo así. La llamada que Jesús ha recibido queda definida en la frase de Juan: “Este es el cordero de Dios”: esta frase hace alusión a una serie de referencias bíblicas: Jesús es el verdadero Isaac, ofrecido en sacrificio, es el cordero pascual que significa la liberación de Israel, es el siervo obediente, que dará su vida por su pueblo. Precisamente porque Jesús ha entendido su vocación no se queda parado, pasa, camina, va hacia el cumplimiento de su misión. Los que quieran ir en pos de él, después que han visto el camino y la meta que el Señor ha mostrado han de imitarle, no pueden perder tiempo, han de seguirle, no podrán pararse hasta que se queden con él, allí donde vive.

A menudo, cuando se habla de vocación se entiende sólo de aquellos que abrazan o el ministerio sacerdotal o la vida religiosa. Es ésta una visión empobrecedora. La llamada de Dios va dirigida a todos los miembros del pueblo de Dios, no sólo a aquellos a quienes, en este pueblo de Dios, se les ha de encomendar una función de servicio. Todos los que hemos sido bautizados hemos sido llamados por Dios, para realizar nuestra propia misión en el cuerpo que es la Iglesia. Y esta misión, esta función no es tanto hacer algo, cuanto ser algo, dar a la propia vida un sentido.

La llamada de Jesús, cuando se recibe con fe viva, toca no sólo la inteligencia o la voluntad, sino todo la persona. Un ejemplo lo hallamos en la segunda lectura de hoy, en la que Pablo intenta resolver la práctica de la fornicación, que entorpecía a la joven iglesia de Corinto y demuestra como la fe en Jesús transforma la situación real del hombre. Quién ha seguido a Jesús y ha decidido permanecer junto a él, sabe que su cuerpo, y no sólo el espíritu, es del Señor, porque ha llegado a ser una cosa con él, porque es miembro de su cuerpo. El hombre que ha creído no puede pecar contra su cuerpo, porque ahora está unido al Señor, forma un solo espíritu con él. Tratemos de dar la respuesta justa a la llamada de Dios.

P. Jorge Gibert, OCSO


Domingo del Bautismo del Señor

“Detrás de mí viene el que puede más que yo. Yo os he bauti-zado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”. Hoy la Liturgia invita a recordar el bautismo que, según narran los evangelios, recibió Jesús en el Jordan por manos del Precursor, Juan el Bautista. Y cabe preguntarse: ¿Qué puede significar el bautismo de Jesús, para él, y también para nosotros? ¿Y qué significa el bautismo para cada uno de nosotros?

Juan bautizaba con agua a todos los que, después de escuchar su predicación, aceptaban iniciar un camino de conversión para poder recibir, cuando llegara, el prometido Mesías. Y un día Juan vio venir a su pariente, el Hijo de María, para recibir el baño de agua. Y Juan cumplio el rito una vez más. Pero aquel gesto estaba cargado de significado. Apenas bautizado sobre Jesús se oyó la voz del Padre que le reconocía como Hijo amado, como predilecto, y el Espíritu de Dios se poso sobre él, para significar la obra que estaba para iniciar. En efecto, el acontecimiento del Jordan cambió la vida de Jesús, que pasa de la vida escondida en el ambiente familiar a la misión mesiánica; de la tranquila Nazaret a un transitar sin descanso por caminos y campos, pueblos y ciudades; del silencio relativo que acompasaba la rutina de su trabajo de cada día, a un continuo hablar y discutir para comunicar un mensaje de vida y de esperanza a todos los que quisieron escuchar.

Al recordar aquel acontecimiento, las Iecturas de este día nos invitan a reflexionar también sobre lo que significa ser bautizados. El rito de nuestro bautismo entraña también para nosotros un cambio. La teología dice que pasamos del pecado a la gracia, del las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, que somos hechos hijos de Dios, hermanos y coherederos de Jesús, templos del Espíritu Santo. Pero hemos de reconocer que a menudo no tenemos conciencia de esta real transformación que Dios mismo opera en nosotros. Si no creemos en Jesús, si no queremos abrazar su evangelio de vida, si no nos tomamos en serio todo lo que supone creer, el rito no pasa de ser un gesto banal e inútil.

En el bautismo comenzamos un nuevo camino, enmarcado por la fe en Jesús y en el compromiso evangélico. El bautismo que recibimos un día exige crecer constantemente en la fe, pide dejarnos evangelizar continuamente por la Palabra de Dios, para que nuestra conversión no se detenga nunca, de modo que podamos después ser evangelizadores de los demás hombres. El bautismo nos hace constructores de una sociedad que tiene como cimientos insustituibles la verdad, la justicia, la libertad y la paz. Quien ha sido bautizado no puede colaborar con culturas que se complazcan en la muerte, en la injusticia, en la esclavitud, en la envidia, en el odio, en la violencia, en la guerra, en la división, en la ambición obsesionante, en la búsqueda desenfrenada del placer y de la satisfacción de los instintos. Ser bautizados es un compromiso y hace estremecer la ligereza con la que tantos cristianos, ministros o fieles que sean, que en la práctica se olvidan de la palabra dada y se comportan, como diría san Pablo, como enemigos de la cruz de Jesús.

En el mundo en que vivimos es fácil constatar que Dios, Jesús, el mensaje de vida y de esperanza que nos ofrecen, quedan a menudo marginados como algo inútil, ya superado, pues el hombre llega a considerarse adulto, emancipado, un pequeño Dios, si se quiere, y en consecuencia tiene cosas más importantes en que ocuparse. Por esto es conveniente que hoy tratemos de reflexionar en el compromiso que adquirimos el día de nuestro bautismo, para tratar de responder, para ser fieles a la palabra dada. Dios no deja de reconocernos hijos suyos, de darnos a manos llenas su Espíritu. A nosotros toca responder a esta llamada a la gracia, a la vida.

P. Jorge Gibert, OCSO


6 de Enero: Epifanía del Señor

Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro; incienso y mirra”. El nombre oficial de la presente solemnidad es el de Epifanía del Señor, que quiere decir su manifestación a la humanidad. La Iglesia occidental centra su atención en el episodio de la adoración de los Magos venidos de oriente para adorar al Hijo de María, mientras que las Iglesias orientales ponen el acento en el hecho de que todo un Dios ha querido hacerse hombre con su encarnación para salvar a toda la humanidad.

Jesús, el Hijo de Dios nacido de la Virgen María, ha querido manifestarse a toda la humanidad como su Salvador. Si bien, a lo largo de la historia, Dios se ha manifestado de muchas maneras y muchas veces, lo importante es saber reconocer el momento preciso cuando se acerca a nosotros. El evangelio habla hoy de una estrella, de un signo fugaz y pasajero que, en un determinado momento, apareció en el cielo. Pero, según cuenta san Mateo, unos hombres interpretaron aquel signo como señal de alguien que debía salvar a los hombres. No pierden tiempo, emprenden el camino y no cejan, a pesar de las dificultades, hasta postrarse ante el Hijo de María. Y una vez hallado el niño, dice el evangelista, emprenden el regreso a sus lejanas tierras por otros caminos. Su encuentro con el nuevo Rey les ha abierto los ojos, les ha dispuesto el corazón: saben que algo ha cambiado y que les espera un nuevo modo de seguir peregrinando por la vida.

El texto evangélico, además, deja entender que no todo el mundo es como estos Magos de Oriente. Cuando llegan a Jerusalén y cuentan su aventura, Herodes y con él todo Jerusalén se sobresaltan. El anuncio de un nuevo rey preocupa por muchos motivos. Israel, a pesar de tener las Escrituras, permanece en su ceguedad o al menos en su indiferencia. Más tarde Jesús echará en cada a los judíos que no han sabido entender los signos de los tiempos, a través de los cuales Dios se expresa de alguna manera. Herodes, en cambio, parece tomar en serio el anuncio de los magos y se da prisa para evitar cualquier atisbo de competencia. Herodes, como los Magos intento buscar al Niño per con finalidad muy distinta. Unos quieren postrarse ante él, el otro para desahacerse de él. Por no imitar a los Magos en su forma de buscar al Niño, Herodes no pudo conservar el reino terreno y se expuso a perder incluso el celestial.

El pueblo escogido, el pueblo al que iba dirigido el oráculo del libro del profeta Isaías que hemos escuchado en la primera lectura: «Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz, la gloria del Señor amanece sobre ti», para el habían sido anunciados días de gloria y de triunfo, cuando llega el momento al que apuntaban estos oráculos, queda indiferente, ha perdido la esperanza y la capacidad de acoger la novedad. Le basta la rutina de su vida más o menos presidida por sus prácticas religiosas. Y así pierde su oportunidad. En cambio, los gentiles, aquellas multitudes de gentes que no tuvieron la gracia de una elección especial, de un determinado cuidado amoroso de parte de Dios, de la riqueza de la Escritura, saben entender unos signos mudos, como la estrella y hacen maravillas, demuestran una gran agilidad y perspicacia, una capacidad de inventiva y de entusiasmo, se hacen con la herencia, con el derecho de la primogenitura.

Jesús continua constantemente a manifestarse, a lanzar signos y señales para ver si le reconocemos. Cada uno de nosotros conoce su propia historia y sabe qué señales se le han ofrecido. Pero lo importante es saber cómo hemos respondido. ¿Hemos sido como los Magos, capaces de dejar nuestra cómoda situación para seguir la estrella y llegar a Jesús? ¿Hemos quedado indiferentes como los judíos, contentos y satisfechos con nuestra mediocridad? ¿Hemos imitado a Herodes, tratando de arrancar a Jesús de la vida, para afianzar nuestro pretendido poder, nuestra personalidad, nuestro libre albedrío que no acepta quien le ponga límites y trabas? La respuesta hemos de darla cada uno desde el fondo de nuestro corazón.

P. Jorge Gibert, OCSO


1 de Enero: Solemnidad de Santa María Madre de Dios, Año Nuevo 2018

“Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley y hacerlos hijos de Dios”. Nuestro Dios ha querido que su Hijo, su Palabra, por medio de la cual hizo el universo, se hiciese hombre, naciese de una mujer, para que todos sin excepción pudiésemos llegar a ser hijos de Dios y participar de su vida. El telón de fondo de esta escena es el forcejeo entre Dios y la humanidad, entre la gracia y el pecado, la vida y la muerte. Y Dios venció: la redención llegó a su término con la muerte y la resurrección de Jesús, el Mesías. Ahora toca a nosotros hacer nuestra su victoria, y vivir en plenitud la dignidad de hijos de Dios que nos ha dado.

En esta historia de salvación, un lugar muy importante está reservado a la mujer por medio de la cual Jesús vino al mundo. Hoy hablando de la Madre del Salvador, el evangelista ha recordado que María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón. Con estas palabras, Lucas ofrece una imagen sugestiva de la Virgen María: Ella es la persona abierta totalmente a la Palabra de Dios, que la recibe con un sí hecho de fe y de amor, que la recibe con tal intensidad que se convierte en la Madre de la Palabra divina hecha carne. Ella, María, es también imagen del pueblo de Israel, aquel pueblo escogido por Dios y preparado pacientemente para escuchar la Palabra de Dios y acogerla. Muchos fueron los patriarcas, profetas y justos que a lo largo de la historia escucharon y trataron de acoger la Palabra pero nadie pudo hacerlo como María. En ella Israel, la raíz de Jessé, el tronco de David, dio su mejor fruto: el Hijo de Dios hecho hombre.

Pero esta actitud receptiva y acogedora de María en relación con la Palabra de Dios, fue también para ella motivo de turbación, de sufrimiento, de dolor. La Palabra de Dios es vida y luz ciertamente, pero a veces esta vida y esta luz tardan en manifestarse con todo su esplendor. María se abrió sin reservas a la Palabra de Dios, pero ya desde los primeros momentos del nacimiento de su Hijo, a pesar de los gozosos anuncios angélicos y de la presencia entusiasta de los pastores que fueron las primicias en saludar al Salvador, María, en su corazón meditaba estas cosas, sopesando las sombras que descubría en el plan del Señor. María, en su meditación de las obras de Dios, iba creciendo, preparándose para cuando llegase el momento del si supremo al pie de la Cruz, dónde su maternidad llegaría a su plena y total realización. Desde aquel momento María, Madre del Dios hecho hombre, empieza también a ser Madre del hombre llamado a ser hijo de Dios por el sacrificio supremo de Jesús. Dios ha enviado a su Palabra hecha carne para rescatar a los que estaban bajo la ley del pecado, para hacerlos hijos de Dios, para que pudiesen decir con Jesús, al dirigirse a Dios: Abba, Padre.

El calendario civil ha fijado para hoy el comienzo de un nuevo año. Lo que significa que hoy, de común acuerdo, empezamos a contar un nuevo año. Un período de tiempo que indudablemente está lleno de deseos y esperanzas, pero que comporta también incógnitas, que puede traer contratiempos o dificultades. Gracias a Dios no podemos preveer el futuro. Lo importante es vivirlo puestos nuestros ojos en Él, aceptando de antemano su voluntad, con una actitud semejante a la de María. Hemos de entender este nuevo año como un don de Dios, como una oportunidad para hacer algo útil, para nosotros mismos, para los demás, para la sociedad, para el mundo, para Dios.

La primera lectura ha recordado el texto de la bendición que el sumo sacerdote pronunciaba sobre el pueblo escogido, en las grandes solemnidades. Hoy ponemos nuestra vida, este nuevo año bajo la bendición de Dios, invocando su nombre, para que nos acompañe. El Señor tiene designios de paz y no de aflicción, él quiere el bien de todo lo creado, si bien el mal que pecando hemos desencadenado, estorba a menudo los planes de Dios. Que el Señor nos bendiga y proteja, que nos mire con benevolencia, que nos conceda su favor y su paz, en esta nueva etapa de nuestra vida que es el año 2018.

P. Jorge Gibert, OCSO


Solemnidad de la Sagrada Familia


“Cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor”. La lectura de esta página del evangelio según san Lucas ofrece algunos rasgos de la vida que el Hijo de Dios hecho hombre vivió junto con María, su Madre, y José, su padre legal, que permiten reflexionar acerca del valor de la vida de familia, que es el núcleo fundamental de la convivencia humana y que hoy, como resultado de una serie de circunstancia de la sociedad, está pasando un momento de crisis. Por esto, la oración colecta que abre la celebración de este domingo invita a imitar las virtudes domésticas y la unión en el amor que muestran Jesús, María y José.

El Hijo de Dios, al hacerse hombre, entró a formar parte de un núcleo familiar, el hogar formado por María y José, lo que llevaba consigo el hecho de quedar integrado en el pueblo judío tal y como era en aquel momento. Es importante subrayar que Jesús no desdeña encarnarse en aquella sociedad, en asumir las prácticas religiosas y humanas que encuentra. A lo largo de su vida pública irá expresando sus modo de pensar acerca de esta realidad. Baste recordar sus intervenciones sobre el reposo del sábado, sobre su opinión sobre el tema matrimonio-divorcio como lo vivía el pueblo, y sobre otras tantas cuestiones. Pero su crítica de la opinión vigente iba precedida por una integración positiva. Se puede decir que su toma de posición se hace desde dentro, como un esfuerzo destinado a convencer a los demás desde la propia experiencia vivida.

En nuestra sociedad es fácil constatar que existen aspectos que no agradan, situaciones que muchos no pueden aprobar y menos aún asumir. Y en consecuencia se adoptan actitudes de desentendimiento voluntario, y cabe preguntarse si este modo de actuar es positivo y, sobre todo, si conduce a algo, si sirve para mejorar el mundo, para construir una sociedad más justa, más humana. Jesús no se comportó así, sino que asumió la realidad de la vida, frecuentó el templo y la sinagoga, habló con todos, comió con fariseos, con publicanos y pecadores. Y fue su modo de comportarse que daba valor a sus palabras y convencía, arrastrando.

En la escena del templo, Simeón dijo a a María, la madre: “Éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten, será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones”. Jesús vino al mundo para transmitir de parte de Dios un mensaje de salvación. Fue consciente, como reflejan los evangelios, que sus palabras, sus gestos, su misma presencia, planteaba a los hombres un dilema. Fue siempre sumamente acogedor incluso de pecadores convictos de sus graves errores. Pero nunca mitigó la dureza de sus enseñanzas, para ser más popular, para convertirse en un demagogo. La cuestión que está en juego no es la de revisar el evangelio para acomodarlo al modo de pensar y sentir del hombre de la calle. Lo importante es aprender a conocer a Jesús, descubrir exactamente quien es, qué mensaje propone y decidirse, una vez por todas, a seguir su propuesta. Y, ciertamente, ésto no es fácil, pues romper con tantas y tantas realidades que hemos ido forjándonos día a día, para abrirnos a Jesús y permanecer junto a él, dejando de lado nuestra propia concepción de la vida, de la realidad, cuesta. Pero Él está ahí, esperando nuestra respuesta. ¿Cómo responderemos?

Hoy, el apóstol Pablo propone el recurso a la plegaria, a la Palabra de Dios, a la corrección fraterna para mantenernos fieles a Jesús. Los consejos que da san Pablo para nuestra vida familiar o comunitaria son sin duda alguna la realidad de aquel grupo familiar formado por Jesús, María y José. Su ejemplo ha de ayudarnos a trabajar sin descanso, a superar nuestros límites, empezando de nuevo cada vez que constatemos que no hemos sido fieles a la vocación de vivir en común.

P. Jorge Gibert, OCSO


Misa del día de Navidad


“Oh Dios, que estableciste admirablemente la dignidad del hombre y la restauraste de modo aún más admirable, concédenos compartir la divinidad de aquel que se dignó participar de la condición humana”. Celebrar la Navidad de Jesús no significa ceder a un enternecimiento ante un recién nacido, sino ponderar el amor inmenso de Dios para con los hombres y mujeres de todos los tiempos, que le ha llevado a hacerse uno como nosotros, invitándonos así a comprender la dignidad de toda persona humana.

El evangelio que se proclama hoy recuerda que el niño que festejamos es nada menos que la misma Palabra de Dios, que estaba junto a Dios y era Dios desde el principio, y que por ella se hizo todo lo que existe, pues es vida y luz para todos. Esta Palabra, anunciada en distintas ocasiones y de muchas maneras a los padres y profetas, se ha hecho presente entre los hombres: ha puesto su tienda, ha acampado entre nosotros, como dice con frase atrevida el evangelista, para que pudiésemos contemplar su gloria, gloria que redunda en bien de la familia humana.

Pero el acontecimiento salvador que la liturgia propone al celebrar la Navidad puede parecer una evasión, una huída cobarde, en el momento en que miramos el mundo en que vivimos. En efecto, sería un escándalo paladear el ambiente navideño encerrados tranquilamente en el pequeño mundo en el que estamos instalados con más o menos comodidad, cuando podemos constatar el sufrimiento en el que están sumergidos tantos hombres, mujeres y niños. En el mundo actual se dejan sentir las consecuencias de la guerra, del hambre, las epidemias, la discriminación racial, la droga con sus sequencias, la violencia de tan variadas formas. Ante esta realidad, cabe preguntarse si verdaderamente el Señor ha venido para salvar a los hombres, y si todos los confines de la tierra han llegado a contemplar la victoria de nuestro Dios.

Pero el evangelista ha repetido: “La Palabra vino al mundo y en el mundo estaba, y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre”. La salvación que Dios ha venido a traer a los hombres no es una remedio mágico que, sin esfuerzo alguno de parte nuestra, lo arregla todo. Nuestro Dios, para salvarnos, ha querido respetar la dignidad y la libertad de los hombres. Dios se ha hecho hombre para proponer al hombre poder ser hijo de Dios, es decir comportarse según la voluntad de Dios. Pero no siempre hemos sabido comprender este mensaje. La humanidad se entretiene en considerar innecesario depender de Dios y de su ley, lo que la lleva a no respetar la dignidad de los otros, a los que trata de someter a su antojo, conculcando el derecho y la justicia. Actuando de esta manera no podemos pretender que la salvación de Dios opere en el mundo.

Si queremos acoger y vivir el mensaje de Navidad, hemos de ponernos con humildad ante el Dios hecho hombre y pedirle que nos ayude a aceptar su voluntad, que nos enseñe a hacer a cada uno de nuestros hermanos lo que deseamos que se nos haga, lo que él mismo hizo por todos y cada uno de los que encontró durante su paso por este mundo y que plasmó en su precepto: amaos como yo os he amado. En efecto, la Navidad recuerda dos cosas que conviene tener presentes: en primer lugar, el amor que Dios tiene a los hombres, hasta el punto de hacerse él mismo hombre, para que el hombre llegue a ser hijo de Dios; en segundo lugar, la dignidad de la persona humana, ante la cual Dios ha manifestado siempre un respeto y una delicadeza extraordinarias.

Tratemos de convertirnos, es decir, de abrirnos para acoger la Palabra que viene a nosotros y dejar que esta palabra acampe entre nosotros, en nuestra vida, que nos dirija en nuestro quehacer cotidiano, que nos haga sus colaboradores para promover todos los días las condiciones de justicia y derecho que permitan ser una realidad la salvación que Dios nos ofrece, en su hijo hecho hombre como nosotros.

P. Jorge Gibert, OCSO


Misa de Nochebuena

“Oh Dios, que has hecho resplandecer esta noche santísima con el resplandor de la luz verdadera, concédenos gozar tanbién en el cielo a quiene hemos experimentado este misterio de luz en la tierra”. La liturgia romana, desde hace siglos, recuerda en esta noche el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre. Aquel nacimiento fue un acontecimiento único e irrepetible. En efecto, para nosotros, cristianos, el tiempo es una realidad lineal que comenzó con la creación del universo y terminará con la segunda vuelta de Jesús, y en esta línea, que es la Historia de nuestra salvación, muestra en su punto central el hecho de un Dios que se hizo hombre para salvar a toda la humanidad.

San Lucas ha recordado a unos pastores que, mientras guardaban sus rebaños, vieron como la ocuridad de la noche se rasgaba para dar paso a una inusitada claridad, con un ángel que anunciaba el nacimiento del Salvador del mundo. A estos pastores se les anuncia que ha nacido el Salvador del mundo, su Salvador, pero al mismo tiempo se les indica que sólo hallarán un niño envuelto en pañales y acostado en el pesebre. A menudo, las promesas que Dios hace, en un primer momento causan desilusión, porque solamente vemos unos signos, unas señales que, en su pequeñez, simplemente preludian la gozosa realidad que en su momento nos será concedida.

Dios, fiel a su palabra, ofrece este nacimiento como el comienzo de una nueva etapa de la historia de la humanidad. Pero este don reclama la fe, para evitar el escándalo de ver únicamente los comienzos humildes de la gran obra de Dios. En brazos de María los pastores vieron sólo un recién nacido. Pero aceptan el signo, creen que él será realmente el Salvador de los hombres, y dan gloria a Dios por lo que habían visto y oído. Así iniciaba con gran sencillez la realidad de la Iglesia, toda ella hecha de signos y señales, que constantemente reclaman la fe, una fe que no quedará confundida y que alcanzará su pleno cumplimiento.

Como aquellos pastores también nosotros recibimos el mensaje del ángel; como ellos, aún sólo vemos signos: los dones del pan y del vino que están sobre el altar y que para nosotros son el cuerpo y la sangre de Aquél cuyo nacimiento como hombre saludamos. Y de este modo sencillo nos unimos a la fe de los pastores y damos gloria a Dios por todo lo que ha prometido, ha realizado y realizará aún hasta llegar a su cumplimiento definitivo.

San Pablo decía en la segunda lectura que esta gracia de Dios que saludamos con el corazón henchido por la alegría de la fiesta de Navidad, está destinada a nuestra salvación y la de todos los hombres. Este don que Dios nos hace en su Hijo hecho hombre nos pide renunciar a una vida que deje de lado a Dios y a su voluntad y nos sumerja en los deseos y exigencias de un mundo configurado de espaldas a Dios. Y el apóstol nos apremia para que comprendamos, dado que urge, que Dios lo espera, que nuestra fe, si es auténtica lo exige: de ahora en adelante conviene que nuestra vida sobria, en relación con nosotros mismos, sin dejarnos llevar por el mal que anida en nuestro interior; una vida justa y honrada, con respecto a todos nuestros hermanos los hombres, buscando lo que es bueno, justo y noble; finalmente una vida piadosa con respecto a Dios, dándole el espacio, el lugar que le corresponde, presidiendo nuestro ser y nuestro hacer. Es así como podremos esperar con confianza y con alegría el cumplimiento de lo que significa realmente el nacimiento de Jesús, es decir la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo, que vendrá un día para hacernos participar de su vida, de su luz, de su gloria.

P. Jorge Gibert, OCSO



IV Domingo de Adviento


“Dile a mi siervo David: Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella? Te haré grande y te daré una dinastía”. El rey David, después de vencer a sus enemigos, reunificar a Israel y establecer la capital en Jerusalén, deseaba construir un templo para el Señor, su Dios. Pero el Dios de Israel, que es nuestro Dios, no tiene necesidad de templos materiales, pues está presente en todo el universo. Nuestro Dios es el Dios del éxodo, de la salida de toda instalación que no esté cimentada en Dios. Nuestro Dios no puede aceptar iniciativas humanas que tiendan a servirse de Dios para sus propios fines en lugar de servir a Dios y cumplir con generosidad su voluntad.

El mensaje que contienen las palabras del profeta Natán a David continúa siendo válido para nosotros. Lo que interesa no es tratar de construir estructuras o ideologías, sean religiosas o socio-políticas. Lo que Dios quiere es una casa, una familia, un pueblo de hombres libres que vivan en la justicia, en el derecho y en la paz. Para realizar este proyecto, Dios promete a David una casa, una dinastía perpetua. Que esta promesa no se refería a un reino terreno lo demostró la historia, pues se hundió el estado fundado por David, permitiendo así al pueblo escogido y después a los cristianos ver en esta promesa el anuncio del Mesías, del Hijo de Dios hecho hombre, Jesús, el hijo de María, a quien confesamos Señor y Rey.

Pero Dios, en su obra salvadora, cuenta siempre y en todo lugar con la humanidad para que colabore libremente a su llamada. El evangelio de hoy ha recordado el anuncio del ángel a María, evocando cómo Dios pedía a toda la humanidad, representada por la doncella de Nazaret, su consentimiento a la obra de salvación. El amor, la plenitud y la fidelidad de Dios se encuentran con el amor, la humildad y la disponibilidad de María, haciendo posible la salvación, que, a decir verdad, aún no ha mostrado para todos toda su real dimensión.

María es imagen de la Iglesia, formada por todos los creyentes, la verdadera casa de Dios. Pero es necesario que también nosotros, como María, sepamos responder con un si generoso, hecho no sólo de palabras sino sobre todo de acción, de obra. Abrámonos a la solicitud de Dios, acojamos con la misma generosidad de María el misterio del Hijo de Dios hecho hombre, que el apóstol Pablo, en la segunda lectura ha definido revelación del designio divino, mantenido secreto durante siglos eternos y manifestado ahora para atraer a todas las naciones a la obediencia de la fe.

La cercana celebración de la Navidad del Señor, a la luz de la revelación cristiana, ha de hacernos sentir que somos en verdad casa de Dios y, a la vez ha de hacernos sensibles al valor de la dignidad de todos y cada uno de los hombres, que son en definitiva nuestros hermanos. La realidad del misterio de la Navidad ha de hacernos más humanos, y ha de romper las murallas que nos encierran en el reducto triste de nuestro egoísmo y nos impiden ver y amar en los hermanos a aquellos a quien Dios ama, y por los cuales ha querido ser el Emmanuel, el Dios con nosotros.

Un día nuestra existencia llegará a su fin y nos encontraremos cara a cara con Dios, principio y fin de nuestra existencia. Pero este encuentro no ha de ser motivo de temor o de angustia, precisamente porque, hace más de dos mil años, este mismo Dios quiso hacerse hombre, quiso participar de nuestro vivir, para ayudarnos a dar un sentido a nuestra existencia que pasa. Celebremos la Navidad ofreciéndonos a Dios como una casa abierta y acogedora, viviendo esta solemnidad como una anticipación de nuestro encuentro definitivo con Dios, con este Dios que, llevado por su amor, ha querido ser hombre como uno de nosotros. No quedaremos defraudados si decimos si como lo dijo María.

P. Jorge Gibert, OCSO


III Domingo de Adviento-Domingo "Gaudete" de la alegría porque se acerca la Navidad

 “Estad siempre alegres. Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo”. La liturgia lanza hoy una invitación la alegría, a pesar de las razones que existen para estar tristes y apesadumbrados. En efecto, ¿quién no tiene problemas de salud o de familia, quien no se angustia por las dificultades existentes a nivel económico, político o social en nuestra patria o en los demás países? Pero esta llamada a la alegría está fundamentada en la fuerza de la fe en Jesús, y es por esta razón que san Pablo exhorta a los cristianos de Tesalónica a la alegre confianza porque el Señor es fiel y cumplirá sus promesas.

            La fidelidad de Dios es totalmente gratuita, pero por mucho que Dios quiera salvar a la humanidad, no será posible si cada uno de nosotros no quiere dejarse salvar. De ahí la insistencia en preparar los caminos del Señor, en disponer las voluntades para poder acoger a Dios y a sus promesas. Por esto es necesario no apagar el espíritu, sino que conviene esforzarse en buscar lo que es bueno, evitando toda forma de maldad. San Pablo insiste afirmando que el Señor viene, que está cerca para salvarnos, para hacernos participar de su vida, y lo importante es atender a esta invitación amorosa, dándole una respuesta adecuada.

Hoy, el evangelio evoca de nuevo a Juan, el Bautista, el enviado por Dios para preparar a la humanidad a recibir Jesús. Su actividad suscitó curiosidad e inquietud entre los responsables religiosos de Israel. Sabemos que en el pueblo escogido existía la esperanza de una intervención de Dios por medio del Mesías. Esta esperanza mantenia viva la actitud espiritual del pueblo y de ahi la embajada de sacerdotes y levitas de que habla el evangelio de hoy.  “¿Tú quién eres? ¿Qué dices de ti mismo?”. Les interesaba saber a ciencia cierta si era o no el enviado esperado. Nadie ama vivir en la incertidumbre, y aquellos enviados necesitaban afirmaciones precisas.

 La respuesta del Bautista debió desilusionarlos, porque sus palabras dejan claras muy pocas cosas: que era consciente de no ser el Mesías, ni Elías ni un profeta, pero que al mismo tiempo de que estaba convencido de que se le ha confiado la misión concreta de preceder a este Mesías más o menos esperado, como heraldo que invita a disponerse debidamente. Y utilizando unas palabras del libro de Isaías, proclama: “Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor”. Pero completa su mensaje afirmando: “En medio de vosotros hay uno que no conoceis, el que viene detrás de mí”. No soy yo, les dice, pero atentos que está ya entre vosotros, y, si no os disponéis debidamente, no lograréis conocerle, aceptarle.

 Desde esta perspectiva el mensaje del Bautista es válido también para las exigencias de nuestra época. Como en todos los momentos en que la fe pierde su vigor y se adormece, crece en el pueblo el hambre por todo lo extraordinario y maravilloso. Y Juan advierte que hay una sola cosa válida: la Palabra del Señor que está en la Escritura. En ella y solo en ella hemos de cimentarnos tanto para vivir el dia concreto como para proyectar el mañana que se acerca. Si queremos preparar el día del Señor, su llegada, hemos de escuchar humildes y abrazar con generosidad, como lo hizo María, lo que el Señor nos ha comunicado a través de la historia y está consignado en las Escrituras. Ojalá sepamos ser auténticos precursores del Señor creyendo, viviendo, anunciado esta Palabra que se nos ha confiado.

           Pero también es válida para nosotros la segunda indicación de Juan a los enviados de Jerusalén. Dios se ha hecho hombre en Jesús y está entre nosotros con su mensaje, con sus sacramentos, con su gracia, pero estamos lejos de haberle conocido. El hecho de vivir en el mundo de la tecnología y del bienestar, mientras millares sufren hambre, sed y toda clase de enfermedades y necesidades, muestra la verdad de la palabra de Juan que en medio de nosotros hay uno que no conocemos. La humanidad, y sobre todo los creyentes en Jesús hemos de hacer un esfuerzo sincero y decidido para descubrirle en su evangelio de justicia, paz y libertad, para creer en él, para vivirlo, predicarlo, y extenderlo entre los hombres, incluso hasta dar la vida como nos enseñó el Bautista.

P. Jorge Gibert, OCSO


II Domingo de Adviento

“Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos”. Tanto el libro de Isaías como el evangelio de Marcos recuerdan hoy esa voz que grita en el desierto, invitando a preparar caminos. Para el mundo bíblico, el desierto, con todo lo que comporta, era una realidad cercana y fácil de comprender. Para nosotros, hombres del mundo técnico e industrializado, el concepto de desierto queda lejos. Pero si hacemos caso a los ecologistas, el peligro de desertización está amenazando nuestro mundo concreto. Pero además, existe una desertización que quema y agrieta la tierra de las relaciones humanas. Porque “desierto” es todo lugar en donde, si gritas, nadie te escucha, si yaces extenuado en tierra, nadie se te acerca; si estás alegre o triste, no tienes a nadie con quien compartir. Nuestros corazones pueden convertirse en desierto árido, sin esperanza, sin afectos, relleno de arena, que ahoga y mata.

Desde el desierto, Juan, el hijo de Zacarías e Isabel, invitaba a los hombres de su tiempo a convertirse y a bautizarse para obtener el perdón de los pecados. Su actividad profética anunciaba a alguien que debía venir después de él, superior a él mismo, que bautizaría con el Espíritu de Dios. Ese alguien, como enseñan los evangelios, era su pariente, Jesús, el hijo de María, que confesamos como Señor y Mesías, en cuyo nombre hemos sido bautizados. Jesús vino, anunció la buena nueva, el evangelio, invitó a los hombres a hacer posible la manifestación del Reino de Dios. Pero lo que proponía no era fácil, pues fastidiaba tener que convertirse, no solucionaba los problemas de cada día de manera inmediata y material. Por todos estos motivos, fue rechazado, escarnecido, martirizado y clavado en la Cruz. Pero resucitó de entre los muertos, anunciando que vendría de nuevo, una segunda venida, para el final de los tiempos, que colmaría las esperanzas humanas.

En los primeros tiempos de la iglesia, la esperanza en la segunda venida del Señor y el cumplimiento de sus promesas era viva y animó a aquellos hombres y mujeres a superar las dificultades inherentes al anuncio y difusión del Evangelio, en medio de un mundo pagano y vuelto de espaldas a Dios. Pero sobrevino el desencanto pues todo seguía más o menos igual. Nada de fundamental había cambiado. El fragmento de la segunda carta atribuida a san Pedro que se ha leído recordaba la necesidad de no dejarnos llevar por el desanimo. El Dios de las promesas que es nuestro Dios no dejará de cumplir lo que ha anunciado, vendrá y llevará a término cuanto ha prometido. Esperad y apresurad la venida del Señor, se nos decía, y mientras esperáis, procurad vivir en paz, inmaculados e irreprochables.

Sin embargo, la esperanza cristiana ha sido objeto de críticas. Ha sido llamada opio de los pueblos, ha sido presentada como evasión del compromiso del hombre en la vida real que continua a correr día tras día. Pero esperar, desde la perspectiva del Evangelio, no quiere decir sentarse cómodamente hasta que Dios resuelva sin esfuerzo nuestro los problemas. Ni aceptar sin más las injusticias actuales, confiando obtener un premio en el más allá. Jesús ha hecho sus promesas e invita esperar activamente. La esperanza no es un empeño genérico y abstracto, sino que ha de estar encarnado en la situación presente teniendo en cuenta las promesas de Dios, las necesidades del hombre y la realidad del mundo en que vivimos. La esperanza ha de ser comienzo de una transformación y, bajo la luz del Evangelio, ha de ser pasión, esfuerzo decidido y activo. Al invitarnos a la esperanza, Dios nos invita a asumir nuestros deberes y riesgos para construir un mundo más justo, más humano, aunque cueste. Propone una aventura, nos invita a trabajar para edificar una historia nueva. He aquí la tarea que el adviento del Señor nos propone, para que poco a poco pueda ser una realidad las ansias y deseos que Dios ha puesto en el corazón del hombre.


I Domingo de Adviento

            “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: Velad”. Con estas palabras del evangelio de san Marcos, la liturgia de la Iglesia romana inicia el llamdo tiempo de Adviento, que se acostumbra a presentar como una preparación a la celebración de la Navidad del Señor. Pero no se trata de una preparación más o menos folklorística de la fiesta popular que conocemos, ambientada con luces y regalos. El término “Adviento”, de una parte y, de otra, la referencia a la segunda venida de Jesús al final de la historia que el evangelio de este primer domingo se entretiene en recordar, muestran que nos hallamos ante el misterio cristiano del Dios que, por amor, se hace hombre. Naturalmente esta dimensión teológica del tiempo de Adviento solamente puede entenderse desde el ámbito de la fe, que, a su vez, reclama una respuesta, una actitud de acogida para convertir en vida lo que proclamamos con palabras.

            En efecto, para nosotros, cristianos, el tiempo de Adviento quiere recordarnos que nuestro Dios, en el que creemos, del que afirmamos que ha creado el cielo y la tierra, el universo entero con todas las maravillas que encierra, así como a la entera humanidad, ha querido hacerse hombre, y habitar entre nosotros, y esto para ofrecer a todos nada menos que la salvación definitiva, una promesa de vida que abre horizontes no sólo en este momento fugaz, sino también para el más allá nebuloso y difuminado que nos está reservado para cuando llegue el momento de cerrar estos ojos de carne, que son luz en nuestra vida. Desde esta perspectiva es fácil entender porque la liturgia de la Iglesia lanza este grito de advertencia a velar, a esperar, a mantener viva la esperanza, de modo que dejemos espacio en nuestra existencia para este Dios que quiere ser el Emanuel, el Dios con nosotros.

            La vigilancia, la esperanza que la Iglesia, que Jesús mismo pide, quiere referirse a toda nuestra existencia, para que podamos vivirla con plenitud. Pero dificilmente alguien vivirá abierto a la esperanza si, de hecho, se vive satisfecho por tener cubiertas sus necesidades más urgentes. Pero esta no es la situación real de nuestro mundo. Si miramos con atención alrededor nuestro, nos daremos cuenta de que los humanos sentimos nuestra precariedad, miramos con temor el futuro, tenemos la sensación de que todo puede escapársenos de las manos. Y es en este clima que puede enraizar y crecer la esperanza que Jesús nos invita a cultivar.

Esta misma realidad la deja entrever la primera lectura que se proclama hoy. Un antiguo profeta expresa de alguna manera la angustia que atenazaba al pueblo de Israel, en medio de las pruebas que soportaba, pero al constatar su fragilidad, no dejaba de abrirse a la esperanza confiando en un futuro mejor, que sabían que solo podían esperar de Dios: “Todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento... Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre”.

            El Señor sabe muy bien que corremos el peligro de dormirnos, sobre todo espiritualmente. Y quien duerme, ni ve, ni oye, ni espera. Vigilar, velar quiere decir esforzarnos por oir en la oscuridad del tiempo presente el eco de los pasos de Jesús que se avecinan. Vigilar es apaciguar el fragor de las tormentas que en nuestro interior levantan el egoismo, el orgullo, la ambición y todas las demás pasiones, para abrirnos a las necesidades de todos nuestros hermanos que comparten junto con nosotros el caminar sufrido de la vida. Vigilar es crear en nosotros un silencio capaz de acoger, como tierra abonada, la Palabra de Dios de modo que produzca frutos y no quede estéril. Vigilar es una actitud fundamental para que nuestra existencia sea de verdad humana, vital, no un simple pasar sin sentido.

            En este momento de la historia en que el hombre cree poder prescindir de Dios, a veces cuesta aceptar la invitación a esperar aún una venida del Señor. Ciertamente, el Señor no vendrá para resolver nuestros problemas y ahorrarnos así cualquier esfuerzo. El Señor vendrá, porque nos ama, para establecer con nosotros un diálogo portador de vida, de salvación. El anuncio de esta venida del Señor debe estimularnos a trabajar denodadamente para hacer más justo y humano el mundo en que vivimos. No cerremos pues nuestros oídos y ni nuestro corazón cuando el Señor repite: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento”.

P. Jorge Gibert, OCSO


Solemnidad de Cristo Rey 2017

            “Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones”. La página del evangelio de Mateo que leemos hoy evoca a Jesús bajo un doble aspecto: el de pastor que agrupa su rebaño, separando ovejas y cabritos, y el de juez soberano que, desde la potencia de gloria, se dispone a dictar sentencia sobre todos los pueblos de la historia. La tradición cristiana ha entendido esta página como una alusión al juicio anunciado para el final de la historia, pero más fijarse en los rasgos del juicio que el evangelista utiliza en su descripción, conviene más bien tratar de entender el mensaje contenido en la misma.

            En efecto, el Hijo del Hombre, en el momento solemne en que se dispone a juzgar a las naciones, muestra una sola y única preocupación que es el comportamiento de cada uno de los mortales con relación a su prójimo. Mateo propone en esta escena el mismo mensaje que el evangelista Juan presenta como el testamento final de Jesús, momentos antes de ser entregado para ser crucificado: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado”. Lo que Juan resume en un mandamiento nuevo, Mateo lo ilustra con situaciones sumamente concretas: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.

            Ciertamente, la lista no es exhaustiva, pero recubre puntos extremadamente significativos de la vida de los hombres y de las mujeres de todos los tiempos y lugares, y permiten entender la actitud fundamental que Jesús espera, no solamente de los creyentes, sino de toda la humanidad. Cumplir estos requisitos supone tener abierta la puerta para entrar en el Reino que Dios prepara para todos, mientras que dejarlos de lado, pasar indiferentes ante la necesidad de los hermanos, supone verse excluido de todo lo que entraña el anuncio y la promesa del Reino.

            Lo que más impresiona es constatar que estos requisitos que Jesús espera de los humanos no son simplemente una lista de buenas obras que deberían ser llevadas a cabo, sino que reclama estos gestos como algo que se ha hecho a él mismo: “Tuve hambre, tuve sed”. Por esto es muy comprensible el estupor tanto de los que los cumplieron como los que no lo hicieron: “¿Cuando te vimos necesitado y te asistimos o no te asistimos?”. Y la respuesta de Jesús es para hacer temblar al más seguro: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis o no lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. ¿Quien de nosotros, alguna que otra vez, hemos tenido en poca consideración a los hermanos que nos rodean, que se cruzan en nuestra vida, no solo a nuestros familiares, amigos, conocidos, compaisanos, si no a todos, y empezando por los más humildes, es decir los que menos títulos tienen para merecer nuestra atención y nuestro afecto?

            Fijémonos que el Señor, al juzgar a los pueblos, no pregunta cuantas veces que hemos escuchado su palabra, cuantas veces hemos frecuentado los lugares de culto para celebrar la liturgia, cuantas veces hemos profesado sin miedo nuestra fe, incluso ante peligro de muerte. Lo que pregunta, lo que le interesa es cómo nos hemos portado con nuestros hermanos, sobre todo con los más humildes, los más necesitados. O si damos la vuelta a las palabras del Señor, cuantas veces hemos sabido ver y servirle en la persona de los demás. Reto impresionante es el que el Señor propone.

 Ciertamente, el tema se prestaría para ridiculizar, a la luz de esta exigencia de Jesús, el mundo entero, la Iglesia, todo y todos. Comprendamos que, en el evangelio de hoy, Jesús invita a entrar en el camino de una mística sencilla, al alcande todos, pero no por eso menos sublime y profunda. Entremos en el santuario de nuestro corazón y propongámonos con sencillez y generosidad, trabajar para saber ver y servir a Jesús en todos y cada uno de los hermanos y hermanas que aparezcan junto a nosotros en nuestro caminar hacia Dios. “Lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.

P. Jorge Gibert, OCSO



Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. Ciclo A

“Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas… Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza” (Pro 31,10.31). He ahí el principio y la conclusión de ese espléndido himno que encontramos en el libro de los Proverbios.

Algunos estudiosos sugieren que puede ser un himno a la sabiduría personificada. Gracias a ella, se mantiene en pie la familia y vive en armonía toda la sociedad. Pero la imagen empleada contiene un elogio a la mujer hacendosa. Sostiene su hogar con su trabajo, atiende a su familia y, además, se muestra compasiva con los pobres y los necesitados.

La imagen ideal de la familia reaparece en el salmo responsorial. Precisamente este salmo 128 (127) ha sido glosado por el papa Francisco en su exhortación Amoris laetitia.

En este penúltimo domingo del año litúrgico es muy oportuna la lectura en la que Pablo pide a los Tesalonicenses que vivan en la luz y estén siempre preparados para el “Día del Señor”, que llegará como un ladrón en la noche (1Tes 5,1-6).

 

EL ENCARGO Y EL JUICIO

 Como sabemos, en el capítulo 25 del evangelio de Mateo encontramos tres parábolas sobre la esperanza. Tras la parábola de las diez doncellas invitadas a la boda, se incluye la de los talentos que, antes de irse de viaje, un hombre entrega a sus siervos, con el encargo de que negocien con ellos (Mt 25,14-30).

• El primero recibe cinco talentos, negocia con ellos y gana otros cinco. Al regresar, su amo lo alaba, calificándolo como “siervo bueno y fiel”, y le promueve en su cargo.

• El segundo recibe dos talentos, con los que logra hacer negocio y ganar otros dos. También él es alabado por su amo, que le confía una importante responsabilidad.

• El tercero recibe un talento. Precisamente él, que presume de conocer bien a su amo, no secunda sus proyectos. Así que esconde bajo tierra el talento para devolverlo a su amo, que, en el juicio, lo condena por inútil, negligente y holgazán.

 

ESPERANZA RESPONSABLE

 Hemos meditado muchas veces esta parábola de los talentos. Y tantas otras veces hemos reflexionado sobre las lecciones que encierra para nosotros.

• En primer lugar nos complace ver que el amo confía en sus propios criados. Y agradecemos a Dios que también a nosotros nos haya confiado tantos tesoros de la naturaleza y de la gracia.

• Además, vemos que la espera de la venida del Señor no puede justificar nuestra pereza. Si creer es crear, esperar es operar. La esperanza no puede alejarnos de la tarea de trabajar por el progreso humano y por la extensión del Reino de Dios.

• Finalmente, descubrimos que el premio concedido a los que viven una esperanza activa y comprometida no consiste en algún bien material. El mayor premio es “entrar en el gozo de nuestro Señor” y el mayor castigo es ser alejados de él.

  Señor Jesús, sabemos y creemos que hemos de vivir esperando tu manifestación. Agradecemos los dones que nos has confiado. Y te pedimos que tu gracia nos ayude a vivir una esperanza gozosa y responsable. Amén.

P. José-Román Flecha Andrés

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Domingo XXXII del Tiempo Ordinario. Ciclo A

“No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él”. Hoy, el apóstol San Pablo invita a renovar nuestra fe en el misterio pascual de Jesús, en su resurrección, que comporta como consecuencia la resurrección de todos los que creen en él. Los cristianos hemos de vivir con esta confianza, que permite superar cualquier temor o miedo, mientras esperamos que llegue nuestra participación plena en el misterio pascual, manteniendo nuestra relación con el Señor de tal manera que sea posible recibirle con alegría, cuando llegue el momento de nuestro encuentro con Él.

            Esta espera vigilante del Señor es el tema del evangelio que leemos en este domingo. Una vez más, Jesús se sirve de la imagen de las bodas para hablar acerca del Reino de los cielos. La parábola de las diez doncellas que esperan al esposo está inspirada en la celebración del matrimonio según las costumbres judías del tiempo de Jesús. Sin embargo Jesús no desarrolla en todos sus detalles el tema, sino que utiliza solamente aquellos elementos del mismo que sirven para proponer una actitud precisa en los creyentes que esperan participar un día en la fiesta nupcial de la vida eterna. Así, algunos aspectos - como la misma figura de la esposa, que no es otra que el pueblo elegido, la Iglesia - no aparecen en absoluto, otros son simplemente aludidos, mientras que otros reciben un desarrollo apropiado.

            El centro de la atención está ocupado por el esposo y, junto a él aparecen las doncellas que debían acompañar a la esposa. La espera gozosa del esposo y también su retraso, entran en las costumbres de la época. Jesús insiste en que la espera se prolonga excesivamente, adquiriendo de esta manera un carácter alegórico que culmina con la llegada que tiene lugar a media noche, alusión cargada de sentido. En efecto, la llegada del esposo señala el comienzo de la celebración nupcial, pero al mismo tiempo indica el término del tiempo adecuado para prepararse a la misma. Para aquellos que no se han dispuesto de modo conveniente se recuerda la imposibilidad de participar a la fiesta: “Os lo aseguro: no os conozco”. El que no ha sabido aprovechar el tiempo largo de espera no es digno de participar a la boda.

   Cinco de las doncellas eran sensatas, es decir, no sólo juiciosas y prudentes, sino llenas de aquella sabiduría que les permite comprender en el modo adecuado el misterio divino, las exigencias del Reino. Por esta razón se preparan, toman aceite junto con las lámparas, y así en el momento de la llegada, podrán acoger al esposo. Las otras cinco doncellas, necias, despreocupadas, superficiales, se pierden por falta de un cálculo adecuado acerca de la llegada del esposo, y si bien con prisas en el último momento tratan de hacer lo que era necesario, lo hacen fuera del tiempo y quedan excluidas de la fiesta nupcial. No se critica el hecho del sueño y del dormirse. La espera es en verdad larga y entra dentro de lo posible dormirse. Pero a pesar de todo, hay que preveer esta posibilidad y estar preparados: hay que prevenir las exigencias de lo que nos aguarda. La advertencia está dirigida a todos los miembros de la comunidad: la espera, aunque sea larga, ha de ser vigilante.

            La sabiduría demostrada por las doncellas sensatas es el tema expuesto en la primera lectura. El autor del libro de la Sabiduría expone como ésta se deja encontrar por los que la buscan, más aún, ella misma va en busca de los que son dignos de poseerla. Esperar no es una actitud pasiva, sino un esfuerzo para vivir en la sabiduría que Dios nos ha comunicado, de manera que no nos encuentre distraidos.

            No sabemos ni el día ni la hora, nos dice el Señor. Con estas palabras no quiere infundir miedo o inquietar los espíritus. En su amor quiere invitarnos a no perder nuestro tiempo, a dejarnos llevar por la sabiduría y a velar, para que cuando llegue el momento podamos salir al encuentro del Señor. Tengamos preparadas nuestras lámparas, tengamos aceite de repuesto y velemos para que el Señor, cuando venga, nos deje participar en el banquete de bodas.

P. Jorge Gibert, O.C.S.O.

Abadía de Viaceli

39320 Cóbreces (Cantabria) España.
Comunidad 942.725.017
Fax: 942.725.086
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ocso.viaceli@confer.es





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